Capitulo 22

4.1K 211 92
                                    


Amaia bajaba en el ascensor pensando qué hacer, si regresar a su casa, dónde los recuerdos de Alfred todavía estaban muy frescos; o por el contrario, ir un rato al estudio para tocar relajadamente el piano o simplemente jugar con los instrumentos que tenían, y ver qué melodías podían salir de una tarde-noche de improvisación.


Con la decisión tomada, se subió a un taxi y le indicó la dirección de dónde quería ir para que la llevara. Quince minutos más tarde, se bajaba del coche, y se dirigía andando hacía el interior del edificio. Como siempre, lo primero que hizo fue acercarse hasta la recepción para saludar a Carlos. Mientras esperaba a que éste terminara de hablar por teléfono, sintió como alguien se apoyaba en el mostrador junto a ella.

- ¡Amaia! Vaya sorpresa... no esperaba verte otra vez hoy... el día mejora hora a hora... - dijo Alfred que se había acercado sigilosamente al verla entrar por la puerta.

- ¡Alfred! – respondió una sorprendida y nerviosa Amaia al verlo. No tenía que estar allí, no había quedado con él, tenía la tarde libre, de eso estaba completamente segura. Había entrado al edificio y en su mente juraba que no había visto a nadie. ¿Qué hacía allí Alfred? ¿Y qué le diría ella si le preguntaba que hacía ella allí? Las dudas y preguntas asaltaron a Amaia inquietándola aun más, y poniéndola muy nerviosa. Respirando profundamente, se recompuso un poco del susto inicial y con la mayor tranquilidad que pudo encontrar, preguntó - ¿Qué haces aquí?

- Eso mismo te iba a preguntar yo... ¿qué haces aquí, Amaia? – preguntó admirando la luz que desprendía, se notaba que debía de venir de alguna reunión o algún evento, porque iba más arreglada de lo que acostumbraba a vestir en su día a día.

- Yo...

- ¡Ah... claro... que tonto soy! Supongo que habrás venido al estudio de música, ¿no?

- Sí... exactamente... por eso venía... - dejó salir el aire Amaia. Sin quererlo, Alfred le había dado la oportunidad de salir del apuro, y además prácticamente sin mentirle, porque era cierto que iba al estudio, aunque no de la forma en qué posiblemente él pensaba. Intentando desviar la atención de ella, Amaia se apoyo en el mostrador, lo miró y le preguntó - ¿y tú? No me has dicho que haces aquí...

- Bueno... estoy esperando... - contestó Alfred rascándose la nuca.

- ¿Esperando? ¿a qué o a quién? – miró a su alrededor Amaia formulando la pregunta, sorprendiéndose al ver la guitarra de Alfred apoyada en uno de los laterales de la entrada.

- Esperando a que me dejen subir...

- ¿Qué te dejen subir? – preguntó Amaia disimuladamente cómo si no entendiera a qué se refería.

- Sí... claro... ¿no lo sabes? – empezó Alfred a explicarle – para poder subir al estudio tienen que autorizarte... pero supongo que a ti te habrán citado, y no tendrás ningún problema. Solo tienes que dar tu nombre y listo.

- ¡Ah... vale! Gracias – aceptó Amaia la explicación que le había dado Alfred de un sistema que conocía a la perfección, girándose para hablar con Carlos al que veía que había colgado el teléfono. Esperó a que Alfred se fuera, pero esa no parecía su intención, pues no se había movido un ápice. Volviendo la mirada hacia él, comentó – y si es así de sencillo, ¿qué haces aquí abajo? Dale tu nombre al señor, y listo.

- No... no es tan fácil... - medio bufó Alfred molesto - ...yo no tengo cita, aunque necesito hablar con la mujer que dirige el estudio, y él... - señalando con la cabeza a Carlos - ... ni me deja subir, ni llama por teléfono como otras veces para que me autoricen. Por eso sigo aquí, esperando que se descuide para poder colarme, que baje alguien y me pueda escabullir al ascensor o que lo consiga convencer para que llame.

La magia de la melodía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora