T R E S

712 63 53
                                    


Deslicé mi bandeja sobre los hierros de metal y examiné cada uno de los platos. No había demasiada variedad, al menos en aspecto. Todos me parecían una gran plasta cubierta por pequeños trozos de jamón. Joder, ni mi primera tortilla de patatas salió con tan mala pinta. Una mueca de asco instantánea se formó en mi rostro y opté por dirigirme directamente hacia la mesa de los postres. Agarré tres flanes, un trozo de pastel de chocolate, un cruasán relleno de crema y una gelatina de fresa. Iba a retirarme cuando, por el rabillo del ojo, distinguí una tableta de chocolate blanco escondida entre dos yogures. Sin pensármelo dos veces, la lancé también sobre mi bandeja.

Prefería morir antes por diabetes que por una intoxicación alimentaria. Al menos moriría feliz, masticando un buen pedazo de chocolate.

Me senté en una de las mesas, en concreto la que quedaba más aislada de todos mis compañeros. Hoy no quería llamar la atención de nadie. Después de mi depresión post-plantón, lo único que me apetecía era inflarme a comer guarradas y mandar a la mierda a cualquiera que se me pusiera por delante. Agarré la capucha de mi sudadera y con un movimiento rápido cubrí mi cabeza y también una gran parte de mi rostro. Metí la cabeza en mi bandeja y empecé a engullir todos y cada uno de los postres como si fuera una bestia hambrienta. Masticaba con tanto entusiasmo que hasta logré llamar la atención de la mesa de al lado. Un chico con gafas se me quedó mirando con la boca entreabierta, sin poder creer que una persona tan pequeña como yo pudiera comer tanto.

Le lancé una mirada asesina y sin dejar de masticar mascullé—: ¿Tengo monos en la cara?

Negó apresuradamente con la cabeza y apartó la vista de inmediato. Después continúo comiendo su Frankfurt con normalidad. Arranqué el envoltorio de la tableta de chocolate y me la llevé a la boca, pero nada más dar el primer mordisco, me acordé de algo.

Frankfurt

Carterconda

Striptease

Mierda

Me puse en pie de un salto y busqué con la mirada la única mesa que hacía esquina en todo el comedor, que era en la que solía sentarse Carter todos los días junto a Nate Bolton —su mejor amigo— y una gran parte del equipo de baloncesto. Mis ojos pasaron por todos y cada uno de los musculados chicos del equipo, excluyendo a Austin que, para mi suerte o mi desgracia, no había venido al instituto. Clavé los ojos en la espalda de Nate y partí el tenedor de plástico por la mitad al ver el reluciente asiento vacío a su lado, donde se supone que debería estar el culo de su mejor amigo.

¿Había faltado expresamente para no cumplir su promesa? No sé ni por qué me sorprendo... ¡Pues claro que se había ausentado por eso! ¡Era obvio! Maldito Carter. De nada servía asegurarme que había cambiado si a la hora de la verdad se escondía como una sucia rata asustada.

Volví a dejarme caer sobre el banco de madera y le pegué un fuerte bocado cargado de ira a mi chocolate. La mesa de Nate estalló en carcajadas y varias cabezas curiosas voltearon en su dirección. Nate estaba explicando uno de sus famosos monólogos sobre animales con dos patatas fritas haciendo de colmillos. A simple vista parecía estar imitando a una morsa, a una muy mal hecha, por cierto. Pero aún así seguía teniendo gracia.

Nate Bolton era lo que viene a ser llamado como 'el payaso de clase'. Ya sabéis, ese tipo de alumno que parecía tener siempre un comentario sarcástico bajo la manga para cualquier situación. Te hacía reír con facilidad y hasta me arriesgaría a decir que parecía un muy buen amigo. Compartía bastantes clases con él e incluso habíamos conversado un par de veces, pero nada más allá de los clásicos 'me aburro', 'tengo calor', 'tengo hambre' y 'me quiero ir a casa' que todos soltamos a quien sea que se nos siente al lado.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora