V E I N T I S I E T E

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No podía dejar de pensar en el beso.

De camino a mi camarote las imágenes se reproducían dentro de mi cabeza una y otra vez, como si de un vídeo en repeet se tratase. Estaba feliz, mucho. Hacía tiempo que no me sentía así de bien. Carter me había dejado sin palabras, y eso era difícil porque siempre tenía respuestas para cualquier cosa que soltase, aunque no fueran tan carismáticas como las suyas.

Cuando le conocí, pensé que era un capullo. Y es que, ¿quién no habría pensado así de él? Me dejó en ridículo delante de cientos de personas cuando solo éramos unos niños. No tenía perdón de Dios.

O al menos eso pensaba.

En un principio, creí que la confesión de Nate había sido el detonante que me permitió cambiar mi opinión sobre Carter. Sin embargo, ahora que echaba la mirada hacia atrás, me había dado cuenta de que había empezado a cambiar mucho antes de saber que todo formaba parte de un plan. Si tuviese que elegir un momento exacto, diría que fue el día que se presentó en el instituto con aquel mono de látex que —según él— le apretaba los huevos. Desde aquel día, algo empezó a revolverse dentro de mí. Mi voz interior me decía que no podía ser un mal chico, que cualquiera no habría hecho aquello solo por complacerme, no obstante, cada vez que recordaba el dolor y la humillación que sentí encima de aquel escenario, todos mis intentos por darle una segunda oportunidad se iban a pique.

Me alegraba de que las cosas hubiesen cambiado.

Carter era un chico maravilloso —o al menos eso pensaba por el momento—, y estaba muy orgullosa de la conexión que habíamos formado. Tener el valor de besarle me había otorgado una seguridad en mí misma brillante. La adrenalina corría por mis venas y mis mejillas dolían de tanto sonreír. Me sentía capaz de todo. Bueno, de todo menos de admitir que yo también estaba enamorada de él.

Porque no le había respondido cuando él lo hizo.

Es cierto que le besé, y eso debería haber aclarado su duda. Pero él se merecía más, mucho más. Quería que lo escuchase salir de mi boca. Quería ver la cara que se le quedaría cuando se lo soltase, así sin más, porque era como pensaba hacerlo.

¿Sonreiría? ¿Se reiría de mí? ¿Me volvería a besar?

Teniendo en cuenta lo que le gustaba meterse conmigo, probablemente haría las tres cosas.

Estaba a punto de doblar la esquina para adentrarme en el pasillo que conducía a mi camarote cuando unas voces familiares me pusieron alerta. Solo por si las moscas, decidí asomar un poquito la cabeza.

Nate estaba apoyado en la puerta de nuestro camarote, de brazos cruzados. En frente suyo estaba Austin, mordiéndose el labio con tanta fuerza que por un momento temí que fuera a desgarrárselo.

Era una conversación privada. Mierda. Y yo ahí asomada, como una vieja jubilada. Pero, ¿qué iba a hacer? También era mi camarote.

—Seguro que tienes fiebre, ¿te has tomado la temperatura? —escuché preguntar a Nate, y a pesar de que sus palabras rebosasen preocupación, el enfado era lo que más presencia hacía en ellas.

—Que no tengo fiebre, estoy bien —le aseguró Austin. Por lo poco que pude escuchar, parecía jodidamente nervioso—. Solo... quería salir de la sala y ya está. Además, como ya te dije antes hay algo de lo que quiero hablarte.

Ay Dios ay Dios ay Dios...

—Ya, dime ¿Ha pasado algo?

Nate descruzó sus brazos y su expresión se endureció. Esa reacción solo provocó que los nervios de Austin aumentasen. Era la única que desde el ángulo en el que me encontraba podía ver como se clavaba las uñas en las palmas de sus manos.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora