Q U I N C E

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Un incómodo nudo se formó en mi garganta, dificultándome un poco la respiración. No sabía porqué había muerto esa chica. Era consciente de ello. Pero que mi hermano hubiese tenido contacto con ella y que tiempo después estuviese muerta me inquietaba demasiado. No insinuaba que él tuviese algo que ver con su muerte ni mucho menos. Brett era un desgraciado, pero no un asesino, o al menos eso quería pensar. Además, él la quería. A pesar de que no nos la llegase a presentar y la viéramos muy de vez en cuando, se notaba. Brett nunca pasaba demasiado tiempo con la misma gente. Sus amigos eran personas distintas cada semana. Sin embargo, ella siempre estuvo ahí.

Confiaba en ella, diría que incluso más que en su propia familia.

—Rachel... —escuché susurrar a mi hermano, tirándome de la camiseta por detrás.

—Ahora no, Tommy.

—Mira...

Su voz salió débil y temblorosa, y ese fue motivo suficiente para que diera media vuelta. Un pastor alemán gigantesco nos acechaba al final del pasillo, gruñía y se iba aproximando a nosotros muy poco a poco.

Tragué saliva. Mierda.

—Detrás de mí —ordené a Tom. Él obedeció de inmediato. Clavé mis ojos en el perro del demonio y forcé una de mis mejores sonrisas, aunque tenía tanto miedo que acabó pareciéndose más a una mueca—. Tranquilo, guapo. Solo estábamos buscando un baño. Ya nos vamos...

—¿Por qué le das explicaciones? No nos entiende —me interrumpió mi hermano.

—¿Se te ocurre alguna idea mejor? —mascullé—. Si quieres puedes ponerte delante y probar tú.

Tom negó repetidas veces con la cabeza y volvió a aferrarse a mi espalda. El perro seguía avanzando, cada vez parecía más enfadado. Apreté los labios y me pegué a una de las paredes, con la intención de salir de allí esquivándolo, pero teniendo en cuenta que ocupaba prácticamente todo el pasillo a lo ancho, no lo veía muy factible. Aun así, me vi forzada a intentarlo. Tampoco tenía muchas más opciones.

Agarré todo el aire que pude y empecé a avanzar lenta y cuidadosamente. El perro frenó en seco al ver que nos movíamos, pero no dejó de gruñir en ningún momento. Casi habíamos logrado avanzar medio metro cuando mi codo golpeo una de las puertas sin querer, provocando un ruido seco y corto que no pareció la gran cosa pero que, al parecer, para el perro sí que fue demasiado. El bicho nos encaró y se puso a ladrar como un loco. Tom y yo gritamos a la vez, como si nos fuera la puta vida en ello. En ese momento pensé que iba a morir, pero fue entonces cuando Carter entró por la puerta y corrió hasta alcanzar el collar del perro. Le acarició la cabeza con delicadeza y le susurró ''Tranquila'' en el oído varias veces.

—Son amigos, no comida —le susurró también, dedicándonos una sonrisa juguetona, pero que a mí no me hacía ni pizca de gracia. Estaba temblando como un puto flan. Los gruñidos de la perra se fueron debilitando hasta que finalmente desaparecieron y, de pronto, parecía una totalmente distinta. Se ponía boca arriba para que Carter le acariciase la tripa y se lanzaba sobre él llenándole el rostro de lametones. Había pasado de parecer un jodido demonio a un ángel caído del cielo. Increíble.

—Acercaros, Jess no hace nada —nos invitó Carter—. Solo se ha puesto nerviosa, es normal. Cualquiera lo haría si entran desconocidos en casa, ¿no?

No lo dijo con reproche, pero aun así me sentí mal. No debíamos haber entrado en su casa sin permiso. Su perra —que por lo visto se llamaba Jess— podría habernos hecho mucho daño, o incluso yo a ella si hubiese intentado atacarnos.

Carter estiró su brazo hacia nosotros e hizo un gesto para que nos acercásemos. Después de pensárnoslo mucho, terminamos cediendo. Carter tomó la mano de mi hermano con cuidado y la posó sobre la cabeza de Jess, la perra cerró los ojos y Tom empezó a acariciarla con miedo, pero al ver que no hacía nada, se relajó y hasta sonrió un poco. Jess terminó propinándole algún que otro lamentón en el dorso de la mano. A Tom eso pareció hacerle bastante gracia y me miró emocionado.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora