Capítulo 4

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Me adentro dando pasos largos en la oficina. Café en mano, como de costumbre.
La mayoría de mis compañeros me regalan miradas, sonrisas y algunos saludos.
Y por más que lo intento, no consigo devolver ni uno de esos gestos.
Tal vez sea por lo avergonzada que me siento ahora mismo.

O tal vez sea porque no quiero ser una hipócrita.
Mis compañeros están saludando a la Caitlin Snow que juró defender su País. Que juró acatar y hacer acatar la ley por encima de todo.
Pero ya no estoy segura de ser la misma persona que hizo aquellos juramentos.

¿Quién soy realmente?
¿La Agente del FBI comprometida con su trabajo o la desconocida de anoche, que dejó escapar a un atracador peligroso?

En la distancia, veo a Josef. Me adentro en la sala junto a él.
Se encuentra sentado en una esquina, jugueteando con su teléfono.
—¿Eso es lo que has estado haciendo todo el día? —Espeto. Y mi voz suena más furiosa de lo que deseaba.
Me da una mirada rápida y alza una ceja.
—Son las 8 de la mañana, Snow. —Dejo el bolso sobre la mesa y enciendo la pizarra electrónica.

—Bien, esto es lo que sabemos. Son un grupo de cinco hombres. Armados hasta los dientes. Son rápidos y muy inteligentes. Escurridizos. Y están dispuestos a morir para proteger a su líder. —Su líder... Su maldito, estúpido e imbécil líder.

Como odio a ese capullo. 

Suspiro y cierro los ojos. Y entonces, una oleada de recuerdos me viene con el pensamiento de ese capullo.

Entonces, el aire comienza a parecerme muy pesado y retrocedo para llegar al baño.

El calor casi febril de mi cuerpo se ha concentrado en mis mejillas.
Dejo que mis manos acumulen agua y la llevo hasta mis mejillas, tratando de que la temperatura descienda.

«Su tacto es tan ardiente que enciende cada uno de mis sentidos, activa cada célula de mi cuerpo.

Y sé que no debería hacer esto. Pero se siente tan condenadamente bien... »

Autocontrol, Caitlin. Autocontrol.

Salgo apurada del baño cuando me siento lo suficiente fuerte y vuelvo con Josef.
—¿Estás bien? —Asiento.
—¿Sabes lo que necesitas? Un café. Necesitas un buen café. —Alzo el vaso en mi mano junto con una de mis castañas cejas.

—Ya estoy bebiendo café. —Suelta una risa y niega.
—No. Un café en una cafetería. Donde pueda darte el aire y respires hondo. ¿Hecho? —Y por primera vez en mucho tiempo, accedo a su petición.

No sé porqué lo hago. No sé porqué acepto sabiendo lo que su invitación contiene detrás.
Pero supongo que una parte de mi está luchando por demostrar que lo que sentí anoche no fué más que un acto reflejo.
Que ese maldito estúpido no es el único hombre que puede hacerme sentir así.

Tan ardiente. Tan activa. Tan alerta. Tan apasionada. Tan profunda.

Sacudo la cabeza para evitar que más pensamientos de ese tipo aparezcan y pido un café doble.
—Me ha costado siete meses que vuelvas a salir conmigo ¿Eh? —Comenta a mi lado. Frunzo el ceño.
No hagas eso, Josef. No lleves la conversación por ahí.

O mejor si. Hazlo. Quiero ver que puedes hacerme sentir.

Sonrío de lado, seductora.

—Si quieres algo, te cuesta algo. ¿Así es la vida, no? —Me inclino sobre la mesa y uno de los botones de mi camisa interior se desabrocha. Le doy una mirada a esa zona y su mirada también baja hasta ahí. Y luego nuestros ojos conectan.

Y me encantaría poder decir que su mirada me enciende. Que desearía que me toque.
Pero no lo hago y eso me fastidia demasiado.

Entonces, como si fuera un fantasma, veo su figura en la barra.
Suéter de lana gris, vaqueros negros ajustados. Trago saliva cuando su característica sonrisa se forma y la boca se me seca.

Miro a Josef y cuando vuelvo mi mirada a él, ya no está.

—Tengo que ir al baño. —Me excuso rápido y sin dejar que reaccione, me dirijo a este.

Con el corazón a mil por hora y el aire trabado en mi pecho, entro en el baño.
—Sabía que eras tú. —Espeto, enfurecida.
Su sonrisa crece y siento unas inmensas ganas de romperle cada diente.
—Eres una curiosa sin remedio. —Me pregunto como hace para que su voz siempre tenga ese toque ronco y seductor. Asqueroso. Mucho.

—Voy a añadir acoso a tu lista de cargos. —Amenazo, alzando el tono de la voz.
Entonces, deja de recargarse en uno de los lavabos y avanza hasta a mi.
—No me vas a acorralar otra vez. —Anuncio. Suelta una carcajada hueca que hace que un escalofrío recorra mi columna.

—¿Estás segura de que te acorralo yo? —Miro a mi alrededor y sólo soy consciente de que estoy contra la pared cuando mis manos tocan el frío de las baldosas.
—¡Deja de hacer que dude de todo! —Casi grito.

—Y dime, Agente Snow... ¿Ha servido de algo tu estrategia? ¿Te hace el Agente Josef sentir lo más mínimo? —Ahora sí me acorrala y sus dedos viajan para tomar un mechón de mi pelo.

Reacciona Caitlin, reacciona. Has matado a hombres con tus propias manos. No puedes dejar que juegue así contigo.

—¿Te hace sentir lo mismo que yo? —Su vista baja por mi cuerpo y se mete la mano en el bolsillo. Toma un cigarro y lo enciende.
Mis ojos siguen cada movimiento que hace con las manos. Embobada. Hipnotizada.
Pero ahora que sus ojos han dejado por fin de debilitarme, recobro parte de mi control.

Pongo mis manos en su pecho.

—Sé lo que pretendes. Es tu pasatiempos favorito. Ni atracar ni intimidar ni sentir el poder.
Lo que te gusta es jugar.
Te encanta jugar. —Y cuando sus iris esmeralda vuelven a mi, sé que he dado de pleno. Por primera vez, he dado de pleno con él.

—Pero no vas a meterte en mi cabeza. —Eso provoca que suelte una risa y mire hacia otro lado antes de volver su vista a mi.
—No es en tu cabeza en donde quiero meterme. —Suelta.
Cerdo. Jodido, asqueroso y repugnante cerdo.
Otra vez ha roto todos mis muros y se ha salido de mi jodido guión.

—¿Crees que me conoces, Caitlin? —Pone una de sus manos en mi cintura y me atrae más a él de un tirón brusco.
—Llevas toda tu vida buscando lo prohibido. La adrenalina de hacer algo que te ponga en riesgo. Por eso no sales con Josef. Ese patético intento de tipo duro no te mueve ni un sólo pelo. —No puedo evitar que mi vista descienda a sus labios.
Como se mueven, la forma en la que pronuncian cada sílaba.

«Dime, Caitlin. ¿Estás viva o sólo respiras?» —No logro responder a sus palabras. Aunque trate de hacerlo. Es como si estuviera paralizada.
Pero no tiene razón. Estoy viva, clado que lo estoy. Es una idiotez. Uno de sus muchos jueguecitos de chico malo.

—Estás desesperada por sentirte viva y harás lo que sea para conseguirlo. —Finaliza. Apreto los dientes y le da un último vistazo a mi boca antes de separarse de mi y liberarme.

Pero ¿Liberarme? Soy yo quien se ha chocado con la pared.
Soy yo quien le miraba la boca.
Soy yo quien le ha permitido tocarme.

Así que ¿Me ha liberado realmente? ¿O soy yo misma de quien estoy presa?

Publico ahora porque le he dado una última oportunidad a la serie y me ha vuelto a decepcionar...
Sabéis que soy una persona muy inestable y cambio de idea fácilmente pero... Creo que esta es la última historia Snowbarry que escribo. Lo siento... 😞

CRIMINAL. Snowbarry. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora