Efímero

XXXI

Algo hice mal
para haber acabado con
este puñetazo doloroso
en el costado
y los nudillos rotos,
sin que hayas recibido
jamás un golpe de ellos.
Ya sé,
me los destrocé
golpeando
la pared,
siendo esta la más
inocente en el asunto.

Por eso nunca me viste
clamando piedad.

Es estúpido pedir clemencia
cuando tienes claro que
de igual forma acabarás rota.

En esta desventura
el único peso que oprime
mis huesos se llama
[tú] ausencia.
Sí,
como pronombre y adjetivo
al mismo tiempo,
que se combina
letal a la indiferencia
descarada.

Sin ti,
mis márgenes de reflexión
hacen regresión
y se encaminan en fila obediente
por un desfiladero infinito.

Son inútiles mis quejas,
han quedado relegadas
a un segundo plano,
como el sonido del viento
a hora pico.

Escúchame y te prometo
que aún sin hablarte
me habrás de oír.

Tengo por ilícito buscarte,
e idóneo hacerlo,
por más condena que
represente.

Mánchame de pecado,
ta[tú]ame de ilusión
y por favor,
socávame hasta la
médula.