V E I N T I C U A T R O

388 43 80
                                    

—¿Qué quieres hacer cuando acabe este año?

Sabía que esa pregunta no venía a cuento, pero necesitaba romper de una vez el maldito silencio que se había instalando entre nosotros desde que extendimos la toalla sobre el suelo y nos sentamos sobre esta, el uno al lado de otro, con los brazos casi rozando.

—¿Quieres saber qué quiero ser de mayor? —rectificó mi pregunta, elaborándola de una manera más infantil. Pero sí, eso era exactamente a lo que me refería.

—Sí.

Sonrió.

—Quiero ser bailarín de Operación Triunfo —desveló.

Lo dijo tan convencido que no supe si reír, darle ánimos o quedarme con cara de póker hasta que decidiera hacer o decir algo para salvar la situación.

Opté por quedarme callada e intentar formar una sonrisa que acabó pareciéndose más a una extraña mueca.

—Oh —musité, al ver que no decía nada—. Pues... espero que lo consigas. Bailar bastante bien, seguro que llegas lejos y...

—¡Es coña! —me interrumpió, partiéndose de risa—. Quería ver qué contestabas, lo siento. Iba a fingir un ratito más asegurándote que había mandado solicitudes y todo, pero he visto tu cara de agobio y me has dado mucha pena. Me he visto obligado a abortar misión. Pero oye, me alegra saber que, en un universo alternativo, uno en el que quisiera ser bailarín de OT, me darías todo tu apoyo. Ha sido muy bonito por tu parte.

—Eres un cabrón.

—Puede —admitió, encogiéndose de hombros—, pero te he hecho sonreír. Por lo que eso me convierte en un cabrón muy listo.

—Pero un cabrón al fin y al cabo —recalqué.

Rió y se pasó una mano por la nuca, revolviendo los cortos mechones que caían sobre esta.

—¿Por qué siempre que te digo algo bonito la cagas?

—Porque no sé qué responderte —admití nerviosa, con los ojos clavados en la toalla bajo nuestros pies.

—¿Gracias? —aconsejó, sin dejar de sonreír.

Agarré todo el aire que me cupo en los pulmones y le miré directamente a los ojos. El marrón de su iris me agito todavía más el corazón.

—Gracias.

—¿Ves? Así está mejor —me felicitó, como si fuera una niña pequeña—. No entiendo por qué te cuesta tanto relajarte conmigo. Creo que ya tenemos confianza de sobras, Rachel. Además, a veces hay que decir las cosas sin pensar, a la aventura. —Hizo una pausa—. Como has hecho esta mañana en mi habitación.

Se aseguró de clavar bien sus ojos en los míos, así como yo había hecho anteriormente, solo que desbordando el triple de la seguridad que había intentado aparentar yo. Me mordí el interior de la mejilla, luchando por no desviar la mirada y quedar como una completa estúpida, otra vez. 

—Entonces... ¿Qué es lo que de verdad quieres ser de mayor? —retomé el tema anterior, pues no me sentía preparada para hablar sobre lo que había pasado en su habitación, o quizá sí, pero ese era un tema que no debía hablarse con palabras.

Y todavía no era el momento.

—¿Cómo me imaginas? —preguntó curioso, en vez de refunfuñar por mi drástico cambio de tema.

—Mmm... déjame pensar —le pedí, colocando una mano sobre mi barbilla, aunque en realidad no me hacía falta meditar nada. Tenía muy claro que pensaba tomarle el pelo—. Eres una persona muy positiva. Ese es un talento con el que poca gente tiene el placer de nacer. Te imagino trabajando como escritor profesional de galletas de la fortuna o algo parecido. Le alegrarías la vida a la gente a base de gilipolleces. Es un buen puesto.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora