CAPITULO XXVI

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Maratòn 3 de 4

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Maratòn 3 de 4

«En una sesión, el amo es un demonio y, también, un ángel».

Caroline estaba sollozando sobre el hombro de su hermana, más alta que ella. Katherine la mecía y le susurraba que estaba bien, que estaba bien…
Kaí se limitó a apoyarse en la pared y estudiar el cariño que se profesaban las dos mujeres, que eran tan parecidas y a la vez tan distintas.
—¿Qué demonios…? —susurró Katherine con voz un poco más grave que la de Caroline—. ¿Qué haces aquí, por el amor de Dios? —La apartó para verla bien y limpiarle las lágrimas, repasando su atuendo y haciendo un gesto de dolor al ver cómo iba vestida—. Caroline… No lo comprendo. ¿Qué haces aquí?
—volvió a abrazarla con fuerza—. Tú no debes estar aquí… Debes irte.
—¿Kath-Katherine? —preguntó Caroline en shock, mirando a Kaí y a su hermana alternativamente—. ¿Qué… ? ¿Estás bien? —La besó y volvió a sumergirse en el calor de su hermana, que siempre había cuidado de ella y
que, incluso en esos momentos, seguía haciéndolo—. ¿Qué está sucediendo? ¿Quién es este? —miró a Kaí con desconfianza para
recriminarle—: ¿Pero, y tú, cómo…? ¿Cómo sabías que…? —Las palabras se atropellaban unas con otras y no sabía cómo ordenarlas?—. ¿Sabes quién soy?
Katherine tomó a Caroline del rostro y la centró en ella.
—Caroline, escúchame. Yo hago las preguntas y tú respondes. Y después intercambiamos los papeles, sino esto no va a funcionar.
—¡¿Sabes lo preocupada que he estado por ti?! —La empujó enfadada con ella—. ¡¿Lo sabes?!
Katherine asintió comprendiendo el desasosiego de su hermana.
—Lo sé. Pero no puedo tener contacto con el exterior.
—¡Podías haberlo hecho y…!
—Caroline, no. —Le puso las manos sobre los hombros—. Escúchame. ¡Tú eres la que me tiene que contestar qué mierda hace aquí! ¡¿Qué mierda estás haciendo así vestida?! Me vas a responder a todas y cada una de mis
preguntas.
—No me vas a interrogar como si fuera una rehén, pedazo de perra. Esto no funciona así…
—Escucha a tu hermana —ordenó Kaí, con voz impasible.
—¡Tú te callas, punk mafioso! —Le señaló con un dedo. Estaba histérica; y su vena histérica propulsaba su vena macarra; y su vena macarra le hacía comportarse como una pandillera—. ¿Tienes idea de lo que estás
haciendo? ¿Sabes que lo entiendo todo? ¡Hablo ruso!
—Ya lo sabe —contestó Katherine—. Por eso te ha invitado: para que escuches la conversación con Arcadium. Le he hablado de mi hermana, Caroline Forbes cariño. —Su rostro reflejaba un profundo orgullo hacia ella—.
Sabe que tienes un camaleón exacto al mío tatuado en el interior de tu muslo, solo que en el lado contrario. Sabe que eres policía y que este año quieres hacer las pruebas para acceder al FBI. ¿Cómo has sabido que era
ella? —le preguntó al ruso.
Kaí se cruzó de brazos y la miró de arriba abajo.
—Tienen un parecido muy… turbador —
contestó sin mover un músculo de su apuesta cara—. En cuanto te he visto, me has recordado a Katherine. Pero, para asegurarme, he querido hacerte un chequeo.
Katherine dio un respingo y miró al amo ruso por encima del hombro, perdonándole la vida.
—No toques a mi hermana, Kaí.
—No lo he hecho; solo me he puesto en el papel —contestó serio.
Caroline frunció el ceño, desviando los ojos del uno al otro. Se sentía como si hubiera tomado un psicotrópico que le hacía delirar.
—¿Podemos ir a otro lugar a hablar? —preguntó Caroline temblando todavía de la impresión. Estaba en un pasillo revestido de cemento, con solo unos pocos fluorescentes colgados del techo, y le venían a la mente destellos de Saw.
—Vamos a la sala contigua, agente Forbes —le dijo Kaí a Katherine.
Ella asintió y pasó un brazo por encima del hombro de Caroline, cobijándola y tranquilizándola, como siempre había hecho.
—Kaí me ha explicado que estás en el torneo como Lady Raksha —le dijo Katherine mientras servía unos granizados de café de la máquina
dispensadora.
La sala en la que se encontraban parecía un pequeño spa. Toda recubierta de madera, con sauna, jacuzzi y unas tumbonas para relajarse y disfrutar de la música ambiental, repleta de sonidos tropicales y naturales propios de la selva.
Se habían sentado alrededor de una mesa de mimbre con dos pufs y dos sillones para acomodarse.
—Cuéntame todo desde el principio, Caroline —pidió la morena—; y, después, yo te lo contaré todo a ti.
Caroline tomó el vaso helado entre sus temblorosas manos y asintió, explicándole entre sorbo y sorbo todo lo sucedido. Tardó lo suyo en narrarle los acontecimientos; pero lo hizo sin dejar un solo cabo suelto.
—Entonces, después de todo mi entrenamiento, Klaus decidió apartarme
del caso. Y yo me negué; aproveché la baja de Bonnie para entrar con Damon como su ama. Pero no tengo espíritu dominante, tú lo sabes, y no iba a durar nada con ese rol. Así que pacté con Damon un cambio de pareja para
quedarme con Klaus y seguir juntos en el torneo. Tuve la suerte de dar con una carta Eliminación y eché a Cami, que era la pareja de Mikaelson.
Y yo me quedé con él. Y ahora, estamos juntos como pareja de… juegos.
Sin embargo, hoy, los Monos voladores nos han robado las cartas y los objetos, y yo debía caer en las manos de las criaturas; pero el Pájaro Loco
—señaló a Kaí con la barbilla— ha intervenido y me ha reclamado.
—Lo he hecho porque, enseguida, he visto quién eras. Katherine no me había dicho nada de que ibas a entrar en el torneo…
—¡Es que yo ni lo sabía! —protestó Katherine mirándolo enervada—. No me puedo creer que Marcel haya accedido a ponerla en peligro de este modo. ¿En qué estaban pensando?
—Tu hermana y tú se parecen —observó Kaí—; era cuestión de horas que los Villanos se fijaran en ella. La han elegido por su perfil,
porque saben que es el que atrae a los villanos. Piel pálida, ojos claros, pelo largo…
—Y por mi capacidad, ¿no? —refunfuñó Caroline ofendida.
—Obvio —dijo Katherine. No quería molestar a su hermana, pero habían diferencias entre ellas como, por ejemplo, el tiempo y la preparación del caso que habían dedicado a la hora de entrar—. Pero yo tuve tres meses
para hacerme a la idea de lo que debía hacer.
Ella solo ha tenido cinco miserables días —gruñó Katherine pasándose las manos por la cara—. ¡Y Klaus no se negó! ¡Le mataré!
—Klaus se ofreció a disciplinarme —contestó Caroline—. Y, bueno, yo he aceptado. Ha sido un convenio colectivo y consensuado. Ya tenemos dos llaves; nos falta una más. Accederemos a la final y por fin sabremos
quiénes son los Villanos, y los cogeremos con las manos en la masa.
—Pero eso no os garantizará nada —murmuró Kaí con soberbia—.
¿O acaso creen que los Villanos van a actuar dentro del torneo? Lo harán despúes, no son tan estúpidos como para exponerse públicamente. Se les fue la mano hace quince meses, en su primer torneo; cometieron errores y hubo gente que murió por el uso de las drogas afrodisíacas. Esta vez, el torneo durará muchos menos días; y lo han ubicado en unas islas fáciles de controlar y manipular. No se les escapará nada de las manos. Así que, si quieres saber quiénes son, tendrás que arder con ellos en la noche de Walpurgis. Todas las sumisas que yo he preparado están destinadas al entretenimiento de todos los participantes; pero después son única y
exclusivamente para el uso de los Villanos en esa fecha.
—¿Pero quiénes son los Villanos? —Caroline estaba frustrada y le dolía la cabeza.
—Por lo que sabemos, o creemos intuir, son gente de mucho poder económico —aseguró Katherine—, con un comportamiento elitista y sectario.
La verdad es que no sabemos qué es con exactitud lo que hacen con los sumisos que reclutan. No sabemos si los venden a otras personas y negocian con ellos, si los prostituyen o si los preparan para prácticas más bien sádicas. Por eso estoy con Kaí… Mi misión ahora es conjunta; y va más allá del torneo de Dragones y Mazmorras edición DS.
—¿Cómo? ¿Cómo que conjunta? —Se giró para encarar al ruso—. ¿Tú sabes quiénes son? —exhaló—. ¿Quién eres, Kaí? —Entrelazó los
dedos de las manos y lo miró de frente—. ¿Y qué estás haciendo con mi hermana?
—Creo que eso es algo que debes contestar tú, printsessa —Dirigió una mirada azuleja y desafiante a Katherine.
Katherine movió la cabeza de modo afirmativo.
—De acuerdo —sus ojos negros se entristecieron—. Hace apenas dos semanas, Alaric y yo estábamos en un local de BDSM de Nueva York.
Acudimos a la cita que se preparó a través del foro rol. Sabíamos que la Reina de las Arañas iba a asistir, y queríamos ver si hacía nuevas
invitaciones personales para el torneo. Yo ya la tenía. Pero cuanta más gente conociéramos y más controlados tuviéramos a los participantes, mejor nos llevaríamos con ellos y más fácil sería jugar en el torneo y aliarnos en el momento correcto. Solo era una visita rutinaria para nosotros. Pero, en realidad, se trató de una encerrona. Los Villanos me querían para ellos, para formar parte de su particular harén sumiso. Esa noche —recordó
mirando al frente, con los ojos ligeramente dilatados—, recuerdo que pedí un gin-tonic al barman del club. Íbamos a hacer una pequeña performance, a jugar con más parejas esperando la llegada de la Reina de las Arañas. Pero nunca llegó.
—Según me dijeron —explicó Caroline muy atenta a sus palabras—, Aurora llegó mucho antes de la hora prevista; hizo una visita relámpago y se fue.
Katherine asintió y se frotó la barbilla.
—Bueno… La cuestión es que mi bebida tenía algo que me dejó fuera de juego. Lo último que recuerdo fue que me metí en el baño para refrescarme y mojarme la cara; y ahí perdí el conocimiento. No… no recuerdo nada más.
La primera imagen que me viene a la mente es el rostro de Kaì hablándome en ruso.
—¡¿Tú la secuestraste?! —Caroline se levantó del puf de mimbre y encaró a Kaì con los puños apretados.
—No. Yo no lo hice —aseguró Kaì, con toda la calma del mundo—. A mí me traen a las mujeres para que las prepare y les haga la doma. Tu hermana fue una de ellas.
Caroline se pasó las manos por la cola y le pidió a Katherine:
—Hazme un favor. Desabróchame un poco este traje. Me estoy asfixiando.
Katherine le bajó la cremallera hasta la mitad de la espalda y Caroline exhaló.
—Me drogaron, Caroline —continuó Katherine—. Me sacaron del local y me entregaron a Kaì para que me preparara para los villanos. Pero cuando abrí los ojos y escuché sus palabras en ruso diciéndome que «lamentaba mi situación y que me ayudaría para que al final no me sucediera nada» yo le contesté también en su idioma diciéndole que «era él quien tenía que cuidarse sus espaldas». —Kaì sonrió y miró hacia otro lado, feliz y cómodo con ese recuerdo—. Él se quedó impactado al ver que yo hablaba su lengua.
—Lo hablamos las dos, ¿sabes? —le dijo petulante al ruso—. No nos preguntes por qué —murmuró.
—Ya lo sabe, Caroline. Le dije que tú y yo crecimos de un modo diferente al de los demás chicos. Nos gustaban otro tipo de cosas y leíamos historias de espionaje. Nuestra ídolo es María L. Ricci la agente especial de Contrainteligencia del FBI.
—Soñában con ser espías —añadió Kaì—, y con jugar a infiltraros en la KGB, tal y como los espías rusos habían hecho en mi país —asintió riéndose de ellas—. Por eso aprendieron ruso.
—Y español, y francés —repuso Caroline dejando claras sus habilidades—. ¿Y qué pasó cuando replicaste a Kaì, Kathe?
—Observé sus tatuajes y le dije que no entendía lo que hacía un exconvicto ruso como amo. Entonces, Kaì comprendió que yo no era una sumisa corriente. Él me preguntó, en clave, si tenía leyenda; me tanteó. Y yo, impresionada por aquella revelación, le contesté inmediatamente si él era un ilegal.
El SVR, antiguo KGB, prepara a sus espías para que sean «ilegales», hombres y mujeres que van a otros países a vivir como nativos, algunos nacionalizados. Para ello se les crea un pasado, como el que habían creado a los agentes del FBI infiltrados en Amos y Mazmorras. A ese pasado se le llama «leyenda».
—Kaì es un agente del SVR, Caroline.
Caroline abrió los ojos y echó un vistazo al enorme mohicano con ojos azules, lleno de tatuajes, que le sonreía con aires de suficiencia.
—¿Se dan cuenta de que han fracasado ambos como espías? — preguntó Caroline acercándose a él—. Se supone que sus identidades son secretas.
—Me tomó por sorpresa —explicó Kaì—, y comprendí que, por el bien de las relaciones institucionales adquiridas recientemente entre Rusia y Estados Unidos, no sería de recibo tener a una agente del FBI en mis manos
y actuar con ella como hago con las demás.
—¿Y qué hace un agente del SVR soviético en nuestro caso de Amos y Mazmorras?
—Lo mismo que ustedes. Tenemos una fuente de información en el FBI que nos habló del cuerpo hallado de Tatia Petrova en tierras americanas y de su relación directa con un caso de tráfico de blancas. —Kaì sacó de su
bolsillo un caramelo rectangular marrón, le quitó el plástico transparente y se lo llevó a la boca. Miró a Caroline y se lo ofreció—. ¿Korovka Roshen? Son caramelos rusos.
—No, gracias.
—Kaì es un adicto a estos caramelos —murmuró Katherine.
El hombre saboreó el caramelo y prosiguió:
—En Rusia estamos muy sensibilizados con el tema de la trata de blancas.
Sabemos que existe una organización que explota y soborna a las mujeres para participar en orgías, vendiéndolas a otros países. Hasta ahora, conocíamos que eran captadas a través de supuestas agencias de modelos, pero es posible que los cabecillas de esta organización, además de utilizar otras plataformas, también trafiquen con estas mujeres dentro del rol estadounidense de Dragones y Mazmorras DS. Les sirven igual para un roto que para un descosido; y la cuestión es vender la mercancía. Yo soy el
agente infiltrado para averiguar si hay o no representación rusa dentro de los Villanos y quiénes son. El dinero que obtienen de la venta de estas mujeres, sea para el uso que sea, se remite a Rusia y se blanquea
utilizando diferentes inversiones. Mi labor es reconocer a los Villanos, meterme en su
círculo. De este modo podría llegar hasta los líderes de la organización de nuestro país y desmantelarla.
—¿Y qué hiciste para meterte en el torneo?
—Me creé una identidad como amo y me hice un hueco dentro del BDSM ruso como dómine muy experimentado en sumisión. Entré en el foro rol de Dragones y Mazmorras DS y no tardé en recibir invitación para el torneo.
Al poco tiempo, un número privado se puso en contacto conmigo, ofreciéndome una suerte de privilegios: desde dinero, a propiedades por domar a las mujeres que me facilitaran; con una única condición: que no hiciera preguntas. Me compraron esta casa en Peter Bay y, desde hace mes y medio, estoy adiestrando a un grupo de catorce sumisas. Quince con la llegada de Katherine.
—¿Y qué les haces? ¿Cómo son estas mujeres?
—Son mujeres de piel y ojos claros. Todas de pelo largo. Responden al patrón que ya conoces. Al ser un miembro infiltrado debo proceder como si realmente fuera el tipo de amo que ellos buscan. Les facilito popper y
observo cómo actúa la droga en su organismo; cómo reaccionan a ella cuando están en la doma. Han logrado una droga de diseño muy eficiente, y esta vez ya no provoca ataques como los de hace quince meses. Las
desinhibe y anula su miedo, y les crea adicción. Piden más, siempre más — susurró rabioso—. Por alguna razón, la droga y la resistencia al dolor van muy ligadas. Y eso es lo que están buscando los Villanos. Quieren a
mujeres y hombres que aguanten para sus menesteres.
Caroline sintió un escalofrío. Mujeres y hombres que aguantaran todo tipo de castigos y que lo hicieran de un modo inconsciente.
—¿Has hablado con alguna de ellas?
—No puedo. Es posible que entre estas sumisas haya una que no lo sea y que sea enviada por parte de los Villanos para controlar a los amos y sus artes disciplinarias. Se supone que no debo conocer cuántas consienten y cuántas no. Me vigilan; y no quiero cometer ningún error. Tengo que llegar
hasta el final, no importa cómo; aunque eso suponga seguir disciplinando a las sumisas que tengo a mi cargo.
Caroline pensó que Kaì no tenía estómago ni remordimientos. Pero lo mismo decían de los agentes de contrainteligencia del FBI. Si se metían en un papel debían hacerlo hasta las últimas consecuencias. Recordó haber
leído que algunos miembros de la KGB, cuando se les destinaba a una misión en parejas, se casaban y tenían hijos entre ellos para agrandar su «leyenda» y adoptar mejor su papel. No importaba si había amor o no. Solo
importaba la misión. Katherine le dijo en Washington que una podía llegar a perderse como agente. Y ahora entendía por qué.
La joven se volvió a sentar en el puf, cansada y anonadada por recibir tanta información.
—Quiero que salgas de aquí —dijo Caroline mirando a su hermana con ojos de cordero degollado—. Sal de aquí, Kath…
Katherine se sentó tras ella y la abrazó.
—El SVR y el FBI están trabajando conjuntamente en este caso como algo
excepcional —le dijo su hermana al oído para calmarla—. Kaì informó al director de la SVR; y este se puso en contacto con la división del FBI: el director Spur. Ya saben que Kaì y yo nos hemos encontrado; y ambos están coordinando la misión.
—¿Lo sabía el subdirector Marcel?
—Sí, Caroline. Lo sabía. Pero no me dijo que iban a meterte a ti en esto. Y eso no se lo perdonaré jamás.
—Cabrón hijo de puta… —gruñó Caroline. El hombre la visitó para pedirle que se infiltrara y utilizó la baza de la desaparición de Leslie para que ella accediera. Y, en realidad, Katherine estaba a salvo con el maldito ruso.
Katherine sonrió y besó la coronilla de su hermana pequeña.
—No puedo abandonar el caso. Debo quedarme con Kaì. Ambos sabemos que los Villanos me desean; y estamos a punto de culminar la investigación con la llegada de la noche de Walpurgis. Será nuestro modo
de entrar. Y, si llegas a la final, tanto tú como Klaus también podran participar.
Caroline se quedó en silencio y tragó saliva costosamente.
—¿Sabes lo que le sucedió a Alaric? —preguntó.
—Sí. Murió —contestó Katherine con los ojos fijos en Kaì—. Los contactos del ruso afirman que un ama totalmente encapuchada, acompañada por otro hombre encapuchado, se hicieron cargo de él en cuanto yo desaparecí. Lo último que se supo fue que se halló a Alaric muerto por asfixia. —Su voz se
quebró.
—Ah… Lo siento por él y por ti, Katherine. ¿Te… Te encuentras bien?
—No, Caroline —reconoció abatida—. Alaric era mi amigo y el mejor amigo de Klaus. No quiero ni imaginarme lo mucho que ha debido sufrir el agente Mikaelson echándose la culpa de todo solo por ser el agente al cargo. Pero él
no fue el culpable… Son los riesgos de estar en una misión. Consciente, o inconscientemente, nos jugamos la vida cada día, fingiendo ser personas que no somos —murmuró hundiendo la nariz en el pelo rojo de su hermana
—. Te he echado tanto de menos; he pensado tanto en ti…
Caroline se dio la vuelta y abrazó a Katherine. Necesitaba llorar por el miedo vivido; por la angustia experimentada al no saber dónde estaba su hermana, si seguía viva o no… Quería embeberse de ella, de su calor, de su cuerpo, de su protección. Katherine siempre la había protegido; y Caroline también tenía la
necesidad de hacerlo.
—Entendido. —Se secó las lágrimas que había derramado de nuevo—.
Entendido, Kath. Por nuestra parte, el FBI ha colocado cámaras por todas las Islas Vírgenes —explicó—. No han logrado identificar todavía a los Villanos, ni siquiera saben dónde se hospedan… Son como humo. Se desvanecen
con rapidez. Están utilizando el sistema de reconocimiento facial para averiguar sus identidades, pero siempre van enmascarados y eso imposibilita el éxito de correspondencias con las bases de datos.
—Y, aun así, aunque el sistema los reconozca, no les asegurará el éxito —repuso Kaì—. Piensa que los que trabajan para los Villanos saben muy bien cómo anular identidades de las redes neuronales. No dejan cabos sueltos.
—Lo sabemos —aseguró Caroline—. Ya sé que, días después de la aparición de los cuatro cadáveres de las sumisas, se hallaron dos cuerpos de sumisos que todavía siguen sin identificar. Ni mediante el ADN, ni mediante el
reconocimiento facial… Han eliminado todos sus historiales. Son invisibles.
¿Creen que sus muertes pueden estar relacionadas con la supuesta ama que se llevó a Alaric la noche en que te secuestraron?
Katherine, de modo interrogante, miró a Kaí por encima de la cabeza de Caroline.
—No lo sabemos —contestó Katherine—. Los cuerpos de los dos hombres hallados tenían guiches en la zona perianal. Alaric no tenía ninguno. Podría ser que sí, o podría ser que no se tratara de la misma persona.
Los tres se quedaron callados, mirando al suelo. Kaì se pasaba el caramelo de un lado al otro de las mejillas.
Caroline levantó la cabeza y miró la sala, estudiando todos los detalles habidos y por haber: cafetera, televisión, hilo musical…
—¿Para qué sirve esta habitación? —preguntó.
—Para relajarme después de las domas —contestó escueto, sin bajar los ojos, sin ocultar nada de su particular infierno a Caroline ni a Katherine. Así que tampoco era fácil para él estar ahí…
—Ah… ¿Qué vas a hacer conmigo ahora? —le preguntó a Kaí.
—Voy a prepararte para devolverte a tu amo esta misma noche. Tengo una performance grupal con mis sumisas. Es obvio que los Villanos observarán el espectáculo. Lady Raksha podrá participar y yo aseguraré que
eres una auténtica delicia delante de todos los asistentes. Jugarás un rato conmigo.
—Depende de lo que quieras que haga… —le desafió Caroline. Además, a ver qué iba a decir… No quería que Klaus pensara que ella se había dejado someter por él ni que la había tocado—. Tengo un edgeplay y hay cosas
que no las pienso hacer. Además, no quiero que Klaus se… —se sonrojó y cambió de tercio rápidamente—. ¿Katherine también va a asistir?
—La noche anterior no lo hizo. —Kaí se apartó de la mesa en la que estaba reclinado y se plantó delante de ella—. No he querido exponer a la agente Katherine; pero me temo que esta noche sí lo hará. Las sumisas van
todas con el rostro cubierto y pierden su identidad por completo nadie sabe quiénes son. Solo se les ven los ojos y la nariz, para que puedan respirar.
Katherine vendrá conmigo y será mi mascota personal, nadie la podrá tocar.
Además, los Villanos quieren ver qué tal se comporta. Mientras tanto, las demás sumisas harán las delicias de los participantes.
—¿Y yo qué haré?
Kaí alzó la comisura de su labio y sonrió como un demonio.
—Los dejarás a todos con la boca abierta.
Katherine acabó de vestir a su hermana con un atrezo de mujer pirata. La fiesta privada que esa noche tenía lugar en la Plancha del Mar era una fiesta temática de piratas; y todos debían ir con la indumentaria pertinente.
Le recolocó el increíble sombrero pirata negro con encajes y lazos rojos.
Su vestido negro y rojo era muy corto y mostraba el muslo entero; era
medio encorsetado y tenía mangas largas y abombadas, de hombros descubiertos,
con encaje también por debajo de la falda y dos trenzas de seda amarillas que
cruzaban verticalmente el corsé de cuero negro que elevaba su pecho; llevaba medias de rejilla ancha y unas botas de tacón, negras, con plataforma.
—Lady Raksha… Estás espectacular —aseguró Katherine.
Caroline sonrió a su hermana a través del espejo, observando cómo le peinaba el pelo y le arreglaba los pequeños tirabuzones que le había hecho.
Pero no era una situación liviana. Ambas eran conscientes de la responsabilidad que tenían entre manos y de cómo debían actuar. Ojalá
estuvieran en alguna de las tiendas de Nueva Orleans, yendo de compras como siempre habían hecho. Pero aquello no era nada lúdico ni ocioso.
Había vidas en juego.
—¿Kath?
—¿Sí? —contestó mirándola a los ojos verdes.
—¿Te has sentido sucia en algún momento? Me refiero… Me refiero a introducirte en este tipo de mundo y hacer todo lo que haces por obligación más que por deseo.
Katherine se encogió de hombros y siguió atusándole el pelo.
—No me siento sucia, Caroline. Intento sobrellevar y disfrutar lo que hago. Me lo he pasado muy bien aprendiendo. Al principio, es verdad que todo me chocó en exceso. ¿BDSM? Eso era como algo obsceno y pecaminoso para mí.
—Y para mí.
—Pero luego, entiendes lo que es… Sabes por qué lo haces… Y, a veces, incluso en situaciones extremas, puedes llegar a encontrarte a ti misma y averiguar cosas sobre tus anhelos, cosas que jamás hubieras adivinado.
¿Me gusta azotar? ¿Me gusta dominar? Puede que sí; no lo sé. Elegí ser ama porque odio estar en manos de otras personas, eso lo tengo claro.
—Siempre has sido muy autosuficiente y controladora.
—Sí. Y por eso elegí entrar como dómina. Pero al caer en manos de Kaí… Me he preguntado alguna vez: ¿me gustaría que me dominaran?
Caroline parpadeó y abrió los ojos con sorpresa.
—Él no te ha hecho nada todavía, ¿verdad?
—No. Hace que esté presente en sus domas para que vea lo que es y lo que pide a las sumisas. Pero a mí —bajó la mirada—, no me toca. Soy una agente del FBI, no una de sus mujeres.
—Ah… ¿y… eso… no te gusta? —preguntó intrigada.
—No, no… Claro que me parece bien.
—No has puesto cara de que te parezca bien.
—Estamos en una misión, y no debe importarme otra cosa —protestó con
inseguridad.
—Por Dios… —Caroline se asombró—. ¿Te gusta el mohicano? ¿Te… interesa?
—¡Por supuesto que no! —replicó obtusa.
—A Kathe le gusta el mohicano, a Kathe le gusta el mohicando —canturreó por lo bajini.
—Cállate.
La rubia sonrió y vio en su hermana la misma actitud que ella tomaba cuando negaba sus sentimientos hacia Klaus. ¿Sería verdad? ¿Katherine sentía algo por el ruso? Iba vestida con el mismo traje tipo buzo que le había
puesto anteriormente Kaí. Mierda, tenía el pelo liso y negro azulado muy brillante y, los ojos plateados, levemente achinados pintados con kohl negro.
El look de Trinity de Matrix.
—Lo tuyo sería digno de una historia de novela romántica. Un agente de la SVR, el antiguo KGB, se enamora de una agente del FBI… —Puso ojitos y parpadeó repetidas veces—. Oh, vaya dramón.
—Corta el rollo, agente —musitó desaprovándola—. ¿Tú cómo te sientes
con Klaus?
—Yo tampoco me siento sucia —comentó Caroline resuelta, revisando lo altos
que tenía los pechos.
Katherine chasqueó la lengua y levantó una ceja negra, del mismo modo en que su hermana pequeña lo hacía.
—Yo tampoco me sentiría sucia si el hombre de quien siempre he estado enamorada me hiciera todo tipo de guarradas inclementes.
Caroline abrió la boca precipitadamente, dispuesta a negar con vehemencia tal afirmación. Pero, ¿por qué iba a hacerlo si era verdad?
—¿Lo sabías?
—Lo supe desde el momento en que tomaste el conejito del que nunca te desprendías, y que ni siquiera me dejabas a mí, y se lo diste a él, sin dudarlo, para que dejara de llorar por la muerte de su abuelo. La que siempre ha parecido no saber lo que le sucedía eras tú…
Pillada. Qué vergüenza.
—Sí —resopló abatida—; la verdad es que ha sido todo un shock para mí descubrirlo.
—Caroline —puso sus manos sobre sus hombros desnudos y le dio un leve tirón a su sombrero de bucanera—. Tienes que tener mucho cuidado.
—¡Ya lo hago! No voy a hacerme ilusiones respecto a nada. Esto es solo una misión.
—No, no me refiero solo a ti… Para que Klaus haya tomado la decisión de ser tu tutor en el caso y realizarte la doma, quiere decir que va muy en serio, aunque no te lo parezca. Tienes que tener cuidado tú, pero también él. No
se pueden hacer daño. Klaus no es de piedra tampoco.
—¿Crees que él… ? —Dios, ¿Katherine creía que Klaus estaba enamorado de ella? Bueno, él había reconocido que se preocupaba y que sentía cosas…
Pero, ¿querría decir eso que la quería? No… No podía ser. ¿O sí?—. No puede ser. Klaus está acostumbrado a otras prácticas, a otras mujeres; y yo no creo ser lo que él necesita.
—Solo un amo sabe lo que necesita su corazón. Y tengo la sensación de que Klaus siempre lo supo. Es obvio que estan aquí en calidad de agentes, pero… No dejan de ser un hombre y una mujer que tienen sexo; además,
comparten un pasado común. ¿Dónde está la línea entre juego y realidad? ¿Entre deber y necesidad? Solo lo sabran ustedes.
—¿Y es tu corazón de mujer sumisa o el de mujer ama el que habla?
Katherine le guiñó un ojo a través del espejo.
—Eso, hermanita, solo lo sé yo.
—Arpía.
—Ya. ¿Estás lista? ¿Sabes lo que tienes que hacer?
—Sí. Por supuesto que sí.
—Klaus estará esperándote. En cuanto bajes del escenario, debes reunirte con él en algún lugar privado y explicarle todo lo que sabes, ¿de acuerdo?
En realidad, todos sabemos más o menos lo mismo. Estamos pendientes de la aparición de los Villanos pero, esta vez, yo actuaré con Kaí. No podemos pisarnos terreno los unos con los otros. EL SVR es una agencia
distinta al FBI. Actuaremos como si no supiéramos nada. Recuerda:
Su caso es Amos y Mazmorras. El mío tiene que ver ahora con la organización rusa que comercia con mujeres y hombres y los vende a otros países.
Ambos casos confluyen en un mismo lugar; eso es todo.
—De acuerdo.
—Bien, nena. ¿Estás lista? —la besó en la mejilla y le levantó la barbilla.
—Nací lista.
—Entonces, al abordaje.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora