CAPÍTULO XXIV

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Maratón 1 de 4

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Maratón 1 de 4

«No hay placer que sea malo. Lo malo es no saber qué placeres elegir y cuáles evitar».

Día 2

Na na na. Come on!
Na na na na na. Come on!
Feels so good being bad
There’s no way I’m turning back…


Caroline abrió los ojos y lo primero que vio fue la mirada añil y adormecida de Klaus, que la observaba medio sonriente, con la cabeza apoyada en la almohada.
—Buenos días.
¿Buenos días? Por Dios, le dolían músculos que estaba convencida de que no se utilizaban en la vida. Al menos, ella no sabía ni que los tenía.
—¿Cómo has dormido? ¿Te encuentras bien?
—Mmm… —Se movió para comprobar hasta qué punto estaba cansada—.
Bueno, la noche fue… movidita —repuso con las mejillas deliciosamente coloradas—. Necesito ducharme.
—Marchando —Klaus la tomó en volandas, sin avisar.
Se metieron en la ducha y, al ritmo de Lana Del Rey y la canción oficial del torneo, se remojaron y se lavaron.
Mientras Klaus masajeaba todo su cuerpo con jabón, se abrazó a ella por la espalda y le amasó los pechos.
—El plan de hoy es este. —Abrió el agua fría, porque el agua caliente y el Caribe no eran buenos aliados. Le amasó los pechos y colocó su boca muy pegada al oído de Caroline.
—Vaya…
—Antes de salir a buscar el cofre, tomaremos una pequeña desviación para ir otra vez al Iguana’s y dejar la servilleta con el ADN de la sumisa.
Les he enviado un mensaje de texto, así que esperan la entrega esta misma mañana. Los científicos del equipo móvil la analizarán y harán un estudio de la tipificación de su ADN. Esperemos que no sea gente invisible, como pasó con los dos cuerpos de sumisos sin identificar.
—Necesitamos estar más cerca de los Villanos. Tenemos que hacer lo posible por verles las caras. ¿Crees que llegaron ayer o que ya estaban aquí? Tal vez… —murmuró cerrando los ojos y apoyando las manos en las baldosas de la pared. Klaus le estaba acariciando los pezones, y los tenía muy sensibles por haber llevado los aros constrictores la noche anterior—.
Tal vez llegaron en grupo, en plan sectario.
—Puede ser. Pero, después del numerito de ayer, no dudes de que están esperando más espectáculos por tu parte, esclava —susurró malignamente
—. Eres la más sin vergüenza de todas.
Caroline no supo si sonreír o no. La noche anterior se dijeron cosas que jamás pensó que ella y Klaus se dirían. Al parecer, se gustaban. O se atraían, como él le dijo. Y no podía negar que Klaus se preocupaba por ella de un modo muy protector y también posesivo; y saberlo, lejos de incomodarla, le encantaba; porque lo sentía terriblemente correcto.
Su amor de niña, su villano de adolescente y el hombre del que no quería saber nada cuando ya era adulta era un ladrón que le había robado el corazón veintitrés años atrás, y nunca se lo había devuelto. «Siempre fuiste tú», recordó. «No, Caroline, no. Tú lo quieres, por razones inexplicables, siempre lo has querido. Pero a él solo lo atraes. No empieces».
Al salir de la ducha, aunque Caroline no quiso que él se lo hiciera, Klaus le quitó cuidadosamente el plug anal y procedió a ponerle crema lubricante y calmantes en sus partes íntimas para que estuviera bien hidratada.
—En serio, esto lo sé hacer yo —repuso Caroli9 ocultando el rostro tras su pelo.
—Lo sé. —Cuando Klaus terminó le dio un besito en el trasero—. Pero me gusta hacerlo a mí.
¿Y qué no le gustaba hacer a él?, se preguntó mientras bajaban a desayunar. Ese hombre era hiperactivo sexualmente y un poco pervertido.
Después de colocarse los medidores de frecuencia cardíaca y llevarse el HTC de contacto con la estación base y las pulseras falsas, se vistieron adecuadamente y lo más livianamente posible para los juegos. Caroline se puso un vestido negro corto muy fino con las botas de verano: y Klaus, un tejano
ancho y agujereado y una camiseta verde militar estrecha. Tomaron la pequeña bolsa que cargaban con algunos juguetes, además de los objetos adquiridos en la jornada anterior y las cartas que sumaban entre ambos, que les servirían en caso de no encontrar el cofre en ese día y perdieran el
duelo. Eran la pareja a derribar. De momento, solo tenían una llave; pero contaban en su poder con más cartas que los demás, y podrían hacer más combinaciones.
Durante el desayuno, Caroline observó cómo Klaus se acercaba al bufé para hablar con Damon, vestido con su inconfundible indumentaria negra y ese pelo castaño de pincho y muy despeinado. Estaban rellenando las bandejas con bollos, zumos y pudin de avena con fruta. Por supuesto, Klaus le estaría informando de las novedades, mediante sus propios códigos, respecto al
equipo estación y el ADN de la sumisa.
Se sentaron los cinco juntos a desayunar. Al parecer, las actitudes que de niños tomaban, como por ejemplo la de sentarse siempre en la misma mesa y con las mismas personas, marcando parcela y territorio, eran hábitos que no se abandonaban de adultos. Eran los mismos que en la primera cena; a excepción de que Cami ya no estaba. Caroline sonrió ante esa observación. «No está porque yo la eché. Perra». Elena y Damon no tenían muy buena relación. Se notaba en el lenguaje corporal de ambos, en su actitud recelosa y en sus miradas de soslayo. Era como si quisieran toda la atención de Rebeckah para ellos; y el
ama rubia parecía disfrutar con la competitividad.
Mientras desayunaban, hablaron del calor del Caribe, del sol… Ufff sí, cómo quemaba. De las arenas blancas y los mares transparentes y de qué bien disciplinadas estaban las sumisas y sumisos que ofrecieron los Villanos a los comensales del castillo de Barbanegra la noche anterior.
«Y tan bien disciplinados. Estaban hasta las cejas de popper; así se disciplina hasta a un elefante».
—¿Y bien, Lady Rashka? —preguntó Rebeckah mostrando mucho interés—.
Ayer fuiste increíblemente concupiscente, ¿hoy lo serás también?
—Pues verás, Lady Rebeckah. —Caroline copió su gesto y apoyó la barbilla entre sus dedos entrelazados—. En realidad, toda esta sala está llena de concupiscencia. Es como el chiste.
Klaus puso los ojos en blanco y sonrió. Ese chiste se lo explicó él cuando ella solo tenía catorce años y no tenía ni idea de lo que significaba concupiscencia.
Pero Caroline había crecido y, ahora, sabía que en el cristianismo era como la propensión natural del ser humano a pecar, a ser malo

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora