14. Kiss Me

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El señor Na se estaba volviendo rojo al llegar a la puerta que su mujer mantenía abierta, Yoona salió un instante, para que Jaemin fuese suavemente depositado en medio de los dos. Vi, antes de que el auto arrancase, las expresiones aterrorizadas de Doyoung y Yuri, de pie en la puerta abierta de su casa.  Yoona seguía hablándole al oído, susurrando tan bajito que no podía escucharla por sobre los latidos erráticos de mi corazón.

El auto llegó a la autopista, nadie dijo nada. Sin embargo, los pensamientos volaban por los aires, se arremolinaban como flechas que se dirigían hacia Jaemin. Quería cubrir sus oídos, abrazarlo hasta hacerlo más pequeño, pero me era imposible porque estaba igual de paralizado que él.

La señora Na miró sobre su hombro y apretó la rodilla de su hijo, llevaba una mochila verde entre los brazos, la cual conocía demasiado bien. Cuando nuestros ojos se encontraron ella relajó su expresión, como si se diese cuenta de que destilaba terror.

De vez en cuanto el ruidito más diminuto escapaba de la boca de Jaemin, como si se estuviese ahogando con aire. Y un espasmo le recorría el cuerpo, haciendo que su brazo o su pierna golpease contra mí. Era desesperante querer ayudarle pero no saber cómo carajos hacerlo, odiaba ser tan inservible. Sentía que el mundo se desmoronaba bajo mis pies.

Algo debía ir realmente mal si Jaemin esquivaba los intentos de Yoona por acaríciale. Él se retorcía cada vez que ella le tocaba el cabello o buscaba su mano entre las sombras del auto, en cambio, se movía hacia mí lado, apretándome contra la manija y la ventanilla. Temía, que si intentaba acariciarle justo como lo hizo Yoona, él me repudiaría, se alejaría y jamás podría volver a recuperar su confianza.

¿Por qué sería vulnerable conmigo cuando no lo era con Yoona, quien había conocido por más tiempo, a quien quería por sobre todas las personas?

Pero, de repente, sus dedos se enterraron en torno a mi muñeca y sus ojos pidieron a gritos algo que mi cerebro no lograba descifrar. Aguantando la respiración entrelacé nuestras manos, Jaemin jadeó e hizo tanta presión que me cortó la circulación. Lo aguanté como un campeón porque él puso su rostro en mi hombro y me hizo cuestionarme quién estaba consolando a quién. Su nariz presionó en mi pijama, su voz se quebró la primera vez que intentó usarla.

–Haz... –dijo, sollozando entre pequeños intervalos de aire–, haz que pare.

¡Ah!

Quería hacerlo, de verdad estaba desvenándome los sesos pensando en cómo lograrlo.

Fue la peor noche de mi vida y recién comenzaba.

Al menos la tensión descendió cuando el señor Na atravesó la puerta del hospital con su hijo en brazos. Yoona se puso a tocar la campanilla de la recepción, la señora Na se quedó conmigo, un poco más atrás. Segundos después la enfermera apareció y dijo que debíamos esperar hasta que la sala se vaciase. Yoona torció el ceño, deslizó una tarjetita en el mostrador y la mujer agrandó los ojos, luego hizo una llamada.

El doctor apareció poco después, por su expresión y la forma en que tenía de dirigirse hacia nosotros parecía estar acostumbrado a estos casos, abrió la puerta de la sala de urgencias y Jaemin se retorció en los brazos de su padre estirándose para mirar sobre su hombro. Esos ojos de pánico se encontraron con los míos y vi el desespero en ellos.

–Vamos, Romeo –dijo Yoona, tomando mi brazo y empujándome dentro.

Contemplé al doctor preparar la inyección mientras el señor Na sostenía a Jaemin en la camilla. Yoona le separó el cabello sudado de la frente y por fin la aguja entró en la piel transpirada de Jaemin. Me quedé de pie lejos de todo el caos, con la señora Na aferrada a la mochila verde, esa que siempre estaba lista en la habitación de Jaemin.

Mermar - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora