T R E I N T A Y D O S

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CARTER

Me abroché los botones de la camisa y me miré en el espejo. No me había dado tiempo a peinarme y tenía el pelo exageradamente revuelto. Intenté acomodar algunos mechones con mis dedos, pero no había manera. Volvían a su lugar como si de un muelle se tratase. Suspiré y me eché agua en la cara para refrescarme, me sequé con una toalla y salí del baño con una de mis mejores sonrisas, dispuesto a enfrentar otro triste día rodeado de clientes maleducados y ordenes interminables que harían que me estallase la cabeza.

Mamá llevaba varias semanas insistiéndome en que quizá iba siendo hora de que dejase el trabajo. Que me sobreesforzaba demasiado y que, si seguía así, iba a acabar en el hospital antes de lo esperado. La última vez que estuve ingresado fue hace tres años, y pese a que solamente estuve una semana, no es que tuviera un muy buen recuerdo de aquella época.

No quería volver allí, pero tampoco quería dejar de hacer las únicas actividades que me hacían creer, aunque fuese por unos minutos, que podía ser una persona normal. Como Nate, como Austin, como Alexa, como cualquier puta persona de mi alrededor.

El señor Bolton notó tras la barra que no tenía buena cara, no obstante, prefirió no comentarme nada y pasarme una bandeja.

—La mesa 5 ha pedido tres cafés cortados y una cerveza —me informó.

—¿Cerveza a primera hora de la mañana? —me extrañé, dejando escapar una risa irónica.

—Es Harry. ¿Qué te esperas?

Suspiré. Harry era un tipejo cuarentón lleno de tatuajes que solía liarla muy a menudo, y yo no estaba para tonterías. Una vez a Nate se le olvidó llevarle una cuchara y por poco tira la mesa de una patada. Se puso a gritarle que era un niñato y varias cosas que prefería no recordar. Acabamos llamando a la policía aunque, cuando esta llegó, Harry ya se había marchado.

Agarré la bandeja y preparé con rapidez el pedido. Llevaba tanto tiempo trabajando aquí que ya lo hacía todo de manera automática. Dejé los tres cafés sobre la bandeja y me dirigí a la barra para llenar una jarra de cerveza. Mientras el líquido caía en el recipiente, desvié la mirada hacia la cristalera que daba al exterior. Una pareja desayunaba felizmente en las mesas de la terraza. La chica era rubia y el pelo le llegaba por encima de los hombros. Reía con timidez las gracietas de su acompañante, un chico de pelo corto castaño y ondulado en las puntas. Se le notaba nervioso, tenía la frente empapada de sudor. Le dio un último sorbo a su café y, con los dedos temblorosos, tomó la mano de la chica. Su rostro se enserió y le susurró algo. La chica alzó las cejas y se llevó la mano libre a la boca. Fue entonces cuando el chico hincó una rodilla en el suelo y abrió un pequeño estuche para sacar a relucir un anillo. La rubia no se lo podía creer, comenzó a asentir una y otra vez y se lanzó a sus brazos.

Una leve sonrisa moldeó mis labios, pero cuando recordé que yo nunca tendría algo así, volvieron a formar una fina línea. Los envidiaba. Envidiaba a todas las personas que tenía a mi alrededor. Todos tenían oportunidades, metas, promesas. Yo no tenía nada. Por mucho que me empeñase en estudiar y planificar mi futuro, no sabía si iba a valer la pena. Pero me daba igual, necesitaba mantenerme ocupado, seguir con mi vida sin pensar en lo que vendría después. Si yo estaría o no aquí. No podía pensar en ello. Ahora estaba vivo, y eso era lo importante. Mientras lo estuviese tenía que luchar.

—¡Hey! ¿qué haces?

El señor Bolton apareció a mi lado y cerró el grifo de cerveza. La jarra se me había rebosado y tenía la mano empapada de cerveza. Ni siquiera sabía cuánta había desperdiciado.

—Lo siento, estaba...

—En las nubes, como siempre —me interrumpió, bufando—. ¿Qué coño te pasa, Carter? Llevas semanas en las que te distraes hasta con una puta piedra. ¿Es por esa chica? ¿Rosa?

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora