mismo de movimiento? Examina por un instante, con frialdad, todas las cualidades ridículas y contradic-
torias con que los fabricantes de esta execrable quimera se han visto obligados a revestirla, y comprobaras
que se destruyen y anulan mutuamente; admitirás que este fantasma deificado, nacido del temor de unos y
de la ignorancia de todos, no es mas que una simpleza escandalosa, que no merece de nosotros ni un
instante de fe ni un minuto de examen; una miserable extravagancia que repugna a la mente, que
escandaliza el corazón, y que sólo emergió de las tinieblas para volver a hundirse en ellas para siempre
jamás.
»Así pues, no te inquietes, Thérèse, con la esperanza o el temor de un mundo futuro, fruto de estas
primeras mentiras, y deja sobre todo de considerarlos como frenos para nosotros. Débiles porciones de una
materia vil y bruta, cuando muramos, es decir, en la reunión de los elementos que nos componen con los
elementos de la masa general, aniquilados para siempre cualquiera que haya sido nuestro comportamiento,
pasaremos durante un instante por el crisol de la naturaleza para resurgir bajo otras formas, y eso sin que
haya más prerrogativas para el que ha incensado de manera insensata la virtud como para el que se ha
entregado a los más vergonzosos excesos, porque no hay nada que ofenda a la naturaleza, y todos los
hombres igualmente salidos de su seno, que han actuado durante su vida a partir de sus impulsos,
encontrarán después de su existencia el mismo final y la misma suerte.
Me disponía a seguir contestando a estas espantosas blasfemias cuando el rumor de un jinete se hizo oír
cerca de nosotros. «¡A las armas!», exclamó «Corazón-de-Hierro», más deseoso de poner en práctica sus
sistemas que de consolidar sus fundamentos. Vuelan... y al cabo de un instante traen a un infortunado
viajero al bosquecillo donde se hallaba nuestro campamento.
Interrogado acerca del motivo que le llevaba a viajar solo y tan de madrugada por un camino aislado, y
acerca de su edad y profesión, el caballero respondió que se llamaba Saint-Florent, uno de los primeros
negociantes de Lyon, que tenía treinta y seis años, y regresaba de Flandes por unos asuntos relacionados
con su comercio; llevaba poco dinero encima pero sí muchos pagarés. Añadió que su lacayo le había
abandonado la víspera, y que, para evitar el calor, viajaba de noche con la intención de llegar aquel mismo
día a París, donde tomaría un nuevo criado y concluiría una parte de sus negocios; si, además, seguía un
camino solitario, continuó, era porque, según creía, se había dormido sobre su caballo y se había
extraviado. Y dicho eso, pide la vida, ofreciendo a cambio todo lo que poseía. Examinaron su cartera y
contaron su dinero: la presa no podía ser mejor. Saint-Florent llevaba cerca de medio millón pagable a su
presentación en la capital, unas cuantas joyas y alrededor de cien luises.
––Amigo ––le dijo «Corazón-de-Hierro», acercándole la punta de la pistola a las narices––,
comprenderéis que después de un robo semejante no podemos dejaros en vida.
––¡Oh, señor! ––exclamé arrojándome a los pies de aquel malvado––, os lo imploro, no me hagáis
presenciar, el día de mi incorporación a la banda, el horrible espectáculo de la muerte de este desdichado.
Dejadle con vida, no me neguéis el primer favor que os pido.
Y, recurriendo inmediatamente a una astucia bastante singular, a fin de legitimar el interés que parecía
sentir por aquel hombre, añadí calurosamente:
––El apellido que acaba de pronunciar el caballero me lleva a creer que es un deudo bastante próximo.
No os asombréis, señor ––añadí dirigiéndome al viajero––, de encontrar una pariente en esta situación. Ya
os lo explicaré más adelante. Por esta razón ––seguí implorando de nuevo a nuestro jefe––, por esta razón,
señor, concededme la vida de este miserable. Agradeceré este favor con la entrega mas absoluta a todo lo
que pueda servir vuestros intereses.
––Ya sabes con qué condiciones puedo concederte el favor que me pides, Thérèse ––me contestó
«Corazón-de-Hierro»––, ya sabes lo que exijo de ti...
––Bien, señor, lo haré todo ––exclamé interponiéndome entre aquel desdichado y nuestro jefe, siempre
dispuesto a degollarlo...––. Sí, lo haré todo, señor, lo haré todo, salvadle.
––Dejadlo con vida ––dijo «Corazón-de Hierro»––, pero que se enrole con nosotros. Esta última cláusula
es indispensable. No puedo hacer nada sin ella, mis camaradas se opondrían.
El sorprendido comerciante no entendía nada del parentesco que yo establecía, pero, al ver salvada la
vida si aceptaba sus proposiciones, creyó que no debía titu bear ni un instante. Le dejaron descansar y,
como nuestra gente sólo quería abandonar aquel lugar de día, «Corazón-de-Hierro» me dijo:
––Thérèse, recojo tu promesa, pero como esta noche estoy agotado descansa tranquila al lado de la
Dubois. Te llamaré cuando se haga de día, y si titubeas, la vida de este bellaco me vengará de tu artimaña.
––Dormid, señor, dormid ––contesté––, y creed que ésta, a la que habéis colmado de agradecimiento, no tiene más deseo que el de cumplir
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Justine o los infortunios de la virtud
Historical FictionNovela completa de Sade. Quiénes están interesados en leerla aquí esta Justine o los infortunios de la virtud (en francés: Justine ou les Malheurs de la vertu) es una novela de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido en la historia de la...