CAPÍTULO X

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Las personas somos duales: Tenemos una parte dominante y otra sumisa. En el BDSM la esclavitud y la libertad coexisten en sus participantes. La primera se experimenta, la otra se siente.

El camino desde el Barrio Francés hasta su casa se hizo en un serio silencio. Klaus había comprado algunos tuppers de los puestos de comida que se vendían en la plaza Lafayette. Y ahora estaban cenando en la mesa de la terraza de su habitación. Klaus lo había querido así, y lo había dispuesto todo ordenadamente.
Caroline seguía confusa por lo sucedido en el baño del Pirate' s Alley Café. En realidad, ella debía seguir las instrucciones del amo Klaus; pero saber que él estaba así por una mentira, la hacía sentir mal, porque el bulo lo había creado ella. Tal vez sería mejor que supiera que entre ella y Mason no había nada. Nada de nada. Pero le daba vergüenza revelar la verdad.
El jefe había escogido algunos platos criollos para llevar.
La cocina criolla de Luisiana, mezclaba influencia de distintas partes del mundo: desde la africana y caribeña, a mediterranea
y francesa, incluso con toques italianos.
-En Washington no cocinan igual -dijo él llenando el vaso de vino tinto.
Caroline cubrió su copa con la mano y negó con la cabeza.
-Todavía tengo absenta en el cuerpo, señor. No me apetece vino.
Klaus dejó la botella sobre la mesa, y le sirvió agua. La estudió. Los focos del suelo de su terracita de madera alumbraban su rostro y creaban un halo luminoso alrededor de su
cabeza. Una hada de los bosques sin sus duendecillos.
Y estaba contrariada y preocupada. Como amo, tenía que hacerle entender a Caroline que mentirle no iba a concederle buenos resultados en nada. Pero como Klaus, mierda, la pequeña trola lo había fastidiado más de la cuenta.
Caroline estaba entretenida mirando las momentáneas reformas que se habían hecho en su jardín. La mesa camilla con las
cadenas, las fustas, los floggers, los dos postes de madera clavados como si fueran los palos laterales de una portería de fútbol
americano...
-Mi madre tiene la receta de la mejor quiche de todo el estado -murmuró ella sin mucho entusiasmo-. Si se lo pides, te envíaría tuppers para un mes.
-Me gustaría ver a Liz. -Klaus se llevó un trozo de pimiento relleno a la boca-. He echado de menos sus granizados casi cada día de mi vida.
-Y ella te ha echado de menos a ti -exhaló suavemente y se puso un poco de ensalada de patata-. Te adoraba.
-Sí. Provoco ese curioso efecto en las personas.
-Normal, eres un buen mentiroso.
-Como tú -contestó él con acidez. Caroline le lanzó una mirada resentida mientras tragaba y se acompañaba con un poco
de agua.
-Según las leyes serviles y dominantes, debes aprender a olvidar y no alargar un castigo demasiado, ¿me equivoco, señor?
-Lo que debo, traviesa Caroline, es hacerte entender que no me debes mentir bajo ninguna circunstancia. Puede que no te
estés tomando esto demasiado en serio porque crees que es algo que no será duradero. Pero, mientras estés conmigo, tienes que estar al doscientos por cien en todos los sentidos. Como agente, como persona y como sumisa.
-¿Tú lo estás?
-Sí. Por supuesto que sí.
Ella se quedó callada y siguió comiendo en silencio. No creía que estuviera al doscientos por cien. ¿Quién lo estaba?
-¿Qué tipo de relación tienes con Mason? -Klaus intentó comprender la relación de Caroline con ese tipo.
-Nada serio. Ya te lo dije.
Nada serio. Pero ese tal Mason estaba en Nueva Orleans con ella, compartía los días con ella y, seguramente, la haría reír. Klaus se agrió ante aquel pensamiento.
-Me imagino que no debe serlo, porque no ha pasado a verte ni un solo día. No debes significar mucho para él -añadió concentrado en comerse su pimiento relleno.
«Vaya. El amo es muy cruel», pensó ella, dirigiéndole una sonrisa fría e indiferente. Pero Klaus siempre había sido así de malvado con ella.
-Si tú lo dices... Aunque supongo que lo que haya o deje de haber entre Mai y yo es asunto mío.
-No, nena -contestó con voz peligrosa-. Te equivocas.
Mientras estés en el caso, todo me concierne. Con quién vas o con quién dejas de ir; a quién llamas y a quién no. ¿Lo has llamado alguna vez estos días?
-No. No lo he hecho. No me he puesto en contacto con nadie.
-Entonces, Mag -repitió pitorreándose-, ¿no tiene ni idea de que me estoy beneficiando a su chica? -
Mierda. Acababa de rebasar la línea y su credibilidad como profesional había bajado varios enteros. Caroline le freía el cerebro.
-Está bien. Klaus, creo que debemos dejar claros algunos conceptos. -Se limpió las comisuras pulcramente con la punta de la servilleta-. Yo no soy la chica de nadie. Y, que yo sepa, tú y yo estamos trabajando juntos para representar un papel. Todavía no te has acostado conmigo; solo hemos puesto en práctica tus técnicas de dominación, así que, técnicamente, nos estamos acostando, pero no beneficiando.
-Te he hecho el amor con la boca -aclaró de modo letal.
-Y yo también te lo he hecho esta tarde en el servicio de señoras. Pero nadie se ha beneficiado a nadie. Y ahora, si al señor no le importa, me gustaría que habláramos del caso que ha hecho que tú y yo tengamos que estar cenando aquí, educadamente, cuando lo que en realidad nos apetece es sacarnos la piel a tiras.
Él frunció el ceño. Caroline no tenía ni idea de lo que a él le apatecía hacerle; y no tenía nada que ver con sadismos de ningún tipo, pero sí con lo que la joven tenía entre las piernas y
con su lengua locuaz y viperina.
-¿Tienes noticias del foro? -Ella también sabía redirigir las conversaciones a temas menos espinosos-. ¿Hemos sido invitados?
-Tengo invitación desde hace dos meses. Una invitación particular de la Reina de las Arañas.
Caroline sonrió sin ganas. Cómo no. Klaus lo tenía todo bajo control y había obviado explicarle ese detalle.
-Así que eres un VIP...
-Pse. Hoy he recibido el código de vestuario a llevar por los amos protagónicos. Todos los amos iremos igual. Serán nuestras sumisas las que nos diferencien. Tenemos que elegir
tu atrezo.
-Claro... -gruñó, pensando en el hecho de que él ya tuviera invitación desde hacía tiempo-. ¿Cuántos agentes más hay infiltrados en el caso?
-¿Además de Katherine?
-Sí.
-Damon y Bonni. Éramos cinco agentes infiltrados -«Hasta que se cargaron a Alaric», pensó con amargura. Por suerte, no había mujeres y niños que hubiese dejado atrás... Pero estaba él; y lo echaba muchísimo de menos. En cuanto encontrara al responsable de la muerte de su mejor amigo se lo cargaría.
Caroline se sintió mal por Klaus. Ella no conoció a Alaric, pero seguro que era un buen hombre.
-¿Qué papel interpreta Damon?
-Hace de sumiso. Y su ama, que es Bonni, ya ha obtenido la invitación.
-¿De la Reina de las Arañas?
-Sí.
-¿Sabes? Tengo ganas de conocer a esa Spiderwoman. Le llamó la atención mi hermana, se la has llamado tú...
-Y se la llamarás tú también por ser mi acompañante oficial.
-¿Tan importante eres en el mundo BDSM, lobo alfa?
-No es por ser o no ser importante. -Klaus vació la copa de vino y se inclinó hacia adelante-. Es porque nunca he hecho nada en pareja. Y va a extrañar a algunos roleadores que sí conozco y que no dudo encontrarme por ahí.
-¿Jamás? ¿Jamás has jugado con la misma sumisa?
-Nunca más de dos días seguidos. Y ahora me presento a uno de los torneos de BDSM más importantes del mundo, con una chica que nadie conoce. Creerán que eres muy valiosa para mí, tanto como para permitir que juegues conmigo. Por eso despertarás el interés de las Criaturas y de todos los amos protagónicos. Por ese mismo motivo, los Villanos se fijarán en ti.
Tienes todos los números para salir elegida por ellos. Las sumisas que encuentres en el torneo y se crucen con nosotros querrán saber quién eres, de dónde vienes, cuáles son tus técni-cas... Se preguntarán: «¿qué tiene ella que yo no tenga?».
-Vaya... -Puso los ojos en blanco-. ¿Rompías corazones, señor?
-Es lo que sucede cuando te creas expectativas.
-Ya. -Tuvo ganas de replicarle. Pero era evidente que Klaus evitaba la vinculación emocional con sus «parejas». ¿Le gustaba saberlo? ¿No le gustaba? ¿Querría ser ella diferente? La suya era una relación laboral un tanto anómala, pero su relación sexual tenía un objetivo: la infiltración. Por el bien de su salud emocional no debía olvidar jamás ese hecho-. Así que tengo que dar el callo, ¿eh?
-Aun así... Maldita sea, ¿con cuántas mujeres había estado ese amo del demonio?
-Sí. Debes.
Caroline levantó la copa de agua y brindó por él: por su vanidad y su falta de escrúpulos. La de ambos.
-Lo daré... -Arqueó una ceja y sonrió como una seductora. Ella sabría actuar mejor que nadie. Acabaría sorprendiéndolo, porque era demasiado competitiva-. Te voy a impresionar... señor.
-No tengo la menor duda -aseguró sonriendo más relajado.
-No queremos que tu reputación cuando todo esto se resuelva se vaya al traste, ¿no? Daré lo mejor de mí. Y también lo peor -le guiñó un ojo-. Las dejas a todas llorando cuando te vas... Solo espero no tener que pelearme con ninguna para limpiar tu nombre.
-También lo espero yo -sonrió sin ganas.
-No te preocupes. Tu lista de sumisas cuando todo esto acabe será igual de grande que la que tienes ahora.
-Touché. Pero hay algo que no has entendido: yo no tengo sumisas, Caroline -aclaró levantándose de la mesa y ofreciéndole la mano con la palma levantada hacia arriba-. Nunca he poseído a nadie. ¿Postre? Compré pastel de pacanas.
Carline tenía el estómago cerrado. La tensión entre ellos se palpaba notablemente; y todavía no sabía diferenciar si era porque todavía estaba enfadado, porque lo estaba ella o porque se trataba de simple e innegable tensión sexual.-No quiero postre. Gracias.
-Bien. Yo tampoco. Ven conmigo- Caroline aceptó la mano que le ofrecía y lo acompañó mientras la guiaba al interior de la habitación. La amplia cama de colcha púrpura y cojines blancos y dorados les esperaba, sonriendo de lado, esperando la acción que amortiguara el precio pagado por ella. La luz de los focos de la terraza alumbraba el interior de la alcoba, con tonos claros de luna.
-¿Nunca has poseído a una sumisa? No entiendo. Un amo no existe sin una sumisa -razonó Caroline, encorvando un poco la espalda para que los pezones dejaran de fustigarse con el sostén. ¿A qué se refería con lo de que nunca había poseído a nadie?
-He estado con mujeres que han necesitado que alguien las guíe y saciara el hambre que tenían de sumisión. Las he instruido y les he enseñado el camino a seguir; sobre todo, que supieran diferenciar entre amo equilibrado y amo con psicopatías, entre amo dominante y amo sádico. Al fin y al cabo, el BDSM debe de ser un juego y un modo de vivir la sexualidad de cada uno. No una cárcel ni una moda. El BDSM es para siempre. Mi principal preocupación es que, buscando que las dominen, tengan la malísima suerte de encontrar a alguien que de verdad les pueda hacer daño, como por ejemplo les sucedió a
las víctimas que han dado lugar al caso Amos y mazmorras. Hay falsos amos sueltos, y tienen que saber detectarlos. Todos, mujeres y hombres, deben saber vislumbrar las diferencias.
-¿Por eso eres amo? ¿Para iluminarlas? -sonrió incrédula-. Ya verás como al final eres bueno y todo.
-No. No es por eso. Pero cuando están conmigo, deben diferenciar lo que es sano, sencillo y consensuado de lo que no lo es. Siempre hay diferencias y a mí me gusta marcarlas.
-Pues para mí la diferencia está en que un amo debe respetar tu persona siempre, sobre todo cuando no hay contrato ni relación emocional que les una. Que entienda que hay líneas que no se deben cruzar.
Klaus la miró de reojo. No podía ser más directa.
Ella tenía razón. No estaba bien hurgar en la vida privada o sentimental de Caroline. Fuera lo que fuese lo que tenía con Mason era algo que solo le concernía a ella.
El problema era que él empezaba a desear estar en la vida de aquella bruja de ojos verdes de manera consensuada y continuada.
Caroline había sido la única mujer que él había deseado de verdad. Y la única que nunca tuvo. Y saber que había otro tipo por ahí rondándola, lo frustraba y lo punzaba por primera vez con la sensación de los celos. La mentira no la soportaba, pero eran los celos los que lo carcomían: saber que Caroline había estado con otro en el jaccuzzi, o que había probado a otro de otras muchas maneras... Mierda, no lo llevaba nada bien. Cuando decidió ser él quien la instruyera, no había pensado en lo arduo que iba a ser aceptar que la pequeña Caroline también había tenido relaciones. Por eso seguía enfadado; pero más con él que con ella misma.
Y él no era dueño de su pasado, no podía cambiar esos hechos. No obstante, la tenía ahí. Disfrutaba de Caroline ahora, en el presente, aunque fuese a esos niveles sexuales y, posiblemente, estaría en su futuro durante, al menos, diez días más.
Los aprovecharía del modo que mejor sabía.
-Tienes razón -reconoció él.
Ella cerró la boca, enmudecida, y luego la volvió a abrir.
-Perdona, ¿qué has dicho? -acercó su oído a sus labios-.
Me ha parecido oír una disculpa...
Klaus sonrió fríamente.
-No volveré a sacar ese tema tuyo y de tu amante. ¿Satisfecha? Lo único que nos debe importar es conseguir prepararte para llegar a tiempo al torneo.
Caroline entrecerró los ojos y aceptó esa concesión como una disculpa.
Klaus la deseaba: se notaba en su forma de mirarla y de concentrarse en ella. Sí, definitivamente, mucho mejor centrarse en eso. Pero antes debía aclarar algo:
-¿Sigues enfadado? Te prometo que no te he mentido.
Él apretó los dientes. «No importa. Mason ahora no importa... Solo ella».
Solo Caroline y su formación.
-Tú sabrás por qué mientes. La personalidad de la sumisa se debe respetar, nunca modelar. Hay que cuidarla y ayudarla a que se encuentre a sí misma, a que se sienta cómoda consigo misma. -Inspiró profundamente y la acercó a su cuerpo.
Levantó una mano, acariciándole la mejilla a modo de disculpa. ¿Qué tenía? ¿Qué era lo que hacía que no pudiese dejar de tocarla?
-¿Te lo estás recordando a ti mismo? Ya te he dicho que no soy una mentirosa. No importa lo que pienses.
-Chist -Por supuesto que importaba.
-Klaus... Pero es que... -«Mason y yo no tenemos nada. Me lo inventé». No tenía por qué darle ese tipo de explicaciones. Pero la cara de Klaus cuando escuchó lo que dijo Matt fue todo un poema. Y se sentía mal por él, porque creyese que lo había traicionado. ¿Y por qué se sentía así? Ni idea. ¡Ellos no eran nada! ¿No? Él cerró sus labios con su pulgar y los acarició.
-Juguemos, Caroline. Dejemos ese tema atrás. Ahora quiero ocuparme de ti.
-¿Ahora? ¿Ahora quieres ocuparte de mí? ¿Ahora que el señor ha cenado? -replicó frustrada por la irritante sensación en sus pechos.
Klaus arqueó una ceja y sonrió malignamente:
-Pareces frustrada...
-¿Tú crees?
-Sí.
El modo en que la miraba, con esos ojos patentados tipo rayos X, característicos de un hombre que tomaba lo que quería, le dio a entender que no estaba para más cháchara. La estaba amenazando con su presencia y su pose.
-¿Vas a... castigarme?
-Sí.
Genial, la iba a zurrar por algo que en realidad no había hecho. Una sensación de anticipación recorrió sus pezones, nalgas y entrepierna.
-¿Por qué?
-Si tengo que explicártelo otra vez es que no has entendido nada.
-Pensé que el numerito en el pub y el no quitarme los aros ya había sido suficiente castigo. -Recriminó sin modales algunos, llamando la atención de la moral de amo de Klaus.
-No, nena. -Dios. Caroline era demasiado susceptible-. Tenía una necesidad. Una necesidad de ti. -Tomó un mechón de
su pelo y lo olió-. Solo quería que me prestaras atención. Un poquito de ti para mí. Después de todos los orgasmos que ya te había dado esta mañana...
-¿Cómo? -Ah, ya. El territorio alfa de Klaus.
-Y estaba ofendido.
-Muy mal, señor amo. No deberías actuar estando enfadado. ¿No es una de vuestras normas?
-Caroline... -Un brillo de enfado muy caliente atravesó sus ojos-. Cierra esa boquita que tienes...
-Ciérramela tú si...
-A la cama.
Perdió la paciencia. La tomó de la cintura por sorpresa y la tiró, literalmente, sobre el colchón, haciendo que rebotara y desparramando su melena por todos lados.
Caroline disfrutaba con el tête à tête, y también había descubierto que le encantaba comprobar qué había de amo en Klaus, y
de Klaus en el amo. Vislumbraba que era un todo, pero, para saberlo perfectamente tenía que empujarlo.
«Provócate, tonto», pensó, siendo muy consciente de lo peligroso que era lograrlo.
Aun así, él mantuvo las riendas. Observándola con avaricia, se desnudó por completo, deteniéndose tan moreno, alto y ancho como era, enfrente de ella.
-¿Intentas provocarme, Caroline?
-¿Conseguiría algo con eso, señor? Klaus avanzó hacia ella como un felino.
La desnudó, quitándole primero los zapatos, luego la falda y después la camiseta.
-Me encanta cómo te estiliza las piernas este calzado - aseguró, alzándole el tobillo desnudo y besándola sobre el arco del pie.
-Gracias -contestó asombrada porque él se diera cuenta de ese detalle.
Klaus tiró de sus muñecas y la obligó a ponerse de rodillas sobre él, a horcajadas.
-Desnúdame -le ordenó.
-Sí.
Él hundió la mano bajo su melena y agarró parte de su pelo tirando de él dolorosamente.
-Caroline. Ya hemos pasado por esto. ¿Sí, qué?
-Sí, señor. -Los aguijonazos de placer del cuero cabelludo se dirigieron a sus pezones. Y no pudo evitar gemir.
-Estás sensible -aprobó, abriendo la boca sobre su garganta, y marcándola con la lengua y los labios. Succionó.
Ella cerró los ojos por el súbito placer.
-¡Vas a dejarme marca! -protestó.
-Te marco a mi manera. -Se tumbó sobre ella, la movió hasta colocar su cabeza sobre la almohada, y a Caroline encarcelada entre sus antebrazos. Hundió los dedos en su pelo y gruñó, rozando su desnuda erección contra la cremallera que cubría su entrepierna.
Klaus daba respeto. Era como un animal del sexo, pero no un bestia. Era salvaje y a la vez elegante. Fríamente apasionado.
Su contacto la quemaba como hielo y fuego.
Caroline iba a ofrecerle la boca porque las ganas de besarlo crecían a cada momento que pasaban juntos. Sin embargo, se lo pensó dos veces, porque no quería quedar en evidencia como había sucedido en el baño. Al final, logró mantener la cabeza pegada a la almohada, sin levantarla para ir en busca de
su boca. «Bien por mí. Soy una chica difícil».
-¿Ves las esposas que hay sobre tu cabeza?
¿Esposas? ¿Otra vez? Se visualizó ronroneando como una gatita. Levantó los ojos hacia arriba y observó las esposas plateadas, unidas por una larga y holgada cadena enrollada a una de las barras blancas del cabezal de la cama.
-Sí, señor.
Klaus le desabrochó el sostén y se lo quitó, lanzándolo al suelo. Levantó una mano y cubrió un pecho.
-Levanta las manos por encima de la cabeza, Caroline.
Ella cerró los ojos y asintió, obedeciendo al instante.
Él sonrió triunfante y la sonrisa llegó a sus ojos porque Caroline asimilaba rápido su papel.
Klaus cerró una esposa alrededor de su muñeca izquierda, y la otra alrededor de la derecha.
-Mueve los brazos. ¿Los mueves bien?
-Sí. -Entre una esposa y otra había bastante espacio. Sería consciente de que estaba esposada, pero no tenía sus movimientos demasiado limitados.
Con un gesto poderoso, así, de golpe, Klaus le bajó la cremallera de la braguita de látex y, superficialmente, la acarició por dentro hasta empaparse con sus jugos.
-¿Qué te parece? -se dijo para sí mismo, frotando lo hinchado y húmedo que estaba el sexo de Caroline.
Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.
-Quítame los aros, Klaus.
-Mal, Caroline. Tú no das órdenes. -Deslizó un dedo en su interior, de modo tan nimio que ella se quejó por dejarla tan vacía-... Prueba otra vez.
-Por favor... Por favor, señor. Tengo los pezones que creo que me van a estallar, y si me tocas ahí...
-¿Si te froto aquí -cogió el clítoris con el índice y el pulgar-, lo sientes en los pechos?
-Dios... Sí.
-¿Sí? Entonces, eres más sensible de lo que creía, nena. Y me pone tan duro saberlo...
-Mmm -gimió abriendo los ojos para ver la cara que él ponía cuando tocaba su suavidad. Pero Klaus no miraba hacia abajo, la miraba a ella a los ojos, con una máscara de pasión descarnada y lujuria descontrolada.
-Vas a ver. -Con un movimiento sincronizado y desconocido para Caroline, él la tomó de la cintura e intercambió sus posiciones.
Caroline se quedó con las manos esposadas por encima del cuerpo de Klaus y también de su cabeza. Sentada a horcajadas sobre su erección.
-Vamos a jugar un poco más duro -gruñó deslizándole las braguitas por las caderas-. Levanta la pierna. -Ella lo hizo y así pudo sacarle la braguita por el tobillo-. Oh, sí -Se acomodó sobre el colchón y estudió la visión de su hada de los bosques sobre él. Sus pezones seguían constreñidos e hinchados.
Estaba desnuda y la obligó a sentarse sobre su erección, que señalaba su ombligo y reposaba muy erecta sobre su estómago-.
Siente lo duro que estoy -la movió para que su clítoris y su humedad resbalaran y se rozaran sobre su pene suave y caliente.
Ella gimió y tiró de las cadenas. Deseaba moverse un poco hacia atrás y conseguir penetrarse; pero Klaus no se lo permitía.
Él sonrió, con esa vanidad que le caracterizaba, y le dijo:
-¿Qué? ¿Quieres esto? -Levantó las caderas y se frotó con insistencia contra ella-. No creo que te hayas portado bien para tenerme.
Caroline se agarró a las cadenas, mordiéndose la lengua para no decirle: «Tenerte o no tenerte me trae sin cuidado, maldito bastardo. Lo que quiero es que algo me llene». Pero si lo hubiera dicho en voz alta, habría mentido de nuevo. Claro que lo quería. Lo deseaba desde que le había visto en la puerta de su casa hacía ya tres noches. Y puede que mucho tiempo atrás también... Pero no pensaría en eso ahora.
-Los aros estimulan los pezones, y eso provoca que estés encendida.
-No estoy encendida, señor -rugió con los brazos por encima de la cabeza, a cinco palmos de la cama. Tiró de las esposas, y la sensación de estar inmovilizada la calentó, excitándola de nuevo como esa misma mañana en la camilla-. Estoy... -se calló y gimió ante el ataque a sus senos-. Con cuidado, señor...
-Siempre tengo cuidado contigo. -Sin dejar de mover las caderas, procedió a desajustar un aro, y luego el otro, hasta quedarse con los aretes en las manos.
-¡Ah! -gritó. Experimentaba un extraño despertar motivado por el dolor, y tenía los pezones como guijarros.
-Oh, pobrecita... -murmuró acercando la boca al pezón izquierdo y acariciando sus nalgas con suavidad.
Ella tembló ante la expectativa. Le dolían una barbaridad las areolas. Si ahora la tocaba no sabría cómo...
-Cuenta, Caroline. No te corras hasta que no llegues a quince.
-¿Qué? Mmm... Esto no va así. Yo me corro cuando llego, no cuando tú creas que...
-Cuenta -ordenó de manera inflexible, recordándole con ojos de acero que tenía que recibir un castigo-. Vas a ver lo que es el verdadero spanking.
Ella tragó saliva. Se aferró a los barrotes de la cama.
Klaus la recolocó de tal manera que, sin esfuerzo, él pudiera acceder a lamer sus brotes doloridos.
¡Zas! La primera bofetada sobre el trasero hizo que abriera los ojos, alarmada por el dolor picante que recorrió toda su piel.
-¡Uno! -exclamó, intentando huir de él.
-¿Dónde crees que vas? No puedes escapar, princesa. No puedes huir de mí.
Después de la palmada, inmediatamente, Klaus abrió la boca y lamió el pezón derecho dulcemente, prodigándole mimos y atenciones.
Dolor y placer. Era como si cortocircuitaran su cerebro.
Lo más extraño era que el dolor de la cachetada, aun siendo dolor, era placentero cuando se sobreponía a la impresión.
Caroline enterró su rostro sobre su brazo. Se iba a volver loca. ¿Cómo podía gustarle eso?
¡Zas! -¡Dos! -gritó con la boca enterrada en su brazo.
Klaus mamó su pezón, lo succionó y lo absorbió.
-Tócame, por favor -pidió ella meneando las caderas, disfrutando de su boca en el pecho y del ardor en el trasero.
Toda la sangre se estaba concentrando ahí, y sentía su vagina palpitar.
-¿Aquí? ¿Te toco aquí? -¡Zas! Otra palmada en la otra nalga, en la parte que la unía con la pierna. Ella negó con la cabeza y se quejó-. ¿Cuántas, Caroline?
-Tres.
Comprendió que él no haría nada de lo que le pidiera mientras recibiese su particular «castigo»; así que se concentró en comprender las sensaciones que la recorrían para poder disfrutar mejor de ellas.
-¡Cuatro! -Bufff... En la otra nalga.
Esa había escocido.
Klaus no había disfrutado tanto con nadie como lo hacía con Caroline. Era increíble, suave y flexible pero, al mismo tiempo,
desafiante. Un pequeño caballo descocado y salvaje. Y adoraba poder enseñarle.
A su vez, Caroline intentaba concentrarse en sus sensaciones.
La lengua de Klaus en sus pechos le daba un placer inhumano.
Y, al mismo tiempo, la sangre que bombeaba en su clítoris, en sus nalgas, en su vagina... parecía haberse puesto de acuerdo en azuzar a la vez que él la azotaba. La experiencia la estaba dejando lánguida y babeante como un caracol.
-Dios... Caroline... -musitó él después de la octava palmada. La acarició entre las piernas y se dio cuenta de que estaba resbaladiza-. Oh, joder... ¿Te está gustando, verdad? -Él
la volvió a situar sobre su pene y aprovechando la crema que ella producía, empezó a rozarse perfectamente contra su vagina, estimulando su clítoris con precisión.
¡Zas! -¡Nueve! -lloriqueó ella, casi poniendo los ojos en blanco. No iba a llegar a quince... era imposible que llegara a quince. Se correría por el camino antes o se desmayaría sumida en el éxtasis.
La boca de Lion absorbió el pezón izquierdo. Lo cuidó y lo reestableció de la incomodidad de la tarde.
-¡Ohm...! -Caroline se movía al tiempo que las embestidas superficiales de Klaus. Sus pechos se bamboleaban hacia adelante y hacia atrás. No podía apartar sus ojos, verdes y dilatados por el deseo, de la boca de ese hombre castigador, torturador, salido, amo, poderoso... Dios. Klaus la estaba haciendo volar. Klaus se echó a reír, pero recuperó la compostura rápidamente.
-¿Ohm? No es tiempo para meditar, nena. Es importante que controles el momento de correrte. En el torneo no puede haber un desliz de ese tipo. Controlar el orgasmo es básico. Saber alargarlo y retenerlo cuando se te dice es una técnica que debe trabajarse. Y si lo retienes, después, cuando estalles, será
mil veces mejor y más intenso.
Caroline movió las caderas sobre él. ¿De qué le estaba hablando? ¿Le hablaba en chino?
-No te corras. -¡Zas! ¡Zas!-. ¡¿Cuántas?!
-¡Argh! ¡Diez y once!
Los músculos detrás del ombligo se contraían. La lengua en los pezones la azotaba y la calmaba. El pene enorme rebasaba su sexo y la tocaba por todas partes, sin penetrarla. Se estaba olvidando de respirar. Le ardía el vientre.
-¡Caroline, maldita sea! -Klaus la tomó del pelo e inclinó su rostro hasta el suyo, pegando frente con frente-. Ni se te ocurra correrte, ¿me has oído? Cuatro más y ya lo tienes, nena. Venga...
Ella gimió, deseosa de alcanzar su cénit.
-Eres un psicópata controlador... -gruñó sin poder, ni querer, evitarlo.
¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Caroline cayó sobre el torso de Klaus. Temblando, estremeciéndose por controlar el maldito orgasmo que amenazaba por barrerla por completo.
-¿Cuántas van? -preguntó lamiendo su oído al tiempo que acariciaba sus nalgas para calmar el dolor y se frotaba, inclemente, contra su sexo.
-Hmmm...
-¿Cuántas van?
-Ce..., trece y catorce -musitó con el culo al rojo vivo, los pechos hipersensibles y...
-Ahora podrás correrte. ¿Estás lista?
¡Zas! El último azote. Mordió y succionó su pezón, la agarró de las nalgas para presionarse y apretarse contra su zona
más sensible, e hizo que se corriera como una desvergonzada.
-¡Quinceeeeeeee!
Caroline disfrutó de su particular éxtasis. Quería empalarse mientras se corría, quería más. Le escocía la piel y le dolían los pechos. El orgasmo la destruyó sin compasión, de modo que se quedó sobre Klaus, luchando por respirar, deseando que aquello se prolongara eternamente.
No se dio cuenta de que la había quitado las esposas, y que ahora estaba libre, con las manos sobre la almohada, el cuerpo pegado al de él, y el rostro hundido en su cuello. Podría
huir si quisiera.
Si quisiera... Pero no quería.
Los sudores de ambos se entremezclaban, creando una esencia única y especial. La de él y la de ella.
Klaus la abrazó con fuerza, acariciándole las nalgas con cuidado y disfrutando de los gemidos y de la respiración irregular que todavía afectaban a su increíble Caroline.
Ella debería decirle: «Gracias, señor». Le había regalado un maravilloso orgasmo. Pero era él quien en realidad estaba agradecido por su entrega. Además, él también había eyaculado.
Klaus adoraba cómo respondía. Adoraba que se enfadara.
Adoraba su cuerpo y su piel nívea, que tan rápido enrojecía.
-Eh... ¿Te has corrido? -preguntó Caroline sin fuerzas.
-Mierda, claro que sí.
Ella frotó su mejilla contra su hombro.
-Faltan cinco todavía... -susurró ella.
Klaus la besó en la sien y pasó las manos por sus nalgas, su espalda, sus hombros, su nuca... Y vuelta a empezar. Debía relajarla y hacerla dormir. Necesitaban descansar.
-Eran veinte azotes -explicó aún perdida entre los estremecimientos posorgásmicos-. Me rebajaste cinco solo por beberme contigo la absenta, y eso los dejaba en veinte.
-Solo por recordármelo, te los perdono.
-Bien por mí... Soy una crack -dijo agotada.
-¿Te encuentras bien?
-No tengo fuerzas para levantarme... Debería ir a asearme y también...
-No te preocupes. A mí... me gusta tenerte así. Yo cuidaré de ti.
Caroline cerró los ojos y se permitió relajar un poco las piernas, estirándose completamente sobre él.
-Gracias, señor.
Los ojos se le cerraban involuntariamente; y por eso no pudo ver la sonrisa de Klaus; ni cómo él también cedía al peso de sus párpados mientras inhalaba la fragancia de su pelo de miel.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora