Capitulo 34.2

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Alfred había estado ignorando su teléfono móvil deliberadamente desde el domingo, cuando a altas horas de la noche había recibido el mensaje de Amaia pidiéndole que hablaran. Y había querido contestarle, pero siempre que comenzaba a escribirle, la imagen de ella abrazada a Dani y la confianza que bailaba entre ellos se aparecía ante sus ojos, trayendo consigo una nueva oleada de celos. Había hablado con Roi, pero su amigo no había sido de gran ayuda, en parte porque no consideraba que su enfado fuese justificado y porque se había puesto del lado de Amaia. Así que, su único entretenimiento para despejar la mente durante los días siguientes había sido la guitarra, el teclado que había instalado en su casa, y el anhelo porque llegara la cita que con tantas ganas había esperado.

El día de la cita por fin había llegado, y Alfred se paseaba ansioso por el vestíbulo del edificio esperando a que le dieran permiso para subir, cuando una señal del portero, le aviso que tenía el camino despejado. El ascensor lo llevó hasta aquella entrada que conocía tan bien. Lo primero que escuchó cuando llegó al hall fue el sonido de unos violines. Era extraño para él. Era la primera vez que no sonaba un piano en aquella estancia. Con paso seguro pero deprisa, fruto del ansia que le carcomía por dentro, Alfred enfiló el camino hasta la sala de mezclas, dónde encontró a Manu.

— ¡Ey! ¡¿Ya estas aquí?! — Manú levantó una mano para saludarlo, mientras con la otra detenía un segundo la reproducción. Les habían avisado que Alfred subía pero no lo habían escuchado llegar.

— Hola Manu... ¡qué de tiempo! — lo saludó de regreso Alfred mientras su mirada se perdía ante el cristal esperando que alguna palabra viniera de aquel espacio, pero lo único que recibió fue silencio, por lo que fue él quien tomo la iniciativa — ¡¿ey?! Hola a ti también, supongo... ¿estás ahí?

— Hola — lo saludó tímidamente Amaia, mientras Alfred dejaba la cazadora en el sofá dónde otras noches se había sentado con su guitarra a trabajar con ella. Dani la miró con la expresión en su cara de: "A qué esperas para seguir, se supone que tenéis que trabajar juntos". Después de resoplar, y aceptar que lo que éste le decía era verdad, Amaia volvió a dirigirse a Alfred — supongo que te habrás preguntado por qué hemos tardado tanto en citarte.

— Pues sí — respondió Alfred acercándose al cristal con gesto afirmativo. Guardando las manos en los bolsillos, dejó que su boca verbalizara lo que tanto había estado pensando — la verdad, pensé que estábamos trabajando bien... que habíamos congeniado y avanzábamos con la canción... pero de repente... nada... te he enviado miles de correos...

— Lo sé... y lo siento — se disculpó Amaia sinceramente. Para ella tampoco había sido fácil no citarlo, ni compartir el proceso de creación con él. Pero las noches que habían compartido en el estudio y las conversaciones que habían intercambiado, la habían afectado más de lo que en un principio quiso reconocer — quisiera que escucharas una cosa sobre la que he estado trabajando... la cual espero que te guste...

— Si es alguna creación tuya... seguramente me encante... ya me he dado por vencido contigo... — Aceptó Alfred la propuesta sonriendo. Ya había terminado por aceptar que lo que sucedía en aquella sala no se podía calificar, pero que el resultado era algo extraordinario como había podido comprobar no sólo durante las horas que habían compartido, sino también, tras escuchar todos los trabajos posibles producidos por aquel estudio.

— Gracias... creo... — esa última palabra fue un leve susurro que sólo Dani por estar en la misma habitación que ella alcanzó a escuchar.

— Que bonito — susurró Dani en su oído, provocando un escalofrío en Amaia que hizo que se girara y le diera un golpecito en el brazo. Instintivamente Amaia se llevó un dedo a los labios indicando silencio, para que Alfred no escuchara que había alguien más en aquella estancia.

La magia de la melodía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora