8. Growing pains

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Era agradable la forma en que parecía relajarse cuando mis dedos tocaban su cabello, o mis nudillos rozaban sin querer el doblez de su oreja. Era aún más gracioso cuando soltaba un pequeño ruidito en protesta si dejaba de hacerlo

El señor Na se mantenía en la misma posición, con la cerveza en su mano y la mirada fija en el televisor. Si no fuera físicamente imposible, podría jurar que ni siquiera pestañaba, pero lo más extraño era que se mantenía callado, después de todo, el hombre era una de esas personas que no podían mantener la boca cerrada por más de un minuto. Pensé que, tal vez, solo tenía un mal día como cualquiera podría tenerlo, como yo mismo lo estaba teniendo.

Sacudí la cabeza hacia un lado, y unas cuantas gotas cayeron sobre el comic de Jaemin.

Mierda.

Tragué saliva. Sus manos se tensaron alrededor de la hoja, mis dedos quedaron inmóviles en su cabeza, de pronto, giró su cuello como el exorcista y me miró con toda la rabia del mundo contenida en una sola persona. Una persona que podría haber pasado por un ángel, o un demonio, ellos también eran hermosos, ¿no?

Como sea, iba a matarme.

Jaemin cuidaba sus cosas y detestaba que alguien más las tocase, muchos más si en el proceso resultaban dañadas. Por eso ningún integrante de la familia se acercaba a sus pertenencias, al menos que quisieran despertar a la bestia. Claro que él nunca gritaba o maldecía, pero con una mirada te podía mandar directo al infierno, así que nadie podía culparme por temerle a este escuálido muchacho que pasaba de ser un osito cariñoso al mismísimo anticristo.

–Y-yo... —tartamudeé, poniendo las manos juntas entre nosotros para pedir clemencia—. ¡Por favor, déjame vivir!

Siguió allí estático en su lugar, y por el rabillo del ojo aprecié a su padre que estaba esperando el comienzo del fin, justo como yo.

Retuve el aliento cuando él se movió hasta quedar de rodillas en el suelo frente a mí. Apoyó las manos en mis muslos y entrecerró sus ojos almendrados, apuntándome directamente. Me puse visco siguiendo el camino de su dedo índice a mi frente. Entonces me golpeó, fue rápido e inesperado, pero el ruido fue similar a una nuez partiéndose. Hizo saltar al Señor Na y a mí me dejo un fuerte dolor expandiéndose por mi cráneo.

Hasta que miré la diversión creciendo en Jaemin y el dolor pasó a segundo plano. Le había hecho feliz, a costa de mi sufrimiento, pero feliz.

–¡Na Jaemin! –La voz enfadada de Jihyo rompió nuestra pequeña burbuja e hizo que cayera en la realidad–. ¡No puedes hacerle eso a tus amigos!

La voz del relator regresó a ser más fuerte que los latidos de mi corazón. Una mueca se formó en mi rostro, porque de cierta manera todo había sido mi culpa. Apenado, mascullé una disculpa a mi mejor amigo, quien seguía con las rodillas clavadas en el suelo, pero alejó sus manos de mí.

Su madre estaba farfullando reglas de comportamiento general, su padre sonreía ante nuestra pequeña escena y mis manos solo seguían inquietas, cerca del lugar donde habían estado las de él.

–Lo siento –dije, elevando la mano para ser escuchado–, fue mi culpa.

La señora Na se detuvo y su esposo comenzó a reír, palmeando mi cabeza con cariño acumulado. Al parecer era el único tomándose en serio la situación. Incluso Jaemin había vuelto a su historieta.

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Doyoung llegó un rato después, estaba con el ceño fruncido y se desplomó en la silla del comedor en frente de Yuri, la pequeña había corrido hasta la sala con el cabello igual de mojado que el mío, mostrándome el hueco entre sus dientes al sonreír.

Mermar - NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora