CAPITULO XXXI

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"Ser mujer y estar en el DS es como llegar a ser la reina del baile cuando eres una niña"

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"Ser mujer y estar en el DS es como llegar a ser la reina del baile cuando eres una niña".

La suite del Westin Saint John no era tan cálida si Klaus no estaba ahí con ella. Nada más llegar, él se había metido en la ducha. Caroline pensó que la invitaría a compartirla con él; pero el agente quería privacidad.
Después, le había tocado el turno a ella. Y Klaus había aprovechado para irse. Así, sin más.
Durante el trayecto, Klaus había permanecido completamente en silencio, con el rostro demudado e impertérrito. Lloroso. Y ella tampoco había sabido qué decir. El trío los había arrasado como llamas a ambos, como a una maldita campiña verde donde no pudiera salvarse ni una brizna de hierba ante el fuego abrasador.
Los había dejado sin palabras. Demasiadas sorpresas: pensar que era
Lucien quien la poseía y, después, saber que era Aurorq quien lo hacía; escuchar los gemidos de Klaus, quejumbrosos, y notar la tensión de su cuerpo debajo de ella. Tensión por hacer justamente lo que no quería hacer; la pelea entre los tres amos y las declaraciones… Todo junto había sido demasiado explosivo.
El torneo estaba acabando con ellos. Los estaba reduciendo a una estado de nervios continuo y de emociones descarnadas.
¿Lo mejor? Que ya estaban clasificados y que mañana prepararían a los equipos para que siguieran los movimientos de los Villanos durante la final.
Descubrirían quiénes eran y, con la colaboración de Kaí y Katherine,
destaparían el pastel de las sumisas y la trata de blancas. El equipo base ya
debería tener localizado a Keon, el cabecilla que facilitaba el popper. Así
que, más o menos, ya habían atado cabos sueltos y la resolución del caso
empezaba a tomar forma.
Pero los sentimientos de klaus y Care se habían visto perjudicados, expuestos y pisoteados.
Por eso, klaus no había querido mirarla a los ojos desde que llegaron al hotel. Por ese motivo, se había duchado y se había ido: porque no soportaba estar en la misma habitación que ella.
Y la verdad era que ella no sabía cómo hablar con él después del suceso
en la mazmorra y de lo sucedido con Lucien y Aurora.
¿Cómo debía hablar? ¿Qué le debía preguntar? ¿Aurora había dicho la
verdad? ¿Qué sentía Klaus por ella en realidad? Porque aquella mañana le
había quedado claro que Klaus no sentía nada; no el amor ciego que ella le profesaba.
Pero la Reina de las Arañas le había echado en cara justo lo contrario; al
menos, el tono en que lo había escupido todo daba a entender que el agente Mikaelson sí que podía tener sentimientos por ella. Algo más… No
sabía el qué… Pero algo más.
Y, después, estaba la respuesta convincente e inflexible que le había
dado al príncipe de las tinieblas: «Deja a mi mujer. Y deja tranquila de una vez a la tuya».
Dios… ¿Hablaba de ella como su mujer? Caroline hundió el rostro entre sus
rodillas. Estaba en la terraza, inmersa en el jacuzzi de madera. Quería sentirse limpia por fuera y por dentro.
Y quería luchar por Klaus. Necesitaba que él le hablara y que la hiciera entender todo lo que no comprendía.
Sobre él. Sobre ella. Sobre los dos.
Un hombre no lloraba si no se veían envueltos su amor propio y su corazón de por medio.
Y Klaus había llorado como un niño pequeño. Lo había hecho durante el
trío, e incluso después. Aquello quería decir algo. Y estaba dispuesta a arrinconarlo de una vez por todas.
Lo haría cuando él regresara de dónde fuese que estaba.
Necesitaba centrarse. Necesitaba hablar con alguien que no estuviera emocionalmente involucrado con él. En el maldito torneo lo estaba con Caroline, lo estaba con Aurora y con Lucien, con Katherine y con Damon y, también, con la muerte de su mejor amigo, Alaric. No lo soportaba más.
Carolie quería destruírlo; no encontraba otra razón para comprender la valentía y la impetuosidad de esa mujer a la hora de desafiarlo y de hacer lo que él le prohibía. Y, aun así, aunque lo hería, aunque le estaba provocando una úlcera estomacal, la admiraba por ello.
Caroline sería Caroline, siempre. Nunca se dejaría pisotear por nadie. Y él necesitaba a alguien así a su lado. Cuando la metieron en el caso no sabía
cómo iba a encajar Caroline su superioridad y su mando. Klaus sabía lo duro y lo inflexible que él podría llegar a ser.
Pero él sabía que Caroline veía las diferencias. En la cama sabía ser sumisa y, a la vez, provocadora; fuera de ella, no aceptaba ni una orden, la condenada. Señal de que no extendía su sumisión a ese ámbito; y eso le agradaba. Porque estaba enamorado de Caroline, con sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas. La quería por cómo era, por cómo peleaba y por lo poco que camuflaba sus sentimientos; al contrario que él. Aquella mañana le había dicho que lo quería, así, sin más. Y Klaus había sido el hombre más feliz y el más asustado del mundo al escucharlo. Él, que había intentado controlar sus emociones y el loco latido de su corazón; él, que creía llevarlo todo a rajatabla. Él había sido derrotado por dos palabras: «te quiero». ¿Y qué más daba ya si estaba en el torneo o no? ¿Qué importaba si era o no era un buen momento para ellos?
Lo único que tenía que dejarle claro a Caroline era que, si lo quería, debía
empezar a respetar sus decisiones. Ella sabría lo que lo hería a él; y él le exigiría a ella que le dijera qué la hería a cambio; porque no pensaba lastimarla, porque no quería que esa chica pasara alguna vez por el maldito tormento que él había vivido en esa mazmorra de la plantación de azúcar.
Annaberg sería recordado por siempre como su infierno particular.
Estaba en Bay Cruz. Miró a su alrededor, vigilando que nadie viera lo que iba a hacer, y se adentró en una de las dos furgonetas surferas amarillas Volkswagen en la que estaba todo el equipo estación trabajando, disfrazados y caracterizados como surfistas.
Cuando él entró se hizo el silencio. La estación base observaba todo lo que grababa la cámara de Caroline y, por lo que transmitía la expresión de sus rostros, habían presenciado lo vivido en la mazmorra. Agradeció que los
tres agentes no levantaran la mirada de los ordenadores, excepto Jer, que se
dirigió a él y le dio la mano.
—Agente Mikaelson. —Jeremy lo miró de frente, con sus rastas rubias y su
barba recortada.
—¿Qué tenemos? —prefería ir directo al grano.
—Hemos seguido el rastro de Keon; y lo tenemos controlado. Ayer noche, después de que hiciera la entrega en la Plancha del Mar, dejó el quad en el
complejo residencial de Calabash Boom. Tenemos a un par de agentes siguiendo sus movimientos y controlándolo. Se encuentra en un edificio de dos plantas con cuatro vecinos.
—No es su residencia —afirmó Klaus. Un narcotraficante que diseñara drogas ganaba millones de dólares mensuales, como para vivir en un sitio así…
—No, por supuesto que no. Es su laboratorio y los vecinos trabajan para
él.
—Bien, mañana hará la última entrega. —Klaus echó un vistazo a los monitores. Cada uno de ellos reflejaba imágenes de las islas, puertos y cabos—. Nadie sabe dónde se celebrará la final del torneo. Pero podemos adelantarnos a sus movimientos si vemos dónde y a quién deja Keon el último paquete.
—Sí, señor.
—¿Qué más? ¿Analizaste mi muestra? ¿Qué tienes sobre lo que introdujeron en la bebida?
—Es un híbrido líquido de cristal y popper. Aumenta mucho la líbido y
cambia la percepción de los consumidores; les da una sensación de falso enamoramiento y explota el deseo sexual. Tal vez se lo sirvieron en cubitos de hielo, o se lo metieron directamente en el ron. Es indispensable servir
esa droga en buen estado, por lo que tiene que consumirse pocas horas
después de su elaboración.
—¿Falso enamoramiento? —preguntó Klaus. Si la droga hacía todo eso,
podría ser que Caroline no hubiese dicho que lo quería de verdad… ¡Mierda! ¡Se estaba volviendo loco!
—Sí. Es una locura, señor. —Se tocó la sien—. Te puede hacer creer que estás locamente enamorado, incluso, de un puto elefante; y provoca que quieras tirártelo todo. Ideal para que las sumisas se muestren apasionadas ante sus amos.
—Gracias por los grafismos. —Su voz estaba llena de sarcasmo.
—De nada, señor. Hemos separado el popper del cristal y nos hemos dado cuenta de que el primero contiene unas pequeñas modificaciones.
Han incluido una droga supresora del dolor. Es una molécula llamada URB937
que inhibe la anandamida.
—Interesante. Les gusta que aguanten.
—Sí, señor.
—¿Qué has encontrado en el teléfono de Cami?
Jeremy dibujó una sonrisa de medio lado y le ofreció la silla libre junto a su
ordenador.
—Cosas muy interesantes, señor.
—Explícamelas. —Klaus tomó asiento. Sería todo oídos.
Jeremy se pasó las manos con nerviosismo por las rastas.
—Bien. Hemos copiado su memoria; y ahora tendremos toda la información de aquellos que intenten ponerse en contacto con ella. Hemos rastreado el teléfono del que salió el fotomontaje con un programa espía GPS. La persona que le envió la foto está aquí en el Westin Saint John.
Pero no tenemos la ubicación exacta.
—O sea, que el fotógrafo puede ser un participante del torneo. —Un traidor. ¿Y si era el mismísimo Sombra espía? ¿Y por qué iban a hacer eso con ellos? ¿Sospechaban algo?
—Sí. Sin duda. Quisieron provocarlos.
—¿No hay ningún modo para que yo pueda seguir la posición de ese teléfono? Si diera con su portador, lo interrogaría y lo dejaría fuera del juego.
—¿No es demasiado arriesgado?
Si lo era o no, no importaba. Las situaciones desesperadas requerían
medidas desesperadas.
—Quiero saber por qué razón hizo esa foto; y que me diga quién le dio la
orden de hacerlo.
—Sí, señor. Tal vez Freya pueda hacerlo. ¿Qué dices, Freya?
Freya era uno de los agentes femeninos, que se encargaba de la informática y la
nanotecnología de la misión. Estaba sentada al final de la furgoneta, concentrada en un pequeño chip. Tenía gafas y el pelo muy rubio y rizado,
y vestía Shorsitos con musculosa de tiritas.
—¿Freya? —repitió Jeremy.
—Sí, por supuesto —contestó sin levantar los ojos del chip—. ¿Tiene su
HTC aquí, señor?
Klaus lo sacó del bolsillo trasero del pantalón y se lo dio.
—Aquí tienes.
—Deme una hora y se lo entregaré.
Klaus miró su reloj. Sí. Podía dar una hora.
—Caroline y yo no asistiremos esta noche a la cena del torneo —les explicó
—. Se celebra en la playa. Y tenemos… cosas que solucionar para mañana.
—Cosas como dejar claro lo que había entre ellos antes de llegar a la etapa
final—. Pero, si aparecemos, será solo para encontrar al jodido topo.
—Entiendo, señor. Todavía hay algo más. Me pediste que registrara todas
las llamadas entrantes y salientes de Camille. Es obvio que tiene contactos
en todas partes, desde Washington y Chicago, hasta Nueva York…
—Es un Ama Switch muy popular. La conozco desde hace tiempo; pero ya no me fío de nadie.
—Su teléfono tiene muy pocos números grabados. Es un celular circunstancial. Sin embargo, durante estos días ha recibido varias llamadas de un número oculto. Nos está costando dar con él; y puede que sea debido a que es un número fijo. Utilizan un programa especial que hace de capa para que no podamos hacer llamadas de regreso o nos señale la ubicación a través del satélite. Así que estamos a la espera de que vuelvan a llamar, o bien, que localicemos el lugar exacto desde donde se emite la llamada. No obstante, hasta ahora, por el perímetro que nos señala el rastreador, la llamada viene desde el estado de Luisiana, pero no sabemos el punto en concreto.
¿Luisiana? ¿Qué tendría que ver Camille con Luisiana? Qué extraño.
—En unas horas lo tendremos y conoceremos exactamente su ubicación.
—De acuerdo, Jeremy. ¿Algo más?
—Por ahora, nada más señor.
—Bien. —Klaus se levantó con decisión. Sus sospechas empezaban a dejar de perfilarse para mostrar una auténtica silueta. Tenía que ir con pies de plomo—. Mañana será el gran día. Los Villanos no harán nada en el torneo, eso está claro. Seguramente, jugarán en la final con los amos protagónicos finalistas y harán su papel. Pero la fiesta privada viene después. Se llevarán
a las sumisas que han estado preparando para la noche de Walpurgis y disfrutarán de su propia fiesta. Y, por fin, descubriremos qué hacen con
ellas y quiénes están involucrados. —Frotó su nuca con insistencia—. Sea como sea, debemos seguirles. Estar atentos a los siguientes movimientos de
Keon. Si utilizan de nuevo esa droga mejorada, podría hacer la entrega
horas antes de su particular noche de Walpurgis: así sabríamos donde tendría lugar la cita villana. Sabemos que la organización, nos desplaza mañana a la Isla de Saint Croix. Esa es la última jornada del torneo y ahí nos hospedaremos. Revisen bien la zona y controlen cualquier movimiento extraño. Echen un ojo a los ferris y repasen cada una de las identidades de
los turistas.
—Estaremos muy atentos, señor. Eso haremos.
—Lo sé, Jeremy. —Klaus le dio la mano y sacó una cerveza de la nevera de la furgoneta—. Están haciendo un buen trabajo, chicos. —Los saludó y
salió de la Volkswagen—. Vuelvo en un rato a recoger el HTC.
Caminaría e intentaría relajarse y pensar, porque tenía mucho que
solucionar. Con él mismo y con su mujer.
Las horas decisivas se acercaban.
Katherine entraría en la noche de Walpurgis como miembro del SVR en
calidad de sumisa; y Caroline y Klaus también lo harían, como miembros del
FBI.
La pregunta era: ¿cómo?
Sus ojos verdes leían la invitación personal para asistir a una reunión
privada con los Villanos esa misma noche. Un día antes de la final. Dentro
del sobre se hallaba la carta del rol, con el sello de Dragones y Mazmorras
DS, el dibujo de los Villanos y la frase: «Los villanos requieren tu presencia
después de la cena de la organización. Se ruega discreción». Una limusina
la esperaría en la recepción del resort a las nueve y la acercaría al local.
Caroline no se lo podía creer. La tenía justo ahí: la entrada al alcance de las
manos. Poder entrar o no entrar. Sola.
Sin Klaus. Sin el agente al cargo. Otra vez. Klaus no había llegado todavía, pero ella ya estaba cambiada. La cena se celebraba en la playa del hotel. Una cena exclusiva para los miembros del
torneo. Todo estaba decorado con antorchas. La luna se asomaba entre las nubes y ya no llovía.
El torneo había organizado una fiesta luau, inspirada en Hawaii. Llevaba
un precioso vestido de falda vaporosa y negra con corsé. Se había puesto unas sandalias de tiras atadas a los gemelos y planas para caminar por la arena; el pelo suelto y desordenado le daba aire de mujer fatal y el maquillaje la ocultaba de su miedo y su vergüenza. La acompañaba su inseparable collar de sumisa.
Se acarició la pieza de puzle tatuada en el interior de su muñeca.
No sabía nada de él; no la llamaba para decirle si iba a llegar o no. Parecían un matrimonio, pero no lo eran.
Había utilizado aquel tiempo de soledad para hacer una introspección sobre todos los pasos erróneos realizados durante el torneo.
Tenía el visto bueno de Marcel para estar ahí. Puede que hubiera entrado de un modo fortuito y demasiado agresivo, y que klaus no la quisiera ahí. Pero se había ganado el derecho a participar. Puede que su actitud beligerante y sus acciones inconscientes no hubiesen sido del todo acertadas pero sí que dieron frutos. Recibió información. Y eso era lo importante.
¿Por qué debía negarse a jugar en el torneo si, como agente infiltrada,
era lo que debía hacer? ¿Por qué debía echarse atrás en las pruebas si
estaba decidida a no dar su brazo a torcer? Quería llegar a la final, por ella
misma y por todos esos sumisos y sumisas que los Villanos tenían en su
poder de forma ilegal. Pero su deseo chocaba con el de Klaus.
Si hubiese sido por él, nunca la hubiera aceptado en la misión; pero bien
que se aprovechó de ella durante la semana de la doma. ¿Por qué? ¿Por
qué, si le desagradaba tanto tenerla ahí, había accedido a jugar con ella, a
disciplinarla? ¿La quería o no la quería?
Todo parecía indicar que no, hasta que presenció la pelea con Lucien y
Aurora. Desde entonces, ya no sabía qué creer y tenía un nudo de angustia
e inseguridad en el pecho, que no sabía cómo deshacer.
Solo Klaus podría desatarlo o atarlo más fuerte.
Con eso en mente, abandonó la suite y bajó a la playa, porque la fiesta ya
había empezado.
Cuando llegó al luau se encontró con Brutus, Olivia, Lex y Stef, que
hablaban animadamente entre ellos, bebiendo de un coco natural con unos
paragüitas pequeños amarillos. La miraron y alzaron la bebida para
saludarla, animándola a que bebiera con ellos.
Caroline estaba sola, Klaus no la acompañaba, así que lo mejor sería compartir ese tiempo distendido con los demás participantes. Se fue a la barra libre y pidió lo mismo que ellos estaban tomando.
Cuando se dio la vuelta, con el coco natural granizado, se topó con Aurora, que llevaba un vestido parecido al de ella, pero en tonos rojos.
La pelirroja la miró directamente a los ojos, oscilando levemente los suyos
color caramelo.
Caroline se sorprendió al no experimentar ni odio ni rabia hacia la
impresionante bomba. Ni siquiera celos o envidia. Otro tipo de energía
bailaba entre ellas. Aurora fue suave en las mazmorras: no dejó de hacer nada que no hiciera con sus sumisos; pero Caroline notó que intentó ser tierna y
comprensiva al tocarla, y estaba agradecida. Sobre todo porque, después de presenciar la discusión que prosiguió al trío, entendió que Aurora lo hizo para no dañar a Klaus. Porque la Reina de las Arañas sabía algo sobre Klaus que ella no sabía.
—¿Cómo te encuentras, Lady Raksha? —preguntó Aurora, con tono indulgente.
—Bien, gracias. Una noche maravillosa —fingió sin importarle si la otra
mujer se daba cuenta de que estaba actuando.
Aurora dio un sorbo a su bebida de grosella. Olía muy bien.
—¿Disfrutaste conmigo? —Su preocupación y su interés eran auténticos.
La ceja de Caroline se elevó y aprovechó para sorber de la caña de su coco granizado.
—Todo lo que se puede disfrutar cuando estás obligada a jugar — contestó como una experta en dominación y sumisión. Como si toda la vida hubiese hecho tríos. Aunque Aurora ya sabía que no—. Pero, pareces preocupada de verdad, ¿no será que te estás enamorando de mí?
La Reina de las Arañas se inclinó hacia ella.
—Yo ya no me puedo enamorar, preciosa. Solo me gusta dar placer: no
me importa si se lo doy al sexo masculino o al femenino. Soy una dómina muy abierta. —Los pendientes de brillantes rojos que llevaba relucieron bajo la luz de las antorchas—. Y que sepas que me alegra haberte sometido. Te dije lo que te sucedería si caías en mis manos —sonrió insolente.
¿Acaso esa mujer no se cansaba de interpretar su papel de lagarta? ¿O
era en realidad así de despreocupada y fría?
—A mí, nadie a quien yo no se lo haya permitido —espetó con voz clara y
segura— me puede someter, reina —replicó Caroline con el mismo tono que
ella, copiando sus palabras—. Tú me diste placer; y eso en mi tierra se
llama servir. No me sometiste.
Aurora se quedó sin palabras. Sonrió, conforme con su respuesta; como
si le hubiera gustado esa contestación y calmara una parte de su conciencia. Miró a su alrededor.
—¿Y Alfa? ¿Por qué no está contigo?
—No lo sé. —Se encogió de hombros. De repente, ya no tenía sentido fingir ni mentir a Aurora.
Se quedaron calladas, la una al lado de la otra, mirando cómo la gente
bailaba, brindaba y comía del bufé libre.
Todos parecían felices de estar allí. Damon, sentado entre cojines como un
marajá, abría la boca taciturno, mientras Rebecka lo alimentaba, sentada sobre sus muslos, ofreciéndole gambas con salsa rosa.
El sumiso alzó el rostro hacia ella, rogándole a Caroline que lo sacara de ahí; y Caroline no pudo evitar morderse el labio para no reír.
Desvió la vista hacia el perfil de Aurora. Era alta, esbelta y elegante. El pelo rojo lanzaba destellos más claros y dorados, según se iluminara por los focos y las antorchas. La rodeaba una esencia guerrera y defensiva.
Pero, tras esa armadura, Caroline podía divisar el dolor de su corazón.
—No veo a Lucien tampoco —murmuró Caroline.
—Mejor que no vengan esta noche. —Se tocó el labio y la ceja, haciendo
referencia a las marcas que ambos lucían en la cara—. Nadie sabe lo que
ha pasado: la zona en la que se pelearon estaba libre de cámaras. La organización no acepta altercados de ese tipo a no ser que sea un duelo de
caballeros oficial, en un ring, como los que ha habido durante el torneo.
—Ya veo.
—¿Sabes que Klaus tiene la ceja partida por culpa de Lucien? No es la primera vez que se pelean.
No. No lo sabía. Y recibir esa información la inquietó. ¿Cuándo le diría lo que sucedió entre Aurora y Lucien? Ardía en deseos de que se lo dijera.
—¿Cómo se la hizo?
—Hace un año. Se encontraron en un local al que yo también acudía.
Lucien se emborrachó y se propasó. Klaus quiso ayudarlo a salir del local,
pero Lucien se revolvió y le dio un puñetazo… Llevaba un anillo en el dedo y cortó la ceja de Klaus.
—Vaya… Klaus no me había dicho nada. Antes eran buenos amigos, ¿no?
—Antes, todos éramos muchas cosas que ahora no somos. No hay que darle más vueltas —contestó sin ceremonias.
—Sobre todo si el pasado duele, ¿verdad, Reina?
—Tú no sabes nada de mí ni de mi pasado.
—Sé de tu presente; y lo poco que he podido ver es que tienes anhelos,
como cualquier mujer enamorada y no correspondida. Y juraría que Lucien
tiene mucho que ver en tu desdén.
—No cruces la raya, guapa. Tú y yo no somos amigas.
—En eso te doy la razón. —Caroline alzó la copa con un gesto rebelde y temerario—. Mis amigas no me dan por culo.
Aurora se echó a reír un poco más relajada.
Ambas bebieron de sus copas tropicales de nuevo.
—¿Qué quisiste decir con lo que le contaste a Klaus esta mañana mientras
se peleaba con Lucien? —preguntó Caroline. Cualquier información sería bien recibida.
Aurora comprendió al instante a qué se refería la joven deslenguada.
—Quise decir exactamente lo que quise decir. ¿Qué pasa, Lady Raksha? —
La miró por encima de su bebida rojiza—. ¿No sabes cómo sacar de su
guarida al Rey de los bosques?
Caroline tuvo ganas de soltar una carcajada. Era especialista en desquiciar a Klaus; esa mujer no tenía ni idea.
—Lo que no sé es cómo hacer hablar a un animal—repuso.
Aurora la miró con impaciencia.
—Tómatelo como un juego de rol de DS. Ni los muebles ni los animales
hablan, ¿verdad? Pero eso no nos impide jugar con ellos. Lo que tienes que hacer es conseguir que entren en tu juego y que acepten que tienen que
obedecerte. Obliga al lobo a hablar y doma al hombre.
Caroline habría invertido el símil. Habría dicho: obliga al hombre a hablar y doma al lobo. Pero Aurora quería dar a entender lo que quería dar a
entender: el hombre era más salvaje que el animal.
—Gracias —soltó Caroline de golpe.
El tono fue tan sincero que Aurora le prestó toda la atención.
—¿Por qué me das las gracias, switch? —le preguntó incómoda, deseando retirar esas palabras de la boca de Caroline.
—Por actuar en la mazmorra.
—No lo hice…
—Ya sé que no lo hiciste por mí —la cortó Caroline levantando la mano libre—. Pero si lo hiciste por Klaus, también lo hiciste por mí; y te lo agradezco.
La pelirroja dejó escapar un ruidito incrédulo de sus labios.
—No fue solo por Klaus. Fue por mi propia salud mental —contestó sombría—. Hay cosas que no puedo permitir y por las que no paso. —Se recompuso
rápidamente, alejando sus demonios—. Ni como ama —puntualizó
guiñando un ojo—, ni como mujer. Todas tenemos nuestros lobos, ¿verdad? —Dio un paso, alejándose de ella y le mandó un beso a través del aire—: Un
placer hablar contigo, lobita. Felicidades por llegar a la final.
—Gracias —repuso Caroline con la boca pequeña, observando cómo la espléndida dómina se alejaba entre la multitud.
Estaba conociendo a individuos inquietantes y diferentes, de intensas
personalidades. Lucien, Aurora, Kaí y el mismísimo Damon…
¿Qué rocambolescas historias habría tras ellos?
Seguramente no tan emocionantes como la que había entre ella y Klaus.
Nadie sabía que eran agentes federales. Y nadie debería sospecharlo nunca, o todo acabaría muy mal para ellos.
Buscó entre la mutlitud para ver si hallaba a Cami. Pero, esta vez, el
ama switch no estaba en la cena.
Dejó el coco sobre la barra, y alejó a un par de Criaturas que deseaban bailar con ella. Pero a ella no le apetecía bailar; no había ninguna performance que hacer.
Se despidió de Damon y esperó a que su amigo se librase pronto de Rebeckah.
Porque el agente sumiso tenía ojeras y se le veía cansado.
Después de dejar atrás la arena de la playa privada del Westin, se internó
en la zona de las piscinas; pasó de largo el chiringuito de madera y paja del
puente de la piscina mayor. Esperaba, con todo su corazón, que Klaus no se
la hubiera vuelto a jugar y la hubiera dejado sola y fuera de la misión. Eso
no lo podría superar jamás.
Entonces, escuchó un gemido y un golpe duro y seco.
Caroline miró tras ella y centró sus ojos verdes en el chiringuito. El sonido
había venido de allí.
Caroline se aproximó poco a poco, de puntillas, y asomó la cabeza en el
interior. Se quedó consternada. El agente Mikaelson estaba sentado sobre la espalda de un hombre castaño, sin camiseta, con los pantalones bajados
hasta las rodillas y el culo al aire. Tenía tatuajes de zarpas por la espalda.
Klaus le retorció el brazo y lo dejó inconsciente de un golpe en la cabeza.
—¿Klaus? —preguntó Caroline atónita—. ¡¿Pero qué es esto?!
Klaus alzó sus ojos azules oscuros, levantó los brazos y la metió dentro de
la cabaña, pasándola por encima del mostrador.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Klaus.
—¿Yo? ¿Quién es este hombre? ¿Qué haces tú aquí?
Klaus repasó su atuendo y le lanzó una mirada interrogativa. Esa pregunta
debería hacerla él. Pero ya hablarían de eso más tarde.
—Trabajando —se levantó sudoroso, pasándose el antebrazo por la frente, y respirando con dificultad—. Este es el tipo que hizo la foto.
—¿Cómo? ¿La foto que supuestamente recibió Cami?
—Sí. Mierda, Caroline —repuso agotado—. Cuanto más me acerco a la verdad,
menos me gusta.
Caroline tragó saliva y se acercó al tipo inmóvil.
—¿Quién es?
—Se llama Vincent. Es parte de las criaturas, un switch —lo cargó por
debajo de los hombros, y lo metió, inconsciente, atado de pies y manos y
amordazado, bajo la barra del bar.
Caroline se agachó con él.
—¿Dónde… Dónde has estado, Klaus? —necesitaba más respuestas.
Había un hombre inconsciente en el chiringuito—. ¿Cómo lo has encontrado? Si lo retenemos aquí, nos denunciará cuando se despierte…
—No, no lo hará —repuso Klaus.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Por esto. —Sacó un frasquito con una aguja diminuta—. Versed líquido.
Provoca amnesia.
Caroline se horrorizó.
—¿Esto es legal?
—Para nosotros sí —contestó Klaus.
Caroline se tapó el rostro con ambas manos, negando repetidamente.
—Vincent es el tipo que hizo la foto de tu montaje, Caroline.
—¿Cómo sabes tú eso? ¿Por qué estás tan seguro?
—Porque anoche me llevé a Cami y a Aurora con la intención de aprovechar algún despiste y quedarme con su teléfono. Quería ver quién había sido el que le había enviado el fotomontaje y, de paso, necesitaba
investigar un poco a Cami, porque había cosas de ella que no me cuadraban. Hoy… —Se sentó a su lado—, necesitaba aclararme las ideas.
He ido a la base estación a recoger la información que habían tomado de su
móvil. Me han insertado un programa en el HTC para localizar la ubicación
GPS del teléfono que estábamos siguiendo. Se encontraba en el hotel. Le
he seguido y he dado con él. Se estaba retirando de la fiesta.
—¿Qué le has preguntado, Klaus? ¿Qué has averiguado?
Klaus exhaló y se levantó poco a poco.
—Salgamos de aquí —la tomó de la mano y la ayudó a saltar la barra de
bar.
—¿Adónde vamos?
—A la suite.
—Ahí no podemos hablar…
—Sí podemos —le aseguró él—. Jeremy y Freya me han facilitado un anulador de audio. Interfiere sobre los semiconductores de los grabadores
de las cámaras y de cualquier micro que haya en la habitación. Es como un
iPod nano.
—¿Jeremy y Freya? ¿Has ido a ver al equipo estación? ¿Por qué no me
has dejado ir contigo? —Se detuvo en seco, mirándolo acusadoramente—.
¿Por qué me mantienes en la inopia sobre tus movimientos? ¡Trabajamos
juntos y no me informas de nada hasta que lo haces! —protestó airadamente.
Klaus tiró de ella y la entró en el ascensor. Ahí, la arrinconó contra la pared y pegó todo su torso al de ella.
—¿Y eso no te suena de nada? ¿Verdad que molesta que pasen de ti, Lady Raksha?
Caroline movió los ojos con comprensión. Sí. Ella había hecho lo mismo. Se relamió los labios, consciente del peso de su cuerpo, del olor a limpio de su piel y de lo bien que le quedaba aquel polo verde oscuro ajustado.
—No te costaba nada decírmelo —susurró. Dios, trinaba. Trinaba por
dentro. Y, al mismo tiempo, lo amaba.
—Sí, eso mismo he pensado yo cuando he llegado y no he visto ni una
puñetera nota que me dijera dónde estabas. Además, esta conversación es
como un déjà vu. ¿No la tuvimos ayer? ¿Y antes de ayer? Ah no, claro —
torneó los ojos—, que entonces eras tú quien me lo hacía y yo quien
recriminaba y te exigía que, como tu superior, debías informarme y no
hacer nada a la ligera, como de hecho, has venido haciendo desde que
empezamos el torneo.
Caroline bajó la mirada y la clavó en las puntas de los dedos de sus pies con
manicura francesa, como los dedos de sus manos.
Klaus la llevó por el pasillo hasta llegar a la suite.
Abrió la puerta y tomó el anulador de su bolsillo.
Era como un iPod, en eso Klaus tenía razón. Lo dejó sobre la mesa y lo
encendió.
—¿Me vas a contar lo que has descubierto sobre Cami? —preguntó
apoyándose en la puerta cerrada—. Pero no hace falta que me digas que es
una perra sociópata, porque eso ya lo sé. ¿Por qué empezaste a sospechar
de ella?
Klaus se giró y la miró con atención. Les separaban un par de metros de
distancia, pero el espacio ardía entre ellos.
—¿Te has vestido así para mí? ¿Por qué tengo la sensación de que no es
así?
—No respondas con más preguntas.
—Cami había jugado conmigo otras veces. Yo había acudido a ella
para conseguir información sobre los análisis de sangre de los participantes
y averiguar donde los enviaban. Pero nunca averigüé nada sobre ello, pues
afirmaba que no disponía de más información.
Caroline apretó los dientes y miró hacia otro lado. De acuerdo: Klaus tenía un
pasado, eso ya lo sabía. Pero no le gustaba.
—¿Han tenido sexo?
—Sí. Sexo BDSM.
—Como lo que tienes conmigo.
—¿Intentas iniciar una riña, Caroline? —preguntó siseando.
Caroline negó con la cabeza.
—Disculpa, señor. Continúa; no te interrumpiré más.
Klaus exhaló y dejó caer la cabeza hacia atrás.
—Cami es una Ama Switch muy popular. Eso ya lo sabes. Mi intención
al entrar con ella era la de llegar a la final con total seguridad. El domingo,
cuando llegamos a las Islas Vírgenes, se cayó algo de su mochila que me
extrañó bastante —entró en el baño. Se sacó el polo por la cabeza y se
dispuso a lavarse las manos con jabón—. Un pequeño paquete de piercings
de acero, ideales para la zona del perineo. En un extremo tienen la W y, en el otro, la L.
—Las iniciales de Waitress Lover —cabiló atenta, apoyándose en la puerta
del aseo, mirándolo a través del espejo. «Toma tableta que tiene el moreno».
—Exacto, señorita Forbes. Son piercings de propiedad entre amos y sumisos. ¿Qué necesidad tenía Cami de traer una bolsa con esos abalorios si iba a ser mi esclava? ¿Cuándo pensaba colocarlos y para qué?
—Los cuerpos sin identificar de los sumisos hallados al sur de Estados
Unidos tenían agujeros entre los testículos y el ano. Señal de que habían
llevado guiches. ¿Estás pensando en Cami? —preguntó asombrada—.
¿De verdad?
Klaus se encogió de hombros. Agachó la cabeza y se remojó la cara.
—Para empezar, me sorprendió que la hubieran aceptado de nuevo, para
disfrutar de las actividades del torneo, cuando tú la eliminaste el mismo
lunes. Y, después, ayer a la noche dijo algo que me sorprendió: me enseñó la
fotografía que le habían enviado con la intención de desestabilizarme y
ponerme celoso; y dijo claramente que era Finn.
—¿Cómo lo sabía? ¿Por qué sabía que era Finn? Kaí dijo que la ubicación de su casa era secreta y que solo la sabían los Villanos, pues era quienes le habían facilitado la casa.
—A eso me refiero. Cami lo sabía y, posiblemente, se le escapó. Por
eso he querido contactar con el que le envió la foto y saber quién le había
ordenado que lo hiciera. ¿Y sabes qué me ha dicho? Que se lo pidió su
ama. ¿Y quién es su ama?
—¿Quién?
—La mismísima Sombra espía; conocida secretamente por sus sumisos como… Waitress Lover. Le he bajado los putos pantalones al sumiso para comprobar si tenía un guiche en la zona perianal —se excusó—. No soy gay, no he hecho nada con él.
—No lo he dudado —repuso divertida.
—La cuestión es que ese tipo tiene un guiche de propiedad. Con una W y
una L en sus extremos.
—Dios mío… —Caroline se cubrió la boca con las manos. ¿Cami era
Sombra espía y formaba parte de los Villanos? Increíble. Sabía que esa
mujer no le gustaba, pero lo que no se imaginaba era que estaba tan
involucrada con los villanos—. ¿Cami es Sombra Espía?
—Cami conoce a todos los participantes del torneo, y sabe sus puntos flacos. Sombra Espía es como un chivato. Los villanos necesitaban su información para hacer las pruebas de este día, para los desafíos grupales.
Cami supo que yo tenía una debilidad contigo; y tú no ayudaste en cuanto
te atreviste a echarla del torneo a las primeras de cambio. Y, entonces,
decidió joderme con lo de la foto y con lo del trío. Por eso los Villanos
plantearon esa prueba. Todo cuadra.
—Entonces, si Cami es Sombra espía… Ella sabe quiénes son los Villanos. Trabaja con ellos.
—Obviamente. Debemos seguirla y estar atentos a sus movimientos. Ella
nos llevará directamente hasta ellos. Por el momento, tengo una copia de
su teléfono y recibiré en mi HTC las llamadas que reciba, así como las
que haga a partir de ahora.
—¿Ha hecho alguna más?
—No, por ahora no.
—Extraño.
—Sí, lo es —confirmó Klaus—. Además, el equipo estación ha descubierto
que las llamadas, de número oculto que recibía últimamente durante estos
días provenían de Luisiana. Eso es más extraño todavía.
Caroline tuvo ganas de gritar y de golpear la pared. Cami había engañado
a todo el mundo. Se había acostado con Klaus engañándolo desde el principio.
—¿Crees que Cami intuyó que tu interés acerca de los análisis de sangre de los participantes era demasiado obvio? ¿Crees que Cami sospechaba de ti en algún momento?
—Lo dudo, Caroline. Si Cami ha decidido jugar conmigo así no es porque sospechara de mí, es porque… Porque está enamorada de mí, Caroline —
contestó sin pelos en la lengua.
Caroline se alejó de la puerta del baño, sonriendo sin pizca de ganas.
—¿Te acostaste con ella sabiendo que te amaba? —Era una acusación más que una pregunta—. Uh, qué cruel, señor Mikaelson.
—Interpreto un papel. —Klaus la siguió con actitud beligerante y tiró la toalla que tenía en las manos al suelo—. No me hables como si fuera un cerdo o como si fuera mala persona. Este es mi trabajo, y estoy infiltrado y comprometido hasta las cejas. Si me tengo que acostar con alguien lo hago.
Caroline se abrazó a sí misma, alejándose de la cercanía de Klaus, de su comportamiento visceral.
—¿Como has hecho conmigo? ¿Tenías que acostarte conmigo? Lo hiciste, ¿verdad? —Aquel ya era un tema personal, pero necesitaba exponerlo.
—No sigas.
—¿Tenías que follarme? —continuó con voz monótona—. Lo hiciste.
—No hagas esto; no valores lo que tú y yo tenemos así —suplicó afectado
por sus palabras—. Tengo mucho que decirte.
—Lo valoro como lo que es. Como lo que tú me has demostrado. Hoy te he dicho que te quiero y tú me has dicho que no. ¿Qué más hay que decir?
Nos conocemos desde hace años; y la vida ha hecho que tú y yo nos
veamos envueltos en un caso de estas características. Pero ya es la segunda vez que te lo digo, Klaus: que te digo que te quiero y que siempre has sido tú… Y tú siempre huyes.
—Caroline, estás a punto de cruzar una línea muy fina —juró inmóvil y tenso
—. Una que cambiará todo entre nosotros. No lo hagas.
La joven recordó las palabras de Aurora. «Obliga al lobo a hablar y doma al hombre». ¿Cómo se provocaba a un animal para que fuera capaz de
hablar? Mediante la estimulación de sus instintos.
—¿Sabes? Eso es algo que he entendido hoy. —Caroline debía continuar con
su papel y hacer creer a Klaus que controlaba la situación. Que ya nada de
lo que él decía le afectaba—. Tú has hecho que todo cambie entre nosotros.
Pudiste dejarme tranquila, pudo venir otro amo a disciplinarme, pero no:
fuiste tú. Y eso lo cambió todo. Para mí significó algo diferente que para ti; y
fui estúpida. Pero estoy harta de esto. Mira la fiesta que hay ahí abajo,
Klaus.
—Salió a la terraza privada y se asomó al extremo. Había una altura de
diez pisos. El viento arrizaba las palmeras, el mar estaba un poco picado y la noche se tapaba por las nubes gruesas. Tal vez llovería de nuevo—. Quiero bajar y hacer el papel que he venido a hacer; el mismo que tú estás
decidido prohibirme una y otra vez —Se dio la vuelta y, apoyándose en la baranda, lo miró directamente a los ojos—. Quiero bailar, pasarlo bien, y coquetear con alguien que pueda tener información directa sobre los Villanos. Si tú eres capaz de vender tu cuerpo para eso, yo también puedo hacerlo.
Klaus parpadeó atónito. Sus ojos brillaron con rabia y pena. ¿La dejaba ir?
Si decía que sí, Caroline no regresaría más. No como él deseaba.
—¿Lo hago, Klaus? Soy muy capaz de coger, subirme a una mesa y desnudarme —«Uy, Miss Pérdida, relájate»—. Llamaría la atención de quien quisiera. ¿Un trío? ¿Un cuarteto? Mmm… ¿qué me deparará la noche,
agente Mikaelson? ¿Te gustaría unirte como hoy has hecho? No, ¿verdad?
No vaya a ser que Caroline se piense que eso quiere decir algo que no es… —
pensó en voz alta. Tragó saliva y parpadeó para detener las lágrimas.
Caroline esperó a que Klaus reaccionara. Pero el hombre seguía mudo, observándola, respirando precipitadamente.
«Klaus, haz algo, por favor. Deténme. Demuéstrame que te importo de
verdad», rezó en silencio, con el corazón en un puño.

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora