V E I N T I T R E S

385 41 93
                                    

La escasa media hora que duró el trayecto en autobús, me la pasé encogida en mi asiento con los dos auriculares puestos. No quería que nadie me hablase, y mucho menos se sentase a mi lado. Me había encargado expresamente de colocar mi mochila sobre el asiento vecino en una posición en concreto para que ocupase gran parte de este. El revoltijo de sentimiento que habitaban en mi estómago eran confusos. Por una parte estaba avergonzada por lo que había (casi) pasado con Carter, y tenía curiosidad por si en algún momento, quizá en un futuro, se nos volvería a presentar semejante situación. Por otro lado, también me sentía disgustada. La conversación con Austin me había dejado una sensación de amargor en el fondo de la boca. 

Quería ayudarlo, pero no sabía cómo.

Lo primero que se me ocurrió fue hablar con su padre directamente, pero enseguida descarté esa posibilidad al caer en que no lo conocía. Solo lo había visto un par de veces de refilón en las reuniones de padres en el instituto y parecía tener muy mala leche. Además, tampoco había nada que pudiera decirle que le hiciese cambiar de opinión. Ni siquiera comprendía a su hijo, ¿cómo iba a comprenderme a mí?

Tras estrujarme mucho la cabeza, opté por dejar el tema, al menos por el momento. Cuando volviésemos a Crossville tendría tiempo para pensar en un plan. Uno que, esperaba, que consiguiese que Austin se quedase.

—¡Esto está lleno de mosquitos! ¡Qué asco!

Escuchar las quejas de mi prima me hizo sonreír. Estábamos caminando en fila por en medio de cientos de árboles enormes que parecían no terminar nunca. Según Marta (alias la profesora imbécil) no debía quedar demasiado para ver las cascadas del río Dunn. Aunque no tenía muy claro si mi prima llegaría viva a nuestro destino. La pobre tenía un poco de pánico a los bichos, sobretodo los que picaban. En parte me causaba gracia su reacción cuando se le aproximaba alguno, pero por otra sentía un poco de pena. Kim no debía pasarlo demasiado bien.

—¡Míralo! —señaló el aire—. ¡Mira qué pedazo de mosquito! Joder, parece un helicóptero.

—No seas exagerada —la regañé—. Tiene el tamaño de cualquier mosquito normal.

—¡¿Normal?! —se alarmó, frenando en seco. Algunos de nuestros compañeros chocaron con su espalda, pero Kim no se movió ni un centímetro, por lo que tuvieron que rodearla de mala gana—. Prima, ese mosquito es de todo menos normal. Y no voy a quedarme aquí como una idiota esperando a que me pique y me transmita alguna enfermedad. Me voy delante con los profesores.

—Ni que ellos te fueran a proteger de los mosquitos.

—Quizá no, pero ahí tendrán más carne que picar antes que la mía.

Me guiñó un ojo a modo de despedida y se adelantó abriéndose paso entre la gente. Por mi parte, continué caminando a mi ritmo. Pero la tranquilidad no me duró demasiado, porque en cuanto me quise dar cuenta, Danna me había rodeado el brazo con el suyo, poniéndome la pantalla de su móvil prácticamente en la cara. Estaba haciendo un directo en Instagram.

—¡Mirad con quién estoooooy! —gritó, con un timbre de voz excesivamente agudo y molesto—. Cuéntanos, Rachel, ¿qué es lo primero que harás cuando lleguemos a las cascadas?

—Subir a la punta más alta y lanzarte al vacío —fue lo que contesté, para meterme un poco con ella. Danna se llevó una mano a la boca, pretendiendo estar ofendida, aunque sabía que estaba exagerando su reacción.

—¡Pero mira que eres desagradable! No le hagáis caso chicos, ha tenido unos días un poco... complicados. Aunque en el buen sentido, claro. No sé si me entendéis...

Finalizó propinándome un codazo, solo para darle más morbo a su insinuación. Sus suscriptores se volvieron locos (como era de esperar) y empezaron a enviar cientos de preguntas sobre el tema. Los comentarios subían tan rápido que no pude leer ni uno entero, pero sí distinguí un nombre en casi todos ellos.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora