– Creo que tienes un acosador.– Dijo Diego entre susurros detrás de mi. Lo miré molesta, estábamos en álgebra y sé que si no pongo toda mi atención a lo que explica el profe no voy a poder entender nada después. Diego me señaló con sus cejas un lugar detrás nuestro y luego chasqueó la lengua, cuando se dio cuenta de que lo ignoraba. – Lauu– me picoteó con su lapicero, en serio hay veces que odiaba mucho a Dieguito.
–¡Ya basta!– le susurré con los dientes apretados. Diego volvió a picotearme.
– Control a Hiuston– me dijo de nuevo– ¡Control a Hiuston! ¡Tenemos un tres doce! ¡Tenemos un tres doce!
Dios, dame paciencia.
Dime ¿Qué hice mal? ¿En qué momento permitiste que me volviera amiga de un ser tan ruidoso e imperativo?
Cómo conozco a Diego y sé que no va a dejarme en paz respiró profundo y decido hacerle caso.
– ¡TRES DOCE!– me señaló exageradamente con su mirada para que me volviera a ver, rodé los ojos fastidiada y disimuladamente (No es cierto) miré en dirección a la que me señalaba.
Me topé con un par de ojos verdes. En efecto, había un chico que me miraba descaradamente.
– Te lo dije– Me susurró.–, tienes un acosador.
Pero yo no lo creo. Conozco a este chico de vista. Y en cuanto nuestros ojos se cruzaron rápidamente apartó la mirada, miré su rostro con más detenimiento, estaba ruborizado.
Levanté una ceja intrigada.
Su nombre era Leo Cortázar, era de nuestra generación y su especialidad para último semestre era artes. Lo sabía porqué su rostro lo delataba, Leo Cortázar tenía toda la cara manchada con rastros de pintura verde y amarilla.– Dale mujer– Me cuchicheo mi amigo.–, no lo veas así. Parece que lo quieres asesinar con la mirada y mira qué es el primer chico en mucho tiempo que parece no tenerte miedo...
Y tuve que pellizcarlo fuertemente para que se callará.
–¡Eres una bestia!– Lloriqueó en voz alta.– ¡¿Por qué hiciste eso?!
Todo mundo se volvió a vernos gracias al indiscreto de mi amigo, si las miradas fueran pistolas. Diego, ya estaría muerto.
–¿Quiere compartir algo, jovencito?– Le preguntó el profe a Diego. Él, dándose cuenta de su espectáculo, me miró y luego al profesor.
– Eh... no.—Dijo.
Me volví a sentar correctamente y mi vista volvió al frente donde el profesor siguió explicando con suma paciencia las ecuaciones que estábamos viendo. Traté con todas mi ganas prestar atención de nuevo, pero ahora se me hacía mucho más difícil porque estaba consciente que un par de ojos verdes me vigilaban sin descaro.
Tras mi cabello, pude ver sobre mi hombro un segundo a Leo y en efecto, como me lo temía, continuaba mirándome. Fruncí el ceño desorientada pues era la primera vez que alguien no parecía inmutarse cuando le regresaba la mirada, la verdad es que la mayoría de los chicos piensan que soy una bravucona. Todos ellos o me tienen miedo o me creen una alzada de mierda que no cree que sean dignos de mi palabra y la verdad es que lo creo un poco, es mi culpa por tener grandes expectativas que no creo alguien y especial, un chico de mi escuela, pueda alcanzar fácilmente.
Pero Leo Cortázar continuó ahí, en su asiento mirándome con provocación. Cómo si quisiera asegurarme que si, que me estaba observando.
(...)
Diego había desaparecido en el momento que salimos de la clase.
Miré sobre mi hombro pero no lo encontré. Era la tercera vez en esta semana que se desaparecía a mitad del receso, sabia que me ocultaba algo, no era una tonta , conocía muy bien a mi amigo. Después de todo, habíamos crecido juntos, sabía cuando me ocultaba algo.
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Blue Royalty
Teen FictionLa gente no cree en los cuentos de hadas... y te voy a decir porqué.