Me tomaste la mano

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Sonó el timbre que depararía mi muerte, el último del día.
—Vale, invítame a tu casa mejor —le
pedí.
—Ahueoná, ahí se ve que ni me pescas. Te dije que hoy me voy a juntar con el Benja y vamos a hablar bien lo que pasó.
—¡Aaah, verdad! —exclamé recordando —, amiga, éxito y cómetelo hasta con ketchup.
—No me lo voy a comer, atontoná. Capaz que haya sido una broma por parte de él po o que quizás ya le dejé de gustar.
—¿Viste?, eso te pasa por mamona.
—Gracias por el apoyo —continuó con una falsa sonrisa.
—Si en serio te va a ir bien. Eres la más bacán, o si no no serías mi mejora. Además, conocemos al Benja desde que somos chicas, deberías saber cómo es.
Sonrió. Salimos de la sala caminando a paso apresurado, ya que no queríamos enfrentar nuestro destino y así pensabamos que ibamos a arrancarnos.
Hasta que sentí un brazo por alrededor de mi hombro. Volteé mi rostro y ahí se encontraba un Pablo muy sonriente. Cachó mi cara de odio y tragó saliva pesadamente.
—Hueón, ¿qué te dije con sobrepasarte? —lo reté.
Él sonrió como si no supiese de qué hablaba.
—Ay, no seas así, mi brazo no te va a causar daño en absoluto.
En verdad el atontonao no tenía idea del daño que me hacía, porque tenía que admitir que a mí me caía un poco bien, pero quería que ese minúsculo porcentaje ya no estuviera. Era muy pelao, engreído y patuo.
Ignoré sus palabras y en un movimiento ágil saqué su brazo, moviendo mis hombros. El Pablo se rio en silencio y se acomodó la mochila.
—Ya, chiquillos. Aquí nos separamos —nos avisó mi mejora.
El Benja venía caminando hacia nosotros y lo saludé con la mano. Él hizo lo mismo. Detuvo el paso y saludó con nerviosismo a la Vale, con un beso en la mejilla.
—Buena po, Andrea —me dijo, levantando su cabeza.
—Hueona, el Benja se ve rico hoy día. Ya sabes lo que te dije —le susurré en el oido—cómetelo hasta con ketchup.
La Vale me miró por el rabillo del ojo y se sonrojó completamente, hasta las orejas. Me guiñó el ojo y asintió con la cabeza.
"Lo voy a intentar" —dijo moviendo sus labios y sin emitir palabra.
Me reí. Los dos hueones se saludaron como simios y luego nos miraron.
—¿Y este hueón quién es, Vale? —le preguntó nuestro amigo.
—El Pablo, un mino de tercero —respondió —, va a hacer un trabajo con la Andrea a su casa.
Claro, un trabajo. Iba a matarlo en vez de hacer un estúpido trabajito para Literatura.
—¿Son pololos? —preguntó riéndose.
—No —dijimos al unisono.
El Pablo me miró y se rio. Mi corazón bombeó súper rápido.
No otra vez, por favor. Su risa era mi debilidad en cuanto a él se trataba, sentía armonía en mi oídos. Como cuando te los limpias, con el cotonito y se siente rico. Así, pero más bacán.
—¿Amigos? —preguntó otra vez.
No le contestamos y nos quedamos como estátuas.
—Ya, Benja, vámonos —le pidió la Vale —, si sigues no van a poder ir a terminar el trabajo. Y la Elena es más pesada que una bruja.
Se rio del comentario de mi mejora y asintió. Mi amiga me lanzó un besito con la mano y yo también. Agarró al Benja del brazo y caminó en dirección contraria a nosotros. Al darme cuenta de que quedabamos solos los dos, mi corazón se aceleró como rayo MC Queen.
—Así que... —murmuró el atontonao.
—Vámonos, por fa —le dije.
Me apresuré hacia la parada de micros y el Pablo me quedó mirando raro, aguantándose la risa.
—¿Qué? —le pregunté.
Se acercó y negó con su cabeza.
—Vámonos en mi camioneta —me dijo.
Ahí caché de qué se reía.
¿Se creía muy chistosito acaso?, yo no tenía idea que había ido en auto, ni que estuviera atenta po. Me agarró suavemente de la mano y me llevó con él. No había analizado su acción, hasta que me senté en el asiento del auto. Cuando lo vi caminar por el rededor y sentarse a mi lado, miré mi mano y aún pude sentir el cosquilleo que había en ella.
No dije palabras cuando encendió el auto, aún estaba pensando como tonta en lo sucedido. Sé que es una minúscula cosa, pero sentí algo extraño. Miré sus manos en el volante, como se movían lentamente y recordaba que había estado junto a la mía por unos segundos.
—Me tomaste la mano —dije por fin.
Abrió los ojos con sorpresa y tragó saliva.
—Lo siento, no me di cuenta —musitó.
Apretó el volante nervioso.
—No, tranquilo. No me molestó en absoluto.
Apoyé mi rostro en el vidrio y miré por la ventana.
—Andrea, te lo voy a decir ahora, porque después me agarra el miedo —dijo de la nada.
Lo miré rápidamente y mi corazón se aceleró más que antes. Sentía como si se fuese a salir de mi pecho. Me ponía nerviosa cuando me decían esas cosas, el típico "tenemos que hablar", "Andrea, ven", "te voy a confesar algo", etc.
—Perdona, en verdad si te hice algo malo. Sé que lo que hice el otro día fue súper maricón de mi parte y no me cae en la cabeza cómo pude dejarte sola de adrede para ver tu reacción. Caí en cuenta en cuanto te vi llorar, ¿cachas?, sentí como me partió el alma.
Había sonado súper cliché, pero me ablandó por un momento.
—Pablo...
—Ya te conté que te encuentro bacán desde hace muchísimo tiempo y cuando empezamos a hablar, para mí fue como un logro... no quiero perder eso solo por mi estupidez. Por fa, discúlpame.
Lo miré lentamente y le sonreí. Bajé la radio hasta casi el mínimo y pensé en sus palabras. Él seguía con su mirada adelante, aunque de vez en cuando volteaba hacia mí. Se estacionó al frente de mi casa y apagó el motor. Giró su rostro y me miró fijamente.
—Dime algo, por favor... —me pidió.
Me saqué el cinturón y bajé del auto. Él hizo lo mismo. Avanzó decepcionado por mi lado y lo detuve por el codo. Se volteó y lo abracé cálidamente.
—Solo bastaba eso, Pablo, solo eso —le dije.
Me envolvió más aún y apoyó su cabeza en la mía, ya que era más alto que yo.
Hueón, me sentí tan bacán en ese momento. Era indescriptible, fue como si puros fuegos artificiales explotaran en mi estómago.
Quizás sí había sido mamona al enojarme tanto, pero fue impresionante que sólo el hecho de que me haya dicho esas palabras hayan bastado para que se me pasara todo el enojo.
Abrí la puerta de mi casa y mi abuela estaba en el comedor viendo tele con mi tata. Había un olor rico desde la cocina, como a canela. Ambos viejitos nos miraron y se sorprendieron al ver al Pablo. Mi abuela se paró y nos fue a saludar.
—Mijito, que bueno que haya venido. Justo hice un pastelito de manzana con canela. Así que se me queda a tomar once —le avisó ella.
Detrás apareció mi tata y le dio la mano. A mí me abrazó.
—Mamita, vamos a ir a mi pieza. Por fa no nos molesten por un ratito —le avisé a mi abuelita. A veces le decía así, porque era como mi otra mami.
Ella se sonrojó completamente. Me preguntaba qué pasaba por su cabeza.
—Oh, los cabritos de hoy en día —dijo ella —, estamos acá, no sean desubicaos.
—Pero tenemos que hacer un trabajo —me reí.
¿Qué weá?
—Ahora le dicen trabajo. En mis tiempos se decía "vamos a hacer el amor" —siguió, cerrando los ojos y recordando su pasado.
El Pablo se empezó a reír a mi lado y yo igual. Mi abuela nos miró raro y luego se volvió a sonrojar.
—Gordita, hablan de un trabajo para el colegio —le murmuró mi tata. Ella se rio nerviosa.
—Oh, ya veo —dijo.
Le di un besito en la frente y entre risas nos fuimos a la pieza. Dejé mi mochila en el piso y el Pablo igual. Nos sentamos en cada esquina de mi cama.
—¿Qué tendrá la Elena contra mí?, estoy segura que me tiene mala —le dije.
—¿Lo dices porque te puso conmigo? —me preguntó, riéndose.
—No —solté una carcajada —, solo lo creo. Igual que el viejo verde de Biología. El hueón asqueroso, que onda.
—Si te dice algo, me avisas no más, Andrea.
Asentí con una sonrisa. Me levanté y fui a la pequeña biblioteca que tenía en mi pieza. Era pobre la weá, con cuea media un metro de alto y medio de ancho, pero ahí tenía mis libros po. Saqué un montón de libros y los puse en el colchón. Nos sentamos como indios en el centro de la cama.
—Estos son mis libros favoritos —le dije. Los agarró y los repasó de a uno y mirándolos de a poco.
—Así que... las Cincuenta sombras de Grey. Me agrada —me dijo y me miró, levantando muy poco su cabeza.
—Obvio, Mr. Grey al ataque. Un seductor fugaz y ardiente, pero que es indeciso en la etapa del amor. Se enamoró de Anastasia desde el primer instante, solo que no supo decifrar su sentimiento. Es una novela que, a parte de ser ardiente, es hermosa.
Hueona, soy tan talentosa para hablar. Me salió tan linda la weá que dije. Soy estupenda.
Asintió con una sonrisa y luego pasó al otro.
Tocaron la puerta de nuestra pieza y mi mamá se asomó. Miró sorprendida al Pablo y luego sonrió.
—Andreita, tu papá está al teléfono. Dice que el Nicholas, creo que así se llama...—miró al techo, recordando —, bueno él, quiere ir a comer contigo, para conocerte mejor —me dijo ella —. ¿Qué le digo?
El Pablo me miró confuso y yo me puse nerviosa.
—Dile que ya, mamá —asintió y se fue.
Lo miré y su mirada se apagó. Fue raro, pero por alguna razón me hizo sentir bien el hecho de que quizás, como mi mente creía, se había puesto un poco celoso. No entendía por qué quería eso, me agradaba la idea de que se pusiera así, a pesar de que a mí no me gustaba, o eso creía.
—Pablo, él no...
—Tranqui, Andrea. No me tienes que dar explicaciones —murmuró.
Abrió uno de los libros y con pereza pasó los dedos por las páginas.
En un acto de impulso y sin saber qué hacía, puse mi mano en la suya y lo cerré. Él recorrió su vista por mi rostro y pude observar su incomodidad por lo que había dicho mi mamá.
Por la chucha, tenía el corazón en la boca y no sabía lo que estaba haciendo. Mi cuerpo reaccionaba antes que mi mente y estaba tiritando completamente. Sentía la necesidad de explicarle de alguna forma que, el Nicholas no era nada para mí, que lo había visto solo una vez en mi vida y que era algo como mi hermanastro, y nada más. Así que sin pensarlo dos veces, y sin saber qué hacía, me acerqué lentamente, inclinando mi cuerpo sentado en el colchón, y saqué los libros que estaban en su piernas. Agarré su mejilla y sentí como se tensó.
Creo que cachó mis intensiones, porque apoyó también su palma en mi sonrojada mejilla y apoyó su frente en la mía.
—¿Qué haces, Andrea? —preguntó en un susurro. Oí como su saliva traspasaba su garganta.
Conchetumadre, ¿qué estaba por hacer?
—Te voy a dar mi primer beso —le respondí, inconscientemente en todo lo que hacía.
Juro por mi perrito que no existe que fue un impulso, que ni siquiera había pensado ni analizado lo que estaba por hacer.
Y lo besé, mamita preciosa, que sentimiento más rico.
Sus manos se pusieron en mi cadera y las mías en su nuca. El único sonido que se escuchaba era el de nuestra respiración y el de mi corazón tratando de salirse de mi pecho y queriendo explotar por la emoción.
La weá rica, conchetumadre.

Avíspate, por fa/ ChilensisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora