CAPITULO XXI

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«Llegamos a un mundo fantástico lleno de seres extraños

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«Llegamos a un mundo fantástico lleno de seres extraños. Y el Amo del Calabozo nos dio poderes a todos».

Oman-Great Saint James
Territorio de los Monos voladores

Día 1

La isla Great Saint James era virgen por completo. De espesa vegetación verde, playas de arena blanca y mares completamente transparentes.
Habían bordeado el islote con las motos hasta vislumbrar la bandera roja de la que hablaba el loro de Kevin.
Un voluntario del torneo custodiaba la insignia roja con las letras D&M selladas en dorado. Se encargaba de felicitar a todos los que iban llegando y obtenían el cofre. A los pies del voluntario, vestido solo con un bañador
negro, se hallaba una caja del mismo color con cadenas de plata. Y una llave.
Klaus le exigió la llave y él se la dio.
Abrió el cofre. En su interior reposaban cinco cajas pequeñas.
—Escoge solo una —ordenó el chico con piercings en la cara—. Cuando hayas revisado lo que hay contiene, sigue este camino que los conduce al bosque —señaló las antorchas que formaban una guía hasta que desaparecían entre los árboles y la vegetación—. Los llevará a la mazmorra de Oman. Allí los esperan el Oráculo, el Amo del Calabozo y las Criaturas.
Suerte.
Caroline estaba nerviosa y rezaba por conseguir la combinación que deseaba.
De eso dependía el éxito de su plan.
Abrió la caja y encontró una carta que valía por una llave que la liberaba del calabozo. La debía canjear con el Amo del Calabozo. Y también cuatro cartas más y un objeto.
Objeto: Figura protagonista. El Mago.
Cartas Cantidad: +50 Carta eliminación.
Carta Uni.
Eran muy buenos naipes. Había salido la principal, la que necesitaba para iniciar su jugada, pero le hacía falta una más. Solo una y podría devolvérsela a Klaus doblada.
—Son buenas, lady Raksha. Pero te falta la carta Switch. —Damon se pasaba las cartas entre las manos —Sí, ayúdame a intercambiarla.
—¿Por cuál?
Estudió las cartas y objetos que poseían. Solo podía desprenderse de una y eligió la carta Uni. La que invocaba al Amo Uni y los libraba de las Criaturas.
—¿Estás segura? Es una buena carta, ama.
—Sí. Averigua si alguien tiene la carta Switch.
Rebekah y doppelganger girl habían sido una de las cinco parejas agraciadas con la suerte de hallar el cofre el primer día.
La pareja lésbica sonrió al ver que Lady Raksha y Akela se acercaban con una carta en mano.
—No me lo digas. —El ama rubia llevaba un moño alto muy bien recogido, los labios pintados de un rojo chillón y unas gafas negras de aviador. Vestun biquini de látex con shorts muy ceñidos—. ¿Quieres cambiar cartas, Lady Raksha?
—Así es, ama Rebekah —contestó con serenidad.
—¿Qué me ofreces?
—¿Tienes la Switch?
Rebekah frunció el ceño y desvió la mirada intrigada hacia Damon.
—¿Akela quiere jugar a dominar?
Damon permanecía con los ojos clavados en la arena blanca.
—Mi pequeño no desea controlar a nadie. Pero puede que necesite un cambio de aires…
—Oh, vaya… —Rebekah hizo un mohín—. ¿Tan pronto lo vas a despedir?
¡Si ni siquiera ha empezado la prueba ¿Problemas de alcoba?
«No lo voy a despedir. Pero si me uno a Klaus, Damon quedará suelto y caerá en manos de las criaturas o de las crías de la reina Araña. Él desea estar ahí, y puede que dé con información valiosa».
—No está siendo muy obediente. A lo mejor el sol tropical le está afectando —anunció Caroline sonriendo desdeñosamente.
—Y eso que vienes de la selva, guapo murmuró Rebekah evaluándolo negativamente.
—Te cambio la carta Switch por la carta Uni —Caroline estudió a la sumisa de Rebekah. Esta se removió y pareció asentir con la cabeza.
Caroline entrecerró los ojos y, entonces, Rebekah dijo muy segura de sí misma:
—¿Vas a deshechar a tu sumiso?
—Sí. Es posible. Las Criaturas se harán cargo de él hasta la final del torneo.
—Entonces te ofrezco otra cosa.
—¿Qué?
—Te doy la carta Switch que tengo, a cambio de Uni…
—Claro.
—Y… —Le advirtió con la mirada que no había finalizado—, de tu sumiso Akela.
—¿Cómo? —inquirió sin comprender. A Rebekah y a doppelganger girl no les importaba que otra persona se uniera a sus juegos. ¿Querían tener a Damon?
—No necesitas preguntarle. Es tu esclavo, Lady Raksha —aseguró Rebekah ofreciéndole la carta switch.
Caroline miró la carta, y después estudió el semblante de Damon. Él seguía con el rostro inclinado, pero vio como le guiñaba disimuladamente el ojo izquierdo. Eso era un sí. ¿Sí?
—Salgo perdiendo —aseguró Caroline.
—No. Para nada. Deseas la carta switch por encima de todo lo demás. Por algo será —meditó Rebekah—. ¿Me equivoco?
Caroline lo meditó, fingiendo que realmente se lo estaba pensando.
—De acuerdo. Te cederé a Akela cuando estemos frente al Oráculo.
—Hecho.
—Hecho.
Se intercambiaron las cartas y se dieron la mano cerrando el trato.
Akela y doppelganger girl levantaron la mirada para medirse el uno con el otro. ¿Iban a ser rivales?
Caroline ya tenía todo en su poder.
Mientras caminaban por el sendero que guiaban las antorchas, y pasaban de largo a Klaus y a Cami, Caroline acercó a Damon tirando de su correa y le preguntó:
—¿Estás bien con esta decisión…, esclavo?
—Sí, ama —contestó disimulando. Si los estaban grabando debían actuar con naturalidad—. Tus deseos son órdenes para mí. —Y eso le permitía continuar en el torneo. Además, de todos modos, tarde o temprano caería en manos de las Criaturas. Todo seguía igual.
—Pero esas dos mujeres…
—Estaré bien —aseguró con una sonrisa complaciente—. Tú céntrate en tu objetivo, ama.
Le daba pena desprenderse de Damon. Él hacía que sintiera las cosas bajo control, que se creyera que ella llevaba las riendas.
Pero Damon adoptaba un papel que no iba con su verdadera naturaleza. Y era algo que creía a pies juntillas.
Sin embargo, su jugada iba a provocar una reacción sonora en el torneo.
Lady Raksha reclamaba el trono del juego, el trono de la selva; y lo hacía dando un golpe sobre la mesa, sin consideración, para llamar la atención total de los Villanos, que estaban viendo todas las pruebas retransmitidas
a través de las cámaras de corto alcance que ya había oteado a la llegada de
la casa de Kevin Williamson, y también en el collar de perro del joven voluntario. En la hebilla tenía una cámara pequeña que pasaría
desapercibida para cualquiera, pero no para ellos. ¿Los vigilaban? Mejor.
—¿Lady Raksha ya está cambiando cartas? A saber qué estás planeando.—
insinuó Klaus adelantando el paso para llegar hasta ella.
Caroline colocó la cadena de la correa de sumiso de Damon alrededor de su muñeca y le dio un leve tirón.
—Yo solo hablo con mis esclavos, Alfa.
BDSM en estado puro.
En medio del vergel de la isla Great Saint James, había una esplanada verde llana y nítida en la que habían construido una especie de escenario con mazmorras, potros, cruces, camillas, altares, cadenas colgantes… Todo
un anfiteatro al aire libre de dominación y sumisión.
El equipo de agentes infiltrados no podía imaginar desde cuándo estaban preparando el torneo ni cuánto habían invertido solo en ese lugar. Se suponía que cada día harían un viaje por todas las islas y que cada escenario se ubicaría en distintos emplazamientos.
Allí había mucho, muchísmo dinero depositado en algo de mero entretenimiento. Aunque, claro, el premio a conseguir también estaba muy bien remunerado. Un premio de dos millones de dólares que venía de las
arcas y de la chatarra de personajes muy muy ricos, y muy muy voyeurs.
Las parejas que no habían encontrado los cofres debían pasar una por una ante el Oráculo.
El Oráculo era un individuo que parecía haber salido del Pressing Catch, y que estaba cubierto por una capa roja con capucha. Tenía su cara tatuada y un piercing que atravesaba el tabique de la nariz.
No mostraba el rostro, no le hacía falta para intimidar. Su voz profunda hablaba por sí sola: declamaba sobre castigos en las llamas del infierno.
Caroline no sabía donde mirar.
Todas sus fantasías más perversas, todas sus fantasías mán anheladas e, incluso, las más temidas y menos deseadas, todas se estaban
escenificando en aquel momento.
El tiempo corría para cada una de las parejas, y los objetivos estaban claros. Algunas lo lograban, otras no.
Las que lo lograban esperaban a que finalizara la jornada diaria en las gradas del anfiteatro mientras se refrescaban después del ejercicio sexual.
Las que no, se disponían a entrar con las Criaturas.
Y en este escenario, las Criaturas eran los Monos voladores que, además de robar objetos, también sometían.
Aurora entró en escena y todos enmudecieron al verla. Después del respetuoso silencio, la vitorearon. Maldita sea. Era reina de verdad y estaba vestida de un modo que mostraba mucho y a la vez nada. Una cinta americana negra le cubría el pecho y le rodeaba la espalda, le recorría la entrepierna y cubría la raya de la unión entre sus nalgas y su sexo. Esta tira se sostenía con otra que iba de un lado a otra de sus caderas, como si se
tratara de una braguita. Tenía algo en el interior de la muñeca izquierda.
Era un tatuaje. Un corazón rojo con relieve y una cerradura en su interior. Un candado en forma de corazón.
Caroline estudió cómo se comportaba y se dio cuenta de algo. Así como los Monos daban placer y exigían recibirlo, Aurora solo supervisaba y se cuidaba de que no hicieran daño a nadie. Vigilaba que los trataran bien y
que ellas y ellos estuvieran siempre lubricados. Si tenía que azotar, azotaba
y era distante; pero, después, sabía calmar y tranquilizar a los sumisos. Tal vez por eso la adoraban.
Aurora daba a los demás, zurraba y era inflexible. Pero también entregaba placer. Y sin embargo, nadie la tocaba. Nadie le otorgaba placer
a ella.
Qué extraño…
La cantidad de amos que había en esas jaulas era increíble. ¿Cuántos habría? ¿Veinte? Veinte Monos voladores, algunos enmascarados y otros no; pero eso sí, todos totalmente erectos esperando a que entraran monitas deseosas de pagar la falta cometida en sus duelos particulares.
Gemidos, gritos, sollozos, éxtasis: «¡Más! ¡Gracias, amo! ¡Más, dómina! ¡Córrete!». ¡Zas! ¡Plas! Un látigo por ahí, un hombre amordazado más allá; una dómina preparada con un cinturón pene para castigar, o no, a su
sumiso… Dios.
Caroline se esforzó por mantener su rostro impasible. Como si cada día, nada más levantarse, viera a mujeres haciendo nudos con los penes de los hombres; o como si utilizara las velas y la cera para algo más que alumbrar su casa cuando se iba la luz… Como si fuera a fiestas donde todo el mundo se tiraba a todo el mundo y en las que no importaba si besabas a un hombre o a una mujer.
Esa gente vivía el sexo a su manera, con una libertad envidiable y sin prejuicios de ningún tipo, y eso los hacía valientes a ojos de Caroline y merecían todo su respeto.
Sin embargo, por muy escandaloso y doloroso que pareciera todo lo que estaban poniendo en práctica allí, eran técnicas muy estudiadas y todos los amos sabían lo que hacían.
Sano. Seguro. Consensuado.
Ese era el lema del BDSM y tenía una razón de ser en ese torneo.
Caroline siempre recordaría los sonidos de placer y dolor. El olor del sexo. Y las palabras llenas de cariño y admiración de los amos a sus sumisos.
Algunas le habían llegado a conmover de verdad. Había parejas vainilla que jamás en la vida se hablarían así, que nunca podrían desnudarse de ese modo y confiar ciegamente en la otra persona como ellos hacían, por mucho que se quisieran. Caroline estaba descubriendo mucho amor entre muchos participantes del BDSM y eso la tranquilizaba.
No había dolor. Y, si lo había, era para obtener después mucho más placer.
Entonces, ¡viva el dolor!
Algunas parejas se negaban a entrar a la jaula y eran automáticamente eliminadas del torneo. Los amos y amas eliminados calmaban a sus sumisas y les decían que no sucedía nada, que era normal por la presión, por el estrés…
Caroline puso los ojos en blanco.
«Claro que sí, mujer. Es muy estresante que te estén tocando y que tú ni siquiera puedas disfrutar y alargar esa sensación porque tienes que correrte cuando te lo dictan. Quéjate. El cuerpo no funciona así, ¿verdad?».
¿O sí? Sin embargo, aunque estaban ya eliminados, podían asistir como público a todos los escenarios, y aquel era un pequeño premio de consolación para los perdedores. Por eso había gradas. Menudo espectáculo.
Las pruebas se sucedieron unas tras otras y las parejas sin cofre pagaron sus pecados.
Las Criaturas en las jaulas pedían más y más. Claro, aquel era su papel.
Habían jugado con algunas mujeres, con el beneplácito de estas y de sus parejas, pero eran unos ansiosos y, como buenos monos, criaturas de los Villanos, debían seguir intimidando.
Caroline había llegado a pensar que incluso se trataba de actores, como en esos parques de atracciones en los que te metías en un túnel del terror y casi te creías que te perseguían Freddie o Jack El destripador porque se
parecían tanto y lo hacían tan bien… Con las Criaturas era lo mismo.
Estuvieron horas ahí, hasta que todo acabó.
—Bien —murmuró el Oráculo con aquella voz robótica y penetrante—. Los amos han pagado sus faltas a las Criaturas. Ahora, que se acerquen los cinco amos protagónicos que han conseguido sus cofres. El Amo del
Calabozo de Oman les espera.
El Amo del Calabozo de Oman era un tipo de pelo corto con capa. Moreno y de ojos achinados. Tenía una complexión maciza pero no estaba precisamente muy definido.
Vestía con una túnica negra corta y en su mazmorra, que estaba en lo alto de una tarima central, había requisado a unas cuantas sumisas destinadas a su propio disfrute. Sumisas que habían perdido los duelos y que, en vez de ser entregadas a las Criaturas, habían decidido, por acuerdo tácito con sus
amos, prestarse a una performance con el Amo del Calabozo de ese escenario.
Caroline se reservó el ser la última para hablar con él, porque quería dar el golpe de efecto. Todos los años que cursó Arte Dramático en el instituto debían aprovecharse en esos minutos de puesta en escena.
Toda la seguridad que no sentía debía reflejarse en sus ojos verdes.
Era el momento.
Después de que Klaid y Cami canjearan la carta de la llave por una llave real, que Klaus colgó al cuello de su pareja, le tocó el turno a Caroline y Damon.
—Dame tu carta Llave y muéstrame tu cofre —exigió el Amo.
El juego funcionaba así: si Caroline había retirado todas las cartas del cofre, quería decir que se las guardaba todas y que no utilizaba ninguna. Si, por el contrario, quedaba alguna carta en su interior, estaba dando un paso
adelante para usarlas en ese mismo momento.
Caroline le dio la carta Llave, y colocó el cofre sobre la mesa.
El Amo le colgó la llave al cuello. A continuación, abrió la cajita y solo encontró dos cartas. Sonrió y la miró de frente.
—¿Vas a ser la primera en utilizar las cartas? —Giró los naipes y arqueó las cejas negras entretenido.
Klaus se removió inquieto. ¿Qué pretendía Caroline?
—He venido a jugar, amo —contestó con insolencia y respeto.
Solo Caroline podría utilizar dos actitudes tan antagónicas como si se estuviera pitorreando del otro en secreto.
—Bien. ¿Sabes que si utilizas esta carta —le mostró la carta de eliminación de personaje— será irreversible para ese participante?
—Lo sé.
—Vaya, vaya —dibujó una línea cóncava con sus labios—. Una chica sin escrúpulos.
«Qué va. Tengo muchísimos, pero esta vez me los voy a tragar».
—Muy bien. Utilízalas ahora mismo y sorpréndenos.
Caroline exhaló, metió las manos en el cofre y tomó la dos postales. Se dio la vuelta y se dirigió a los amos protagónicos que habían pasado esa jornada sin incidentes, como ella. La joven agente infiltrada se detuvo delante de Klaus y Cami.
Él se envaró cuando la vio tan resuelta.
Caroline cogió la carta eliminación y la pegó al pecho sudoroso de la Switch, con el dibujo de cara a todo el mundo.
—Lo siento, waitress Lover. Pero te vas para casa.
La multitud congregada en las gradas, incluso los Monos, aplaudieron el atrevimiento de la rubia.
Klaus no se lo podía creer.
Caroline acababa de echar a su pareja; y eso solo quería decir una cosa: que pretendía quedarse con él.
La determinación de esa chica era pasmosa. Con un par, se había
colocado ante él, que era el amo a derribar en todo el torneo, y acababa de despedir a su pareja, jodiéndolo de maneras inverosímiles que ni ella era capaz de comprender.
Caroline no podía hacerle eso. Iba a destruirlo si seguían juntos, y de paso, él la destruiría a ella.
¿Estaba loca?
Cami, asombrada, se miró la carta y exclamó.
—¡Ni hablar! —Enfadadísima, se dirigió al Amo del Calabozo y le exigió una explicación.
—Conoces las normas, waitress Lover. La chica te ha… —carraspeó—
eliminado justamente. Las cartas están para utilizarlas. —Se encogió de hombros.
—¡Pero él puede cambiar esa carta! Alfa puede ponerla a prueba. Mi pareja no estará de acuerdo y la retará.
Era cierto. Él podía poner a prueba a Caroline públicamente en un duelo; y, si Caroline perdía, se iba a su casa y de paso él se quedaba tranquilo. El
problema era que si Caroline perdía, ¿qué sucedía con Damon? Le necesitaba dentro, en misión con él. Le entraron unas ganas irreprimibles de bajarle el maldito short a la bruja y azotarla delante de todos. Iba a acabar con él y con el año y medio de trabajo que acarreaba a sus espaldas.
—¿Desea tu amo poner a prueba a Lady Raksha? —preguntó a Cami.
—Oh, por supuesto —contestó Klaus sacando su fusta. La multitud aplaudió. Estaban todos excitados con el desafío de Lady Raksha a Klaus el Alfa.
El Amo del Calabozo levantó una mano para silenciarlos a todos.
—Agarrare la baraja de duración y orgasmos —la abrió como un abanico y se colocó delante de Klaus—. Adelante.
Klaus tomó la escogida y la mostró a todos.
—Diez minutos. Un orgasmo —pronunció.
El Amo del Calabozo, emocionado por la intriga de la prueba, se giró hacia Caroline y preguntó con voz reverente:
—¿Acepta el duelo, Lady Raksha?
Caroline se cruzó de brazos y miró a Klaus de arriba abajo como si fuera menos que un mosquito.
—Acepto el duelo.
Las gradas festejaban el reto y la provocación en la actitud de los dos amos.
Cami sonrió triunfante y caminó hacia ella moviendo las caderas provocativamente.
—Prepárate, perra —gruñó al pasar por su lado.
El Amo del Calabozo sonrió, pues sabía lo que venía a continuación.
—Pero —anunció Caroline ignorando la educación barriobajera de waitress Lover—, seré yo quién decida las reglas. Sé que por jerarquía, un Amo Hank como el importantísimo Alfa Klaus tiene supremacía sobre una Ama Shelly como yo.
—Claro que la tengo, monada —le aseguró con frialdad—. Y vas a ver lo rápido que vas a caer.
—Uuuuhhhhhh —gruñó el público.
—¡Dale bien, Alfa! —exclamó un amo de entre la multitud.
—Sin embargo, esta carta —Caroline caminó hacia él e hizo lo mismo que con Cami. La enganchó sobre su corazón, a su piel sudorosa, de cara a los demás—… la carta Switch, lo cambia todo. Me permite invertir los papeles durante esta prueba.
Klaus frunció el ceño y miró aturdido el dibujo. Dos dragones que formaban un círculo, uno de cada color, invertidos en posición fetal como haciendo un sesenta y nueve. La carta Switch cambiaba los roles y el amo se convertía en sumiso. Y al revés.
El agente Mikaelson tuvo miedo por la misión. No confiaba en Caroline. ¿Ella debía tratarlo como un ama trata a su sumiso? Si Caroline Forbes no tenía mala leche ni actitud para eso. Era atrevida y descarada pero… Dudaba
que pudiera hacerle correrse en diez minutos mediante alguna técnica de dominación femenina. No la iba a dejar jugar con él así.
—No lo hagas —murmuró Klaus.
Caroline asintió y sonrió triunfante. Por su mente pasaban muchos recuerdos de la semana pasada, algunos muy buenos y tiernos y otros horribles.
Quería hacer pagar a Klaus por los horribles, por no creer en ella como agente.
—¡Estás loca! —exclamó Cami incrédula—. No puedes someter al Alfa.
No tiene ni una jodida célula sumisa en su cuerpo. Vas a perder.
La gente se echó a reír ante ese comentario, pero Caroline siguió a lo suyo, sin bajar la mirada de los ojos de su superior, ignorando a la señorita dolores.
—Tú, ven —le ordenó a Damon chasqueando sus dedos pulgar y corazón.
Su sumiso vino inmediatamente. Caroline le desabrochó el collar de perro y anunció al Amo del Calabozo—: Es mi deseo liberar a Akela. Y quiero que sea Ama Thelma quien se haga cargo de él. —Caroline se puso de puntillas y lo besó con dulzura en los labios—. Has sido un excelente sumiso, Lobito.
Ahora ve a que te zurre tu nueva ama —Le dio una cachetada en el trasero y lo empujó para que Rebekah le abriera los brazos y lo acogiera, cosa que la rubia hizo de inmediato.
Klaus abrió los ojos de par en par. Se le habían oscurecido de la rabia y la ofuscación que barrían su cuerpo en ese momento. Y peor se sintió cuando Caroline lo preparó para la performance rodeándole el cuello con un collar de perro.
«Será hija de perra».
—¿Necesitas algún objeto, Lady Raksha? —preguntó el Amo del Calabozo muy solícito.
—Sí —contestó ella—. Dame una peluca rubua. —Oteó el escenario en busca del lugar en el que iba a exponer su personal juego vengativo.
—Lady Raksha… —advirtió Klaus—. Piensa en lo que vas a hacer porque luego se volverá en tu contra.
—Los perros no hablan —tiró de la cadena y le guió hasta la silla de castigo—. Siéntate.
Klaus no obedeció. Los sumisos como él, siendo poderosos, mucho más altos y vanidosos, podían enervar mucho a las amas.
—Te he dicho que te sientes —repitió Caroline, empujándole ligeramente por el pecho y haciéndolo tropezar.
—Vas a perder igual, Raksha —aseguró venenoso—. Me corra o no, voy a hacer que este torneo sea un infierno para ti. ¿Me has oído?
Caroline se estremeció internamente. ¿Un infierno para ella decía? El infierno era saber que no confiaban en tu valía y que no apostaban por ti, sobre todo después de haberse entregado a él del modo en que lo hizo la semana pasada. El infierno era saber que conocías lo que estaba viviendo tu
hermana y, aun así, te apartaban del caso y no te permitían ir a ayudarla.
Había muchos tipos de infierno; y el emocional era el peor.
De su bolsa de juegos sacó un gag con una pelota roja, unas esposas y un anillo constrictor de pene.
Rápidamente le colocó el gag casi a la fuerza.
—¿Me oyes, Raksha?
—No, no te he oído —susurró.
Le echó los brazos hacia atrás y cerró las esposas entorno a sus anchas muñecas.
—Lady Raksha. —El Amo del Calabozo le dio una peluca larga y rizada de color rubio—. En el momento en que le bajes la bragueta empezará a contar el tiempo.
Caroline asintió y le pasó la peluca por el rostro.
—Sé cuanto te gustan los juegos de feminización…, zorrita.
—¡Ee una ora!—exclamó Klaus con el gag entre los dientes.
—Uy… no te entiendo. —Le puso la peluca sobre la cabeza. Sonrió.
Incluso así estaba guapo. Ridículo, pero guapo.
Caroline miró al Amo del Calabozo y asintió con la cabeza mientras le bajaba la cremallera de los pantalones negros.
Klaus se removió queriéndose apartar de ella.
—Ahora estás indefensa —gruñó Caroline bajándole los pantalones con fuerza y sacándole el miembro y los testículos por fuera del calzoncillo oscuro.
Caroline había visto algunas películas porno en las que se realizaban orgías y bacanales. Todas las mujeres deberían verlas para aprender. Se había preguntado si sería capaz de hacer algo así delante de tanta gente. Y, en
ese momento, lo estaba realizando sin el mayor asomo de vergüenza. Qué increíble era la capacidad humana de reacción ante situaciones adversas.
Una mujer tenía que ser valiente en momentos como ese. A pesar de los nervios, sabía que Klaus se lo iba a poner difícil; pero ella confiaba en sus juegos y en su poca técnica. Saldría de esa.
El agente Mikaelson, aun sabiendo que estaba avergonzado por el Fem Dom, la dominación femenina que ella realizaba, iba a caer.
Cuando tomó el pene entre sus manos, este se endureció.
Klaus no se lo podía creer. No importaba que esa chica le hiciera lo que a él no le gustaba, ¿qué más daba si lo ridiculizaba? Mr. Erecto iba por libre el condenado.
Caroline asomó la lengua y, sin avisar, ¡plas! Desapareció en su boca, todo entero.
Klaus echó su melena roja hacia atrás y cerró los ojos con un gruñido.
Cuando lo tuvo bien duro, ya que no tardó ni veinte segundos en ponerse como un mástil, la joven osada cogió el anillo constrictor de cuero ajustable y se lo colocó en la base del pene, con cuidado de no pellizcar su bolsa. El
anillo constrictor se utilizaba para alargar la erección y privar del orgasmo al hombre.
—Ahora que te he dado el anillo, ya estás comprometida, nenita —
susurró Caroline acariciándole los testículos y arqueando las cejas de manera resuelta.
—¡uand slg dki te vj a gntrea…!
Klaus no pudo escupir ni una palabra más porque Caroline empezó a masturbarlo con manos, dientes, lengua, garganta… A Klaus le temblaban las piernas y Caroline ni siquiera tuvo el tiento ni la amabilidad de colocar las
manos encima de sus muslos para detenerlo.
Él sudaba. Tenía el cuello, la espalda y el pecho húmedo. ¡Y la tía no se detenía! ¿Cómo le hacía eso? ¿Así que esa era la venganza?
Sería estúpida. Todo lo que él había hecho lo hizo para protegerla, para no exponerla de ese modo… Maldita sea, todavía veía las marcas del látigo de Logan Fell por debajo del short, aunque las maquillara.
Él no quería que entrara en su mundo así. No así.
Pero Caroline estaba metida de lleno. Ya no podría salir de ahí hasta que se destapara todo el pastel.
La boca de Caroline se alejó de él y la echó de menos de inmediato. Alguien dejó de gemir, hasta que se dio cuenta de que era él quien lo hacía.
Caroline se pasó la mano por los labios refinadamente y tomó el látigo para golpearle con una inverosímil delicadeza hasta cuatro veces en el vientre.
En el punto exacto.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Klaus gemía y soportaba sus latigazos amables con las manos hechas puños y el rostro rojo de rabia e indignación.
Caroline iba a llegar demasiado lejos.
—Cinco minutos —avisó el Amo del Calabozo.
Klaus y Caroline se miraron el uno al otro.
«Ni te atrevas, bruja», pensó él.
«Mira y verás, perro», pensó ella.
Caroline se quedó de rodillas ante él. Recogió su melena y la dejó reposar toda sobre su hombro izquierdo.
—Cuatro minutos —anunció el Amo del Calabozo.
—Voy a hacerte llorar —le juró Caroline cogiéndole la erección con las manos para ordeñarlo y meterse la cabeza colorada en la boca.
Klaus se quejó; el anillo le oprimía y el pene brincaba duro entre los dedos de la arpía. La lengua lo marcaba a fuego, la boca succionaba y las manos no se estaban quietas. «No me lo puedo creer. ¿Dónde? ¿Cómo ha aprendido a…? ¡Por Dios!».
—Tres minutos.
Caroline no iba a necesitar mucho más. Lo notaba en el grosor de Klaus.
Estaba a punto. Pero se sentía como una diosa castigadora con ese hombre completamente a su merced. El público les animaba, espoleándola a ella como a un caballo que corría a punto de alcanzar la meta.
Caroline desajustó el anillo constrictor. Se sentó encima de él mientras lo masajeaba con las manos.
—Arriba y abajo, arriba y abajo. —Lo movió provocadora entre las piernas
—. Venga, lobita —se pitorreó—, córrete.
«¡¿Lobita?! Esto no te lo voy a perdonar nunca. Mierda. Mierda. Para, Caroline. No lo hagas, no lo hagas…». Klaus estiró el cuello con las venas completamente hinchadas a punto de estallar, los ojos azules húmedos por el placer; y, entonces, gritó como un espartano, al estilo Leónidas Primero en la genial película de 300.
Cami abrió la boca estupefacta. No lo entendía. Klaus no se corría nunca si lo dominaban. Jamás. Y odiaba las tretas de las amas que intentaban feminizar a los hombres. Pero Lady Raksha había hecho todo eso; y, a falta de dos minutos de que finalizara el margen del desafío, Alfa ya había sucumbido.
Joder. La rubia la había echado.
Aurora estaba apoyada en las rejas de la mazmorra de los Monos. Arqueó una ceja roja y asintió como si hubiese sido una victoria justa.
Caroline tenía el estómago manchado por la liberación de Klaus. Miró hacia abajo, contemplando lo que ella había provocado. Después, desvió los ojos de nuevo hacia Klaus, y lo que vio no le gustó nada en absoluto. Sus faros azules la encañonaban.
Volvían a estar juntos.
Ahora él era de ella.
—¡Bravo! ¡Sí, señor! —aplaudía el Amo del Calabozo.
Caroline se levantó del regazo de Klaus y se situó tras él para coger la llave de las esposas y abrirlas.
Klaus se incorporó con piernas inestables, y arrojó la peluca rubia al suelo.
Había perdido. Se metió el paquete dentro del pantalón. Tenso y cabreado como nunca,
se abrochó el botón y se dio la vuelta para encarar a Caroline. Tenía el estómago un poco enrojecido por el látigo de su inesperada y momentánea dómina y le dolía la entrepierna por culpa del anillo constrictor.
—Entonces, Lady Raksha es ahora mi pareja —asumió Klaus con voz ronca y cascada.
—¿Cómo vais a jugar? —preguntó el Amo.
—Ella será mi esclava. Yo soy el único Amo real entre los dos.
Caroline sonrió como una loba. Debía seguir manteniendo esa pose altiva, al menos, hasta que llegaran al hotel. Aunque por dentro empezara a ser consciente de lo que acababa de hacerle al agente al cargo de la misión
Amos y Mazmorras.
—¡Pues no lo ha parecido! —gritó Brutus partiéndose de la risa.
El Amo del Calabozo asintió.
—Mantienes el cofre que has ganado con tu ex pareja, Alfa. Pero la llave desaparece porque está en el cuello de waitress Lover y ella ha sido eliminada.
Klaus apretó los dientes y dirigió una mirada ártica a Caroline, la cual se encogió de hombros y mostró la que ella tenía colgada al suyo.
—De acuerdo. Alfa y Raksha unen sus fuerzas —exclamó el Amo del Calabozo a la multitud—. Akela pasa a ser propiedad de Rebekah y
compañero de juegos de doppelganger girl. Y nuestra querida waitress Lover—
lamentó— se va a casa prematuramente. ¡Damos por terminada la jornada de Dragones y Mazmorras DS en Oman!
Cami abandonó el anfiteatro malhumorada.
La multitud se fue dispersando, echando miradas furtivas a la pareja contrariada que acababa de formarse.
Lady Raksha y Alfa Klaus tendrían un largo torneo por delante. Y ambos Lobos tenían las garras expuestas.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora