CAPÍTULO IX

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La base de toda buena relación entre amos y sumisas es la confianza

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La base de toda buena relación entre amos y
sumisas es la confianza. Las mentiras lo destruyen todo por ambas partes.

Aquel día por la tarde, Klaus le explicó que saldrían a conectarse a Internet y ver si había algún mensaje de la organización del torneo. Él se conectaba siempre desde locales habilitados, porque estaba demostrado que los organizadores tenían
hackers informáticos, y no le interesaba que nadie supiera la IP de su ordenador pr.
Después de eso le indicó que ella llevaría bajo el sostén unas pinzas para pezones.
Por tanto, después del Yaccuzzi, el cuarto orgasmo y el masaje; después de comer y de seguir estudiando las instrucciones del juego y aprendérselas de memoria, Klaus se dispuso a ponerle unos aros de acero en cada pezón.
Caroline estaba de pie ante él, ambos en la habitación.
Klaus se había vestido con un pantalón tejano desgastado azul claro y una camiseta blanca de manga corta y con cuello de pico. Llevaba unas zapatillas de piel descubiertas, estilo surferas, pero de vestir.
Caroline vestía con una minifalda de flores estampadas rojas, amarillas y violetas. Solo eso. Tenía los pechos al aire y aún no
se había calzado.
La diferencia de tamaño entre ellos saltaba a la vista.
La joven lo miraba como si fuera el mismísimo diablo. Vamos, que de haber podido hubiera saltado por la ventana.
¿Le iba a oprimir sus pezoncillos con eso? Se estremeció.
-No los vas a llevar mucho tiempo. Solo una hora. Después de llegar al local wifi y revisar mi bandeja de entrada del foro, iremos un momento al baño y te los quitaré.
-¿Iremos un momento al baño? ¿Hay un baño público mixto que yo no conozca?
-No -negó con la cabeza-. Entraremos al de señoras y nos encerraremos para que yo te pueda desprender de ellos.
-Eso es un delito: escándalo público.
Soy una agente de la ley, señor, que repentinamente está de vacaciones...
Klaus se paró ante ella, con la palma hacia arriba y los aros constrictivos relucientes y perversos ante ella.
-Calla, cotorra. Hay muchos tipos de pinzas para pezones. -Le dijo, acariciando su pezón rosado con el pulgar y el índice.
-Hum... -Caroline apretó los labios, prohibiéndose el gemir.
-¿Te gusta que te toque los pechos?
-¿Tú qué crees, señor?
Klaus sonrió y se los acarició solo para provocarla y ver cómo la piel se le erizaba y los pezones se le ponían de punta.
-Quiero que me contestes. Caroline deseó darle un pisotón.
-Sí, señor. Me gusta que me toques los pezones.
-Y a mí me gusta tocártelos -reconoció, agradeciendo su sinceridad-. Las pinzas... -no quería irse del hilo de la instrucción, así que prosiguió-: están las de este tipo, que son
aros que se pueden ajustar según el tamaño del pezón y según la resistencia al dolor de la sumisa. Luego también hay otros tipos que son como pinzas metálicas. Algunas de ellas
van unidas por una cadena, con lo cual el amo puede tirar de esta cuando quiera atormentar los pezones de la sumisa; otras van unidas con una cadena, y esta, a su vez, va unida al collar de sumisa. Las pinzas son dolorosas, pero sirven para que el pezón sea mucho más receptivo a las caricias.
-Espero que no me produzca isquemia.
-No. Hay que controlar muy bien la presión con la que cierras la pinza y ajustarla a tu grado de dolor. El amo tiene que ser consciente de mantener una buena irrigación, que la sangre pueda fluir bien y evitar aplastar cualquier arteria que lleve la circulación al lugar que se está presionando. Sano, seguro
y consensuado, ¿recuerdas?
-Sí. -Esas eran las bases del BDSM.
-Lo importante es no utilizar objetos filosos. Yo recomiendo las pinzas de punta ancha o estos aretes, porque son el modo de distribuir la presión y que no se vea afectado un solo
punto. ¿Estás lista?
-Por supuesto que no -replicó.
-Caroline... ¿Confías en mí?
-Sí, señor.
-Repito: ¿estás lista?
-Si.
Klaus sonrió. Ese gesto era tan tierno y adorable en él que Caroline estaría dispuesta a decir sí hasta a un tatuaje con su cara en el culo. Pero no podía dejarse engañar por su dulzura y su increíble y contradictoria amabilidad: era un amo. Y aquello era un juego en el que iban a rebasar muchos límites. Tampoco iba a ser una descerebrada y decir a todo que sí solo porque sus ojos azules oscuros se iluminaban cuando ella admitía
que confiaba en él.
No. Ni hablar.
Klaus tomó el pecho izquierdo. Caroline inspiró profundamente. Él lo lamió para que se endureciera y, después, rodeó el pequeño pezón con el aro y lo empezó a ajustar.
La presión creció y creció hasta que el pezón parecía un guijarro aplastado.
-¡Duele! -se quejó ella, intentando apartarlo de su pecho.
-Caroline -Klaus agarró su muñeca-. Toma aire y relájate.
Es solo la primera sensación.
-¡Las pelotas!
-¿Caroline...? -Klaus se aguantaba la risa, pero no debía darle tanta manga ancha-. Eso merecerá un castigo.
Al instante, esas palabras produjeron una especie de efecto placebo en ella. El castigo... Sí, era extrañamente doloroso,
pero todo lo que venía luego... Oh, señor... Su pezón se relajó, y el pellizco de dolor que a veces emitía se unió a la excitación que despertaba en su entrepierna. Se quedó callada y con las mejillas rojas.
-Mira, Caroline. -Klaus se levantó la camiseta y le enseñó sus
pezones, constreñidos por unos aros circulares. Se los había puesto por ella, porque quería compartir sus sensaciones. Klaus nunca había hecho nada así con nadie, pero con Caroline... Con ella lo haría-. Yo también los llevo puestos.
Caroline abrió la boca y fijó sus ojos en su pectoral. Qué condenadamente perfecto era...
-¿Por qué? -preguntó horrorizada-. Te... Te harán daño.
Klaus la miró con ternura.
-Hoy voy a ser misericorde y vamos a compartir la experiencia.
¿Eso quería decir que nunca los había llevado antes?
-¿No habías hecho esto antes? ¿Con ninguna?
Klaus negó con la cabeza y se encogió de hombros al tiempo que le golpeaba el pezón constreñido con el pulgar y el índice.
-¿Por qué? -preguntó Caroline en medio de un gemido-.
¿Por qué lo haces conmigo, señor? -Estaba asombrada. No solo le había dado varios orgasmos, sino que él no había recibido
ninguno. Ni le había exigido que lo tocara, ni se había quejado
por su falta de atención.
-Porque quiero.
Y esa fue su única respuesta antes de rodearle el pezón
derecho con el otro aro, y presionarlo de igual modo.
-Aguanta la sensación inicial. -klaus cubrió todo su pecho y presionó el pezón con la palma para calmar el dolor. La
miró fijamente-. Respira conmigo -inhaló y sacó el aire por la boca. Cuando vio que ella hacía lo mismo, la felicitó-. Eso es.
Caroline tuvo ganas de lanzarse a su cuello y besarlo, pero no podía hacerlo. Besarlo era como un paso más en la instrucción y no lo haría hasta que Klaus diera carta blanca para ello. Mientras tanto, se moriría de las ganas. -¿Que bragas llevas puestas?
-Las que me has dado después de salir del jacuzzi. -
Klaus había comprado muchas cosas a traves de la tienda erótica on-line. Había mucha lencería BDSM, y Caroline podía elegir la
que más le gustara-. La braguita negra de látex que tiene una cremallera frontal.
-Perfectas. -La felicitó. Levantó sus pechos y le dio un beso a cada uno en la parte superior-. Vístete rápido. Te espero abajo.
-S-sí, señor -murmuró, observando cómo se marchaba de la habitación, silbando como un hombre feliz.
Como era miércoles, era obligatorio pasarse por la plaza Lafayette. Había muchos tenderetes de comida casera y música
gratis y al aire libre. Lo mejor de Nueva Orleans y los nativos de allí se congregaban en aquel cónclave de la ciudad.
Caroline se sentía como si estuviera en una cita con Klaus, que, obviamente, no era tal. Pero el saber que ambos habían correteado por allí de niños, que se conocían de hace años, y que la gente los reconocía por las calles paseando solos, alimentaría los cotilleos. Más de uno los emparejaría.
Sonrió. La de cosas prohibidas que ella y Klaus estaban haciendo e iban a hacer durante esos días; y sin ser novios. Más
de una se escandalizaría por un comportamiento tan libertino.
Pero, detrás de eso, había un tema tan repugnante como la trata de personas. Así que, merecía la pena cualquier sacrificio si
podía liberar a su hermana de las manos de quienquiera que la tuviese; y lo mismo con las mujeres y hombres que seguramente no tenían ni idea de donde se habían metido hasta que fue demasiado tarde.
Estaba sentada en una de las terracitas de la plaza Lafayette, escuchando cómo los músicos que repoblaban de nuevo el Barrio Francés, ambientaban la vida nocturna y animaban el espíritu de los ciudadanos.
Klaus había entrado un momento a la biblioteca pública para conectarse al foro y ver si había recibido algún mensaje privado de D&M.«Me molestan los pezones». No, no era molestia. Se estaban rozando con el sostén y enviaban destellos de dolor y placer por todo su cuerpo.
-¿Caroline?
La voz de Matt Donovan, su amigo y oficial de policía de su comisaría se acercó a la mesa, sonriente como siempre.
-¿Qué haces aquí? Nos han dicho que te has tomado unos días de vacaciones por asuntos propios. Pensé que te irías de viaje.
Matt debía ponerse mucha protección porque era demasiado blanco y rubio, y el sol de Nueva Orleans le quemaría la piel. Estaba muy rojo.
-Bueno. Sí... Estoy remodelando la casa...
-¿Ah, sí? ¿Qué parte de la casa?
-El jardín -soltó así, de pronto.
«Sí. Y después de que acabe de transformar mi jardín en una mazmorra de dominación y sumisión que a un tipo como tú lo haría llorar, me iré a un torneo en el que de las veinticuatro horas que tiene el día, seguramente veintidós esté con el culo en pompa».
-Vaya, no me digas...-Sí, está muy bien. Cuando lo acabe me iré unos días por
ahí. A desconectar.
-¿Sabes lo de Logan Fells, verdad? Pensé que era por eso por lo que te tomabas las vacaciones.
Caroline se quedó quieta y su rostro se ensombreció. Recordar el nombre de ese mal nacido la ponía enferma.
-Sí, lo sé. Pero tengo cosas más importantes que hacer que modificar mi vida solo porque Logan Fells esté libre.
-Bien dicho. Le han dado la condicional y ahora está en casa de sus padres.
-No me importa. No quiero volver a verlo en la vida. Ese hijo de perra por poco mata a su mujer a puñetazos.
Matt la miró comprensivo.
-Sí. Pero tenía un muy buen abogado y, al final, su mujer retiró los cargos. Y ahora está libre.
Caroline resopló contrariada. ¿Cómo podía una mujer dar un paso atrás así? Logan Fells había estado a punto de dejarla ciega, con traumatismos cerebrales severos. Iba de alcohol hasta las cejas. Siempre había sido un hombre muy agresivo y los vecinos aseguraban que no era la primera vez que la pegaba.
Aquella noche, Caroline lo vio salir borracho del bar que había cerca de su casa. Lo siguió con el coche y se ofreció a acompañarle, pero Logan Fells le dijo:
-Todas las mujeres son unas putas.
Y después de decirle eso, cuando llegó a su casa, se lió a apalear a su mujer.
Como ya conocía los antecedentes que tenía Logan Fells, se quedó esperando cerca de la calle en la que vivía el agresor, aguardando que no sucediera nada, pero confiando en que, si finalmente Logan pegaba a su mujer de nuevo, algún vecino daría la voz de alarma.
Ni siquiera hizo falta. Jenna, su mujer, apareció en su campo de visión, huyendo aterrorizada de alguien, con el camisón blanco manchado de sangre y la cara destrozada. Logan la estaba persiguiendo y la iba a alcanzar delante de su coche, frente a sus narices. Cleo llamó a los refuerzos, salió del coche, le lanzó una descarga con su pistola Taser y lo dejó postrado en el suelo. Lo esposó mientras él la insultaba y gritaba que iba a matar a Jenna y que después se la cargaría a ella.
Caroline lo golpeó en la cara con la porra, y Logan Fells se calló.
Lo procesaron y lo encarcelaron.
Al cabo de dos semanas, a ella la ascendieron como teniente.
Y ahora ese cabrón ya no estaba entre rejas. Bueno, la ley a veces era así. Pero debía seguir creyendo en ella, ¿no?
De eso ya habían pasado seis meses.
-Logan Fells es agua pasada. Por mí que se pudra o que busque ayuda psiquiátrica.
-Eso mismo dijo Mason, aunque él está más preocupado por ti. Ya sabes cómo es contigo...
-Sí -puso los ojos en blanco.
-Por cierto, Mason nos dijo que tenías un jacuzzi muy bonito en el porche interior.
-¿Te ha dicho eso? -se llevó la tónica que estaba tomando a los labios. Qué fanfarrón era. Él no había estado en su casa,
pero tenía fama de ligón, y le gustaba hacer creer a los demás que entre ellos podría haber algo más que una amistad. Caroline le
había explicado lo del jacuzzi, pero nada más.
-Sí -continuó Matt-. Que puede modular el agua fría y la caliente... Y que los sillones son muy cómodos. Yo quiero uno de esos para mi casa.
-Te daré el teléfono de mi instalador. Aunque, no entiendo cómo Mason te ha dicho eso si...
-Hola, Matt.
Caroline miró a Klaus por encima del hombro.
Su voz sonó muy seria e impersonal, y eso la extrañó.
-¿klaus? -Matt abrió los ojos con sorpresa y se levantó para saludarlo efusivamente-. ¡Mierda, amigo! ¡Qué alegría!
Klaus respondió al saludo con educación, aunque miraba a Caroline con gesto frío.
Ella achicó los ojos. No entendía a qué venía esa actitud.
-¿Sabes? Tus padres nos han dicho que tienes un negocio

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora