CAPITULO XXVIII

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«Las verdaderas sumisas, tienen carácter y se enfadan de vez en cuando».

Great Cruz Bay
Westin Saint John

Klaus sabía que había cosas que no podía hacer. Como, por ejemplo, quitarse de encima a Cami y a Aurora diciendo que se encontraba
muy mal e invitarlas a que se fueran a sus habitaciones. La joven no se había ido todavía, y seguía sentada en la cama, con la Reina de las Arañas, a la que Klaus nunca había visto tan contrariada.
Aurora parecía desubicada y fuera de su salsa. Cosa extraña en ella.
Aunque Klaus sabía perfectamente por qué estaba así, y a él nunca podría engañarlo por mucho que pasara el tiempo.
La verdad era que él no se encontraba bien del todo. Tenía la cabeza un poco aturdida y sentía un leve mareo que solo podía atribuir al consumo de alguna clase de droga. Lo que le llevó a pensar que, en la cena, los organizadores habían incluido algún tipo de estupefacientes en las bebidas o en la comida para que se desinhibieran.
Se había metido corriendo al baño y había llenado un botecito con orina para entregárselo al equipo de estación base.
Estaba sentado en el inodoro. Le había quitado el teléfono a Cami, sin que ella se diera cuenta, y revisaba la imagen que ese alguien misterioso le había enviado a la Waitress.
Ya sabía que no era Caroline, porque la joven tenía un tatuaje de camaleón en el interior de su muslo, y la chica de la imagen abierta de piernas completamente, no tenía ni una sola marca en su nevosa piel. Pero, aunque su numerito con Lucien y Kaí no le había gustado nada, debía reconocer que creía en su inocencia, y que sabía que actuaba así por exigencias del guión.
El que hacía de Kaí en la foto se parecía más él, pero los tatuajes, aunque daban el pego, no eran de verdad. Por tanto, no era Kaí.
¿Quién había querido crear tal controversia? ¿Por qué? ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de preparar tal montaje solo para desestabilizarlos? ¿Y por qué habían utilizado a Cami? Además, curiosamente, Cami había sido eliminada del torneo; y esa misma noche estaba en la Plancha del Mar, con todos los demás, asegurando que los organizadores querían que siguiera en él extraoficialmente.
Klaus copió el teléfono desde el que se había enviado la imagen en su agenda. Averiguaría quién era el idiota que quería jugar con él de ese modo.
Se remojó la cara con agua y salió del baño.
Cami levantó el rostro y se quitó el antifaz negro. Moviéndose con estudiados pasos, llevó sus manos a los lazos del corsé del pecho.
—Waitress Lover, te he dicho que no me encuentro bien —repitió Klaus apoyándose en la pared.
—Nosotras haremos que te encuentres mucho mejor, ¿verdad, Aurora? Sharon parecía tener un debate consigo misma y, después de meditar la respuesta, se levantó sin pizca de alma en sus ojos color caramelo.
También se desprendió del antifaz.
Klaus arqueó una ceja y negó con la cabeza.
Aurora no quería acostarse con él. Después de tanto tiempo sin tener relaciones, sin dejar que nadie la tocara, no iba a ser él quien lo hiciera.
Eran dos mujeres muy hermosas y distintas, y estaban dispuestas a tener un revolcón. En otro tiempo Klaus lo habría hecho; el sexo era sexo, ¿no? Pero después de reclamar a Caroline, y sabiendo la fuerza de su pasión por ella, ni Waitress Lover ni la Reina de las Arañas podían rivalizar con la lobita de pelo
rubio y ojazos verdes.
—Tienen que irae —pidió Klaus educado, acompañándolas hasta la salida —. En serio, me siento mareado.
—No pienso irme —repuso Cami poniéndose las manos en las voluptuosas caderas clavando los talones en la moqueta. Sonrió como si fuera la Reina de Saba—. Yo he venido aquí a comer, Alfa, y quiero que me alimentes.
Klaus sonrió ante la visceralidad de la mujer. En otros tiempos, que una mujer hablara así se consideraba escandaloso; pero Cami estaba de vuelta de todo, y ella siempre se había querido mucho a sí misma. No aceptaba un «no» por respuesta.
—Yo me voy —repuso Aurora desconocida—. No sé qué hago aquí.
Klaus asintió con la cabeza, agradecido por su colaboración. Ella seguía siendo su amiga; y había estado muy enamorada y, seguramente, la colorada vería más allá de su actitud esquiva y entendería por qué no quería estar
con ellas. Aurora lo comprendería.
—¿Qué le pasa a la Reina de las Arañas? ¿Es todo fachada, nena? —
Cami la miró de reojo.
Aurora no encajaba bien los menosprecios, así que sonrió con indiferencia y le dijo:
—Tú no quieres ver hasta qué punto no es fachada lo que yo tengo encima, Lover —aseguró con tono frío y el rostro sombrío, colocándose a un palmo de su cara—. En realidad, no lo quieres probar. ¿O sí? —se acercó a ella amenazadoramente—. Nunca he jugado contigo. ¿Te gustaría ver hasta
dónde soy capaz de llegar, switch?
—Por supuesto —contestó Cami anhelante—. ¿Por qué no empezamos nosotras y calentamos al lobo para que salga de su madriguera y ruja, en vez de comportarse como un gato acojonado? —Cami pasó sus dedos por la mejilla de la pelirroja—. Enrédame en tu tela de araña, Reina.
Aurora arqueó las cejas e hizo un gesto de desdén con los labios.
—No me interesas.
Con esas palabras, dejándola de piedra, Aurora se dio media vuelta y abrió la puerta de la suite.
Pero se encontró con Caroline a punto de meter la llave tarjeta en la ranura de su suite. La habitación que iba a compartir con Klaus y que estaba ocupada por dos mujeres.
Aurora no supo qué decirle cuando encontró en los ojos esmeraldas de Caroline la incredulidad y el dolor que ella misma había experimentado años atrás. Pero entonces, eran unos ojos negros quienes la juzgaban y la fustigaban; no los verdes de Lady Raksha.
—Fuera de aquí —ordenó la rubia con voz trémula.
—Ya me iba.
Aurora pasó por su lado, sin rozarla, y eso que Caroline ni se apartó del marco de la puerta.
—Al final —Caroline no iba a morderse la lengua. Esa mujer había querido hacerle daño desde el principio y ella tenía derecho a devolvérsela—, voy a creer la versión de Lucien.
Aurora se recolocó el antifaz para cubrir sus ojos color caramelo, que no habían encajado bien la acusación y se estaban llenando de lágrimas.
—No hables de lo que no sabes —ordenó sin darse la vuelta, alejándose de allí.
—No te metas en camas ajenas —contestó Caroline entrando sola en la habitación, dando un portazo.
Damon se había ido a la suya porque no quería estar presente cuando empezara la tormenta; y eso la dejaba en inferioridad de condiciones con Cami y Klaus, los cuales estaban muy separados el uno del otro. Iba a dejarlos estupefactos con su descaro.
—Se ha ido Aurora —observó apoyándose en la pared de la entrada—. ¿Les sirvo yo?
Cami abrió los ojos pasmada y se echó a reír.
Pero a Klaus no le hacía ninguna gracia. Caroline estaba delante de él, con una botella de ron en la mano, vestida de mujer pirata totalmente relajada, igual que lo estaría una gata salvaje oculta detrás de los matorrales,
dispuesta a comerse a su presa, pero esperando el momento adecuado.
La miró de frente, sin reservarse ni una pizca de despecho o de dolor; evaluándolo de arriba abajo como si no valiera nada, o menos que nada.
Dios, las miradas de Caroline desarmaban a cualquiera… Y, después, hizo un repaso al corsé deshilado de Cami y al modo en que asomaban los pezones por completo por encima de la prenda.
—¿Quieres hacer un trío? —preguntó Waitress Lover a Caroline.
—Yo no. —Klauss se cruzó de brazos.
«Cómo no, Klaus y su particular tiento», pensó Caroline.
Caroline caminó hasta la cama, dejó la botella de ron sobre la mesita y se subió sobre el colchón, cubierto con un cubrecama marrón y blanco, poniéndose de rodillas. Si Klaus se pensaba que estando con ella iba a acostarse con otras, es que no la conocía en absoluto. Y si, además, el muy cretino creía que se había acostado con Kaí, entonces, ya no solo no la
conocía sino que tenía una muy mala imagen de su persona. Enfadada, tiró los mullidos cojines al suelo, para hacer más sitio en la cama.
Estaba en medio de un caso, con un hombre del que había descubierto, recientemente, que estaba enamorada. Y sí, había caído fulgurantemente en sus garras. Y no se avergonzaba.
Pero el caso era más importante que nada y no iba a dejar que otras la amargaran. No tenía por qué pasarlo mal gratuitamente; la tensión del torneo era ya suficiente estrés para ella como para aguantar los escarceos
de Klaus con sus ex-ligues.
Caroline, descaradamente, se subió la falda y les enseñó las braguitas rojas, que asomaban a través de las medias de rejilla, moviendo las caderas de un lado al otro.
—¿Quién de los dos será el bucanero valiente que me las quite?
—Te he dicho que no quiero tríos. —Klaus se acercó a la cama con el rictus severo y recto.
—Ya ves, te tienes que ir, bonita —aseguró Cami con una sonrisa de oreja a oreja.
Caroline no parpadeó ni una vez mientras miraba a Klaus a los ojos. Este se relamió los labios, alimentándose de la visión de la rubia.
—¿Quieres que me… vaya, Alfa? —Caroline necesitaba solventar la duda.
¿La quería a ella? ¿O prefería estar con otras?
—Vete, Raksha —ordenó Cami.
—La que debe irse eres tú, Cami. —Klaus no prestó atención al ama mientras pronunciaba aquellas palabras.
Caroline tragó saliva y poco a poco bajó su falda hasta que cubrió de nuevo su ropa interior. Vaya, Klaus echaba a Waitress Lover.
—¿Por qué yo? ¡Estaba aquí primero! —exclamó como una niña de diez años.
Fuera lo que fuese lo que había visto en Cami años atrás, Klaus ya no lo veía. Seguramente, porque la personalidad de Caroline borraba todo lo demás y convertía a mujeres como Cami en simples envoltorios de caramelos.
—Te lo he dicho antes: no me quiero acostar contigo. Aurora ha tenido la buena educación de largarse cuando se lo he pedido; tú deberías hacer lo mismo. Sé elegante y vete.
La rubia decidió que, si se iba, se iría por la puerta grande, porque no iba a pasar por alto la ofensa de Klaus, ni tampoco que la de la otra rubia saliera victoriosa así como así.
Ella quedaba fuera de la alcoba, pero se encargaría de que ellos tampoco
la utilizaran.
—No disimules ahora, Alfa. —Cami tomó su bolso y se dirigió a la puerta de la suite—. Antes de que ella llegara, ya te habías acostado con las dos —guiñó un ojo a Caroline, y salió por donde había entrado.
La respiración de Caroline se aceleró y apretó los puños para no lanzarse a por Klaus como una gata y arañarle el apuesto rostro; que era, justamente, lo que le apetecía hacer.
Él puso sus manos en las caderas y la examinó con impaciencia.
—¿Te has acostado con ellas? —preguntó Caroline, impasible ante su escrutinio, pero agitada por la última frase de la malvada Ama Switch.
Klaus arrugó el ceño y su ojos le advirtieron del peligro de seguir ese camino.
—¿Pasaría algo si hubiera sido así?
—Klaus, no… Ahora no —quería solo una respuesta, ella intentaría creerlo
—. Contéstame, por favor.
—¿Por qué debería obedecerte? Tú no me hiciste ni caso cuando te dije que el juego se acababa para nosotros. Preferiste continuar e irte con un amo que no conoces de nada para ponerte en peligro y ayudarle con el mobiliario de su casa. No has tenido consideración para con mi preocupación. Te ha dado igual que yo estuviera histérico todo el día por tu
culpa, Lady Raksha.
Caroline levantó la mano para que se detuviera y cerró los ojos, echando mano de una paciencia que no tenía. No podían hablar allí, no en un hotel reservado por la misma organización.
—Ponte un biquini. Nos vamos a la playa —Klaus, que había entendido su gesto, también le había leído la mente. Debían salir de allí.
Caroline hurgó en su bolsa de viaje, que Klaus había dejado en el armario ropero esperando a que ella llegara, y escogió un biquini de tríangulos negros sin importarle si él la veía desnuda. ¿Qué más daba ya? El agente
se colocó un bañador ancho y largo, azul oscuro, mientras la miraba fijamente y no se perdía un centímetro de su desnudez.
Sin dirigirse una palabra más, ambos tomaron sus toallas y su mal humor, y salieron de la suite.
El hotel villa quedaba muy pegado a la playa. Al salir por la recepción y la entrada, caminaron por la zona de hamacas y piscinas, a través de los puentes de madera y las cabañas cóctel, y llegaron a la arena blanca y lisa del Caribe.
Ella necesitaba remojarse, necesitaba nadar y llegar a un punto en el que estuviera tan cansada que no le apeteciera decirle nada.
Pero, conociéndose, sabía que iban a alzar la voz, que él la incitaría a pelearse, a discutir… A sacar toda la rabia. Y sentía mucha.
Caroline se quitó de una patada las zapatillas y dejó caer la toalla de mala manera para dirigirse como un vendaval a darse un chapuzón.
Klaus hizo lo mismo pero, antes de que Caroline tocara el agua del mar con sus
pies desnudos, la alzó con un solo brazo y se la colocó sobre el hombro.
—¡Bájame ahora mismo! ¡Suéltame!
—¡No te oigo! ¡Los muebles no hablan! —exclamó él dándole un azote en la nalga para, después, lanzarla al mar.
Caroline se sumergió y emergió como una sirena vengativa. Como el agua del mar del Caribe no cubría hasta pasados unos cincuenta metros de la orilla, le llegaba por los muslos.
El pelo se pegaba a su cara; y los ojos felinos echaban chispas.
Uno de pie delante del otro, como auténticos pistoleros.
Ella echó la melena hacia atrás, soltó un gruñido y se lanzó a por Klaus con brazos y piernas, furiosa con él..
Klaus no la vio venir hasta que sintió el hombro de Caroline en el estómago y
cómo lo empujaba hacia atrás con toda la fuerza que tenía, demasiada para lo pequeña que era. Se desequilibró y ambos se hundieron.
Klaus le dio la vuelta bajo el agua para levantarse con ella en brazos. La espalda pegada a su pecho, y los brazos oprimiéndole la cintura.
—¡Suéltame!
—¡No!
—¡Eres un… grghksjdhasdjal! —Klaus la sumergió en el agua.
—¿Soy un qué? —la sacó de nuevo para que tomara aire.
—¡Un cerdo come mie…rfsghdvsjhdgssdaaa!
Klaus se echó a reír mientras ella pateaba e intentaba golpearle en la cara.
Pero no podía, porque la había inmovilizado.
—Hable bien, señorita Raksha.
—¡Un mentiroso folladljkncdkjfhdskfndksjfndsf! —El maldito la volvía a sumergir.
—Lavaremos esa boquita con agua y sal —murmuró mientras la volvía a sacar del agua.
Caroline se quedó muy quieta, cogiendo aire, con los ojos cerrados.
—No pelees conmigo, mesita. Estaba deseando que regresaras para estrangularte con mis propias manos, bruja. ¡¿Tienes idea de lo preocupado que he estado?! —gruñó en su oído sin permitir que tocara fondo—. ¡No me vuelvas a hacer esto!
—¡Ja! ¡Ya veo lo preocupado que has estado! ¡Preocupado haciendo un trío!
—¡No!
—¡Lo he visto con mis propios ojos! —protestó ella afectada—. Esperaba que me vinieras a buscar a la pasarela y, en vez de eso… ¡Cami te enseña una foto con su teléfono y tú vas y te la crees!
—¡No la he creído, Caroline! —Caminó con ella hasta que el agua les empezó a cubrir. No había barcas alrededor, ni tampoco bañistas. Solo estaban ellos dos, la luna inmensa y las estrellas.
—¡Sí, lo has hecho! —reafirmó con voz llorosa—. ¡Por eso te has puesto a bailar con ella y con Aurora, y has dejado que te metieran mano! ¡Y seguro que te has acostado con ellas!
Klaus la apretó contra su pecho, reteniéndola entre sus brazos.
—Yo no me he creído la foto, Caroline —reconoció rotundo pero con suavidad
—. Escúchame, por favor… Antes de nada tienes que entender que no puedes volver a alejarte de mí así. ¿Me oyes?
—¡Soy mayorcita, Klaus! ¡Y soy responsable y competente!
—¡¿Y de qué sirve eso?! La responsabilidad y tu edad no son importantes ante la violencia de unos hombres sádicos, Caroline. Soy el agente al cargo y te estaba dando una orden para que detuvieras el juego. Y me desobedeciste… otra vez. ¿Lo comprendes?
—¡¿Y ahora qué?! ¿Volverás a amenazarme diciendo que hablarás con Marce y Spur; dirás que no soy apta? ¿Sabes qué? ¡Me da igual!
¡Después de lo que he descubierto, por mí, que se pudran!
—¿Qué? ¿Qué has descubierto? Hay un límite para todo, Caroline.
—Yo conozco mis límites, señor Mikaelson. Confío en ellos; pero eres tú quien tiene que confiar en mí.
Klaus dejó salir el aire que retenía en los pulmones y los sumergió a ambos en el agua, donde ya flotaban por completo y podían nadar.
—Me muero de miedo si te imagino en peligro, Caroline.
Ella detuvo sus patadas y cesó su ataque, quedándose lívida e inmóvil entre su abrazo. Asumiendo sus palabras.
—No me he acostado con Kaí —reconoció sometida por su preocupación—. No lo he hecho… Eso es imposible. Es imposible que yo lo haga.
—No vuelvas a desobedecerme, Caroline. Este torneo no es un juego, ¿me oyes? —Hundió la nariz en su pelo húmedo—. He pasado el día pensando en que ese amo ruso te hacía todo tipo de cosas y tú no podías resistirte.
Odio pensar que otro te ha tocado.
—Hubiera utilizado la palabra de seguridad.
—¿Y si no te hace caso, tonta?
Ella intentó liberarse.
—No me llames tonta.
—Y vas y apareces en el baile, vestida así, bailando y provocando al personal… ¿Qué te has creído que soy? ¿Un puto pelele? ¿Por qué no me respetas?
—No lo he hecho con esa intención. Era la performance que había preparado Kaí.
—No me ha gustado. —Cerró los ojos y apoyó la barbilla en su hombro—. Y después se ha añadido Lucien. Te dije lo que había entre él y yo… ¿Por qué juegas con él?
—¡Yo no juego con él! Y tú te has puesto a jugar con Cami. ¿Qué demonios hacía contigo? Yo pensé… A mí tampoco me gusta… —Sus mejillas se sonrojaron—. No me gusta que estés con ella. Sé que Cami ha jugado otras veces contigo, pero mientras estemos juntos en el torneo no aguantaré que tontees con otras. Tengo mi orgullo. Y, para colmo, Aurora tiene ganas de provocarme… ¡Y te ha tocado el paquete!
Klaus sonrió y besó su hombro a modo de disculpa.
—La foto no tuvo nada que ver. Pero no encajo bien que otro amo se te acerque. Lucien te ha tocado la teta.
Se quedaron en silencio hasta que Caroline dijo:
—Asúmelo, Klaus —resopló seca—. Estamos en Amos y Mazmorras. Yo tampoco disfruto viendo que todas las amas del torneo quieren violarte. ¿O acaso crees que me es indiferente? Es como estar rodeada de hienas… —
Caroline se obligó a hacerle la pertinente pregunta—: ¿Por qué te pones celoso? ¿Por qué te importo de ese modo?
Klaus negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—No son celos. Me siento muy responsable de ti. Me preocupo por todo lo
que haces y…
—Ya te dije que no necesito un canguro —murmuró decepcionada.
—Y también te dije que me gustas un poco… —confirmó con sus ojos azules velados de diversión y dulzura.
Caroline puso los ojos en blanco. No tenían remedio.
—Esto nos va a volver locos…
—Puede que sí.
Se quedaron callados, nadando, entrelazados en el mar.
—No voy a perdonarte, Caroline —dijo él.
—Ni yo a ti —contestó ella con los ojos fijos en la luna.
El agente Mikaelson por fin sentía que podía respirar con ella a su lado, en contacto piel con piel. Dios… Esa chica se había apoderado de su alma y no se la iba a devolver.
—No me gusta Cami —enfatizó Caroline.
—Ni Aurora.
—Ni Aurora —confirmó ella.
—A mí ni siquiera me gusta Damon; y eso que es mi amigo. No me gusta que los hombres te ronden. Me pone nervioso…
—No me rondan —contestó sobrecogida por la sinceridad de su voz.
—Eres una inconsciente, Caroline. Todavía no sabes lo que provocas en los demás. Haces que los hombres quieran llevarte a la cama nada más verte.
—Eso no es verdad.
—Y, lo peor, es que no te das ni cuenta. Déjame asegurarme de que
Kaí no te ha hecho nada y… —la apretó contra él. Se sentía impotente ante los desafíos abiertos de Caroline. ¿Cómo iba a protegerla si se apartaba de su lado?—. Déjame darte tu merecido por lo que me has hecho hoy, o no
me quedaré tranquilo…
—Te he dicho que Kaí no me ha tocado. Y no creo que debas castigarme por… Tú te mereces una tunda.
—Chist —La calló con un beso arrollador que hizo que ambos temblaran cubiertos por el agua del mar, que fluía entre ellos libremente, igual que sus emociones. El castigo y el chequeo eran solo una excusa para hacer lo que quería hacer de verdad: tocarla y besarla.
Caroline sabía que aquello era un error.
«No lo hagas, tonta. No vuelvas a caer. Klaus siente cosas por ti, pero no te quiere. Ten cuidado», pero, entonces, él le mordió el labio inferior y la obligó a que rodeara su cintura con las piernas.
Se quedaron cara a cara, nariz con nariz y frente con frente.
—Te necesito —susurró él apasionadamente, con la cara húmeda por el agua, y las pestañas mojadas por las gotas saladas del mar.
«Está bien. Disfruta del sexo con él, pero no dejes que entre más.
Cúbrete».
Nadaron juntos, entrelazados, hasta que llegaron a una pequeña cala, cobijada de la playa y del mundo en general.
—Tengo mucho que contarte —aseguró Car2 entre beso y beso—. Es sobre Kaí.
Klaus la estiró sobre la arena húmeda, más oscura, de la orilla.
—¿Crees que puede esperar? —preguntó arrancándole la parte de arriba del biquini y estirándose sobre ella, cubriéndola con su enorme cuerpo. Le alzó las manos por encima de la cabeza y no dejó ni una parte de ella sin
permanecer en contacto con él.
Caroline se dio la vuelta e invirtió los papeles. Esta vez ella estaba encima y él debajo. Entrelazó los dedos con los de él y se sentó sobre su vientre.
—No puede esperar —aseguró la joven. Se inclinó sobre su oído y le dijo
—: Escúchame bien, Klaus: Katherine está viva, y la tiene el Amo del Calabozo.
No osó moverse durante los veinte minutos que utilizó Caroline para explicarle su entrada en Peter Bay, toda la conversación entre Markus y Arcadium en ruso, la función de Kaí en el torneo y su papel como infiltrado de la
SVR; la venta de blancas en Rusia y el hecho de que confluyeran intereses del FBI y de la SVR en un mismo escenario como Amos y Mazmorras. Le explicó lo que le sucedió esa noche a Katherine en Nueva York: que la drogaron y fue a parar a manos del ruso. Le dijo que los Villanos estaban formados por
miembros de la Old Guard y que esperaban la noche de Walpurgis, que se celebraría al finalizar el torneo, aunque sería un evento privado: solo de los Villanos. Solo entonces, utilizarían a todas las esclavas y esclavos esa
noche para sus menesteres. Caroline le explicó que los villanos la querían para ese acontecimiento especial y, además, le dejó claro que el director Spurs y el subdirector Marcel conocían la ubicación de Katherine; pero la habían reasignado en la misión de Kaí, ya que confluían intereses comunes entre ambos países.
El agente permaneció mudo e inmóvil, disfrutando de la seguridad de tener a Caroline sobre él pero, sobre todo, del caudal de información que la bella mujer le estaba proporcionando: nombres como Arcadium, agencias federales extranjeras como la SVR metidas por medio; un diseñador de popper como Keon, la Old Guard y la noche de Walpurgis como elementos clave de la finalización del torneo; una Sombra Espía; un chivato en el torneo que informara de todos los movimientos entre bambalinas a los
Villanos. Katherine viva y, parcialmente, a salvo, como todos.
Katherine viva. Mierda, era la mejor noticia de todas.
Como agente líder no podía vivir tranquilo sabiendo que su amigo Alaric había muerto en la misión. Y, según le había dicho Kaí a Katherine, una mujer encapuchada, un ama, se lo había llevado.
Alaric había muerto por asfixia. ¿Lo habría matado esa dama misteriosa?
¿Quién era?
—Dios, Caroline. —La abrazó con tanta fuerza que Caroline se encontró rendida y entregada entre sus brazos. Completamente a su merced—. Kath está viva.
¡Kath está viva! —exclamó más contento.
—Sí. —Sonrió y lo besó en el hombro, en el cuello y en la mejilla—. Pero ha dejado de formar parte de Amos y mazmorras. Ahora trabaja con la SVR.
—Eso no importa. Está aquí, en el torneo… Y lo quiera, o no, estamos en lo mismo. Los Villanos nos llevarán a la culminación de la misión por los dos frentes. —La tomó del rostro y pegó su frente a la de ella—. ¿Tienes idea del peligro que has corrido? Hoy has estado con uno de los tipos que tiene
contacto directo con los Villanos. ¿Qué habrías hecho si te hubiese secuestrado, eh? —El miedo le endurecía las facciones.
Tenía razón. Klaus tenía su parte de razón, pero ser una agente infiltrada de la Ley comportaba riesgos. Arriesgabas la vida por una causa.
—Es mi trabajo, Klaus —repuso Caroline—. Pero hice algo más —sonrió con orgullo.
—¿El qué?
—Cuando Arcadium aseguró que Keon se encontraría en la Plancha del Mar
para facilitar el popper, me puse en contacto con el equipo estación.
Klaus se quedó de piedra al oír eso, y todo su cuerpo se endureció. Caroline podía haber llamado, tenía un medio de comunicación; y, en vez de llamarlo a él para calmarlo, había hecho lo que le había dado la gana. Como
siempre.
—¿Que hiciste qué? —preguntó sin inflexiones.
—Ayer memoricé el teléfono de Jeremy del HTC y los llamé para que siguieran el quad MGM rojo con el que iba a llegar el traficante. Era el mismísimo Keon quien iba a hacer acto de presencia… Tenían que tomar fotos de la entrega de los paquetes para que hubiera acta del tráfico de estupefacientes. No intervendrían, pues todo debía seguir como hasta ahora, hasta que finalizara el torneo. Kaí me recomendó que no te dijeran nada porque necesitaban absoluta normalidad para seguir con la misión.
—Mierda, Caroline —Klaus cubrió sus ojos con el antebrazo y sacudió la cabeza —. Es increíble. No me puedes ocultar esta información. No puedes hacer lo que te dé la gana.
—Klaus, no hago lo que me da la gana, hago lo que debo. Nuestro objetivo es averiguar dónde se celebra la noche de Walpurgis, porque es como una especie de secreto de estado. No faltará ni un Villano a ese acontecimiento y podremos detenerlos con las manos en la masa.
Él se la quedó mirando estupefacto. Caroline lo había sorprendido; pero su audacia podría haber acarreado también muchos problemas. Y, no obstante, lo que más le molestaba, era que no había pensado ni un momento en él:
ni como jefe, ni como pareja.
—¿No me felicitas, señor? —preguntó pizpireta.
—Así que, en vez de llamarme a mí, que soy tu jefe y quien coordina todos los movimientos con el equipo estación, agarras y llamas directamente a Jeremyy. —El tono no era nada aprobatorio.
Caroline entrecerró los ojos verdes y lo miró de soslayo.
—Sí.
—¿Sí, Caroline? Y en vez de ponerte en contacto conmigo después para decirme que estás bien y tranquilizarme un poco, preparas tu performance con Kaí y Katherine… ¿Para qué decirle nada? Que aguante unas horas
más atormentado por mí. ¿Es eso lo que pensabas, Caroline?
Ella se incorporó para mirarlo bien desde arriba. Los ojos azules de Klaus amenazaban con tormenta.
Los pechos blancos de Caroline miraban hacia adelante y Klaus tenía una preciosa vista estando abajo. Pero ni esa hermosa visión iba a desviarle de lo que vendría a continuación.
—No… Yo… Yo no he pensado eso en ningún momento. Pensé en avanzar en el caso… Y en agilizarlo todo. ¿No te parece bien lo que he
hecho, señor?
—No me parece bien —confesó Klaus—. Te felicito por tu trabajo, pero no por tu osadía. No puedes asumir tantos riesgos; y no puede importarte tan poco lo mal que yo lo esté pasando cuando una de mis agentes me
desobedece en el torneo y se pone en manos de otro amo que, hasta la fecha, no sabíamos hasta qué punto estaba involucrado con los Villanos.
Me cabreas, Caroline.
—¡Ha sido para bien! —exclamó ella—. Yo al menos he hecho algo de provecho; no como tú, que te pones a bailar y a mirar fotitos de móviles…
¡Plas! Klaus le dio la vuelta y la puso boca abajo sobre sus piernas. Caroline era muy manipulable; y eso le encantaba.
—No pongas en duda mi trabajo, agente —gruñó Klaus bajándole la braguita del biquini—. ¿Quién te has creído que eres para hablarme así?
Le propinó una tanda de treinta bofetadas en las nalgas, cada una más dura y picante que la anterior, pero nunca sin rayar la violencia. Caroline apretó los dientes y las soportó. No podía librarse de Klaus; y culebrear no servía de nada, así que, si hacerle la disciplina inglesa lo liberaba de parte de la angustia que decía que ella le había provocado, lo aceptaría. Odiaba verlo enfadado con ella o disgustado por algo que ella misma había provocado.
No había sido esa su intención. Pero el arrebato de amo de Klaus la había tomado por sorpresa.
La joven tembló sobre sus piernas. Ni siquiera le había acariciado el trasero una vez, y la piel ya ardía y clamaba por atenciones más suaves.
Y entonces, Klaus la levantó, desnuda como estaba, y la apartó de él, con el trasero rojo como una guindilla.
Caroline dirigió la mirada hacia Klaus, que seguía sentado en la arena, estudiando imperturbable su reacción al recibir los azotes y no ser acariciada luego.
—¿Por qué… Por qué me has hecho esto… ? —preguntó furiosa y también excitada. Bajo el despecho, bajo cada palmada, había un anhelo de continuar y hallar la liberación.
—¡¿Por qué?! —Se levantó de un salto con una erección de campeonato bajo el bañador—. ¡¿Por qué, Caroline?! ¡Porque no me tienes en cuenta! ¡Era a mí a quien tenías que llamar! ¡No a Jeremy!
—¡Pero no lo hice! ¡¿Y qué?!
—¡¿Y qué?! ¿No te das cuenta, verdad? No te importo como jefe; desobedeces mis órdenes directas, te pones en peligro sin necesidad… Sé que estás acostumbrada a tomar muchas decisiones en tu trabajo pero, aquí no somos tus marionetas. ¡Yo no soy tu marioneta, tienes que seguir el jodido protocolo!
—¿Para qué? El resultado ha sido el mismo.
—Ah, no, nena —Klaus sonrió sin ganas—, el resultado, definitivamente, no es el mismo. ¿Quieres que te lo demuestre? ¿Quieres que te demuestre la diferencia entre seguir las normas y no seguirlas?
Caroline apretó los dientes y estalló.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora