S E I S

546 53 52
                                    


No tenía ni idea de a dónde íbamos.

Hacía ya un buen rato que Carter había dejado Crossville atrás y se había adentrado en un espeluznante bosque plagado de árboles de aproximadamente unos cuatro metros de altura, y yo ya estaba empezando a acojonarme un poquito. No me gustaba demasiado la oscuridad, y ese sitio estaba oscuro a más no poder. La única visión clara que tenía era gracias a los focos delanteros del coche de Carter, y tampoco es que iluminasen demasiado aparte del caminito de tierra que estábamos atravesando.

Era la típica escena mala de película de terror en la que no sale vivo ni el loro. Llegado a ese punto, no me hubiese sorprendido que apareciera Slenderman entre las sombras y acabase con nosotros, así, sin más.

Morir al lado de Carter Price. Eso sí que sería un final cómico para mi triste vida.

—¿Lo de comportarte como un buen chico todos estos días ha sido una tapadera para ganarte mi confianza y así poder asesinarme y esconder el cadáver? —le piqué, con el único fin de sacarle conversación y así olvidarme un poquito del miedo que estaba pasando. Carter rió a mi lado, ajustando el espejito del parabrisas con una mano.

—El caso es pensar siempre lo peor de mí —comentó por lo bajo, más para si mismo.

A diferencia de mí, él parecía bastante relajado. Los mechones castaños que caían sobre su frente bailaban un poco a causa del suave viento que entraba por su ventanilla. Una canción bastante famosa pero de la cual desconocía el nombre sonaba bajito en la radio y Carter seguía el ritmo tamblorileando su dedo índice sobre el volante.

—Estoy subida en tu coche sin tener ni puñetera idea de a dónde vamos, y hace como un cuarto de hora que hemos dejado Crossville atrás —recapitulé los hechos—. Llámame loca, si quieres. Pero esto es sospechoso a más no poder.

—Confía en mí, ya no debemos estar lejos —contestó, y giró en una curva. Los gigantescos árboles desaparecieron y fueron sustituidos por unas altas vayas de hierro que nos guiarían hacia vete tú a saber dónde.

—Demasiado estoy confiando en ti, Carter —mascullé, y por un segundo me planteé la posibilidad de bajar del coche ahí mismo y pegarme una carrera hasta casa—. Ya es la segunda vez que me subo a tu coche, y eso que te detesto con toda mi alma.

Carter volvió a reír.

—Si me detestases tanto como dices, no habrías permitido que hubiese ni una primera vez, Rachel Jane —justificó, con una sonrisilla canalla dibujada en sus odiosos labios.

Me quedé callada. No porque tuviera razón, bueno, aunque quizá también un poco, sino porque acabábamos de dejar atrás un reluciente cartel en letras rojas de 'prohibido el paso'. Y Carter no tenía la más mínima intención de dar media vuelta.

—Para el coche ahora mismo —le ordené muy seria—. Para el coche o te juro que me tiro de cabeza como un higo maduro —amenacé, pero el muy idiota continuó ignorándome, aunque pude distinguir claramente como apretaba los labios en un intento por aguantar la risa—. ¿Eres tonto o qué te pasa? ¡Que pares el puto coche!

Sin pensármelo dos veces, colé mi pie entre los suyos con la idea de pisar el freno. Pero Carter fue más rápido y me agarró con firmeza del muslo, impidiéndome lograr mi objetivo. Un escalofrío sacudió todo mi cuerpo ante ese repentino contacto físico.

—¿Pero qué coño haces? —escupió molesto, y devolví mi pierna a su lugar lo más rápido que pude, como si su roce me hubiese quemado la piel—. Vas a hacer que nos estrellemos.

—¡Pues para el puto coche, joder! —le grité—. ¿Acaso no has visto el cartel? Ponía claramente 'prohibido el paso'. Eso significa que no está permitido entrar en dicho sitio. Se aprende en segundo de primaria.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora