Cap 17

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–Justin, maldito seas, ¿puedes dejar de moverte? –dije con la voz adormilada y molesta. El idiota no dejaba de patearme y debían ser, recién, las 10 am de un sábado invernal. 

–No, ____ deja de molestar –respondió de la misma forma él.

–Entonces quédate quieto, maniático –rodé los ojos casi dormida. Él no tomó importancia a lo que dije, y me abrazó más fuerte. –me duele, pelotudo, déjame. –bufé en español, sin querer queriendo.

–______ basta con tus estúpidos idiomas, déjame dormir. 

–Entonces quédate quieto. –hizo caso. Por primera vez, en un año, hizo caso.

Pero ya era demasiado tarde. Yo no tenía ánimos para dormir y ya me había despertado completamente. 

Luego de diez minutos de lucha con la fuerza de su brazo dormido, él me dejó ir… y yo puse una almohada como reemplazo de mi cuerpo. Me levanté y fui al baño para cepillar mis dientes y ponerme el sueter que Justin tenía ayer, arriba del pijama y las pantuflas de felpa, negras abajo y marrones claritos arriba. Una vez vestida matutinamente en el día de sábado, me dirigí a la cocina para comer algo. 

“Dieta diaria –American Ballet”.

Esa era la bendita dieta que nos daban en el ballet al que iba a trabajar. Éramos más de cincuenta bailarines, veinticinco hombres y veinticinco mujeres, que debíamos seguir las estrictas reglas de alimentación. Como ellos decían… ‘el que quiere ser bailarín, deber cuidarse. El cuerpo lo es todo’ y por esa estúpida frase, creo que mi cabeza es lo más cercano a idiotez y sin-cerebro que tanto detestaba. Pero debía seguirla. Yo amaba comer… pero alado de todas mis compañeras, yo tenía uno o dos o cinco kilos de más, que se notaban; y por ello… siempre me mandaban a la parte de atrás en las coreografías, donde casi ni se me veía; y era triste.

Me cociné un té con edulcorante y la tostada sin grasas con mermelada light. Odiaba esto. 

Para Justin, un café con mucha espuma, como él tanto adoraba, y las normales tostadas con aderezos a su lado y mermeladas de distintos gustos que encontré en la heladera. Amaba esto; y para mi madre lo mismo. 

–Niño, son las 10 y 40 am, arriba. –lo moví ligeramente de un lado a otro. Se veía tan lindo… tan tierno, tan Justin. Él bufó y su frente se frunció. –Tú me despertaste a mí… ahora arriba que ya está el café listo. 

–¿Dijiste café? –abrió sus ojos de repente. Adormilado bostezó mientras esperaba mis respuestas.

–El que te gusta. –sonreí y me acerqué a su rostro para besar su mejilla con dulzura. Y cuando menos lo pensé, él ya estaba a mi lado, mirando el televisor y con la cara lavada, pero evidente de que recién se despertó.

Seguimos mirando la tele, precisamente en un noticiero. La cara de Justin era adorable; se veía medio dormido-medio despierto, como si no se decidía de ninguna de las dos; sus parpados abiertos, pero sabía que en cualquier momento se caería sobre su tostada de mermelada y se la pegaría a la frente. Sería divertido. De repente, el ruido de la puerta para ingresar a la habitación de mi mamá se escuchó por sobre el ruido del televisor. Justin ni se inmutó de ello, y siguió revolviendo su café con sueño.

–¿_____, otra vez con tu estúpida dieta? –preguntó una Lucia pesada. Rodé los ojos. Ya no tenía una… tenía dos; Justin y mi mamá siempre me recordaban que eso era idiota. Justin me miró por sobre su cansancio, la cara de “te lo dije”. 

–¡Mamá! –chillé.

Ella entró a donde estábamos, y besó mi sien y luego la de Justin. 

NEVER SAY NEVERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora