12. Delicate

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El día siguiente volví a mi rutina como un estudiante frustrado.

Hubiese querido pasar la tarde en mi cama, intentando evitar pensar en que había besado a un chico.

Y se sintió bien.

Fue... un dolor agradable.

Pero el destino era cruel y traicionero. Tanto, que Haechan y Renjun eran sus aliados.

Había hecho dos pasos fuera del salón de clases cuando dos buitres me siguieron como si fuesen mi sombra, repitiendo, sin cesar, que deberíamos ir al estreno de esa nueva película de terror. La trama principal consistía en viseras humanas volando por los aires y jump scares mal diseñados.

Por supuesto que me negué en seguida, pero ellos no pararon de insistir hasta que cerré la puerta de mi casa en sus narices. Otro día y en otro momento, me hubiese sentido horrible por ser un pésimo amigo. Pero conocía a esos bastardos desde el jardín de infantes y sabía que haría falta más que una puerta entre nosotros para detenerlos.

Me enviaron un mensaje quince minutos después. Irían por un refrigerio y volverían para acampar en el pórtico de casa. No se rendirían hasta que aceptase ir a esa maldita película. Todo porque Renjun quería que hiciésemos cada maldita cosa juntos.

Con lo que estaba bien la mayoría del tiempo, pero no ese día, no cuando mi cabeza estaba hecha un lío.

Me senté en el sofá frente al televisor, en la dirección exacta para ver a través de las cortinas de voile que mamá cambiaba cada cierto tiempo.

Y habría sido una tarde tranquila justo como quería, si no fuese porque vi el momento exacto en el que Na Jaemin cruzó la calle y se acercó sospechosamente a mis dos amigos sentados en la puerta de casa. Llevaba el cabello cubierto por una gorra de lana color beige, y apretujaba al gato negro contra su pecho, como si lo protegiese de los lobos.

El pobre animal pegaba leves maullidos que demostraban cuánto quería escapar de ese lugar. No lo culpaba, yo también querría huir si estuviese colgando como un muñeco de trapo. Agudicé la mirada, comprobando si mi teoría era cierta.

Sip. Jaemin estaba paralizado.

Renjun se puso de pie, bloqueándome un poco la vista. La irritación creció en mi cabeza y pesó en mi corazón. Mierda.

Abrí la puerta con brusquedad, observado por tres sorprendidos pares de ojos (cuatro, si contaba a Zen). El maldito y astuto Donghyuck no demoró en unir las fichas del rompecabezas. Lo supe por cómo me miró, con esos ojos color miel destilando picardía.

–¡Por fin, creí que tendría que dormir aquí esta noche! –dijo, estirando los brazos para desperezarse. Entonces caminó rumbo a Jaemin y le rodeó los hombros con un brazo flojo–. Hola, tú.

La ira burbujeó en mi sangre. Me dije a mí mismo que tenía que calmarme, porque solo haría que Jaemin pensase que estaba en alguna clase de peligro. No lo estaba, Hyuck era tan inofensivo como un bebé de cuatro meses. Excepto que, a veces, se convertía en un demonio despiadadamente travieso.

–Suéltalo –mascullé. Él estiró las comisuras de su boca, burlándose de mí–, lo estás molestando.

Jaemin escapó en ese instante, se movió hacia mí y tropezó con sus propios pies. Sujeté su brazo antes de que estampase la rodilla en el escalón del pórtico.

–¿Estás bien? –susurré, suavizando mi expresión.

Él asintió, el gato maulló.

Miré a los chicos, pero Jaemin seguía mirándome a mí. De repente, se acercó a mi oreja y deslizó sus palabras casi en completo silencio.

Mermar - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora