CAPITULO III

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Klaus observaba desde su Jeep Wrangler negro al subdirector Gerard salir del porche de la adorable casita de la pequeña Caroline

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Klaus observaba desde su Jeep Wrangler negro al subdirector Gerard salir del porche de la adorable casita de la pequeña Caroline. Seguramente la joven policía había reaccionado tal
y como él le había dicho a su superior.

Escucharía cada palabra con atención, haría algunas preguntas, no se dejaría llevar por el pánico y aceptaría a ciegas la misión, aun sabiendo de los riesgos que conllevaba, porque no

medía nunca donde estaba el peligro. Por eso era tan buena policía; y por ese mismo motivo sería una excelente agente.

Ese hecho de no valorar los riesgos le hacía su compañera perfecta para el desenlace del caso Amos y Mazmorras. Necesitaba una partenaire digna de su arrojo, que pudiera competir

con él de tú a tú para llamar la atención de la Reina y los Villanos. Y sabía que Caroline llamaba la atención tanto como su hermana, pero de un modo adorablemente diferente.

Durante doce meses había llevado el caso con la máxima

disciplina. A él no le fue tan difícil asumir el rol como lo había

sido para sus mejores amigos, Alaric y Katherine, porque él, Klaus, ya

jugaba en la liga del DS desde hacía años, y lo hacía por gusto. Lo había hecho desde que descubrió que el sexo convencional le aburría.

Era un agente del FBI, por supuesto, pero sus gustos sexuales, nada que tuviera que explicar públicamente, eran especiales. Sus aficiones no eran ni mejores ni peores que las de la

mayoría de la gente, simplemente, distintas.

Para él, la dominación, el bondage, el sado y la sumisión

eran un juego para practicar entre parejas. Un juego de consentimiento mutuo en el que se trabajaban la disciplina, el desafío, el atrevimiento, los límites de cada uno y, ante todo, la cofianza.

Por eso, saber que le habían elegido para dirigir el caso no

le pareció tan escandaloso como a la buena de Kath. Dudaba que

los del FBI supieran que él era practicante y que en sus ratos libres, para desconectar y desestresarse, le gustaba jugar fuerte.

Katherine y Alaric se sorprendieron muchísimo cuando él les

explicó que era un Amo. Pero por otra parte, eso les sirvió para relajarse y darse cuenta de que, si su amigo practicaba el BDSM y era una persona normal y corriente, no debían temer esos ejercicios. No quería decir que estabas desequilibrado, ni traumatizado, ni loco... Esos estigmas debían erradicarse de la conciencia popular. Para él, el BDSM no era una desviación, era un modo de sentir y experimentar.

No obstante, el problema era que el caso en el que trabajaban estaba relacionado con la trata de blancas, y tenía como

trasfondo el universo de los dómines y los sumisos. Un mundo que él no iba a permitir que unos sádicos de mierda mancharan.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora