II

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-Jisung... Jisung... - Abrí los ojos lentamente ante aquella voz tan dulce. - Despierta o llegarás tarda a clase.

-Mamá, solo cinco minutos más... - Me giré sobre la cama, hacia la pared, dándole la espalda.

-Preparé tu desayuno favorito. - Volví a abrir los ojos y me giré hacia ella interesado.

-¿En serio?

-Claro. Venga, levanta. - Mamá empezó a toser después de dedicarle una sonrisa a mi inocencia.

-¿Estás bien? - Pregunté preocupado mientas me sentaba en la cama.

-Sí, sí. No te preocupes, cariño. 

- Jisung... Jisung... - Abrí los ojos lentamente ante aquella voz tan dulce. – Despierta o llegarás tarde a clase.

- Mamá, solo cinco minutos más... - Me giré sobre la cama, hacia la pared, dándole la espalda a mi madre.

- Preparé tu desayuno favorito. – Volví a abrir los ojos y me giré hacia ella interesado.

- ¿En serio?

- Claro. Venga, levanta. – Mamá empezó a toser después de dedicarle una sonrisa a mi inocencia.

- ¿Estás bien? – Pregunté preocupado mientas me sentaba en la cama.

- Sí, sí. No te preocupes, cariño. Baja a desayunar. – Volvió a toser, esta vez con más fuerza. Se tapó la boca con la mano y luego la miró. ¿Era sangre?

- Mamá, ¿seguro qué estás bien?

- Sí, hijo. Ves bajando, ahora iré yo. – Se fue corriendo hacia el baño. Seguía tapándose la boca.

Bajé las escaleras preocupado, los nervios me hacían jugar con las mangas de mi pijama. Me senté en la mesa redonda del comedor. Sí, era mi desayuno favorito, pero un nudo en el estómago no me dejó probar bocado. Ahí se quedó, esperando a que alguien se lo comiera.

Cuando mi madre bajó, se sentó frente a mí, y mientras me miraba profundamente a los ojos, me dijo:

- Aún eres pequeño para entenderlo, solo tienes seis años, pero quiero que sepas que yo no estaré siempre. – La miré atentamente mientras le prestaba toda mi atención. – Contigo, quiero decir. – Parecía que no sabía muy bien cómo debía hablarme. – Eres el amo de tu destino, haz lo que quieras en la vida, sin hacer daño a nadie.

- Mamá, me estás asustando. ¿Por qué dices eso? – De repente rompió a llorar, yo no entendía nada.

- Cariño. – Cogió una de mis manos entre las suyas. Entre sollozos y balbuceos, me dijo: – Algún día tendré que irme, y eso me pone muy triste, pero tendrás que aprender a valerte por ti mismo y... como no tenemos mucho dinero, debes aprovecharlo para estudiar, inviértelo bien. Deja que me vaya. De todas formas, yo me acabaré yendo.

- Sí mamá, te prometo que estudiaré, pero... Si es tan triste y tan difícil, ¿por qué no te quedas?

- Eso no... - Se interrumpió con su propia tos. – Eso no será posible, tesoro. – Me miró apenada mientras me acariciaba la cara.

Desperté. El tiempo ha pasado, ya tengo 22 años y estoy terminando mi carrera universitaria. Sigo viviendo en nuestra casa. Mi madre se debate entre la vida y la muerte conectada a una máquina en el hospital. Me gano la vida ejerciendo como "chico de compañía" ...

Todo había cambiado mucho desde mi niñez: mi vida era más dura que cualquier drama de televisión.

El recapacitar sobre todo esto hacía resurgir mi depresión.

Realmente no me apetecía ir a clase, pero debía cumplir la promesa que le hice a mi madre.

Me levanté de la cama, bajé las escaleras lentamente y me senté en la mesa, en la misma silla que cuando era pequeño. El sitio que siempre me había pertenecido.

No podía comer, así que solo esperé en silencio a que fuera la hora de marchar.

La casa era más grande y gris desde que mi madre ingresó en el hospital.

Faltaban solo 20 minutos para que empezaran las clases, así que salí de casa cabizbajo, arrastrando los pies, fui a la misma estación de siempre, me senté en mi banco habitual, el del rincón, allí estaban aquellas dos personas que formaban parte de la decoración, grises, como todo lo que nos rodeaba, en realidad nunca supe que hacían allí, supongo que debían esperar el metro que venía después del mío.

Fighting Against Yourself | HYUNSUNGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora