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Tenía solo once años.

Estábamos mi padre y yo solos en nuestra antigua unidad, en la colonia Sureste B. Él era un hombre en forma, con un abundante cabello café oscuro y unos hermosos ojos grises. Fué tan sólo dos años antes de que él muriera.

Cocinábamos hotcakes y pastel de chocolate en la cocina mientras mamá y Reg iban a la plaza central de la colonia de compras. Papá embarraba polvo para hornear en mi nariz mientras yo reía, ambos estabamos manchados de aceite y azúcar. Estabamos empezando a voltear los hotcakes cuando de pronto unos fuertes golpes en la puerta sacudieron toda la unidad. Dí un brinco del susto y miré a papá preocupada, definitivamente no eran mamá y Reg con las compras.

- No te preocupes Meg - dijo dulcemente - nada te puede pasar mientras yo esté aquí.

Entonces salió de la cocina y bajó las escaleras para ir a revisar, dejándome sentada en el banco limpiándome el polvo de la nariz.

Escuché cómo abrió la puerta y luego las pizadas y voces de dos hombres.

Desde la cocina no veía quienes eran pero lograba escuchar que conversaban con mi padre, aunque no entendía lo que decían.

Permanecí en mi banco resistiendo la tentación de bajar las escaleras a ver quien había tocado la puerta con tanta desesperación. Pero luego comenzaron a gritar, se gritaban el uno al otro sin parar. Entonces pude escuchar.

- ¡No me mientas Vansee! - decía uno de los desconocidos - ¡la tienes escondida en algún lugar cerca!

- ¡No está aquí! - contestó mi padre. En su voz se notaba lo enojado que estaba, no se me ocurría de lo que podrían haber estado hablando, ¿Qué tenía escondido mi padre que les interesara tanto a esos hombres? - ¡y si lo estuviera no te la entregaría!

Y de pronto el sonido de algo pesado cayendo al suelo recorrió la unidad, haciéndola temblar una vez más, trás el ruido de una puerta cerrándose fuertemente desde el primer piso.

Bajé del banco a esconderme. El gabinete vacío sobre los trastes se convirtió en mi refugio por poco tiempo hasta que segundos después papá entró a la cocina. No sabía lo que habría hecho si no hubiera sido él quien hubiera aparecido. Bajé del gabinete y lo abracé con fuerza.

- ¿Quienes son papi? - pregunté

Su expresión mostraba una combinación de miedo, angustia, tristeza, y mucha furia. Se agachó para mirarme de frente y me tomó por los hombros

- Meg - susurró, caían gotas de sudor de su frente - corre a tu habitación y cierra la puerta, entra al armario, no hagas ruido y no salgas de ahí por nada en el mundo, escuches lo que escuches.

Cuando me soltó corrí lo más rápido que pude e hice lo que me dijo. Cerré con seguro la habitación y el armario una vez que estuve adentro.

Podía escuchar pedazos de conversación y gritos de parte de los hombres quienes habían vuelto a entrar. Supuse que ya debían estar en el segundo piso junto con mi padre. Por mi parte me encogí lo más que pude en un rincón de mi pequeño escondite como si eso me fuera a ayudar a que no me vieran, apreté mis piernas con fuerza y cerré mis ojos, esperando que cuando los volviera a abrir, mi padre estaría sano y salvo y los dos hombres se hubieran ido para siempre. Pero entonces...

- Ve a buscarla - Dijo uno de ellos.

Mi corazón se aceleró y mis lágrimas dejaron de correr, momentos después escuché pasos fuertes acercandose a mí, luego la puerta de mi habitación derrumbándose, y luego se abrió la puerta del armario.

Tuve que abrir los ojos lentamente, y frente a mí se encontraba el hombre más raro y horrible que había visto en mi vida. Su piel era verde y escamosa como la de una lagartija, una larga cola se asomaba por entre la ropa vieja y sucia que llevaba puesta y unos escalofriantes ojos amarillos recorrían el armario de arriba abajo sin encontrar nada.

Como si no pudiera verme.

Luego el horrible extraño se dio la vuelta y regresó a donde su amigo y mi padre.

- No está - dijo el hombre verde - ya registré las habitaciones y no está por ningún lado.

- ¿Qué le hiciste? - preguntó el otro - sabemos que la tienes.

- Pues su fuente no es confiable - dijo la voz de mi padre - les aconsejo que busquen en otro lado.

- No sabes de lo que hablas Vansee - siguió el desconocido - nos lo dijo Vex, así que dinos ahora, ¡¿Donde-La-Tienes?!

- No está aquí, - repitió papá - ya se los dije, de todas formas, jamás la encontrarán.

Estaba paralizada, muerta de miedo.
No entendía absolutamente nada, un hombre - o lo que haya sido esa cosa - se había parado frente a mí, me había mirado directamente y luego había afirmado no haberme encontrado.

Pero lo más importante: ¿Por qué me buscaban a mí?, Una niña normal de once años sin nada que ofrecer ¿Buscada por un par de mutantes rebeldes?

- La encontraremos Vansee - hablaba el hombre verde de nuevo - sólo que no hoy.

Tras varias pizadas y el sonido de un aerocoche alejándose, mi padre fue a mi habitación. Lo escuché susurrar maldiciones y patear escombros antes de abrir la puerta de mi escondite.

- ¿Meg? - dijo buscándome en el armario como aquel otro hombre - ¿estás ahí cariño?

Me levanté lentamente y rompí a llorar, sentí como un cálido cosquilleo recorría mi cuerpo de arriba a abajo antes de que mi padre me abrazara con fuerza, sabía que él también quería llorar, pero se contenía.

Permanecimos abrazados sin decir palabra. Mamá y Reg llegarían en cualquier momento para encontrarnos así, pero papá decidió hablar.

- Oh Meg, - susurró dejando escapar una de las lagrimas que tanto se esforzaba en retener - ¿Cómo?... - pero él sabía que yo aún no entendía la respuesta a esa pregunta, ni la entendería hasta mucho tiempo después - vamos, - dijo, se levantó y me tomó de la mano - se nos quema el pastel.























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