T R E I N T A

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—¡Carter, mira lo que hemos encontrado!

Sam y Alex soltaron la correa de Jess sin ningún cuidado y corrieron hacia nosotros con algo entre sus manos que, a primera vista, parecía una simple piedra. No fue hasta que se plantaron a nuestro lado que me percaté de que en realidad era una pequeña tortuga de agua. El bichito se removía y no paraba de abrir y cerrar la boca con los ojos entornados. 

—¿De dónde la habéis sacado? —demandó Carter, quitándoles el exótico animal de entre sus pequeñas manos con sumo cuidado.

—Estaba tirada boca arriba en mitad de la calle —explicó Alex—. Jess casi se la come, así que podría decirse que le hemos salvado la vida y que, por lo tanto, nos pertenece.

Los gemelos agrandaron su brillante sonrisa, en un intento por convencer a su hermano mayor y de esa manera quedarse el animal. Sin embargo, Carter no tardó ni dos segundos en negar rotundamente con la cabeza, rompiendo sus ilusiones en mil pedazos.

—Esta tortuga no ha aparecido en medio de la calle por arte de magia. Es un animal exótico. Seguro que se le ha escapado a algún vecino —dedujo, examinando cada pequeño rincón de la tortugita para asegurarse de que no tuviera ningún rasguño.

—Bueno, pues que la hubiesen cuidado mejor. Ahora es nuestra —declaró Sam, cruzándose de brazos.

—Ni de coña —volvió a negarse Carter—. Ahora mismo vais a ir a dejarla dónde la encontrasteis. Los dueños deben de estar locos buscándola.

—¡Pero queremos quedárnosla! —insistió Sam.

Carter suspiró y dejó a la tortuga sobre la isla de la cocina. El animal levantó la cabeza y empezó a examinar su alrededor con curiosidad.

—¿Cómo te sentirías si algún día se nos perdiera Jess y un desconocido, en vez de devolvérnosla, decidiera quedársela?

Sam y Alex intercambiaron una mirada cargada de terror y sus sonrisillas ilusionadas se desvanecieron.

—Vale, la devolveremos —prometió Alex por los dos. Sam refunfuñó por lo bajo, mas no dijo nada—. Pero lo haremos mañana. Ya está anocheciendo y mamá dice que es peligroso estar fuera a estas horas.

Carter suspiró con más fuerza y me miró, esperando algún tipo de apoyo por mi parte.

—A mí no me mires. Yo no vivo aquí —aclaré, alzando ambas manos.

—No seas cabrona. Échame un cable, anda —pidió, esbozando una media sonrisilla.

Alex y Sam posaron sus redondos ojos en mí, procurando formar la expresión más lastimera que había visto en la vida. Querían ablandarme, y por suerte para ellos, esa era una misión muy fácil. El conjunto de sus ojitos brillantes, las pequitas en sus narices y los labios apretados aguantando el llanto lograron debilitarme.

—¿Queréis saber qué haría yo en vuestro lugar? —les pregunté, a lo que ellos asintieron con entusiasmo—. Bueno, lamento deciros que, al menos en parte, vuestro hermano mayor tiene razón. Este bichito es exótico y muy posiblemente tendrá familia que lo estará buscando. No os lo podéis quedar. Sería egoísta. —Agacharon la cabeza disgustados. Fue entonces cuando añadí—: Pero por otro lado, también sería muy peligroso que salierais a estas horas. Si vuestros padres se enterasen de que os ha pasado algo malo por salir a devolver una tortuga, seguro que Carter lo pagaría muy caro.

Eché un ojo a Carter, el cual se removió en el lugar al caer en que la situación podía volverse en su contra. Finalmente, se rascó la nuca con una mano y asumió que lo único que podía hacer era rendirse.

—Está bien... Pasará la noche en casa. —Antes de que los gemelos se pusieran a dar saltitos de felicidad, volvió a hablar—. Pero mañana a primera hora iréis a dejarla donde estaba, ¿entendido? —ordenó, señalándolos con el dedo muy serio. Su reacción me causó mucha ternura. Ni de coña me creía que Carter era siempre así con ellos. Le costaba demasiado ponerse duro con sus hermanos pequeños.

The real youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora