CAPITULO VIII

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Azotes y latigazos: Azotar a un sumiso es solo otra manera de acariciar, tocar y estimular a la otra persona a niveles físicos y psicológicos

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Azotes y latigazos: Azotar a un sumiso es solo otra manera de acariciar, tocar y estimular a la otra persona a niveles físicos y psicológicos.

Caroline estaba envuelta en una nube de placer y ni siquiera sabía dónde la estaban tocando. Unos ojos añiles la hipnotizaban y la obligaban a quedarse quieta. Escuchaba aullidos de
lobos a lo lejos, y sentía unos dedos que la llenaban por dentro y frotaban su vagina. Estaba a punto, no le quedaba nada para correrse y, de repente, la sensación se fue, desapareció; y ella
se vio en medio de una selva, corriendo sin destino alguno, huyendo de los lobos que iban a atacarla…
El despertador sonó a las siete de la mañana y Caroline abrió los ojos.
Todavía tenía la excitación en su cuerpo, recorriéndola insatisfecha.
En el otro lado de la cama, vacío, permanecía el olor de Klaus, pero ya se había levantado.
—Madrugador.
Sobre la almohada reposaba una nota escrita.
Te espero en el jardín en media hora. Han llegado todos los juguetes y accesorios que pedí.
Quiero que te quites las braguitas delante de mí.
Tienes el desayuno sobre la mesa de la cocina.
Estoy ansioso por empezar, así que no me hagas esperar. El alfa/Klaus  (Tu jefe/amo/tutor).
—Por favor… —murmuró roja como un tomate—. Empieza la acción de verdad. Sí, señor —musitó desperezándose y estirando todos los músculos de su cuerpo.
Excitada por lo que le deparaba el nuevo día, se duchó y se aseó.
Se recolocó las braguitas de cuero rojo y bajó las escaleras.
Esperaba encontrárselo al menos en la cocina; que la saludara, le diera los buenos días y la acompañara en el desayuno. Pero
Klaus seguía en el jardín.
El día anterior había sido una caja de sorpresas. No esperaba encontrarse a un Klaus Amo de ese estilo, atento y considerado, pero también muy… descarado y mandón. Aunque claro,
los amos eran mandones de por sí, ¿no?
Había algo raro entre ellos, algo que no podía obviar. Bien provocado por los años que hacía que se conocían, o bien porque Klaus se creía en deuda con Katherine e iba a cuidar de ella todo lo que pudiera y más, hasta el punto de haberse ofrecido como su amo.
No eran amigos íntimos. No se habían llevado bien nunca.
Y ahora llevaban dos noches seguidas durmiendo juntos: él le había visto las tetas y ella se lo había visto todo. Estaban jugando a un juego de dominación que tenía connotaciones sexuales, pero ambos sabían por qué lo hacían.
Era un trabajo. Una misión secreta.
No era nada que hicieran voluntariamente porque sus
cuerpos se lo pidieran o porque ambos se gustasen. Bueno, a ella le atraía Klaus. Sí, desde siempre; pero, siendo franca, ¿a quién no le iba a gustar Klaus? Estaba como un queso el hombre. Era sexy como el demonio y se jugaba la vi-
da por los demás. Era como Bruce Wayne: un caballero oscuro.
Su relación debía ser estrictamente profesional. Desconocía qué tipo de relación habían tenido Alaric y su hermana Katherine, pero dudaba que Kath se enamorara de nadie estando en medio de un caso. Ella tampoco lo iba a hacer.
Aun así, no era su culpa si iba cachonda. Su educación sexual como sumisa le había propiciado un maldito calentón durante el día de ayer; y Klaus no había hecho nada para quitárselo. ¡Ella no era de piedra!
Y, para colmo, él tampoco, porque su mástil estuvo con la
bandera hasta arriba durante todo el día.
¿Y qué había de malo?
Ambos eran jóvenes. Saludables. Y debían prepararse para sus roles. El excitarse y el calentarse era algo normal si los órganos sexuales estaban directamente relacionados con la instrucción.
Dios, hacía un calor horrible.
En Nueva Orleans, julio era época de huracanes y ciclones debido a las altas temperaturas y a la humedad que había en toda la zona. Por eso no había mucho turismo en verano, cosa que agradecían.
Se sentó en el taburete de la barra americana y tomó el café con hielo. Mordisqueó el sándwich vegetal que había preparado el amo y salió al jardín mientras acababa una manzana.
Klaus solo llevaba un bañador corto de licra de color azul oscuro. A ese hombre le daba igual marcar, por lo visto. Intentaba manipular algo que tenía entre las manos, azotándose una
palma y luego la otra.
¡Plas! ¡Plas!
Los músculos paravertebrales y los hombros se hinchaban y se relajaban a cada movimiento.
A Caroline se le cerró el estómago. Hoy tocaba castigo por todas las ofensas de ayer y porque el amo quería saber cuál sería su resistencia al colocarse bajo la dureza de su vara; y no precisamente la que tenía entre las piernas.
Se tragó lo que quedaba de manzana plantándose tras él con todo el valor que no tenía. La mesa que tenía Klaus delante albergaba un montón de artilugios destinados a fustigar, azotar y flagelar; y Caroline ni siquiera quería mirarlos.
—Hoy podrás vengarte por aquella vez que te tiré de la lancha motora en marcha de tu padre —dijo Caroline para relajarse.
Klaus sonrió sin que ella lo viera. Necesitaba mantener su
rol, aunque el recuerdo que evocaron sus palabras lo llenó de melancolía.
Los padres de Klaus era muy poderosos en Nueva Orleans.
Eran los principales algodoneros del estado. Estados Unidos tenía tres grandes puertos algodoneros: Galveston, Savannah y Nueva Orleans, que embarcaba de las riberas del Misisipi. La familia Mikaelson, que tenía raíces italianas, aunque las nuevas
generaciones se considerasen plenamente americanas, era la
más importante en lo que a producción de algodón se refería.
Al padre de Klaus, Mikael, le encantaban las lanchas de
alta velocidad. Cuando eran más pequeñas, Katherine y ella habían
ido con sus padres a revisar las plantaciones de algodón y utilizaban sus lanchas para bordear el rio. Klaus molestaba a Caroline continuamente. Le deshacía las coletas o se reía de su pelo amarillo; y ella, simplemente, harta de él, lo empujó. Y lo hizo con tanta fuerza que se desequilibró y saltó por la borda de la lancha.
—Buenos días, gatita ¿cómo has dormido hoy? —preguntó amablemente, sin darse la media vuelta. Dejó la fusta y tomó otro objeto.
Ups. Klaus en modo amo ON desde el minuto cero.
—Bien, señor. ¿Y tú? ¿Has dormido bien?
Él asintió y se dio la vuelta para enseñarle lo que tenía entre las manos. Era una correa negra que sujetaba una pelota roja de caucho de unos cuatro centímetros de diámetro.
—¿Sabes lo que es esto? —preguntó colocándosela a la altura de los ojos.
Sí. Sí que lo sabía porque ella también hacía los deberes y aprovechaba cualquier momento para ver algún vídeo de BDSM.
—Es una mordaza.
—Se suelen llamar gags. No sé si ponértela o no Caroline. Este
jardín está abierto y los vecinos pueden oírte gritar, así que me-
jor ponemos música bien alta.
—Miró el equipo musical que había en el porche interior—,
y lo acompañamos con uno de estos fetiches, por si acaso. ¿Qué
te parece?
—Como tú consideres, señor.
—A mí me complacería no ponértela. Quiero oír tus comentarios y lo que puedas decir. Y quiero que cuentes los latigazos. Hay amos a los que les excita la acumulación de saliva de sus sumisos con estos fetiches y también los ruidos que hacen al intentar hablar. A mí no. Eso no me atrae precisamente.
Prefiero oírte a ti.
¿Estás de acuerdo, Caroline? ¿Con gag o sin gag?
—Sin.
—¿Lo aguantarás por mí?
¿Que si lo aguantaría por él? Si se lo pedía así… Lo intentaría. Intentaría soportar el dolor que seguro le iba a infligir.
—Lo intentaré, señor.
Klaus se acercó a ella y bajó la cabeza para darle un beso en
la mejilla. Un beso nimio y, a la vez, lleno de reverencia.
Ella se quedó sorprendida por el afecto en ese gesto y sonrió.
—Me encanta como hueles, Caroline.
—Es el champú.
—No —dijo él—. Tú haces que el champú huela así en tu pelo y en tu piel. Dime, ¿has desayunado bien?
—Sí, gracias por prepararme el desayuno.
—De nada. ¿Estás nerviosa por lo que va a pasar aquí?
¿Le mentía o no le mentía? «Nunca me mientas», recordó.
—Sí, un poco sí.
—¿Tienes miedo de que te haga daño? Vas a estar atada e indefensa ante mí. Voy a enseñarte en cada momento con lo que te voy a golpear. Voy a explicarte lo que le sucede a tu cuerpo. —Le acarició la barbilla con el pulgar y la tomó de la mano guiándola hasta la mesa con cuatro cadenas en cada una de sus esquinas que había dispuesto en el jardín. Había convertido su
maravilloso espacio chill-out en una mazmorra—. Estírate aquí
boca arriba. Pero antes, quítate las braguitas.
¿Podía humedecerse una mujer solo ante esas palabras?
¿Por qué estaba de nuevo tan excitada ante la posibilidad de
sentirse indefensa y forzada a aceptar algo? ¿Por qué quería
que fuera Klaus quien la provocara?
Se quitó las braguitas meneando las caderas de un lado
al otro, quedándose desnuda ante él. No había tenido ninguna
vergüenza al presentarse en topless esa mañana y, ahora, tampoco sentía vergüenza al quedarse en cueros.
La noche anterior lo había desnudado y lo había acariciado hasta que él se durmió, ¿o fue ella quien lo hizo? No le tocó el pene, pero sí todo lo demás.
Qué sensación más extraña e indescriptible: sentirse a
salvo con Klaus cuando todavía no habían empezado la parte
dura de su doma.
—Jesús, Caroline… —la ronca voz de Klaus penetró su piel—.
Estás muy lisa —sonrió como un corsario que iba a secuestrar
a una doncella, devorándola con los ojos brillantes de deseo y
antelación.
—¿Te gusta así, señor?
—Me agrada mucho —contestó sincero, tomándola de la
cintura y alzándola hasta sentarla en la mesa—. Estírate mirando hacia arriba.
Ella lo hizo, y él aseguró las cadenas a sus muñecas, por
encima de la cabeza, y a sus tobillos, abriéndole las piernas.Cuando las cadenas hacían clic, él acariciaba la zona apresada
para tranquilizarla.
—Voy a tocarte, Caroline —anunció con el rostro entre sombras.
—Sí —susurró.
Klaus pasó la mano por encima de su garganta y la fue
deslizando a través de su clavícula y sus pechos. Acarició los
pezones con los pulgares, deteniendo las manos ahí.
El corazón de Caroline se disparó, y un ramalazo de deseo se
ubicó en su entrepierna, arremolinándose detrás de su ombligo. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos.
—¿Te gusta que te toque así?
—Sí, señor. Me gusta.
—Y a mí me gusta tocarte, Caroline.
Ella abrió los ojos y centró su vista en él. Klaus sonreía ensimismado con sus pechos y tenía el puente de la nariz rojo de excitación.
«Entonces, también te pongo un poco nervioso, ¿eh? Bien,
un poquito no es malo», pensó con regocijo.
—Tengo que disciplinarte con los azotes. En el torneo pueden venir pruebas de todo tipo si no encontramos antes los cofres; y nos podríamos ver obligados a emprender algún duelo. Un duelo podría ser el de contener el grito durante el azote, el de contarlo, o el de no correrse o no llorar… Y hay que tener mucho autocontrol.
—¿Podría correrme por los azotes?
—Por supuesto —contestó—. Puede que hoy no, porque vas a estar demasiado preocupada en pensar si te duele o no.
Mezclaré los azotes con las caricias, te estimularé y te calmaré.
Quiero que te familiarices con los golpes y quiero comprobar
cual es tu zona más sensible, ¿estás conforme?
—Sí —dijo decidida.
—Primero voy a prepararte por delante, y después lo haré por detrás. No utilizo látigos porque son muy dolorosos y pueden llegar a cortar la piel. En el torneo, las Criaturas utilizan látigos para castigar; pero son amos muy versados en esas prácticas y saben que no pueden cometer errores y hacer daño de
verdad a una sumisa.
—Me dan miedo las Criaturas. Klaus asintió.
—No tienes que temerlas. Además, haremos lo posible por
no caer en sus garras.
—Bien.
—Los instrumentos que use pueden despertar muchas
sensaciones en ti. Si tienes que gritar, hazlo. Si tienes que
llorar, llora. Y, si no lo aguantas, recuerda la palabra de seguridad.
—Si.
—Eso es. —Volvió a pasarle los pulgares por los pezones y
luego deslizó los dedos por su cintura, sus costillas y después
las caderas. Se quedó con los ojos clavados en su vagina y llevó
los dedos hasta ahí para abrirla con cuidado.
OH-DIOS-MÍO. Solo quería verla; no la acarició por dentro ni coló los dedos por ningún lugar. La abrió como si fuera
un melocotón para observar su color y su textura. Pero ella sintió que se humedecía y que empezaba a palpitar.—Tienes un color muy rosado. Cuando la sangre se acumule ahí por los azotes y las palmadas, se hinchará y pasará al rojo rabioso. Te volverás muy sensible. Los azotes en estas zonas sirven para que la sangre bombee en los puntos sexuales y seas plenamente consciente de ellos. Cuando estés lista, podrías llegar al orgasmo solo con un soplido —aseguró acariciándola levemente—. Es muy bonito, Caroline. —La alabó con tacto y cuidado.
Ella inspiró profundamente cuando dejó de tocarla y exhaló con un gracias ahogado.
—Vamos a empezar —dijo agarrando un flogger de varias colas—. Lo primero que tienes que hacer es no poner etiquetas a lo que estás sintiendo. Sé que es angustioso estar atada
e inmovilizada sabiendo que alguien te va a golpear, pero soy yo: soy Klaus. Me cortaría una mano antes que hacerte daño de verdad. Así que —sopesó la carga de las colas y las revisó con
atención—. No etiquetes. No hay dolor. No hay placer. Hay algo mucho más poderoso y potente que eso. —Dejó que las colas del flogger acariciaran su torso y pasaran por encima de sus
pezones. Estos reaccionaron y se pusieron de punta—. Eso es.
Respondes muy bien, Caroline.
—Ah… Gracias, Señor.
—Lo que voy a hacerte, todo lo que vas a sentir puede parecer doloroso; pero es dolor para conseguir un placer sublime.
El dolor no es el fin de los azotes: es el medio para hacer que
vueles. Una sesión de BDSM, un castigo, no tiene por qué aterrorizarte. Puedes pensar en ello como una escena de una peli de suspenso en la que no sabes lo que va a pasar. Sentirás un
cachete, y después, en la misma zona, dos besos o dos lametazos; un azote, y después una caricia reconfortante. Y la suma de todo eso, la suma de sentimientos y del gran contraste
del dolor y el placer es lo que hace del BDSM algo tan increíble.Sexo bestial y dulzura infinita, suavidad y dureza, el infierno y el cielo… Imagínate una discusión y después lo increíble que
es la reconciliación. En esto es lo mismo: después de que te flagelen o te castiguen, lo mejor es que cuiden de ti y te mimen. —
Se inclinó sobre ella y le dio un beso fugaz en los labios—. Yo
voy a cuidar de ti, nena.
Antes siquiera de que Caroline pudiera saborear y entender el motivo de ese beso, llegó la primera caricia vertical de las colas del flogger. La golpeó sobre el estómago, aprovechando su propio peso para que las colas no se enredaran y fueran todas en la misma dirección.
Caroline se tensó y con las manos se agarró a las cadenas.
Primero llegó uno y después otro y otro y otro… Llegaban a gran velocidad e impactaban sobre la piel desnuda de la joven, que apretaba los ojos con fuerza y ponía todo el cuerpo en tensión.
—No me gustan los verdugones, ni las marcas en la piel, ni los cortes… Los sádicos, no los amos que les gusta la dominación y la sumisión —aclaró—, abusan de los látigos —¡Zas!,
en el pecho izquierdo—, incluso de los floggers con objetos cortantes. —Otro zas en el otro pecho—. Pero los sádicos tienen otra psique y les gusta infligir dolor por dolor. A mí no.
Care estaba temblando, aguantando las sensaciones como buenamente podía. Klaus se había detenido, y ahora sentía
cómo la piel atizada le hormigueaba y se calentaba. Y, entonces, llegó otro tipo de golpeo sobre sus muslos. Uno igualmente estimulante.
La piel le picaba y no sabía si lo que estaba experimentando era dolor o placer.
Después de trabajar sus muslos, klaus subió el flogger denuevo sobre el estómago; y entonces llegó el primer rayo de dolor fuerte cuando las colas fueron a parar a su entrepierna.
—¡Oh, mierda! —exclamó ella apretando los dientes.
—¿Te ha dolido este, Caroline? ¿Así?
Se lo hizo de nuevo: y Caroline saltó de la camilla-mesa al sentir el azote en la vagina.
Pero cuando la sensación picante desaparecía, quedaba de nuevo aquella extraña estimulación en toda su piel, como si alguien la tocara pero sin tocarla. Y se sentía arder.
—Aguanta, Care. Esto es solo para prepararte. Es un calentamiento. —Se centró de nuevo en sus pechos y pasó de manera continuada las colas del látigo a modo de caricia susurrante, para luego volver a empezar.
Estuvo largos minutos trabajando su parte delantera, hasta que toda su piel estaba roja debido a la estimulación.
—Dios… Eres tan bonita. Caroline no podía hablar. Estaba convencida de que su cerebro se estaba friendo. ¿Qué le sucedía a su cuerpo?
¿Acaso quería más? No podía ser…
Él acarició su rostro y retiró el amarillo flequillo de sus ojos.
—Haces que quiera follarte ahora mismo, Caroline. Te estás entregando a mí. —Colocó la palma de la mano sobre su vagina y la dejó ahí, sin mover los dedos—. ¿Lo notas? Te estás humedeciendo, nena.
¿Se estaba entregando a él? Lo que pasaba era que estaba ardiendo como un jodido volcán. No quería que la dejara de tocar. No quería que apartara la mano de ahí.— Klaus...
¡Zasca! Primera cachetada con la mano abierta sobre su sexo: spanking vaginal; y dejó la mano ahí, reteniendo todo el
calor.
A ella se le saltaron las lágrimas, pero, incomprensiblemente de nuevo, deseó mucho más.
—¿Cómo me llamo?
—Señor.
—Sí, eso es —pasó los dedos por su raja, pero no hizo nada más—. Buena chica.
Sin saber muy bien cómo, Klaus la liberó de las cadenas y le dio la vuelta como un pollo; se quedó boca abajo sobre la mesa. Él la aprisionó otra vez y empezó a flagelarla tal y como había hecho con su parte delantera. Lo hacía a un ritmo y a una velocidad que contenían una fuerza hipnótica. No fuerte, porque aquel no era el castigo principal, pero sí con la suficiente presión y cadencia constante como para que su piel se preparase.
—Dios —gimió Caroline, colocando el rostro hacia el lado contrario en el que él estaba. Le escocía la piel, seguro que se le estaba irritando; pero su cuerpo se sumía en una hipnosis provocada por el contacto de las colas, por cómo alternaba un golpe y otro: uno más fuerte, otro más flojo, uno más suave… Después se detenía y le pasaba las manos por encima de la zona torturada, como si la quisiera consolar y acariciar, pidiéndole perdón por el castigo que le estaba infligiendo. Y a ella, en ese momento, le entraban ganas de llorar. Pero no lo haría. Debía ser fuerte.
—En el torneo solo te tocaré yo. No voy a dejar que nadie se te acerque, Caroline. Para eso debemos ser los más rápidos en encontrar los cofres; y, si no lo hacemos, tenemos que ganar los duelos. Pero si en algún momento hay que enfrentarse
a las Criaturas o ceder a lo que el Amo del Calabozo o Uni exijan, tienes que prepararte para cualquier cosa —¡Zas! Un azote entre las nalgas que hizo que su preciosa piel se enrojeciera—.
Oh, gatita… Fíjate. —Pasó las manos por su trasero y se inclinó para darle un beso.
—¿Klaus? —sollozó ella muy pendiente de esa boca.
¡Zasca! Un azote con la mano abierta. Y ella se quejó por el contacto.
—¡Señor!
Le frotó la zona en la que le había dado la cachetada y se inclinó de nuevo para besarla.
—Es muy importante que en los castigos nunca pronuncies mi nombre. Piensa que tú y yo tenemos otras identidades,
y que esas serán las facilitadas a los organizadores del torneo.
Un error de ese tipo llamaría mucho la atención de los Villanos.
—Sí, señor.
—Ya estás preparada para tu castigo.
La desencadenó y la dejó sentada de nuevo sobre la mesa camilla. Con el flogger en la mano todavía, le retiró el pelo de la cara y puso una mano a cada lado de sus piernas, sobre el soporte, de modo que la dejó encerrada entre su cuerpo y la casa camilla, desnuda, afectada por los azotes y roja como un tomate.
Caroline nunca había sido tan consciente de su cuerpo como
en ese momento.
—Me vuelve loco que confíes en mí de ese modo,  gatita.— Gracias , Señor.
—Estás muy en tu papel, ¿eh, bonita? Klaus le retiró el pelo húmedo por el sudor de la cara. Pegó su frente a la de
ella y la miró a los ojos. Ansiaba besarla. Pero no la quería confundir en ese momento; como tampoco quería confundirse él.
—Mírame.
Caroline levantó la vista, confusa. No sabía cómo debía sentirse, pero se sentía tan bien y descansada… Tan activada.
Klaus la agarro en brazos y la dejó enfrente de su punching bag.
—Coloca tus manos en el saco, Caroline, y sostente.
Ella le miró por encima del hombro. No se sentía tan desorientada como para no advertirle con sus ojos, demasiado
verdes, de lo que le sucedería si le hacía daño de verdad.
—Dijiste que confiabas en mí —le recriminó él captando el mensaje de esa mirada—. Mira al frente.
—Sí, señor. —Ella se mordió la lengua y esperó paciente a que llegara el golpe.
—Quiero que tú misma aceptes el dolor voluntariamente.
Por eso no te ato.
—Bien. —Caroline se posicionó mejor para recibir el castigo.
—Debes mantenerte quieta, ¿sí?
—Sí, señor.
—El umbral del dolor va a crecer porque has liberado muchas endorfinas, y por eso es más difícil que salgan moretones.
En el precalentamiento, las caricias sirven para que las endorfinas se acumulen en la piel. La tienes roja y abrasada, nena. Voy a golpearte a un ritmo lento para que tengas tiempo de absorber cada golpe y anticipes la sensación del próximo. Ayer me
ofendiste tres veces. Serán cinco latigazos por cada ofensa.
—¿Quince, señor? —preguntó achicando los ojos y deseando que la tocara de una vez: no importaba si venía un azote, una cachetada o una caricia. Quería que siguiera estimulándola, no se quería enfriar.
—Una, cuando me dijiste que querías otro amo, cuando lo que yo pretendía era protegerte de caer en manos equivocadas;
la segunda, cuando insinuaste que no me preocupaban tus necesidades, cuando la doma de ayer te preparaba para mí; y la tercera, cuando dijiste que no era irresistible, cuando Caroline —se acercó a ella y le susurró al oído—, veo lo brillante que estás entre las piernas, gatita. Y es por lo mucho que te gusta lo que te hago. Pero vamos a añadir cinco más.
—¡¿Por qué?! —replicó.
Él permaneció en silencio durante unos segundos. Esas contestaciones merecían otro castigo, pero esperaría a que Caroline se diera cuenta de que no debía hablarle así.
—¿Señor? —preguntó con la boca pequeña.
—Por insinuar que Clint murió por mi culpa y que mi incompetencia hizo que secuestraran a Katherine.
Aquellas palabras la hundieron. Era verdad que lo había dicho y se había arrepentido al instante, pero no le había pedido perdón todavía. ¿Cómo se había atrevido a atacarlo así?
—¿Estás lista? —Le acarició la nalga izquierda y le pellizcó suavemente—. Estás ardiendo.
—Sí, señor —contestó con un hilo de voz.—Vas a contar en voz alta los latigazos. Tengo un látigo de
nueve colas en las manos, Caroline. Esto te va a doler un poquitín más. —Usó la velocidad y el peso del látigo para golpear sobre sus nalgas, haciendo palanca con su brazo y el mango.
El sonido de las colas cortando el viento podía ser atemorizante, pero era más espectacular escuchar como azotaban la piel.
—¡Uno! —gritó Caroline clavando los dedos en la bolsa de boxeo. Dios… Cómo escocía. Después de diez segundos, llegó el segundo contacto, en la misma zona, entre las nalgas—.
¡Doooos! —exclamó clavando los pies en el césped para mantener el tipo. Los golpes cada vez eran más fuertes, pero los iba intercambiando de zona para no hacer demasiado daño. El tres
y el cuatro alcanzaron la zona trasera de los muslos. El cinco y el seis golpearon la parte baja de la espalda. La piel del trasero le dolía y a la vez le picaba. No sabía si quería rascarse, frotarse
o que siguiera golpeándola. El siete y el ocho cayeron de nuevo sobre las nalgas. No. No quería que siguera pegándole. ¿O sí? Aquello era muy confuso.—. ¡Nueve! ¡Diez!
Klaus sabía que Caroline podía con eso y con más. Era la mujer más fuerte, obstinada, valiente y entregada que había conocido nunca. Pero debía aprender a soportar eso con él, pues él
sería quien jugara con ella en el torneo. La joven temblaba y se apoyaba en el saco, casi abrazándose a él.
—¡Doce! ¡Trece!
Las exhalaciones y los ruiditos indefensos de Caroline recorrieron el alma de Klaus.
Era por ella que él estaba ahí.
Era por ella que él cuidaba de Katherine. No al revés.¿Lo entendería algún día? ¿Cómo lo iba a saber si él nunca le había dicho nada?
—¡Dos más, gatita!
—¡Diecinueveeee! —gritó gruñendo. Las colas del último
latigazo pegaron de golpe en las caras enrojecidas de las nalgas de la agente y cayeron hacia abajo, cansadas de su propio ejercicio—. Veinte… veinte… Dios… —sollozó—.
¡Veinte! —se dejó caer al suelo, manteniéndose abrazada
al saco, completamente abandonada.
Klaus tiró el látigo al suelo y tomó a Caroline en brazos, acunándola contra él, consolándola con su cuerpo y su piel.
Caroline ni siquiera se atrevió a huir. Aquello era un castigo
de BDSM; y ella sabía que le ardía el cuerpo, era consciente de la reacción de su psique ante la figura de la flagelación, pero no entendía la otra sensación que subyacía bajo su piel.
—Ven aquí, nena. Lo has hecho tan bien… —la felicitó—.
Ahora déjame cuidar de ti.
—No… Déjame en paz.
—Chist, Caroline. —La miró a los ojos y caminó con la joven en brazos hasta sentarse en el sillón de mimbre, con ella sobre sus piernas a horcajadas sobre él—. Sé que ahora no sabes cómo sentirte. Pero también sé que, en realidad, en realidad, no ha sido dolor lo que has sentido. —Sus pechos desnudos se pegaron el uno al otro. Klaus la besó en la cabeza y en la sien, después por las mejillas… También le pasó las manos por la espalda y las nalgas para consolar su aflicción y su picor.
Caroline se abrazó a él, sin pedir permiso ni llamarlo señor.
Apoyó su cabeza sobre su pecho y permitió que él le diera el calor que necesitaba. Mimos. Solo quería mimos.«Consuélame, por favor», decía en su interior.
—Lo siento. Siento lo que te dije —gimió sobre él—. No pienso que tú hayas tenido la culpa de nada… Fue horrible. Fui una mala zorra. Perdóname. Tú has perdido a tu mejor amigo en el caso y yo…
—Chist. Está bien, nena…
—No, Klaus —lo llamó por su nombre, pero le importó un comino. Tomándole de la cara le dijo—: dime que me perdonas,
por favor…
—Sí. Claro que sí —Sus ojos azules se impregnaron de lo bonita y lo viva que estaba.
—Perdón —sollozó, abrazándolo.
Klaus la calmó y la arrulló, feliz de tenerla así. Era la primera vez que Caroline no lo miraba mal, ni le lanzaba una palabra venenosa, ni se reía de él…
Ahora era accesible. Y tierna.
—Al principio —le explicó él—, cuando sientes que te gusta lo que te hacen, te sientes desorientado. Pero, en realidad, no es dolor, no de verdad —le explicó él besándola en el hombro y masajeando sus carnes doloridas—. Es un dolor placentero. —
Le tomó el rostro entre las manos y la incorporó un poco para que ambos quedaran cara a cara—. La gente llora y se limpia.
Es como una catarsis. Y hay otros que acaban tan hechos polvo después de una sesión de BDSM que están deprimidos durante un par de días. Han sacado tanta mierda y se han vaciado
tanto que no saben poner nombre a la paz interior que sienten.
—Yo estoy bien. Solo… Solo dolorida.
—Se secó las lágrimas con el dorso de las manos. Dolorida placenteramente. Se sentía escocida, pero también muy sensual y encendida para cualquier cosa.
—Ya veo.
—Oye… Antes me has besado. Me has dado un beso —le recriminó ella—.
¿Podemos darnos besos cuando juguemos a los roles de amo y sumisa? ¿Eso está bien? —preguntó insegura.
Klaus sonrió al ver que ella volvía a tener lágrimas en los ojos; pero eran lágrimas purificadoras. Se las limpió sorbiéndolas con los labios.
Y ella se quedó de piedra al darse cuenta de que Klaus cumplía sus promesas:
«Cuando llores, me beberé tus lágrimas».
—Para mí sí. Si necesito hacerlo, lo hago —le explicó él—.
Quería besarte, Caroline.
—¿Necesitabas besarme?
—Eres una sumisa muy especial, y muy sexy —murmuró sobre su mejilla—. Te has entregado a mí, Caroline. Por supuesto que quería besarte. Y te besaré siempre que me plazca.
—¿Porque tú lo dices?
—Porque lo digo yo.
Ella dejó caer los ojos y volvió a apoyarse de nuevo sobre su pecho. No iba a hablar de eso con él; los besos siempre eran algo más. Si se tenían que besar, se besarían de nuevo, pero esa
vez ella tomaría el control, no la pillaria por sorpresa.
—Ha sido tan intenso… —murmuró sobre su piel—. Me escuece la piel, me escuece ahí abajo, y mi culo… Mi pobre culo —lloriqueó entre risas—. Lo has dejado como un tomate, salvaje.
Klaus se echó a reír.
—Ayer me ofendiste. Como sumisa en el rol, deberás de acatar los castigos, y piensa que habrá gente observándonos.
No podrás ofenderme y permanecer impune. Tienes que aprender a actuar como se requiere en el torneo.
—Lo sé —gimió al sentir que la piel de la entrepierna se resentía al rozarse contra… ¡Oh, vaya!—. Ups…
—¡Oh! —Klaus sonrió abiertamente y miró hacia abajo—.
Está despierto desde que has llegado al jardín.
Caroline tragó saliva. Sí, ya se había dado cuenta de que klaus casi siempre estaba preparado.
—¿Te duele? —preguntó él.
—¿Dónde? —preguntó ella.
—Aquí. —klaus deslizó la mano entre sus cuerpos y cubrió su sexo con la mano. La joven dio un respingo pero él la mantuvo en su lugar—. ¿Sabes lo que nos sucede a los hombres después de una situación de riesgo?
—¿Qué?
—Que la adrenalina y las endorfinas se aglomeran en nuestro órganos sexuales y se nos pone gorda.
—Como ahora. —Arqueó una ceja y disfrutó de sentir la mano de klaus calmando su lugar más íntimo.
—Es justo lo que le pasa a las mujeres. Pero ustedes se hinchan y se humedecén. —klaus deslizó un dedo por su raja ardiente e inflamada y se encontró con la suavidad y la excitación de Caroline—. Como ahora.
—¿Esto también es instrucción o se puede considerar meter mano a discreción?
—Esto forma parte de tu disciplina. Vamos a hacer todo lo que nos tocará representar en Dragones y Mazmorras DS.
Caroline estaba hipnotizada por la expresión de klaus. Parecía
que estuviera tocando un pedacito de cielo.
—¿Y qué vas a hacer al respecto, señor? —Ella cerró los ojos y se agarró a sus hombros.
—Después del azote, vienen los mimos, nena.
Klaus la alzó y la sentó sobre la mesa de mimbre, con cuidado de no rozar mucho la piel flagelada.
—Ábrete y muéstrame cómo eres ahí, Caroline.
—Que sepas que esto no lo hago con todos. Lo hago porque me lo ha ordenado el FBI.
Klaus le dio una cachetada en el interior del muslo izquierdo.
—Yo soy el único a quien debes obedecer, descarada. Ahora, ábrete.
Ella no estaba en situación de llevar la contraria a nadie, y deseaba como una loca que él la acariciara. La había estimulado de un modo muy salvaje, y ahora no había nadie que pudiera calmarla a no ser que la llevaran al éxtasis. Jamás se imaginó
que las palizas sexuales podían excitarla hasta ese punto. Pero
su cuerpo brincaba con ganas de marcha.
Y si eran amo y sumisa, debían representar el papel a la
perfección.Al parecer, él creía que era el fin del mundo, y que ella era
un maldito salvavidas. Le apresó las piernas con fuerza y empezó a succionarla de arriba a abajo. Golpeó el clítoris con su suave lengua y después la internó en su cavidad. Las paredes
de Caroline se estrechaban y temblaba, bajo su inspección.
—Sabes muy bien… —murmuró sobre su entrada.
Caroline sintió la voz del amo entrar por su útero y llegarle al estómago, reverberando como un eco en su interior. Se había
corrido una vez y se correría otra más.
Bamboleó las caderas arriba y abajo y dejó caer el cuello hacia atrás. Nunca se había sentido así. Había tenido sexo
oral otras veces, pero klaus era…, era… No tenía palabras para describirlo. Puede que los azotes la hubieran hipersensibilizado, pero, después de la zurra, notar algo tan suave como su
lengua, tan plástica y elástica, y con esa textura tan especial, la volvió loca.
Le agarró de la cabeza con las dos manos y lo mantuvo en
el lugar que ella necesitaba.
Klaus no se movió de ahí. La fustigaba con su lengua y los labios y después la mordía cariñosamente con los dientes; absorbió sus labios exteriores, primero el derecho y después el izquierdo y, a continuación, empezó a hacer el mismo recorrido que al inicio.
Lo tenía todo estudiado. La quería martirizar.
Fue en una de las profundas inmersiones de su lengua
cuando Caroline volvió a correrse en su boca; mientras, él seguía
mimándola como solo un amo podía hacer después de un castigo.
Si esa era la recompensa por sufrir su disciplina, ese mismo día le diría que era feo, bizco y un nazi unas veinte veces. Pero sus atenciones no acabaron ahí.
Después de correrse una vez más, klaus tomó lo que quedaba de ella y los metió a ambos en el jacuzzi. El agua estaba
fría, así que activó las burbujas y colocó a Caroline entre sus piernas para darle un masaje lleno de jabón sobre los hombros doloridos y la espalda irritada.
Permanecieron en silencio mientras él cuidaba de ella.
—Gracias, señor —dijo realmente agradecida.
Klaus la besó en la nuca y pasó las manos por la parte baja
de su espalda para luego recorrer las nalgas con los dedos.
—¿Cómo está tu trasero?
—Mejor. El agua me calma.
—Le he añadido sales de baño calmantes. Después, cuando salgamos de aquí, te daré un masaje con una loción especial para que tu piel se restablezca. Está hecha de hojas de encina.
—Eres un detallista —susurró cerrando los ojos—. ¿También sabes dar masajes, señor?
—Sé hacer de todo —murmuró juguetón—. Ya sé como está tu pompis…
¿Y tú, Caroline, cómo te encuentras?
—Mmm… Increíblemente bien. Es como si hubiese corrido una maratón. Ahora me siento tan cansada y maleable… —
suspiró—. Pero feliz. Esto de tener un amo no es mala idea —
bromeó jugando con el agua entre sus dedos—. Podría dejar
que me castigaran si después tengo todo esto. Un pensamiento cruzó la mente de Klaus. Caroline estaría con
él como amo mientras durase la misión. Los supervisores coincidían en que el modo de finalizar el caso era en el torneo, una vez entraran en el círculo de los Villanos; pero eso implicaba
que estuvieran juntos solo hasta la finalización del caso. El comentario de Caroline no le gustó. Sugería que ella pudiera elegir a otro amo después de que todo finalizase.
Con amargura dijo:
—Hay castigos que no tienen recompensa. Hay castigos
disciplinarios que no acaban en orgasmos. Pero yo prefiero que
acaben así. Es mucho mejor para ambos.
Caroline se apoyó sobre su pecho. Estaba bien y era correcto estar así con él. Ambos tenían una misión que cumplir y se iban a conocer mejor que nadie; así que intimar a esos niveles
no era inadecuado.
—Creo que me quedaría hecha polvo si alguien me castigara como tú lo has hecho y después no me consolara.
—Hay amos muy crueles, Caroline. Pero las sumisas que ellos buscan son muy sumisas, y aceptan lo que ellos les hagan porque es lo que necesitan.
—Sí. Sí…, ya lo sé.
—Nadie está con un amo por obligación.
—Excepto… Excepto las mujeres con las que puedan traficar utilizando el torneo de BDSM. Puede que no todas, pero
se las está obligando a estar ahí, y algunas han perdido incluso la vida.
—Exacto. Quedan cuatro días, Caroline —moldeó sus nalgas y
las abrió para que las burbujas golpearan justo en esa zona—. Y
quedan cosas por aprender.—Oye… —se tensó divertida—. Eso hace cosquillas. ¿Sabes? Es la primera vez que utilizo el jacuzzi con otra persona.
—¿En serio?
Él soltó una carcajada mientras la colocaba sobre un chorro de agua.
—Vamos al cuarto, nena.

Hola, he vuelto. Siento no haber actualizado el lunes como habia dicho. Es que volvi y luego me fui por otros dias. Ya saben a laa vacaciones ahi que disfrutarlas. El video que les dejo arriba es de un fic que estoy escribiendo y subire aca cuando ya lo tenga listo.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora