CAPÍTULO XXV

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Maratón 2 de 4

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Maratón 2 de 4

«Sumisa no es la que sufre más, sino la que más lo desea».

Día 2

En teoría, solo debo abrirme de piernas así ante mi ginecóloga», pensó Caroline, apoyando ambas piernas en los reposa gemelos.
Pero no estaba en una consulta médica; estaba realizando una fantasía-performance del Amo del Calabozo de Norland, Kaí.
No quería mirar a Klaus, que seguía de pie, tieso y tenso como una vara, al acecho, a punto de saltar para desgarrar la yugular del otro macho alfa.
Pero Caroline lo hacía. Lo miraba.
Para ella era nuevo ver esa expresión en su compañero. Bueno, en realidad le venían de nuevo muchas cosas; pero darse cuenta de que sus decisiones influían emocionalmente en Klaus le supuso un shock. Nunca hubiera creído tener algún tipo de poder para cambiar su estado anímico o para llamar su atención; ni mucho menos para atraerlo. Pero si ese no era el rostro de un hombre medio loco por saber que iban a tocar algo que realmente le importaba, entonces, ¿qué lo era?
Sus ojos azules oscuros refulgían como una señal de alarma; su barbilla estaba pétrea y dura, como si masticara algo muy pesado; tan pesado como aguantar una broma de mal gusto. Aquel maravilloso cuerpo masculino en guardia. Dios, y ella abierta de piernas en una silla de ginecología que los de BDSM llamaban silla de castigo, o de tortura, y la utilizaban para hacer incluso todo tipo de inspecciones con instrumentos ginecológicos de verdad.
Maravilloso, ¿verdad? Tenía ganas de gritar.
Kaí le ataba los brazos con las correas de piel del reposabrazos. Por favor, la iba a inmovilizar. Inmovilizar de verdad.
La gente miraba en silencio, calmada por los movimientos serenos y controlados de aquel amo tan rudo y sexy. Parecía un maldito animal salvaje.
—¿Has estado alguna vez en una silla de castigo? —preguntó mirándola a los ojos, con voz susurrante.
Caroline asintió, orgullosa de no haber estado nunca. Si tenía que mentir lo haría, y sería creíble.
Kaí sonrió indulgente como si no creyera su respuesta e inmovilizó sus gemelos con las correas. Le pasó las manos por las pantorrillas y ascendió por el interior de los muslos.
Caroline intentó alejarse de su cuerpo, hacer un viaje astral de esos que decían que se podían hacer… ¿No contaban que uno podía abandonar conscientemente su cuerpo si se ejercitaba para ello? «Vete. Sal. Sal. Vuela
y ya te avisaré…», se repetía a sí misma. Pero su alma y su conciencia seguían ahí.
Las manos de Kaí quemaban, ardían, y no pudo evitar mirarlas…
Manos tatuadas. Tenía una calavera en cada dedo y un gato negro de ojos amarillos reposaba estirado sobre el dorso de su mano izquierda, con el cuerpo acomodado sobre el antebrazo. Y en el dorso de la otra mano se
dibujaba una cruz cristiana inversa.
Caroline frunció el ceño.
¿Tatuajes rusos? Una vez había leído el lenguaje propio que los tatuajes tenían dentro de la mafia rusa. Las calaveras en los dedos eran las personas que había asesinado; el gato significaba que era un ladrón y lo utilizaban como un amuleto de buena suerte, dando entender que actuaba solo. Y la cruz quería decir esclavitud, subordinación y castigo.
Mientras pensaba en esas cosas, no se percató de que Kaí se arrodillaba entre sus piernas abiertas y le subía la falda hasta colocársela por encima de las caderas. No notó sus dedos rozarla entre las piernas; ni
cómo su rostro se aproximaba a sus braguitas con cremallera; ni tampoco cómo, después de largos segundos, él se detenía.
Se paró.
Kaí se había interrumpido.
Caroline, que estaba mirando hacia otro lado, percibió la tensión y la sorpresa en el cuerpo del hombre y escuchó algo que él dijo en voz muy baja y que la dejó perpleja.
—Lo suponía. Drugogo khameleona.
Caroline abrió los ojos impactada y miró a Kaî de frente. Ella casi hablaba ruso, sabía cuatro idiomas, y aunque el ruso no lo hablaba perfectamente, sí que lo entendía muy bien.
Se le formó un nudo en la garganta y no sabía cómo reaccionar.
«¿Ha dicho “otro camaleón”? ¿Otro?».
Increíblemente, Kaí desató sus correas y, como si allí no hubiera pasado nada, la ayudó a levantarse de la silla, como un perfecto caballero.
Caroline, insegura y todavía bajo el shock de haber comprendido aquellas palabras, buscó a Klaus con la mirada.
—Me quedo con Lady Rashka durante el día de hoy —decretó Kaí—.
Necesito un mesa. ¿Estás de acuerdo? —Sus ojos azules esperaban una contestación afirmativa. Le apretó los dedos de la mano con complicidad.
Caroline no sabía de donde venía aquella conchabanza, pero sí que sabía que  podía saber algo sobre Katherine. «Otro camaleón».
¿Cuántos camaleones podía haber en ese torneo? ¿Cuánta gente tendría un camaleón tatuado en su cuerpo? Y, lo más importante de todo: Kaíno había dudado en reconocer al reptil correctamente y no llamarlo dragón
de komodo, salamandra, lagarto o lagartija.
Klaus se pasó la mano por el pelo de corte militar. El Amo del Calabozo podía llevarse a su sumisa en caso de que no quisiera hacer uso de ella públicamente.
De repente tenía acidez; se le iba a abrir una úlcera del tamaño del agujero de la capa de ozono. No iba a perder a Caroline de vista y esperaba que ella tuviera el tino de negarse o de pronunciar de una puta vez la palabra de seguridad.
Pero, para agravar más su amargura, Caroline levantó la mirada y clavó sus ojos verdes e impresionados en él para asegurar, en pleno papel de Lady Rashka:
—Por supuesto. Estoy de acuerdo —repuso.
—¡No! —Klaus se cruzó en su camino y observó el respingo y la contrariedad de Caroline—. ¿Dónde la llevarás? —exigió saber.
—Eso es algo que solo nos concierne a tu sumisa y a mí. Ella no se ha negado y eso me da carta blanca para hacer cualquier cosa…
—Cualquier cosa no —aseguró Klaus.
Kaí entrecerró los ojos y sonrió con desdén.
—Cualquier cosa —afirmó Kaí—. Mientras ella no pronuncie la palabra de seguridad, querrá decir que está dispuesta a estar conmigo. ¿Lo estás?
—le preguntó a la joven.
Caroline tragó saliva. No quería molestar a Klaus ni contrariarlo, pero la misión comportaba esos riesgos. No sabía lo que ese hombre ruso quería de ella; pero estaba convencida de que él sí sabía quién era ella.
—Sí. Lo estoy —contestó seca, dejándo claro a Klaus que no se metiera.
No podrían hablar, pero cuando llegara le explicaría todo.
—Si tienes suerte y has recibido una carta Invitación en el cofre, puedes esperarla en la fiesta que se celebrará esta noche en la Plancha del Mar. La llevaré ahí; a no ser que esta deliciosa mujer —la repasó de arriba abajo con hambre canina— desee pasar la noche conmigo.
Caroline tuvo ganas de poner los ojos en blanco. Desear no era la palabra que ella utilizaría, pero representaba el papel de Lady Perversa, así que no hizo ascos a su propuesta.
—Ahora, Alfa, apártate —ordenó Kaí.
—Puedo retarte a un duelo de caballeros —aseguró, hablando en un tono que solo él pudiera oír, echando mano de su último recurso.
—Alfa —Caroline le puso la mano en el pecho y lo apartó un poco—, soy irresistible, pero no soy propiedad tuya. Sin contrato, no hay posesión ni normas que violar, ¿recuerdas? —
Le guiñó un ojo, pasándole el dedo índice
por la barbilla. Ya se imaginaba el cerebro de Klaus engranándose y diciendo:
«Eso se merece cincuenta azotes».
—Lo que tú digas, esclava —contestó Klaus tomando la bolsa con las cartas entre sus manos y quitándole las dos llaves que colgaban de su cuello—. Pero más te vale aparecer en la Plancha del Mar o te juro que voy a pelarte el trasero.
Klaus sonrió con frialdad, asintió y les dejó pasar. ¿Qué mosca le habría picado a Caroline?¿Estaba loca? ¿Cómo se atrevía a hablarle así delante de todos, la muy desvergonzada? ¿Y por qué se comportaba de ese modo? ¿Acaso sabía algo que él no sabía?
El público de la fortaleza y las Criaturas abuchearon a Kaí, pues querían acción. Pero Kaí no les dio ese gusto. Sacó a las tres sumisas que tenía en la jaula y, para que se callaran, las entregó a las Criaturas y,
a cambio, metió a Caroline en el armazón, como si fuera un pajarillo inofensivo.
Caroline se sentó en la jaula y esperó pacientemente a que Kaí la sacara
de allí y la llevase donde fuera que la llevara; mientras, soportaba la mirada acusadora e inquisitiva de Klaus, que estaba de todo, menos conforme con la situación.
Y, mientras tanto, las demás parejas presentaban sus cofres y sus cartas al Amo del Calabozo. Caroline y Klaus estaban tan concentrados en desafiarse el uno al otro, que ninguno de los dos puso atención en el siguiente movimiento que cambiaría el rumbo del torneo.
Akela acababa de eliminar a Doppelganger Girl del concurso aprovechando la carta de eliminación que le había tocado por segunda vez consecutiva. De este modo, el sumiso se erigía como único juguete del Ama Rebeckah.
Doppelganger Girl no se lo podía creer; pero aceptó humillada aquel inesperado derrotero que había tomado su participación en el torneo.
Su aventura en Dragones y Mazmorras DS se había acabado.
Saint John
Klaus cruzó la distancia desde Water Islands a Saint John a una velocidad de vértigo. El Amo del Calabozo se había llevado a su compañera en la misión. Obviamente, sabía que no le iba a hacer nada malo, que ella estaba relativamente a salvo; pero no quería pensar en lo que Caroline podría experimentar en sus manos. Ese tipo estaba lleno de tatuajes de la mafia rusa. Él también se había dado cuenta… ¿Por qué?
¿Por qué Caroline había procedido de aquel modo?
Dios, debía llegar rápido al hotel y llamar al equipo estación base. Por suerte, Caroline tenía una cámara integrada en el collar; así que ellos podrían controlar en todo momento su posición exacta y su situación.
Estaba sudando de los nervios que tenía.
Al llegar a Saint John, la isla en la que se iban a hospedar, no pudo evitar darse cuenta de las diferencias entre Saint Thomas, en la que habían estado los dos últimos días, y en la que iban a descansar durante los próximos dos días. Después de la etapa del torneo, todos los participantes debían movilizarse al Westin St John, en Bay Cruz. Saint John era una isla más pequeña, paradisíaca, llena de retiros
naturales, paisajes vírgenes y aguas limpias y cristalinas.
Los resorts y los hoteles que poblaban la isla se mezclaban con el paisaje y no alteraban su armonía. La bahía, repleta de pequeños yates privados, presentaba una visión inmejorable, única y bucólica.
Dejó la moto acuática en la orilla de la bahía en la que se hallaba el majestuoso resort con villas tropicales y corrió hasta la recepción del hotel.
Después de dar su nombre como amo y mostrar su pulsera, que pasaron por un datáfono, los recepcionistas confirmaron sus datos y, muy solícitos, le dieron la llave de la habitación que debía ocupar con Lady Raksha pero que disfrutaría solo, por el momento: la Marina Suite Master Bedroom del resort
principal y con increíbles vistas a la impresionante piscina y al jardín botánico.
Klaus no se interesó ni por la decoración de la habitación ni por nada que no fuera meterse en la ducha con hidromasaje, dejar correr el agua al máximo, poner la música a tope y llamar al equipo estación base con su HTC.
—Jeremy —contestó una voz al otro lado de la línea.
—Mierda, se han llevado a Caroline —dijo Klaus.
—Lo hemos visto —afirmó serio—. Tenemos conectada su cámara pero no se ve nada, está completamente a oscuras. Estamos intentando reconocer el rostro del tipo con cresta.
—Se hace llamar Kaí —informó Klaus frotándose la cara con la mano, sentado sobre el inodoro.
—No le puede hacer nada. Lo sabes, ¿no? Ese tipo está dentro del torneo y todo el mundo sabe que Caroline ha accedido a irse con él. La devolverán y…
—Ya, gracias —le cortó Klaus secamente. Pero eso no le tramquilizaba—.
Tenía tatuajes de la mafia rusa. Mira a ver si lo encuentras en los bancos de identificación de las cárceles soviéticas. Ese tipo ha estado preso; sino, no tendría esos tatuajes.
—Lo estamos buscando. En cuanto sepa algo te lo diré. Hemos mandado a analizar los restos de saliva y popper que conseguiste la noche anterior.
—¿Y bien?
—Han modificado la droga. Sigue habiendo cocaína pero han equilibrado las cantidades lo suficiente como para que no provoque choques anafilácticos. La han estabilizado.
Si habían creado una droga de diseño estable, no tardaría en venderse por los círculos de interés.
—Si hay una red de narcotráfico detrás, no tardarán en promoverla y comercializarla —explicó Jeremy.
—¿Y del ADN de la chica?
—Nada, hombre. Es gente nula. No existe. Está fuera del sistema. No la podemos identificar; además al ir con máscara no podemos reconocerla con el programa de identificación facial ni encontrar similitudes.
—Entiendo —exhaló descansando la espalda en la pared y cerrando los ojos frustrado—. Llámame en cuanto averigües algo de Kaí. Y avísame cuando la cámara de Caroline esté activa.
—Eso haremos.
Klaud colgó y apoyó los codos en sus rodillas para sepultar la cara entre sus manos.
—Mierda, Caroline —gruñó frustrado—. ¿Qué mierda has hecho?
Los amos se tomaban muy a pecho su trabajo y su papel y escenificaban muy bien sus acciones. Kaí había cubierto su cabeza con una bolsa de tela negra, y Caroline no veía nada.
Sabía que la habían llevado en yate a algún lugar; y después, todavía a oscuras, la habían subido a un coche que se desplazó por un camino ascendente hasta llegar al lugar en el que ahora se encontraban.
Bajo sus pies notaba la grava arenosa.
—Ya hemos llegado. Sube tres escalones; eso es —pidió Kaí tomándola con seguridad del brazo para ayudarla.
—¿Puedo preguntar donde estamos, señor?
—No. Los muebles no hablan —murmuró escueto—. Están presentes y solo escuchan. Así que cállate y no abras la boca más.
Caroline quiso leer un mensaje entre líneas. Kaí se la había llevado con la excusa de que necesitaba una mesa. Había juegos de dominación y sumisión en los que los sumisos se prestaban a hacer el rol de mueble; y solía ser, generalmente una mesa, en la que servir comidas, apoyar platos y bebidas o, incluso, ejercer como reposapiés. Si lo hacía, no debía moverse para que no cayera nada al suelo, o podría ganarse un castigo.
—Te voy a poner un traje bien ajustado de cuerpo entero hecho con rubber.
El rubber era una especie de polímero artificial parecido a goma negra y encuerada que se utilizaba especialmente en las ropas de tendencia fetichista.
Ella asintió y permaneció en silencio.
Aguantó que él la desnudara, que la bañara y la enjabonara. Le quitó el collar de sumisa y las pulseras en las que guardaba los micros, y pasó las manos con cuidado por las marcas, cada vez menos rojas, del látigo violento
de Logan Fell.
—Ese amo tuyo… No es un buen amo.
«Esas marcas no me las hizo un amo. Me las hizo un sádico maltratador», tuvo ganas de decirle, pero le había ordenado que se callara.
La trataba de un modo tan impersonal que le ponía la piel de gallina; como si en realidad fuera un objeto y no una persona. Como si fuera un maldito mueble.
Después, le puso crema por todo el cuerpo, una crema especial para utilizar aquella prenda rubber tipo buzo de cuerpo entero, y la vistió como si fuera una niña pequeña que no supiera hacerlo.
Caroline tenía miedo. El corazón se le iba a salir del pecho. Pero Kaí no estaba actuando de un modo demasiado ofensivo ni pervertido.
Simplemente hacía su trabajo, metódico y competente, como si estuviera acostumbrado a hacer aquello todos los días. Seguramente, si era un amo, lo estaba. ¿Pero qué tipo de amo era? ¿Qué perfil seguía? Caroline sabía que no había un solo amo igual, pero sí que tenían algunos patrones de comportamientos más marcados y parecidos.
Ni siquiera sabía qué hora era. ¿Cuánto había pasado desde que la sacaron de la jaula y se la llevaron?
Kaí la sentó en una butaca, la peinó y le desenredó el pelo para, después, retirarle todo el flequillo de la cara y hacerle una cola alta.
—Vamos, está a punto de llegar.
¿Quién? ¿Quién estaba a punto de llegar?
Kaí se la llevó del baño y la hizo caminar a través de varios pasillos.
Continuaba llevando la cinta en los ojos y no veía nada. En esa casa había aire acondicionado, porque la temperatura era fresca y liviana, nada que ver con la humedad exterior.
—Ponte aquí, a cuatro patas.
La ayudó a arrodillarse.
—No quiero que te muevas para nada. No quiero que hables. Eres una mesa. Las criadas dispondrán las cosas sobre ti.
Caroline apoyó las palmas sudorosas de las manos en el suelo frío.
Permaneció en silencio y se tensó cuando, al cabo del rato, notó que empezaban a apoyar vasos y platos en su espalda. ¿Quiénes eran las criadas?
Escuchaba sus pasos alrededor de ella. Llevaban tacones; y se las imaginó vestidas con arneses tipo gladiador, medio desnudas, sirviendo copas a los amos. Se le estaba revolviendo el estómago.
El timbre de la casa sonó.
—Ya está aquí —murmuró en ruso. Kaí se acercó a ella y le dijo—: Recuerda, esclava. Los muebles están presentes; ni se mueven ni hablan, solo escuchan. Aguanta la posición todo lo que puedas; y no reacciones ante lo que pueda hacerte porque, como se caiga una sola copa, te desnudo y te azoto hasta que te desmayes.
Caroline se estremeció y tragó saliva. Quería echarse a llorar pero, a la vez, sentía una curiosidad innata ante lo que se avecinaba.
¿Quién era Kaí? ¿Por qué la había traído a ese lugar?
Lo sabría en cualquier momento.
—Zdras-tvuy-tye, Arcadium —dijo Kaí en ruso.
Caroline supo que estaba dando la bienvenida a un tal Arcadium.
Los pasos de los dos hombres se aproximaron hasta donde ella estaba ejerciendo su rol de mesa, y escuchó cómo tomaban asiento alrededor de ella. La conversación que tuvo lugar entonces fue toda en ruso.
—Bonita mesa —dijo el tal Arcadium pasando la mano por la nalga de Caroline.
La joven apretó los dientes, pero no osó a mover un solo músculo. «No me toques, hijo de perra».
—Gracias; la he adquirido hoy mismo —repuso Kaí—. ¿Qué te apetece tomar?
—Coñac con hielo, por favor.
Al momento, Caroline notó cómo una de las criadas depositaba el hielo tintineante y llenaba la copa vacía de su espalda.
—Estas islas son muy húmedas —observó Arcadium.
—Sí, lo son. ¿Has traído mi dinero? —preguntó Kaí sin rodeos.
El otro hombre se echó a reír y dejó algo encima del sacro de Caroline.
—Aquí lo tienes.
El peso desapareció, señal de que el amo había tomado el sobre.
—¿No lo vas a contar?
—Me fío de ellos. Ellos se fían de mis servicios.
—Les encanta cómo las domas, eres uno de los mejores. Haces que aguanten, que duren… Los señores de la vieja guardia desean eso para sus menesteres y su noche de Walpurgis. Y lo mejor de ti es que no te cuestionas para qué las domas.
¿Los señores de la vieja guardia? ¿La Old Guard? ¿La noche de Walpurgis? ¿Qué? ¿De qué iba eso?
—Soy un amo y me gusta disciplinar. No me meto en los fines de los juegos de los Villanos y sus particulares prácticas. —murmuró Kaí.
Hubo un silencio. Silencio que aprovechó Caroline para tomar nota. ¿Kaí estaba adoptando un papel de hombre sin alma? ¿De mercenario?
La Old Guard era la vieja guardia del sadomasoquismo, formada, mayoritariamente, por parejas homosexuales. Eran amos que no creían en el BDSM como un juego. Solo lo consideraban como una manera de castigar,
de vivir. Esos activistas no creían en el edgeplay, en los límites de acción de las parejas, y se inclinaban siempre por las relaciones de metaconsenso en las que solo el dominante decidía cuándo detener las sesiones de castigo.
Eran muy radicales y duros en sus acciones.
A principios de los noventa nació la New Guard, que abría la posibilidad de poner límites entre parejas, de aceptar a aquellos amos y sumisas que solo jugaban, y se abrieron a la figura switch, que podía actuar como amo y
sumisa. La palabra de seguridad tomó vital importancia a partir de entonces.
Caroline acababa de descubrir, gracias a Kaí, que los villanos eran miembros de la Old Guard.
¿Sabría él que lo estaba entendiendo todo? Le corroía la incertidumbre.
Al parecer, Kaí hacía domas a sumisas para que luego fueran entregadas a los Villanos.
—La otra noche, en el castillo de Barbanegra, mis esclavas se comportaron muy bien.
—Eso dijo el señor Venger. De hecho, ya sabes que tiene a Sombra espía observando todo el torneo e informándonos de todo lo que acontece entre bambalinas.
Sombra espía era el subordinado de Venger. Su mano derecha. En la serie de dibujos animados, Sombra espía era el chivato y el que avisaba a Venger de todos los movimientos de los protagonistas con anticipación.
¿Así que los villanos tenían a un infiltrado? ¿Quién era Sombra?
—De hecho, les placería tener a esta mesa durante la noche de Walpurgis.
—La noche de Walpurgis es el acontecimiento privado de los Villanos al margen del torneo —aseguró Kaí—. Si quieren a Lady Raksha para
entonces, tendrán que convencerla. Hoy está aquí porque han cometido un error; pero Lady Raksha y su amo llegarán a la final.
—Bien —asintió Arcadium—. Será suficiente para que ellos la inviten. Arcadium ¿no podría llegar en calidad de una de tus sumisas?
—No. No en este caso. Lady Raksha ya es un participante oficial, todos la conocen. Y… Su amo es muy respetado en el ambiente.
—Mmm… bueno, todo es posible. Les placería tener a una como ella, con este pelo rojo tan rico y lleno de vida —amarró su coleta y tiró de ella—. Ya conoces los gustos fetichistas de esos amos…
—Todos tenemos gustos fetichistas.
—Supongo que sí.
Caroline escuchó cómo Arcadium daba vueltas a la copa de su coñac y los hielos chocaban contra el cristal.
—Quedan dos noches para Walpurgis. Recogeré a tus chicas mañana al anochecer. Nuestras cuentas estarán saldadas para entonces.
«La noche de Walpurgis se celebrará después de finalizar el torneo», pensó Caroline.
—¿Celebrarán su evento en las islas? —preguntó Kaí.
—Sí.
—¿Ya han hecho el pago a los demás?
—Sí. Esta noche recibiremos más popper para las sumisas en la fiesta privada. Keon nos acercará el paquete, recién salido del horno, al restaurante. Vendrá en un quad MGM rojo.
—¿Keon? ¿El inventor de la hibridación del popper? Qué honor…
—Lo es.
Bueno, bueno… Por puntos: La noche de Walpurgis sería un evento privado entre los Villanos y las sumisas que adiestraban los amos como Kaí. Keon era el creador del popper, y si decían que recién había salido
del horno, quería decir que tenían una pequeña fábrica en la que elaboraban la droga dentro de las islas. ¿Dónde?
—¿Puedo echar un vistazo a la mercancía? —preguntó Arcadium.
—Por supuesto, están en el sótano.
Una hora después, Caroline tenía agujetas en los muslos, dolor de espalda, sudaba profusamente y le dolían las rodillas y las palmas de las manos; pero nada de eso era tan importante como saber que había presenciado una conversación esencial para la resolución del caso.
No dejaba de pensar en la «mercancía» que Kaí tenía abajo en el sótano. ¿Eran las mujeres que él entrenaba? ¿De dónde eran?
¿Consentían o no consentían? ¿Estaban desaparecidas en sus respectivos países o no? ¿Hasta dónde estaba metido el de la cresta en todo aquel turbio negocio? ¿Y dónde estaba Katherine?
«Que alguien me saque este maldito traje o moriré de un colapso».
La misma puerta por la que habíandesaparecido Kaí y Arcadium se
abrió de nuevo.
Los dos hombres seguían hablando con creciente respeto. Nunca diría que eran camaradas, pero sí que medían las palabras entre ellos.
Sintió una mano en la nalga, que la frotaba en círculos y se oyó una sonrisa ronca y repugnante.
—Esta chica es muy guapa. No hay ninguna con el pelo así. Los Villanos ya han expresado su deseo de tenerla. Haz lo posible por conseguirla.
«Cerdo, quítame las manos de encima».
—Si llega a la final, la tendrán. Aun así, me da la sensación de que su amo no la deja jugar con nadie.
—Eso no es problema. El que den consenso o no lo den, nunca lo fue.
Son las normas de la vieja guardia. Lo que quieren, lo toman.
—Lo sé.
—Entonces, camarada. Me voy. Ha sido un placer hacer negocios contigo.
Bolshoe spasibo.
—Pazhalsta. De nada.
Caroline respiró más tranquila cuando Arcadium se fue. Pero, de repente, el recuerdo de lo que estaba haciendo allí la golpeó.
¿Que se suponía que iba a hacer ahora Kaí con ella? ¿Dónde estaban las chicas? ¿Por qué la había traído allí? Dudaba de que solo fuera
por un instinto fetichista.
Sintió cómo el amo le retiraba los vasos y los platos de pica pica de la espalda. Después, la tomó por los codos y la ayudó a levantarse. Iba descalza, y la guió a través del exterior de la casa. Las plantas de sus pies caminaron por encima de varias superficies. Césped, gres frío, parqué, madera… Al parecer, era una casa inmensa con varios ambientes. Escuchó el sonido de una puerta automática al abrirse.Y, después, un silencio brutal y espeluznante. —Espera aquí —le ordenó. Ella quedó de pie, a solas. Perdida y desorientada durante una eternidad.

Estaba bajo tierra y olía a humedad.
Se oyó el sonido de otra puerta al abrirse y cerrarse, y entonces, a los pasos de Kaí se le añadieron unos más ligeros.
Mierda, había otro hombre con él.
Apretó los dientes para abortar el grito que amenazaba con salir de su garganta. No podía hablar; era un puto mueble y tenía que respetar el rol.
Pero, ¿por qué estaba ahí? ¿Qué pretendía Kaí?
De repente, sintió unas manos gentiles en la cara, suaves y tibias que le desataban la venda negra de sus ojos.
Caroline inhaló profundamente. Olía a…
Las cariñosas manos le devolvieron la visión y, cuando abrió los ojos, se encontró con unas facciones muy parecidas a las suyas, una expresión más serena de ojos negros, oyuelo en la barbilla y un pelo largo liso y negro
azulado como el azabache.
Caroline parpadeó.
La otra chica también lo hizo y sonrió dándole un sosiego a su alma que no sentía desde hacía días.
No supo quién abrazó a quién primero; solo entendió que estaba entre los brazos de su hermana mayor.
Katherine.

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