CAPÍTULO XIII

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Los amos y los sumisos deben disfrutar el uno del otro y divertirse tanto dentro como fuera de la cama

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Los amos y los sumisos deben disfrutar el uno del otro y divertirse tanto dentro como fuera
de la cama.

El salón de la casa de Caroline, bajo la música baja con la letra implacable de Broken Strings de James Morrison y Nelly Furtado. Klaus y su sumisa estaban el uno frente al otro.
Había una baraja de cartas de Dragones y Mazmorras DS dispuesta sobre la mesa.
Ahora comprobarían si el juego había quedado claro o no.
Klaus barajó los naipes: todos tenían un dragón en la parte trasera. En la parte inferior había escrito: Domines & Maitresses (Dragones y Mazmorras DS).
Klaus había escenificado un posible duelo frente al Oráculo.
—Esta es nuestra prueba de fuego.
—¿Vamos a arder?
—Imagínate que no encontramos el cofre ese día.
—Sí.
—No hemos averiguado los acertijos; no sabemos dónde se halla la puta cajita y fracasamos.
—Ajá —escuchó concentrada.
—Deberemos ir a la mazmorra. Las mazmorras son los escenarios donde se desarrollan los duelos: donde se encuentra el Oráculo con sus cartas y donde esperan las Criaturas deseosas de que alguien la palme.
—Lo sé.
Los ojos oscuros de Klaus la observaban fijamente.
—¿Estás asustada, agente?
—Para nada —replicó ella mirándole a su vez.
—Allí será diferente.
—No creo. Tengo a la criatura más mala de todas delante de mí.
Él detuvo sus movimientos e hizo un gesto desdeñoso con la boca.
—Me juzgas muy injustamente.
—Seguro —contestó incrédula—. Bueno, continúa.
—Bien —dispuso las cartas en tres pilas—. Una de objetos —la negra con el dragón rojo—, otra de modalidad de la prueba—la blanca con el dragón colorado—, y otra de duración de la prueba —la blanca con el dragón negro— y número de orgasmos —señaló cada pila correspondiente. Las abrió como un abanico—. Escoge.
Caroline se frotó las manos y escogió una carta del primer montón. El de objetos.
—Objetos —Klaus sonrió malvadamente.
—¿Qué? ¿Cuál ha salido? —preguntó nerviosa.
—Las bolas chinas.
—Oh… —Agrandó los ojos—. Ooooh… ¿Bolas?
—Bolas. Escoge modalidad —Caroline lo hizo, y él giró la carta—. Bondage/suelo. Tendré que atarte.
—¿Atarme? —su voz sonó demasiado aguda—. Pffff… Vaya cosa.
Klaus se relamía los bigotes, como haría el rey de la selva.
—La siguiente. —Hizo un gesto con la barbilla hacia el último montón en abanico—. Tiempo y número de orgasmos.
—Mmmm…. —Caroline leyó lo que ponía—. Dos orgasmos en quince minutos.
Dos orgasmos en quince minutos, pensó. ¿Así, tan seguidos? Se frotó la nuca, con el cuerpo tenso y expectante.
—Esta es nuestra prueba hoy. —Preparó su reloj digital, dispuesto a cronometrar el ejercicio—. Vamos al jardín —estaba más que preparado para darle dos orgasmos a Caroline en solo un cuarto de hora—. Andando.
—Ah, ¿pero ya?
—Sí. —La tomó de la mano y la guió hasta el jardín.
Klaus había recogido el jardín para ocultarlo un poco de miradas indiscretas. Escondió la mesa camilla en la caseta y descolló las dos barras, para dejarlas apoyadas en el muro separador.
El atardecer caía sobre ellos. Los tonos naranjas y rojos dotaban a su particular mazmorra de un extraño y mágico misticismo.
—Ven. —El rostro de Klaus era el de alfa de la manada. Del rey. El amo. Ahora se centraría en su cuerpo, en su placer, y en su dolor; y la
haría estallar—. Voy a desnudarte.
Caroline obedeció y dio dos pasos hasta colocarse ante él, con los cuerpos rozándose. Después de la comida que habían tenido, después de las provocaciones de él y las contestaciones impertinentes de ella… Ahora tenían que verse otra vez las caras y los cuerpos.
Aquello era demasiado subyugante e incomprensible para ella; pero comprendió que por mucho que luchara, nada la podría apartar del deseo de complacerle y volverlo loco.
Porque Klaus controlaba, pero enloquecía con su cuerpo y su sumisión. Entonces, en ese momento de entrega, él se arrancaba la máscara y se entregaba a ella.
—¿Puedes desnudarte tú también? Klaus sonrió dulcemente.
—No, esto es para ti. Todo es para ti, Caroline.
—Me gustaría que te desnudaras. Recortado tras la luz del crepúsculo, él era el caballero oscuro que siempre deseó, el héroe atormentado.
Klaus achicó sus ojazos añiles y alzó la ceja partida.
Su Caroline le pedía que se desnudara con ella. Pero si lo hacía, si él cedía a ese ruego, entonces ya nada podría detenerlo.
Caroline sería de él en todos los sentidos. Y ella no estaba preparada para su dominación total.No obstante, después de instruirla en esos días, debían acostarse: debía penetrarla y comprobar qué tal se movían juntos.
«¿Qué tal?», se repitió. De puta madre. Caroline le mataría; lo succionaría y lo vaciaría en nada, y su control se iría al garete.
Desvelaría todo el pastel ante ella y Caroline tendría más poder sobre él que nadie.
¿Pero acaso no era ese el verdadero rol del amo? Su mujer siempre tendría poder sobre él. Aun así, en misión, no debía mezclar sus sentimientos. Eso podría ponerles en peligro a ambos.
Si seguía manteniendo las distancias, todavía podría controlar las riendas. Porque, ¿cómo hacer el amor con Caroline sin demostrarle lo mucho que le importaba? —Este es mi regalo para ti, Caroline. Por haberte torturado esta tarde y habértelo hecho pasar mal. —Levantó las manos y la tomó del rostro—. Todo para ti.
—No ha sido malo, Klaus. —Lo tranquilizó asombrada por su aflicción—. Solo… Un poco demasiado intenso.
—No importa. Voy a escucharte como amo, ¿de acuerdo? El crono ya está corriendo.
—Sí, bien —asintió. Pero ella quería desnudarlo y Klaus no la iba a dejar—. Entonces, no me desnudes a mí tampoco. Llevo vestido. Solo tienes que bajarme las braguitas asesinas y ya está.
Él inclinó el cuello hacia atrás y sonrió al cielo, maravillándose de lo práctica que era. Coló las manos por debajo de su falda y deslizó las braguitas hasta sus tobillos. Por favor, ella
estaba muy mojada, por la estimulación casi continua del vibrador.
—No te muevas —le advirtió él.
—No pienso irme a ninguna parte.
Klaus entró en la caseta; y después de remover lo que fuera que escudriñara en sus bolsas de sado, salió con unas cuerdas en una mano, y unas bolas chinas, bastante gruesas, de color plata en la otra.
Caroline se relamió los labios y esperó bajo la luz del atardecer, con su pelo rojo bien recogido en un moño alto, el flequillo que cubría parte de sus ojos rasgados verdes y una mirada llena de promesas y expectativas.
Klaus sintio un puñetazo al verla con el vestidito negro y las manos entrelazadas detrás de la espalda, como una niña buena.
Sí. La ataría así.
—Date la vuelta —le pidió tomándola de los hombros. Le ató las manos a la espalda mediante un nudo de trébol, y después, tirando del extremo de la cuerda, la obligó a arrodillarse.
Con las rodillas en el suelo, Caroline sintió las manos de Klaus que la empujaban sobre la hierba hasta que apoyó los hombros por completo en ella. Sintió el frescor en sus nalgas cuando le levantó la falda y disfrutó de la cachetada cariñosa que le propinó, acompañada de la caricia calmante. Adoraba aquello. Duro y suave. Malo y bueno. Klaus. Rey alfa.
—Las bolas están frías, Caroline —le dijo él suavemente—, pero tú estás ardiendo aquí abajo. Son un poco gruesas, pero las acojerás bien.
—¿Cuánto queda? —preguntó con la mejilla izquierda apoyada en la hierba.
—Diez minutos.
—Entonces, deberías empezar, señor. Klaus le acarició el trasero y, después, su entrepierna empapada. Se aprovechó de sus jugos para huntar las bolas chinas y, poco a poco, muy lentamente, las deslizó en su interior. Klaus estaba perplejo por la forma rosada y elástica de Caroline; aun así, era estrecha y se notaba en el modo en que la primera bola estiraba su piel.
—¿Te duele, Caroline?
—Un poco… Están frías…

Entre Latigos y CariciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora