CAPITULO XXIII

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"El amo y la sumisa se graban el uno en la piel del otro. Como un tatuaje"

Kai se sostenía el interior de la muñeca izquierda mientras el ascensor les subía a la última planta del resort.
Klaus abrió la puerta de la suite, entró, y Caroline lo siguió cerrándola con el
talón, de un portazo.
—Has fallado a propósito —le escupió incrédula. Deseaba decírselo desde que entraron en la limusina. Pero por miedo a que hubiera micros allí también y, para no montar un espectáculo delante de Damon y sus dos mujeres, ambos se mordieron la lengua—. Te sabes los nombres de las islas de Fâerun. ¡Te los sabes todos! ¡Y has fallado a propósito! No tienes suficiente con decirme que no debería estar aquí sino que, además, me haces la vida imposible. —Le mostró la muñeca tatuada con una pieza de puzle y un corazón rojo—. Te juro que cuando llegue a Nueva Orleans me
voy a borrar esto, aunque me tenga que frotar la piel con estropajo. ¡No lo quiero!
Klaus no podía rebatirle, porque la verdad era que no supo qué mosca le picó cuando el Amo del Calabozo, Josh, le preguntó el nombre de la isla que adoptaba Water Island en el torneo. La respuesta correcta era Norland, él la sabía. Pero, entonces, miró a Caroline. Vio la pena que ella tenía por todo
lo que pasaba entre ellos, por el beso que él había intercambiado con la sumisa; y pensó que era una oportunidad perfecta para marcar a Caroline con algo suyo.
Dio una contestación errónea.
Caroline le estaba aguando el cerebro. Estar cerca de ella era una tentación que sabía que le iba a afectar; pero no se imaginaba cuánto hasta que la vio aparecer en el desfile de la noche anterior como Lady Rashka.
Lo mató. Verla lo mató, así de fácil.
La jugarreta de aquella mañana le había jodido los planes y ya no podría estar tranquilo en la misión. Si ella estaba a su lado, se dividiría entre el amo, el agente y el protector. Con Cami hubiera sido todo muchísimo
más fácil: sin emociones, ni vínculos, ni amor. Las pruebas solo serían sexo y punto. Fáciles de controlar.
Pero con Caroline… Nunca. Por favor, si no podía transigir con el hecho de rodearla de tanta testosterona… ¿Qué pasaría si tocase una prueba en la que debían compartirse? Klaus lo tenía claro: lo enviaría todo a la mierda. Si eso llegara a pasar, encontraría el modo de eliminarla. No permitiría que
nadie tocara a Caroline. No lo soportaría. Se moriría si, por su culpa, y además
estando con él, Caroline tuviera que verse obligada al contacto con otros hombres.
Pero en la prueba de las preguntas de esa noche, sus genes XY posesivos y su mente cavernícola, la de hombre que en realidad se moría por los huesos de su mujer, deseaba que ambos compartieran algo único.
Cami no significaba nada. La sumisa tampoco.Ella sí.
Care había acertado su pregunta. Pero él no.
Y la pequeña hada tenía razón.
Lo hizo a conciencia. Ahora ambos tenían un tatuaje que era una pequeña pieza de puzle con un corazón; y la una encajaba en la otra con total perfección.
Eso era algo que ya nadie podría borrar. Aunque finalizara la misión, Caroline tendría algo en su cuerpo que le pertenecía solo a él y que complementaba su pieza.
Un tatuaje especial y precioso entre parejas.
—No me he acordado. Me he quedado con la mente en blanco.
—¡No es cierto! ¡Lo has hecho porque querías fastidiarme! ¡Mierda, Klaus! ¡Es un maldito tatuaje! No es un dibujo con rotulador. ¡¿Sabes lo mucho que me ha dolido?! ¿Sabes el miedo que me dan las agujas?
—Ya tienes un tatuaje en el interior del muslo. No es para tanto —contestó un poco arrepentido.
Care levantó los brazos al cielo y se llevó las manos a la cabeza. Salió a la terraza. Necesitaba tomar aire fresco.
Todavía le escocía el tatuaje. Se lo habían envuelto en plástico; y ahora tenía gotitas de sangre que empañaban el dibujo.
Al horizonte, los cruceros atracados entre las islas dotaban al mar nocturno de vida y de luz. El sonido de las olas caribeñas muriendo en la
orilla y el olor a sal ascendían hasta su suite. Pero nada lograba calmarla.
Maldita sea. Tenía un tatuaje de pareja con Klaus. Increíble. Si se tomaban de la mano y entrelazaban izquierda y derecha, las piezas se superponían y cuadraban la una con la otra de un modo en el que ellos no podrían llegar
a cuadrar jamás; y menos con el océano que los separaba, lleno de diferencias y reproches.
El sonido de su iPhone la apartó de sus pensamientos.
—Es tu madre —Klaus salió al balcón y le acercó el teléfono.
Caroline se lo quitó de las manos ipso facto.
—Hola, mamá.
—¡Cariño! ¿Cómo está yendo tu viaje, cielo? ¿Klaus se está portando bien?
—Sí. Klaus es… un caballero —gruñó entre dientes.
—Recuerda pasarlo muy bien y disfruta de las playas caribeñas. ¿Te pones protección?
Caroline sonrió con ternura. Su madre… Siempre igual.
—Sí, mamá. Protección cien.
—No hay de esas.
—Ya.
—Bueno, escucha: a tu pequeño bebe de saurio… Además de que es incapaz de mirar recto cuando lo riñen, le da por cambiar de colores. ¿Está indispuesto?
Caroline se echó a reír y apoyó la frente en la mano.
—Mamá, Ringo es un camaleón. Y es normal que cambie de colores.
—Pues deberías enseñarle a no hacerlo. Hoy se ha mezclado con la ensalada, y tu padre por poco se lo come.
—¡Mamá, no lo puedes soltar! —exclamó con ganas de echarse a llorar de la impotencia—. Ringo no conoce tu casa y podría perderse…
—No te preocupes, cielo. Lo tengo controlado. Y no tenemos gatos ni perros que se lo coman. Aquí está a salvo.
—Lo sé.
—¿Has hablado con tu hermana?
—Sí. Está bien. —Ya estaba tan acostumbrada a mentir y a fingir, que el embuste salió natural de sus labios—. Solo que no puede comunicarse tan abiertamente como tú crees.
—Yo no creo nada. Soy su madre —repuso muy seria—. Quiero oírle la voz. Eso es todo. Pero si no puede… —exhaló rendida—, espero que lo haga pronto, porque me va a oír.
—Me dijo que te echaba de menos.
—Lo sé. Y yo a ella. Y a ti. Solo llevas fuera tres días y ya estoy viendo fotos de cuando eran unas niñas con pañales… ¿Todo bien, Caroline?
—Sí, mamá —repuso a punto de romper en lágrimas—. Sí, todo bien. El sol me ha aplatanado…
—Nada de aplatanarse. Tienes que disfrutar de tus vacaciones, cariño.
Haz que se te graben en la piel y las recuerdes siempre, ¿sí?
Care se miró el ridículo y a la vez tierno tatuaje y asintió sin pizca de autocontrol.
—Hum. Se me grabarán como un tatuaje, no lo dudes.
—Te llamaré en un par de días. Te quiero, hija mía.
—Te quiero, mamá.
Caroline colgó el teléfono y hundió el rostro entre sus brazos apoyados en la baranda de madera. Empezó a llorar sin ningún control. Pero no era un llanto escandaloso; al contrario. Lloraba en silencio, como las niñas que no querían que nadie descubriera su debilidad.
Klaus se acercó a ella silenciosamente. Nada podía destrozarlo más que ver llorar a Care; ya lo había aprendido.
Su valiente y desconsiderada chica se sentía superada por la situación y él era el culpable directo de eso.
No le había puesto las cosas fáciles.
Y lo peor era que no sabía cómo hacerlo mejor, porque iban a estar en tensión casi todo el día, y él la empujaría una y otra vez para que
continuara a su lado, para que siguiera su ritmo. Quería cuidar de ella y, a la vez, que
ella diera lo mejor de sí.
Pero estaba tan asustado de tenerla ahí con él… ¿Cómo se suponía que debía actuar un hombre cuando la mujer que amaba iba a estar tan expuesta y vulnerable con él?
¿Qué debía hacer? Si fuera un amo distinto al que no le importaba jugar en equipo… Pero era un amo muy enamorado.
—Lo siento.
—Pero, ¡¿por qué te disculpas?! —La joven se dio la vuelta y lo encaró furiosa—. ¡Si ni siquiera lo sientes! Klaus se acercó a ella y la arrinconó contra la barandilla, caminando y
obligándola a que ella retrocediera, escuchando todo lo que tuviera que
decir. Caroline había querido estar con él, y lo sabía desde la noche del Hurricane, cuando se dijeron todas esas cosas… Bueno, ninguna fue una declaración de amor, pero «siempre fuiste tú» bien podía parecerse a una.
¿Cómo se sentiría ahora ella?
¿Todavía querría estar con él? ¿O todo lo que él le había hecho esos días, por fin, le hicieron ver la realidad? Ojalá que sí. Porque si Caroline no lo alejaba rápido, entonces ya no lo haría nunca. Él no la dejaría.
—¡Me han hecho un tatuaje delante de todo el mundo! —expuso terriblemente ultrajada—. Cuando me hice el camaleón iba de
Tranquimazín hasta las cejas. ¡No llevo bien el dolor, Klaus, y lo sabes! ¡Nos han marcado!
¡¿Es que no lo entiendes?! —Se secó las lágrimas vehementemente.
—Aguantas bien el dolor, Caroline. No has soltado ni una lágrima…
—¡Porque están todas aquí y ahora! —Se señaló los ojos—. ¡No tiene sentido que llevemos este tatuaje! ¡Tú… Tú me odias! ¡Yo te veo y me entran ganas de vomitar! ¡¿Qué vamos a hacer?! Y… ¿por qué te pegas
tanto a mí? Déjame… —repuso incómoda—. ¡No! ¡Déjame!
Klaus inclinó la cabeza hacia abajo para que ella se diera cuenta de la diferencia de estatura. No pretendía intimidarla; Caroline no se dejaba intimidar nunca, pero le gustaba notar lo bien que ambos encajaban. Se envolvió la correa del collar de Caroline en la mano y la estiró hacia él, para que ella se
acercara.
—¿Te entran ganas de vomitar cuando me ves? ¿En serio?
—¡Sí! ¡Te odio! —La agarro de la muñeca que tiraba de su cadena. Debía mantener las distancias o perdería incluso su respeto; y ya le quedaba muy poco—. ¡Suéltame!
—¿De verdad me odias?
—¡Sí! —le gritó a un centímetro de su cara—. ¡Como tú a mí!
—Yo no te odio —susurró imponente bajo la luz de la luna. Sus ojos azules resplandecían y su rasgos viriles se delineaban a la perfección—.
¿Cómo puedes pensar eso? No podré odiarte nunca, lobita. Me harás enfadar, me pondrás de muy mal humor… Pero, ¿odiarte? —Negó con la cabeza—. Imposible. Cuando me enfado digo cosas espantosas, pero no las
pienso.
Los labios de Caroline hacían cautivadores pucheros. Sus ojos verdes estaban llenos de lágrimas. Su pelo, rubio y medio recogido, bailaba mecido por el viento nocturno.
—Mentira. Piensas que estropearé el caso, y eso me lo has dicho ya varias veces. —Sorbió por la nariz—. Pones en duda mi profesionalidad y no te puedes hacer una idea de lo que me molesta y de lo que me asusta eso.
Porque es Katherine quien se supone que está ahí. Y si por mi culpa el caso falla… —la voz se le quebró—. ¡No! ¡Ni se te ocurra abrazarme ahora!
—¿Por qué?
—¡Porque no! ¡No tienes derecho a hacerme esto!
—Ven aquí. —La atrajo hacia él con un último tirón de su cadena y aguantó sus embestidas rabiosas y fieras hasta que, víctima del cansancio, se derrumbó contra él—. Chist… —Klaus la abrazó, sepultando la nariz en
su pelo rubio—. Por Dios, para… No me hagas esto tú a mí. No llores más.
—¡Te odio! —repitió sacando todo el dolor que sentía.
—Lo sé y lo siento…
—Ti-tienes que dejar de ser tan duro y dañino conmigo —murmuró sobre su pecho—. Ya sé que no soy tu amiga, que tu amiga era Katherine. Ya sé que no soy ella, y que no estoy tan preparada; y sé que no sé mu-mucho de BDSM, ni soy buena sumisa, ni tampoco buena ama… Sé que no soy tu
tipo y que no mantengo tu interés. —Los hipidos le impedían decirlo todo de
carrerilla—. Pero…, ¡lo estoy intentando! ¡Intento ayudaros, no vengo a estorbar, ni-ni a molestar! ¿Es que mi esfuerzo no cuenta para ti?
Klaus cerró los ojos, dolorido por escuchar aquellos reproches infundados por él. ¡Era un puto mezquino! ¡Pero Caroline lo había desobedecido! ¡Había entrado en el torneo cuando él la había excluido para mantenerla a salvo!
Tomó aire inspirando profundamente y decidió que ese sería un buen momento para arrancarse media máscara para que Caroline viera y comprendiera que él no estaba así por su orgullo herido como jefe. Él estaba así porque temía por ella.
—No. No cuenta ni tu esfuerzo ni nada… No me empujes, espera y escúchame, maldita sea. —La apretó más fuertemente y le dijo al oído—:
Para mí, lo único que cuenta —le acarició el pelo, abrazándola y acunándola con cuidado— es que tú estés a salvo, lobita. Me muero cuando te veo entre jaulas, dragones y mazmorras. Tú tienes que correr libre… ¿Me entiendes?
—preguntó desesperado—. No deberías estar aquí. No soporto verte aquí. Por eso te saqué del caso.
Caroline se quedó muy quieta. Levantó la cabeza para mirarlo a los ojos y comprobar que esas palabras llenas de preocupación no eran fingidas. Que eran de verdad.
—Pero fue Marcel quien me eligió…
—Y fui yo quien te formó. Y la idea de que yo te haya metido en un lugar como este —miró a su alrededor—, en algo que podría asustarte, en un mundo en el que puedan hacerte daño y destruirte… No lo sé sobrellevar.
No lo aguanto. Oh-Dios-Mío. Klaus estaba sacando su arma mortífera rayos X. Parecía tan arrepentido…
—Pero lo hiciste porque eres un profesional —aseguró Caroline—. Y, después de eso, de enseñarme e instruirme, vas y me dejas de lado. Y cuando regreso para reclamar mi lugar en el caso, me… me rechazas y… me has dicho cosas tan feas que seguro que las piensas…
—Lo que yo te haya dicho no tiene ningún valor —murmuró sobre su cabeza—. Las digo para eso. Porque estoy tan reventado que necesito hacerte daño como tú me lo haces a mí. Pero… Es lo que siento lo que
importa.
—¿Lo que sientes? —A ver, un momento. «¿A qué se refiere con sentir?»—. ¿De qué estás hablando? ¿Qué te pasa? ¿Qué sientes?
Klaus sonrió con tristeza y se mordió el labio inferior con frustración.
—¿De qué estoy hablando? Me… Me pongo nervioso a tu lado, Care. No puedo mantener la cabeza fría. ¿No te das cuenta?
—No me llames Care —le sugirió en voz baja señalándose el oído y haciendo referencia a las posibles cámaras o micros que pudieran haber por ahí.
—¿Ves? Haces que pierda los papeles.
—Pero si yo no hago nada —susurró absorta en el tormento de su rostro.
¿Qué estaba pasando ahí? Sentía ese momento más íntimo que cualquier
otro que hubieran compartido.
—Sí que lo haces. Me lo haces y ni siquiera sé decirte qué es… Es una sensación…
Caroline parpadeó y vio a Klaus de un modo más humano y vulnerable. Lo vio como agente y hombre, también como amo; pero, sobre todo, como hombre.
No sabía si se había vuelto loca o si lo estaba entendiendo mal, pero…
¿Klaus le estaba diciendo que se preocupaba por ella más de lo que lo hacía por el resto de compañeros? ¿A eso se refería?
—¿Esta es tu… tu surrealista manera de decirme que… que te hago
sentir cosas? ¿Así me las dices?
—Puede ser.
—¿Estás jugando conmigo?
—¡No! —exclamó ofendido.
—No lo hagas, por favor —rogó—. No lo llevaré nada bien.
—Nena… —susurró—. No juego, no te engaño. Siempre fue así contigo.
—¿En serio? ¿Por qué? —preguntó asombrada, bañándose de una nueva luz, más limpia y vivificante—. ¿Por qué te hago sentir esas cosas?
—Porque sí. —Se encogió de hombros. No le iba a decir más. Ni hablar.
Con eso ya tendría suficiente para que por fin comprendiera que no le era indiferente—. Porque es así. No puedo cambiar cómo me siento teniéndote aquí. Siempre te he sentido diferente. Katherine es mi amiga, pero tú… tú eres distinta. No me comporto igual contigo que con ella. Con Katherine me sentía
relajado; contigo, solo estoy en guardia y al acecho. Solo estoy pendiente de ti…Y necesito, no, te ordeno —tomó su rostro entre las manos y le acarició la barbilla insolente con los pulgares—, que no me des más sustos de los que ya me has dado. Que me obedezcas. Que no te pongas en peligro y que des el máximo de ti. Que lo demos juntos, ¿de acuerdo?
—Que quede claro: entonces… ¿Estás admitiendo que… —entrecerró los ojos hasta que se convirtieron en dos finas lineas verdes— te gusto un poco? —Un poco, sí —asumió. Eso sí podría reconocerlo. Porque le decía que solo era una ínfima parte cuando en realidad era más, mucho más de lo que
las palabras podían abarcar. Pero con Caroline no podía ceder; no ahora, en un momento tan delicado, o podría subírsele a la cabeza—. Me siento muy atraído por ti.
«Atracción», pensó Caroline. ¿De verdad? La atracción era buena, ¿no?
Pero en las palabras de Klaus había mucho más que atracción; y como mujer que podía leer entre líneas lo sabía. ¿Qué era? Debería descubrirlo.
No obstante, el comportamiento de Klaus, el recibir su calor en ese momento y sobre todo, que le hablara de ese modo, la ayudó a relajarse y a sacar toda la tensión de su cuerpo.
—¿Me perdonas por todo lo que te he dicho? —preguntó afligido—.
Perdóname, por favor.
—¿Por todo? —repitió abrumada dejándose abrazar y abrazándole a su vez. «Caray, qué tierno»—. No sé… Hay mucho que perdonar. —Frotó su nariz contra la camiseta azul grisácea del agente—. Me dices que en la cama
te doy sueño, me echas de un caso importante para mí; insinúas que soy
una incompetente y que los llevaré a todos al fracaso; me ridiculizas esta noche metiéndole la lengua a una sumisa hasta la campanilla y, después, me tatúas sin mi permiso. No, señor. No te pienso perdonar.
Klaus gruñó en desacuerdo y la cogió del collar de perro, tirándole la cabeza hacia atrás y mirándola directamente a los ojos.
Fascinante. En la mirada de Caroline no había ni rastro de miedo u ofensa.
Solo curiosidad y sorpresa.
—Sigo siendo un amo, que te está pidiendo perdón, pero un amo, al fin y al cabo.
—¿Eso quiere decir que ni una ofensa iba en serio, señor? ¿Me estás ordenando que te perdone? Las cosas no van así. Si quieres que te perdone, gánatelo. —Sus ojos lo retaban abiertamente.
—Primero: estoy todo el día duro a tu lado, así que no, no me aburres. Y da gracias a que esa noche el alcohol me adormeció, sino, no hubieras podido caminar en una semana. —Disfrutó al ver el rostro desconcertado de
la joven—. Segundo —le puso dos dedos en la boca y la hizo callar—: no te eché de un caso. Te alejé del maldito peligro, nena. Para mí es mucho más importante tenerte lejos y a salvo, que cerca y en riesgo. Pero ahora estás aquí, y tendrás que asumir las consecuencias. Tercero —se inclinó y le mordió la barbilla suavemente porque era incapaz de no hacerlo. Disfrutó del leve y ronco gemido de Caroline—: no eres una incompetente; tienes veintisiete años y eres teniente. No deberías haberme creído tan a la ligera. Pero sí
que eres una inconsciente por no irte y no alejarte de mí. Y vas a tener que pagar por eso. Cuarto: puede que haya besado a la sumisa porque me gusta provocarte, pero no lo he hecho por eso. Quería averiguar si su boca contenía popper, si lo había inhalado.
—¿De verdad?
—Sí. ¿Y adivina qué?
—Tiene popper —murmuró impactada.
—Sí. Y no solo eso. Al meterle el dedo en la boca y después de huntarlo de su saliva, lo he secado en una servilleta. —Se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón negro y le mostró la pequeña servilleta de papel doblada—. Aquí tengo el ADN de la sumisa y la sustancia del popper.
Veremos si es el mismo tipo de droga o la han hibridado de otro modo.
—Eres muy competente, señor —admitió dolida, poniéndole la mano sobre la boca para que se callara—. Pero no lo vuelvas a hacer, no me sentó bien. Soy yo tu sumisa.
Lion le mordió los dedos y después se los besó.
—No me regañes. Y quinto —se inclinó sobre sus labios y susurró—: me encanta que tengas ese tatuaje y que te una a mí. Me vuelve loco.
—Lo has hecho a propósito, ¿verdad?
—Sí. —Su actitud no denotaba arrepentimiento ni aflicción. Solo hambre —.
—¿Y qué piensas hacer ahora, campeón?
—Quiero darte la bienvenida a mi selva, Lady Rashka.
Carol0 no lo pudo resistir. «Hola, selva», pensó.
—Dios mío… —murmuró Caroline lanzándose a comerle la boca a Klaus. ¿De verdad ese hombre le había dicho todas esas cosas? ¡No se lo podía creer!
El macho alfa estaba irreconocible y ella se sentía como en una nube, llena de agua y tormenta. Ardía y le iban a salir rayos por todos lados. Le besó y profundizó en el beso, maravillándose de lo bien que se sentía su lengua, de las cosquillas y del placer que despertaba en su boca. Besarlo era tan
reconfortante…
—Alto, lobita. —Tiró de la cadena de perro y le echó la cabeza hacia atrás. La besó suavemente, apartándose cuando ella quería abarcar más de lo que él le permitía—. ¿Ya no te dará miedo nada de lo que quiera hacerte?
—Sus manos vagaban por su cintura y rodeaban sus nalgas por debajo de la falda, acariciándolas y dándole cachetadas para luego masajearlas con más parsimonia—. ¿No te asustarás?
—No… No, señor. Nunca he tenido miedo —contestó víctima de un profundo estremecimiento que nacía en el interior de su vientre—. Contigo no.
Klaus asintió agradecido. Si pudiera, en ese momento le besaría los pies.
Pero Caroline necesitaba practicar para las pruebas venideras; y aunque quería
hacérselo duro, rápido y profundo, a su manera, necesitaba guiarla en lo que quedaba de su disciplina.
—Bien. —La besó de nuevo en los labios, dejando que lenguas y dientes jugaran entre ellos; pero, mientras la tenía envuelta en el hechizo de su beso, se las arregló para tomarle las manos y colocárselas detrás de la
espalda. No rompió el contacto de sus labios en ningún momento y aprovechó para atarle las muñecas con la misma cadena de la correa—.
¿La cadena te roza el tatuaje?
—No.
—Genial. Ven conmigo, loba —le dio un último beso en la nariz y tirando de su collar hizo que le siguiera hasta el interior de la suite—. Voy a
domarte.
Caroline intentó mover los brazos, pero se dio cuenta de que si lo hacía, el collar de perro le echaba la cabeza hacia atrás. Vaya. Una buena inmovilización.
—Voy a seguir con tu doma. ¿Te parece bien? —Se sentó en la cama y colocó a Caroline entremedio de sus piernas abiertas—. Hemos perdido el ritmo.
Primero voy a desnudarte poco a poco.
Llevó las manos a su falda. Le abrió la cremallera lateral y dejó que cayera por sus caderas. Apoyó la mano entera en su entrepierna, sobre sus braguitas, y suspiró.
—Dios… Me encanta que estés tan caliente. —La acarició levemente, mientras ella miraba en todo momento cómo la desvestía. Le quitó el
precioso top negro con brillantina y, como no se lo podía sacar por la cabeza, lo hizo descender por sus caderas y lo retiró por las piernas.
Después, desabrochó el sostén negro de copa, la atrajo hacia sí tirando de la cadena que unía cuello y muñecas y eso hizo que ella sacara pecho hacia adelante—. No me lo puedo creer… —ronroneó hundiendo el rostro entre sus pechos—. Llevas los aros constrictores.
—Mmm… —Caroline asintió, con las mejillas rojas de la excitación y húmedas de las lágrimas—. Me las puse porque no sabía qué iba a pasar esta noche en la cena; y pensé que si tenía que desnudarme, o jugar a algo, si veían que llevaba avalorios de estos, comprenderían que me estoy tomando en
serio el torneo.
—El torneo empieza en serio mañana, nena. —La colocó atravesada boca abajo sobre sus piernas y le bajó las braguitas—. Hoy solo ha sido el calentamiento. Cuenta diez.
Caroline negó con la cabeza, incrédula. Su pelo caía como un manto amarillo sobre el suelo. Deseaba aquello, pero no entendía por qué se lo hacía.
—¿Me vas a azotar?
—Dios, sí… Lo mereces. —Pasó su mano por sus nalgas y después se empapó los dedos con su humedad.
—¿Puedo preguntar por qué, señor?
—Cinco por desobedecerme y poner tu vida en peligro al venir aquí. Y cinco más por humillarme con el FemDom y ponerme un anillo en la polla.
Son muy pocas comparadas con las que te deberían caer. Has sido tan jodidamente mala. Discúlpate.
—No me da la gana.
Klaus se echó a reír.
—Lo suponía. Supongo que me lo merecí…
—Por supuesto que sí —contestó muy dignamente.
—Pero, ¿sabes qué, lobita?
—¿Qué?
—Nunca me corro cuando intentan dominarme. No soy switch en absoluto.
Pero tú lograste que me corriera como un mocoso con acné; así que te mereces que sea considerado contigo. ¿Te parece bien?
—Sí, señor. —Le parecía genial.
—Cuenta.
—¡Uno!
¡Plas! ¡Plas! ¡Plas!
—¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! —exclamó hundiendo el rostro en el gemelo de Klaus—. ¡Cinco!
Las palmadas eran secas y muy estimulantes. Las hacía con los dedos cerrados y la palma ligeramente hueca.
Picaban, escocían. Y, después, cuando Klaus pasaba la mano para calmar la piel, toda ella se calentaba y notaba la entrepierna palpitante y viva.
—¡Oh! Seis…
—Mira tu trasero. Se está poniendo rojo —el tono de reverencia era casi insultante—. Vamos a por la séptima.
—¡Siete! ¡Ocho!
Gemía y se quejaba, pero después… Después, la sensación de la piel al hormiguear, las caricias del Alfa eran tan buenas y tan reconfortantes…
—¡Nueve! —Wow. Esta había sido muy fuerte.
—Y…
—¡Diez! ¡Au! ¡Señor! ¡Diez! ¡Diez! —movió el trasero de un lado al otro esperando que él la consolara. Las dos últimas habían sido más dolorosas. Y quemaban.
Entonces, llegó el calmante en forma de boca húmeda. Besó sus nalgas con delicadeza y pasó la lengua por las ronchas rojas. Caroline se clavó las uñas en las palmas y se contoneó sobre sus piernas, calmándose y convirtiéndose en lava ardiente en sus brazos.
Klaus le abrió las nalgas con las manos y la besó ahí. ¡Justo ahí!
—¡Se-señor! —Echó el cuello hacia atrás, pero ya estaba perdida.
El agente Mikaelson se estaba tomando su tiempo para estimular aquella zona, para lamerla y relajar aquel agujero fruncido trasero.
—Tranquila.
¿Tranquila? Esa sensación no la podía equiparar a nada. Ahí había miles de terminaciones nerviosas, y notar su lengua que intentaba… ¿Qué intentaba? ¡Oh, no! ¡Estaba entrando! Caroline puso los ojos en blanco y frotó su mejilla contra la dura pierna de Klaus. Maldito Klaus. Las cosas
desvergonzadas que le hacía… ¡y qué bien!
—Dios…
—¿Te gusta, nena? —La estaba besando y lamiendo por todos lados, y le encantaba su sabor—. Sí que te gusta. Después de la disciplina inglesa, el spanking, toda la sangre ha ido a parar a tus dos lugares privados —le
explicó mientras introducía dos dedos en su vagina y los sacudía muy adentro de ella—. Están muchísimo más sensibles y se pueden trabajar mucho mejor —introdujo un tercer dedo abriéndolos y cerrándolos todos
para volverla más elástica y tocar todos los nervios de sus paredes. Caroline tomó aire y se estremeció cuando con los dedos dentro de ella, Klaus siguió lamiendo y besando su oscuro agujero trasero.
—Hmmm…
—¿Hmmm? ¿Eso te gusta, nena? Contesta. —¡Zas! Una cachetada con
los dedos cerrados en su nalga izquierda.
Caroline abrió los ojos y sintió cómo se cerraba en torno a él y cómo su lengua impedía que se relajara. ¡La Virgen!
—Sí, señor…
—¿Qué se dice, preciosa?
Caroline sonrió malignamente y murmuró algo por encima del hombro.
Cuando el amo hacía algo que le gustaba debía agradecérselo.
—¿Mmmmás?
¡Zas! ¡Zas! Dos más intercaladas en cada cara de sus glúteos. Ella gritó y a la vez rio.
—¿Qué se dice, descarada? —Tiró de la cadena que unía sus manos y su cuello, y eso hizo que el tronco de Caroline se alzara. La besó en la mejilla.
—Gracias, señor.
—Buena chica. —Se levantó con ella sobre las piernas, la tomó en brazos y la colocó sobre el colchón, de rodillas—. Inclínate hacia abajo; eso es. Y apoya los hombros en la cama.
Estaba a dos patas, por no poder apoyar las manos ya que las tenía inmovilizadas a la espalda. Los hombros y el rostro, de lado, se pegaban a la colcha.
Caroline quería ver cómo él se desnudaba, porque se estaba desnudando. El sonido de la ropa al rozar su piel mientras se la quitaba, la cremallera del pantalón abrirse y deslizarse… Iba a entrar en combustión. Tragó saliva y
esperó el siguiente movimiento de Klaus.
—Debería haber matado a ese cabrón de Logan —susurró subiéndose a la cama y acariciando las marcas de los latigazos con cuidado.
—Ya casi no se ven —repuso ella emocionada por su lamentación.
—Yo sí las veo; y me recuerda lo imbécil que fui. —Las besó una a una, como si pudiera borrar el recuerdo con sus besos. Pero no podía. Nadie podía.
—No… Fue un error. No te tortures. No fuiste tú quien me golpeó y me maltrató. No fuiste tú. —Dios, es que era tan rematadamente diferente…
Con Klaus estaba indefensa, atada y desnuda; abierta físicamente a él para recibir su placer, el placer de ambos. Con Logan estuvo reducida, incapaz de defenderse bajo la fuerza de su látigo y de su odio hacia las mujeres.
Klaus la amaba y la veneraba. Logan la odió y la maltrató violentamente —.
Tú me salvaste de él.
Klaus seguía besándola, murmurando todo tipo de palabras incoherentes y tiernas. Palabras de azúcar para los oídos de una mujer. ¿Cómo Klaus podía decirle todo eso? Esa noche parecía que se estaba liberando de años de restricción emocional. Y, aun así, Caroline veía las capas que quedaban. ¿De
verdad sentía cosas por ella? Eso cambiaba el aspecto de Klaus a sus ojos radicalmente.
—¿Nena?
—¿Sí?
Él se mantuvo en silencio. Sin dejar de besarla, alargó el brazo y acercó su mochila de juguetes eróticos para sacar un plug anal negro. Un dilatador para su entrada trasera. Tenía una forma ensanchada en la parte baja y más delgada en la superior, y una base que impedía que fuera absorbido por completo.
—Los juegos se complicarán mañana. —Besó la parte inferior de su espalda—. Cada vez serán más intensos y, si no logramos encontrar los cofres, tendremos que someternos a un duelo.
—Lo sé.
—No acabé tu doma y tengo que preparar tu otra entrada. Si nos exigen una prueba de penetración anal, y es tu primera vez, lo pasarás mal. Y no quiero que sufras. —Acarició su espalda y besó sus muñecas encadenadas.
—Hazlo —movió el trasero alzado, de un lado al otro—. ¿Por qué has estado jugando con él sino?
Klaus asintió feliz y más relajado. Que Caroline confiara en él de ese modo tan entregado le volvía loco y hacía que se enamorase más de ella.
—Está bien. —Llevó una mano a su zona delantera y empezó a mover los dedos y a acariciarle el botón hinchado de placer. Con la otra mano, untó el plug y el ano con lubricante.
—Huele a fresa.
—Es lubricante con sabor —explicó Klaus barnizando el dilatador a conciencia—. Te dolerá, pero tienes que intentar relajarte y aceptarlo.
Quiero que te acostumbres y que duermas con él.
—Eso no debe de ser muy bueno.
—Sano, seguro y consensuado, lobita.
—Lo sé. —Aunque no entendía en qué podía beneficiar tener algo en el recto.
—Los músculos internos también deben de ejercitarse. Los romanos utilizaban mucho el sexo anal para no sufrir estreñimientos de ningún tipo y mantener esa zona de su cuerpo sana y en forma.
—Qué bien. Muy educativo, señor Mikaelson.
Klaus se carcajeó.
—Abre más las piernas, preciosa.
—Sí, señor.
Klaus le abrió las nalgas con una mano y se concentró en introducir,
milímetro a milímetro, el dilatador.
Caroline frunció el ceño y negó con la cabeza. ¡Qué va! ¡Ni hablar!
—Estás bien. Yo cuido de ti. Tienes que relajar esta zona. —Le palmeó las nalgas para que la sangre fuera a ese lugar y ella sintiera con más fuerza la
penetración—. Lo estás haciendo bien. —Movió los dedos que tenía en su
zona delantera y la estimuló acariciándola a un ritmo cadente—. Sí, así…
—No, espera… Acaríciame abajo —pidió mordiendo la colcha con los dientes.
—Sí, señora —bromeó él tomándole el clítoris con los dedos.
—Madre mía…
—Sí. Ya está a la mitad. Te queda la parte más gruesa.
—Ah, no.
—Ano, muy bien —murmuró él incorporándose encima de ella y pegando
su torso a su espalda—. Estoy poseyendo tu ano. —Besó su hombro.
Caroline no podía ni reírse. Si lo hacía lo sentía justo ahí. No comprendía qué placer había en eso. Era doloroso. Parecía que se iba a partir en cualquier momento.
—La primera penetración duele. La bala vibradora que te puse en Nueva Orleans era mucho más pequeña. Esto es grande; tiene el grosor de un pene considerable. Tienes que obligar a que el anillo de músculos que te
rodea se dilate y permita la invasión. Es un músculo duro, pero una vez entra, como ahora… —le metió todo el plug entero, hasta que solo quedó la base taponando ese orificio. Caroline gritó e intentó huir de sus brazos y él le rodeó la cintura para mantenerla en su lugar—…, y te acostumbras, deja de doler. Ya está. No lo voy a sacar, nena. Acéptalo.
—No, no, no… —murmuró casi llorando—. Voy a explotar.
—Chist, mira. —Klaus le masajeó el trasero y se lo acarició con dulzura—.
Son sensaciones. Se irán, nena. —Le pasó la mano por el vientre y, después, le acarició el clítoris—. Se irán —repitió retirándole el pelo de la nuca para besarla ahí—. Nos quedamos así un rato, ¿vale?
Caroline asintió y sorbió por la nariz.
Klaus se bebió sus lágrimas y la besó en los labios.
—Me pones como una moto, Caroline —le dijo en voz muy baja, solo para que ella lo oyera—. Como una jodida moto sin frenos. Odio que estés conmigo aquí pero, a la vez, me hace feliz tenerte aquí —sonrió con tristeza—. Soy
un jodido egoísta. Si tuviera un par de huevos, ahora mismo estarías en un avión saliendo de las Islas Vírgenes. Seguramente, tú no querrías verme nunca más en tu vida. Pero prefiero eso, Caroline, a tener que soportar cómo otros babosos quieren lo que yo… Lo que es mío —gruñó posesivo—. Ni
siquiera soporto que otros vean lo que te hago, ¿entiendes eso?
Caroline tenía los ojos muy abiertos, escuchando cada una de las confesiones
de Klaus. No se atrevía ni a moverse por tal de no romper ese hechizo turbador. Asintió con la cabeza.
—No quiero que me odies por hacerte estas cosas ni por involucrarte en esto. —Pegó su frente a su sien y la dejó largo rato ahí—. Esto me está volviendo loco. No deberías haber entrado en mi mundo así. Yo esperaba
enseñártelo de otro modo…
Cuando Klaus se dio cuenta de lo que había dicho, se quedó muy quieto.
Caroline no podía procesar esas palabras. ¿Que él quería enseñarle su
mundo? ¿Desde cuándo? Y, ¿cómo? Nunca había hecho nada para acercarse a ella, ni ella a él. Solo se picaban el uno al otro.
—No lo entiendo… —repuso ella aturdida.
—Chist… Nada que entender. Nada en absoluto. Las cosas son así. Pero si acabas odiándome…
—No te odio.
—Antes has dicho que sí.
—Estaba enfadada. —Caía en el embrujo calmante de las manos de Klaus, en su voz susurrante y encantadora de serpientes. Era increíble cómo ese enorme hombre podía ser tan dulce y cariñoso, tan sincero y honesto—.
Pero no te odio, y… Si tengo que hacer estas cosas delante de más gente, prefiero hacerlas contigo. No estoy aquí porque quiero. Estoy aquí por Katherine… Pero que tú estés aquí conmigo… Que-que seas tú quien me toca
así… De algún modo…
—¿Sí?
—Lo hace todo menos duro. — «¿Lo entiendes, tonto?». Le miró de reojo, con timidez. Ella también le podía decir que le gustaba a su modo.
—Pues tenemos un problema, lobita —murmuró pasándole la lengua a lo
largo de su garganta—. Porque yo estoy duro todo el día.
Caroline sonrió y le miró como si no tuviera solución.
—Eres un charlatán.
Los ojos azules de Klaus sonreían como los de un niño, y su ceja partida se elevó como la de un hombre pecador. Menudo contraste.
—Si soy un charlatán, hazme callar. —Klaus se apartó de su espalda y se tumbó gloriosamente desnudo y erecto sobre las almohadas. Abrió los brazos y repitió con una mirada hambrienta y famélica—: Ven aquí y
hazme callar.
Caroline lo miró todavía con el rostro pegado a la colcha. Se incorporó poco a poco, admirando su escultural belleza de arriba a abajo, sus músculos definidos bajo su piel tersa y morena. Era tan masculino. Y no tenía ni un maldito pelo en el cuerpo, excepto en su entrepierna. Oh, y eso le encantaba.
Caminó con las rodillas hasta ponerse a su lado.
—¿Cómo? —preguntó exponiendo sus pechos y divina desnudez. Tenía el pelo desordenado y las mejillas manchadas de rimmel y de kohl. Con el collar de sumisa y los labios hinchados de mordérselos, presentaba una imagen decadente y lasciva—. ¿Cómo te hago callar?
—Como tú quieras, preciosa. —Miró su sexo liso y se pasó la lengua por los labios.
Caroline no necesitó más, solo llenarse de valor.
—Cógeme —ordenó dubitativa.
—¿Y qué quieres que haga contigo si te cojo?
—Siéntame sobre tu cara.
Y Klaus la obedeció como si se hubieran cambiado los papeles. La saboreó y la lamió por todos lados mientras ella enloquecía, moviéndose adelante y atrás, al ritmo de su lengua.
Klaus tomó su cadena y la obligó a echar el cuello hacia atrás hasta que su pelo rozó su pecho y su abdomen y en ese momento introdujo su lengua
todo lo profundo que pudo.
El pelo de Caroline le hacía cosquillas y le gustaba.
Cuando la tuvo totalmente preparada la volvió a levantar y la sentó, esta vez, sobre su erección. Se la agarró con una mano y la mantuvo en el lugar correcto para penetrarla por delante.
Caroline abrió los ojos cuando sintió la punta roma hurgar por ahí.
—¿Ya no te duele el plug? —las manos le temblaban cuando le retiró el pelo de la cara.
—No… ¿Klaus? —se asustó. Aquello era como una doble penetración; ella lo sentiría tal cual.
—Soy el primero en hacértelo a la vez —gruñó penetrándola poco a poco
—. Y quiero todas tus primeras veces, Caroline —le dijo en voz baja al oído. Las quería todas. Por las que se había perdido y por las que le quedaban.
—Sí… —susurró rendida, hundiendo su cara entre el cuello y el hombro de él—. Sí, Klaus.
Él la penetró por completo y ella lo mordió en el cuello mientras graznaba como un animal.
—Eso es. —Klaus le dio una cachetada en la nalga y decidió que era el momento de imponer su ley. La ley de la selva.
La hizo arder. Y la enloqueció. El ardió y enloqueció con ella.
Caroline era tan condenadamente estrecha, y más, en ese momento, al tener la parte trasera ocupada.
La penetró profundamente, sin compasión. Moviendo las caderas e incorporándose para quedar frente con frente, intercambiándose los alientos.
—Respira conmigo —ordenó muerto de deseo—. Sigue mi respiración.
Caroline lo hizo; pero solo podía coger aire y gemir, cerrar los ojos para que esa tormenta perfecta no acabase nunca.
—No cierres los ojos, lobita —la tomó del pelo, para sostenerse a algo—.
Me encantan tus ojos. Quiero ver la cara que pones al sentirme en todo tu cuerpo, cuando te deshaces.
Caroline abrió los ojos verdes y claros, rojizos por la impresión de ser poseída de ese modo tan inclemente y auténtico, tan apasionado.
Klaus la besó y ella recibió el beso gustosa. Quería abrazarle, pero con el bondage que le había hecho, inmovilizada, no podía tocarlo. En cambio, se tocaban. De algún modo se tocaban. Su pecho contra su pectoral. Su
vientre contra su estómago plano. Su boca con su boca. Su lengua con su lengua.
Era tan perfecto…
—Care—susurró sobre su boca.
Y entonces se corrieron. Primero ella y, al cabo de los segundos, él.
Acabaron tumbados en la cama. Caroline encima de él, todavía recibiendo espasmos placenteros de su orgasmo.
Sudorosos y limpios al mismo tiempo.
—Amén —murmuró él besando su cabeza y desatando la correa y las cadenas. La masajeó y la arrulló con mimo y cariño, tratándola como si fuera lo más preciado de su vida. Lo era. Caroline siempre había sido diferente.
Única
—. Acabas conmigo.
Ella rezó para que, cuando acabase aquella locura, el torneo y el caso, Klaus tuviera el valor para reclamarla y quedarse con ella.
Porque ella querría quedarse con él para siempre. Lo supo cuando, con
cuatro años, le dio su tesoro más preciado. Ahora, siendo una mujer hecha
y derecha, le daba su posesión más importante: su corazón.
Klaus vería qué hacer con él.

Siento no haber actualizado antes, tenia mucho trabajo que hacer.
Vieron el capitulo final de To? Llore mucho.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora