Capitulo 34.1

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Abriendo un ojo, Alfred consiguió ver la hora que marcaba el reloj de su mesilla de noche. La luz del sol ya iluminaba toda la habitación. Girándose sobre la espalda cogió el móvil que había dejado junto a la cama la noche anterior. Así, no era como se había imaginado despertarse el domingo, sólo y en su habitación. Creía que hoy se despertaría junto a Amaia, que desayunarían juntos y aprovecharían para pasar el domingo juntos. Sin embargo, la realidad distaba mucho de esa imagen, al igual que lo había sido la noche anterior. Él había esperado disfrutar del estreno de teatro junto a ella, y luego acompañarla a casa, y que tras una serie de besos y caricias terminasen juntos en el dormitorio. Mirando la pantalla, comprobó que no tenía ningún mensaje nuevo, y que por tanto Amaia tampoco le había respondido en el chat. Cerrando los ojos, Alfred dejó que sus pensamientos ocuparan su mente repasando la noche anterior. En un instante Amaia había cambiado. Perdió el brillo en sus ojos y la luz en su sonrisa. Si bien la había observado disfrutando de la obra de teatro, también la vio pendiente de su móvil, escribiendo constantes mensajes en un chat, algo nada propio de ella, que acostumbra a respetar y a disfrutar las artes escénicas al ciento por ciento, molestándole incluso que la gente ande con el móvil cuando va al cine, con mayor razón en un teatro.

Ya a media tarde, y sin haber tenido noticias de Amaia, pues la había llamado y no le había cogido el teléfono, Alfred decidió ir a su casa. Al llegar, y después de esperar unos minutos, fue Javier quien le abrió la puerta.

— ¿Alfred? — lo saludó Javier, mientas lo invitaba a entrar — no sabía que ibas a venir.

— Ya... hola... es que Amaia no me responde al móvil... y quería saber como estaba — contestó Alfred mientras iba junto a Javier hasta la sala de estar — ¿esta bien? Me refiero... ¿esta mejor? Es que después de ayer... no sé... estaba medio rara...— continuó mientras buscaba a su alrededor algún sonido o señal de ella en la cercanía.

— Mmm... sí... Amaia esta bien... ¿quieres algo de tomar? ¿un café? — respondió Javier evitando dar muchas explicaciones.

— ¿Javier? — preguntó extrañado Alfred sintiendo que éste no le estaba siendo del todo sincero — ¿cómo esta Amaia?

— Eres difícil de convencer, ¿no?

— Cuando se trata de ella, un poco — afirmó sinceramente Alfred que empezaba a sentir cierto anhelo por verla. Él percibía que algo no estaba bien, y necesitaba ver con sus propios ojos a Amaia. — ¿dónde esta? ¿esta arriba? — preguntó acercándose hasta las escaleras pero desde las que no se oía ningún ruido.

— No, no esta arriba — Alfred miró con intriga a Javier, queriendo saber dónde estaba, y alzando un poco las cejas a modo de pregunta, éste continuo dándose por vencido en la guerra silenciosa que mantenía con Alfred en ese instante — esta en el jardín pero...— antes de terminar la frase Alfred ya había desaparecido como un rayo en dirección a la puerta que comunicaba el interior de la casa con un pequeño jardín en la parte de atrás de la casa de Amaia —...no quiere que nadie la moleste — concluyó Javier ya más para sí mismo que para nadie más.


Alfred abrió la puerta que daba acceso al jardín con la esperanza de encontrarse a Amaia. Sin embargo, lo primero que vieron sus ojos y que escuchó, fue la espalda de un hombre que enseguida reconoció, y la voz dura de Amaia hablando con él. Sin querer interrumpirlos pues parecían estar hablando sobre algo importante, volvió hacia la puerta dejándolos a los dos en el jardín, pero sin fuerzas de irse completamente, permaneció dónde no podían verlo prestando atención al intercambio de palabras entre ambos.

— ¿Desde cuándo lo sabias?

— Desde hace unas semanas...

— ¿Unas semanas? — preguntó incrédula Amaia mirando al que ella consideraba alguien mucho más que un amigo — ¿y no me lo dijiste? ¿cómo sabiéndolo no me lo dijiste? Tú mejor que nadie sabes muy bien... que no... yo no puedo...

La magia de la melodía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora