Capítulo XIII

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I don't care if it hurts

—¡No puedo creer que te encuentre en el funeral del padre de mi jefe! —susurra Rey con una gran sonrisa. Unos chistidos se escuchan desde atrás, y sus mejillas se tiñen de rojo—. Bueno, tal vez no debería emocionarme por algo tan tétrico...

Él está allí, sí. Y siente que podría desaparecer ahora mismo.

Aparentemente, no hay modo de deshacer el ser visto por un humano.

Empero, a estas alturas sabe que Rey es la única que puede verlo.

Lo que significa que, para los demás, Rey habla sola.

—¿Quieres tomar algo de aire fresco? —Escupe las palabras apenas las piensa.

Es hasta cómica esta necesidad de protegerla incluso de lo más nimio.

Rey le sonríe y asiente; ambos van a sentarse al banco que está bajo un árbol. Ella es, por supuesto, la primera en hablar:

—Voy a decir algo estúpido, pero ¡no te burles, ¿sí?!

Su sonrisa es enorme, y él solo atina a cabecear su acuerdo y fijar la vista en sus botas.

—Aunque todos digan que suene macabro, a mí me encanta estar en el cementerio. —Parece pensarlo unos segundos, y luego plantea—: Es decir, no es que me guste estar en el cementerio, oh, no, Dios, eso suena a que me gustaría estar muerta, es solo que...

Una pausa. Él aprovecha para mirarla.

—Después de esa noche... Ya sabes, esa noche... Bueno, fue un encuentro cercano con la muerte, ¿sabes? Para mí, así fue. Y tal vez pienses que exagero, pero yo lo sentí muy real... Como si la muerte hubiese estado allí presente, en algún lugar de ese callejón, esperando por mí.

Él no puede hablar. No puede explicárselo, no puede decirle que, literalmente, la muerte siempre está cerca de ella.

La muerte te sigue a todas partes, pondera decirle y, por supuesto, se decanta por no hacerlo.

En su lugar, solo dice, con su voz no acostumbrada a los entonamientos humanos:

—Me alegro de haber estado ahí.

Rey deja de mirar las hojas de la copa del árbol para girarse hacia él con una nueva sonrisa.

—También me alegro de que estuvieras. —Una leve pausa y—: No te lo dije esa noche, pero... gracias. En serio, gracias.

Él considera la posibilidad de tomar su mano. Lo considera, pero, claro está, no lo hace.

Tomar su mano en un cementerio, siendo él quien es, es llamar a la desgracia.

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