XLVII

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Compuse un arreglo de
tropiezos que no te
correspondía en absoluto.

Crucé una vez más la
verja de lo prohibido,
sabiendo que tu desaparición
iba a ser eterna.

Me las arreglé para ser más
de lo que querías,
pero menos de lo que
necesitabas.

Caminé absorta hacía una
cumbre,
y cuando llegué por fin,
mi boca estaba seca,
curiosamente no tenía
sed,
no al menos de la que
conozco.
Mis labios agrietados
no hacían más que
protestar tu saliva.
Ja.
Ya podía declararme
muerta.

Juré que jurar era
un pecado infame,
e hice como si no
pasaba nada,
cuando estaba
pasando todo.

Atiborré un buzón
clausurado con cartas
que nunca llegaron a
ningún lugar
mas que al vertedero local.

Até tu sonrisa como
la recuerdo,
a mi ansia desbarajustada,
y hoy siguen haciendo
bonita pareja,
desde el cajoncito de
mi pasado.

Lloré tanto tiempo
que dejar de hacerlo
ahora,
se volvió una nueva
rutina que duele en seco.

Tripulé una embarcación
que navegó tus risas
calmadas y tus llantos más
tormentosos.
Soy náufraga después de todo.

Convertí mi alma
en veinticuatro piezas
perladas.
Resumí la tuya en una
sola como la noche.

Te guardé para mis adentros.
Muy hondo.

Recordé tantas veces
que olvidarte era una
tarea ineludible,
que lo acabé olvidando.

He fallado.

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