CAPITULO XXVII

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Maraton 4 de 4

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Maraton 4 de 4


«No importa cuán grandes sean las lágrimas de una sumisa;
será amada y venerada por cómo las deja caer».



Plancha del Mar

Saint John

El maldito parche le picaba y presionaba su ojo demasiado. La ropa de pirata era agradable, pero Klaus no se sentía cómodo en absoluto.
La Plancha del Mar era un restaurante muy espacioso y sibarita, ubicado en el interior de la isla. Habían dispuesto varias mesas a lo largo y ancho de la enorme sala y estaba todo decorado con motivos filibusteros. Las luces
azules simulaban el interior del mar y teñían las pieles de los asistentes de se color celeste.
Los participantes, todos vestidos de piratas, bucaneros y doncellas, disfrutaban caracterizados tal y como estaban, con sus antifaces dorados, negros, rojos, blancos… y parches de todas formas y de todos los colores.
Una mascarada pirata. Algunos incluso bromeaban con sus espadas falsas, fingiendo que eran temerarios corsarios.
Klaus había pasado una tarde horrible: pensando en Caroline constantemente y temiendo que Kaí le hiciera cosas que ella no estaba dispuesta a aceptar. El amo podría darse cuenta de lo poco familiarizada que estaba su compañera con el BDSM y podría sospechar sobre su verdadera identidad.
Como mínimo, no entendería qué hacía una mujer como Caroline en un torneo de practicantes avanzados de dominación y sumisión.
Se fue al baño de hombres del restaurante para remojarse la cara y secarse el sudor.
¿Y si Kaí le había hecho daño? ¿Y si la había sometido? Para colmo, no había señal audiovisual de la cámara de su collar de sumisa, ni tampoco audio de los micros. Era como si estuviera en paradero desconocido y se la hubiese tragado la tierra.
Damon, con una impecable camisa blanca, un güito con elegantes plumas blancas y pantalones negros con botas, entró al baño y se dirigió a lavarse las manos, posicionándose justo al lado de Klaus.
—Alfa.
—Akela.
—El calor es insoportable, ¿verdad?
—Sí, lo es. Y todavía más vestidos así.
Klaus tenía la vista azulina clavada en el espejo, mirando su propio reflejo, húmedo y goteante por el agua.
—¿Todo bien? —preguntó Damon, a través del cristal, haciendo referencia a la misión.
—Sí. Ya queda poco para la final, ¿verdad?
No habían podido hablar todavía. Rebeckah tenía ocupado a Damon; aunque esperaba que esa noche, de madrugada, pudieran quedar en el hotel o en las afueras para dialogar largo y tendido sobre los avances de Amos y Mazmorras.
Damon parecía cansado y preocupado por algo. Klaus hacía tiempo que no veía a su amigo tan cariacontecido. La última vez que lo vio así fue un año atrás, cuando sufrió todo aquel rocambolesco incidente. Tema que, por
cierto, nunca había vuelto a sacar con él, pues comprendía que Damon continuaba violentado por los recuerdos.
—¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta, Akela?
—Me la harás igual.
—Bien visto. ¿Por qué has eliminado a Doppelganger Girl? ¿Por qué esa necesidad de jugar en pareja con Rebeckah? ¿Tanto te molestaba la otra sumisa?
Los ojos ambarinos de Damon desafiaron al agente Mikaelson a través del espejo.
—Lo hecho, hecho está. Soy muy celoso de mis amas y necesito que me presten toda la atención. No deben haber distracciones y me gusta monopolizar.
Klaus entrecerró la mirada y, aunque estaba lejos de dar esa respuesta como buena, decidió no molestarle más. «No deben de haber distracciones», curiosa contestación.
—¿Sabes algo de Lady Raksha? —preguntó el sumiso castaño.
—Solo que Kaí la traerá de nuevo a la Plancha del Mar.
—¿Crees que habrá jugado con ella?
—Espero que no; o me enfadaré mucho —amenazó entre dientes.
—Es una posibilidad. Prepárate para cualquier cosa.
—¿Como qué?
Damon se secó la cara con una servilleta de papel del dispensador y se dio la vuelta para salir del baño.
—Sin contrato, sin edgeplay establecido como pareja y sumisa, sin nada de nada… —enumeraba mientras se dirigía a la salida—. Solo la palabra de seguridad podía salvar a Raksha. Si no la ha pronunciado en ningún
momento, Kaí ha podido empujarla hasta hacerle lo que él quisiera. Ese amo tiene unos apetitos insaciables. Todo el mundo apuesta a que Lady Raksha ha caído en sus redes.
—¿Sabes algo de él que yo no sepa? —preguntó interesado.
Aquella tarde, el equipo estación le había informado sobre los datos personales de Kaí: nacionalizado en Estados Unidos, provenía de una familia de Moscú y se dedicaba a la Bolsa. En sus ratos libres era amo; y también cobraba por ello. Entrenaba a las sumisas para prepararlas en juegos colectivos.
—Nada importante —confesó Damon—. Pero su reputación le precede.
Además, esto es Dragones y Mazmorras DS, él se llama Kaí y es un Amo del Calabozo —levantó la mano y se despidió de él—; si eso no te acojona, entonces no sé qué lo hará. No necesitas saber nada más para comprender que es capaz de todo. Te esperamos en nuestra mesa. Van a traer la comida y tengo hambre.
Klaus asintió y acabó de secarse la cara. Tiró la servilleta a la basura, siguió a Damon y añadió:
—Ya… Pero yo también soy capaz de todo —murmuró en voz baja.
Cuando llegaron a su mesa, Klaus se quedó de piedra al encontrarse con alguien con la que no esperaba dar esa misma noche.
Cami lo estaba saludando coquetamente, vestida de doncella y mirándolo hambrienta.
—¿Cami? —Klaus se sentó a su lado incómodo con su presencia. Cuando Caroline la eliminó no se habían podido despedir y su salida del torneo había sido muy ruda y poco ceremoniosa—. ¿Qué haces aquí? Cami se encogió de hombros y le tomó del brazo, pegando sus voluptuosos pechos a su bíceps.
El vestido que llevaba, blanco y rojo, no
era nada recatado; y los pezones estaban a punto de salírsele del corsé. Sus ojos negros le devoraban.
—Bueno, soy una importante Lovers, Alfa. ¿No lo recuerdas?
—Por supuesto que sí, Lovers.
—Puede que no pueda jugar en el torneo por las manipulaciones de esa arpía de pelo rubio que tienes como pareja; pero los organizadores quieren que siga participando de los eventos extraoficiales del juego. Soy un
reclamo para el torneo; más o menos como lo puede ser Aurora.
Klaus sonrió con frialdad. Nadie se comparaba con Aurora; y Cami estaba muy lejos de alcanzarla, por muchas razones que él no iba a señalar.
Rebeckah puso los ojos en blanco y Damon aprovechó para beber de su copa de vino tinto; todos pensaban igual.
—¿Y dónde está ella? —preguntó Cami pasándole la mano por la nuca morena, frotando el pelo pincho que nacía corto y con fuerza.
—Les robaron los objetos; y Kaì, el Amo del Calabozo, la reclamó para él —explicó Rebeckah, que llevaba un disfraz de pirata y dos moños rubios en lo alto de la cabeza. Ella prefería el estilo más masculino, y su antifaz tenía lentejuelas brillantes negras y blancas.
—Oh. —Cami estudió la reacción de Klaus y arqueó una ceja oscura y perfectamente delineada—. Te la has sacado rápido de encima, ¿eh? —
Apoyó la mejilla en su hombro y se frotó contra él como una gata en celo.
—En realidad, yo me negué, pero Lady Raksha no es nada dócil. —Bajó la mirada para amonestar a Cami—. Y, aunque lo que hizo contigo fue escandaloso, son las reglas del juego, Waitress Lover. Es una chica muy competitiva y una buena jugadora —estaba excusándola.
Cami levantó una copa despreocupada y exclamó:
—Entonces, ¡por Lady Raksha! Y por Kaí. —Miró a Klaus de reojo—. Si crees que Lady Raksha ha salido intacta de su estancia con él, estás muy equivocado, amigo. Kaí se tira a todo lo que se mueve.
Klaus no brindó; a diferencia de Rebeckah y Damon, que sí lo hicieron.
El agente Mikaelson estaba cada vez más convencido de que Damon intentaba emborracharse para olvidar y no pensar.
En otra mesa más alejada, las Criaturas empezaban a animar el cotarro.
Lucien, por su parte, no dejó de mirar a Klaus. El amo, vestido todo de negro, con el pelo recogido hacia atrás, levantó su copa y sonrió como si supiera el calvario que estaba pasando, disfrutando de ello.
En otra, Aurora y sus acólitas arañas, todas amas, bebían y brindaban por lo que la noche les deparara.
Más al fondo de la sala se había montado una especie de pasarela, seguramente para algún espectáculo; y como la sala era muy grande, las mesas se habían dispuesto alrededor del tendido. Y, aun así, había mucho espacio para moverse.
En un lugar como aquel, todo el mundo quería devorar a todo el mundo de algún modo. La competitividad se exponía a la máxima potencia; el honor y el orgullo eran una enorme baza que utiliza pero si, además, existían viejas rencillas, entonces el torneo se convertía en realidad en un maravilloso,
sexy, sensual y sádico campo de batalla.
Klaus se llenó la copa de vino y la bebió toda de un trago.
Mierda, tenía una gran habilidad para granjearse enemigos.
Después de la cena, la gente estaba mucho más animada gracias a los efectos de una buena comida a base de todo tipo de vegetales, mariscos a la plancha y el ron cajún Spice, que no dejó de correr por todas las mesas.
Klaus oteó la botella y leyó la inscripión de la etiqueta. Era un ron que solo había visto en Nueva Orleans; pero, al parecer, también lo comercializaban en las Islas Vírgenes, seguramente porque era la bebida de los piratas y las islas fueron frecuentadas y conquistadas por ellos.
Los camareros retiraron las mesas y poco a poco dejaron la sala vacía, a excepción de la barra de cóctel abierta y disponible para todos.
Miró su reloj: eran ya las doce de la noche.
¿Cuándo se suponía que iban a traer a Caroline? Dio otro sorbo al ron y esperó a que la bebida orleanina apagara las llamas de su ansiedad.
Entonces, la pasarela se iluminó con los focos.
La música tronó a través de los altavoces; y la fiesta, la verdadera fiesta del ambiente, comenzó. Todos vitorearon y alzaron sus espadas.
En aquel momento, apareció Caroline, vestida a caballo entre pirata y libertina, con su sombrero negro de lacitos y plumas rojas y su vestido extracorto con ribetes negros. Las botas de plataforma con tacón le hacían
parecer más alta de lo que en realidad era.
La joven se quedó quieta en medio de la pasarela, permitiendo que el foco la iluminara bien; aunque mantenía la cabeza inclinada y sus ojos verdes ocultos tras un antifaz negro, cubierto por el ala del sombrero.
La letra de Masquerade de BSB acompañaba su performance.
Klaus abrió los ojos al verla, petrificado, con la botella de ron a medio camino de su boca. Sus pies, envueltos en las botas tomaron vida propia y le acercaron a la pasarela. Quería recogerla y sacarla de ahí, asegurarse de
que estaba bien, de que Kaí no se había aprovechado de ella.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora