CAPÍTULO VI

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Si te dan a elegir entre cuatro demonios, el feo, el malo, el bueno y el que esta bueno, ¿a quién elegirías? Al final escogerias al tipo bueno

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Si te dan a elegir entre cuatro demonios, el feo, el malo, el bueno y el que esta bueno, ¿a quién elegirías? Al final escogerias al tipo bueno... ¿No?

Pues lo mismo con los amos.

No había muy buena iluminación. No se oía nada; pero, para Caroline, incluso el silencio era más inquietante que cualquier sonido que pudiera darse en las salas de ese club.

Mierda, estaba bajo tierra. Nunca se hubiera imaginado que en Nueva Orleans pudiera haber algo así; aunque, por otra parte, ¿dónde habría algo así sino en Nueva Orleans?

-¿Están insonorizadas? -preguntó mientras rozaba con los dedos una de las puertas metálicas.

-Sí. Es el único modo de mantener lo que se hace aquí en secreto.

Todas tenían colores distintos. Al final, se divisaba una puerta negra y grande con un lobo dorado que hacía de picaporte.
Klaus. Lobo.
King. Rey.

Caroline ató cabos y llegó a la conclusión que Klaus era el Rey, el alfa dentro del mundo del BDSM.

Él sacó la llave y abrió la puerta. Presionó al interruptor y

la espartana sala se iluminó con una luz azulada y tenue.

-En este local hay muchas salas distintamente ambientadas. Tienen salas rojas, medievales, salas dungeons, salas fetish y salas a pelo, como esta. Todas están equipadas con todos los juguetes necesarios. Las rojas disponen de un completísimo material para las prácticas.

SM: cama de tortura, trono, cruz de San Andrés, cepos, jaulas, potros, fustas y látigos de diferentes colas... Las medievales cuentan con su propia prisión, cama de estiramientos,

puntos de suspensión, sillas de tortura... Y la sala fetish dispone de ropa de cuero, látex, pvc, botas, zapatos, máscaras, antifaces... Caroline lo escuchaba y no lo escuchaba. Estaba consternada por la crudeza de aquella sala, y eso que no tenía nada. Solo dos vigas de madera ancladas al suelo con dos cadenas colgando en la parte superior. Nada más. La pared estaba desconchada y el suelo era de cemento. La sala olía a algo menos fuerte que amoníaco, como si la hubieran limpiado y desinfectado.

En esos sitios habría lágrimas, sudor y muchos fluidos que después debían desaparecer de ahí por cuestión de higiene.

Caroline no se quería ni imaginar lo que sucedía entre esos muros.

Una vez, en la universidad, su amiga Elena, que trabajaba en Nueva Orleans como asistente jurídico, le había dicho

que las mujeres debían tener en su interior a un ángel y a un demonio, a una santa y a una zorra.

Pues bien, ante aquella situación, Santa Caroline se hacía cruces. Pero Caroline «la zorra» arqueaba una ceja expectante y curiosa.

-¿Qué hacemos aquí? -aunque lo sabía muy bien.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora