Capitulo 11

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Alfred había llegado al hotel hacía unos minutos con su tío que estaba atendiendo una llamada de teléfono. Mientras esperaba que terminase y llegase la hora de la reunión con Manuel, decidió esperarlo en el hall. Cuando cruzó la zona de recepción, la música proveniente del piano llegó hasta sus oídos, y cual fue su sorpresa al descubrir que era Amaia la que estaba haciendo sonar el instrumento. Sin querer molestarla para darse el gusto de poder disfrutar de la visión que le estaba regalando, además de su música, se sentó a esperar a que terminara, o a que su tío lo fuera a buscar.

Mientras escuchaba la melodía que estaba interpretando, recordaba el mensaje que había recibido minutos antes de ella. El mensaje era Amaia en todo su esplendor, la misma que había conocido hacía tantos años en la academia. Pensar en la ilusión que le había hecho recibir esa respuesta de parte de ella, le hizo sonreír, pues aunque era un simple mensaje de texto, por lo menos le había respondido. Estaba perdido en sus pensamientos cuando notó que la música cesaba, miró hacia el piano, y vio como se levantaba de la butaca. Alfred iba a levantarse para saludarla, cuando la vio correr a los brazos de un joven que había comenzado a aplaudirla al finalizar la obra, dejándolo completamente bloqueado en el sitio. El joven era un poco más alto que Alfred, con el pelo rubio, barba de un par de días perfectamente arreglada que perfilaba su rostro, y por la forma en que se le marcaba la camiseta a los brazos, parecía aficionado al gimnasio, como diría Amaia, podía ser la escultura de un dios griego. Alfred no era capaz de procesar lo que sus ojos estaban viendo en ese instante, pues Amaia no sólo se había lanzado a los brazos de ese joven, sino que éste la había acogido en ellos como el bien más preciado, apretándola fuertemente contra su pecho mientras daban vueltas haciendo que los pies de ella se elevaran del suelo. Cuando dejaron de dar vueltas, ninguno de los dos se separó, parecía un abrazo eterno como los que se solían dar ellos. Tras unos segundos, que para Alfred fueron eternos en los que parecía que estaban fusionando sus cuerpos, tanto Amaia como el joven se separaron un poco, lo justo para que alcanzara a ver como él le daba un beso en el cuello haciéndola reír, y que ella le respondía con un beso en la mejilla. Y así sin separarse, todavía abrazados, a centímetros de distancia el uno del otro, Alfred alcanzó a escuchar.

- ¡¿Cómo está mi princesa, mi estrella favorita?! La que más brilla en todo el firmamento, la que ilumina toda mi vida con su sonrisa, la que me guía cuando estoy perdido – le preguntó el joven mientras la acercaba, estrechándola entre sus brazos por la cintura.

- Ay... Dani... No me puedo creer que estés aquí – le dijo Amaia emocionada mientras se aguantaba la risa ante las palabras que le acababa de dedicar.

- Lo que sea por ti – le respondió Dani mientras apoyaba su frente en la de ella.

- Ven, vamos... mira dónde estamos - le dijo una vergonzosa Amaia mirando hacia un lado para indicarle que estaban siendo el centro de atención de todos los huéspedes. Le cogió de la mano mientras salían del hall, provocando la risa de Dani al ver la cara que ponía, recibiendo a cambio un pequeño puñetazo de Amaia en el hombro.

- ¡Ey! ¡Alfred! Aquí estas, no te había visto, ¿por qué tan escondido? ¿No era esa Amaia? – le preguntó su tío al ver que Alfred salía de detrás de una de las columnas del hall, señalándole la pareja que desaparecía tras una de las puertas del fondo.

- Sí, sí era ella – le respondió secamente Alfred.

- ¡Qué lastima! Me hubiera gustado felicitarla por lo bien que fue el concierto, ayer al final no pudimos hablar. Bueno... en otro momento será.

- Sí, tío, mejor en otro momento porque creo que ahora está muy ocupada con otra persona, y no creo que quieran que los interrumpas – soltó agriamente Alfred.

La magia de la melodía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora