Mira, si no me lo decías no me daba cuenta

332 16 7
                                    

Sentí mi mano calentita, estaba entrelazada con la del Nicholas, y, a pesar de que él sea un iceberg de vez en cuando, me sentía cómoda de cierta forma, un poco un poco más cómoda por el tiempo que llevábamos conociéndonos.
—¿Que estás pensando? —preguntó el susodicho.
Negué con mi cabeza de inmediato.
Le había contado a mi mejora sobre lo que había conversado con el Pablo el otro día en el colegio y ella se enojó brígido y me respondió:
—Hueona, erís súper desubicá —dijo luego de escuchar —, andai con el Nicholas y celai al Pablo.
En eso estaba pensando todo el rato mientras caminaba con mi pololo falso, porque me daba lata que yo fuera así con el Pablo cuando no me separaba del Nicholas.
Debía sacarlo de mi cabeza, él era mi pololo y debía preocuparme solo por su bienestar a pesar de que no fuese cierto, ¿no?
—Solo pensaba que se me antojó algo dulce —mentí.
—¿Quieres un heladito? —consultó haciendo una mueca rara.
Lo empujé con mi hombro y se rio. Se estaba burlando de mí el pesadito.
—Bueno —acepté.
Le solté la mano y me limpié en mi pantalón. Me miró confundido.
—Lo siento, es que estoy transpirando como vaca —me excusé.
Soltó una carcajada. Quise reír también, pero no andaba con todo el humor para hacerlo. Nos metimos a un mall que estaba ahí cerca y mientras mirábamos las tiendas me tropecé, porque mi sandalia quedó como agarrada con los pequeños espacios entre la cerámica del piso. Me fui de bruces, o bueno, casi. Choqué con una persona adelante y esta también casi se cae por el golpe.
Fuertes omóplatos, hombre altísimo, cabello corto y anchos hombros... era el Pato. Se volteó al tiro, obvio po, no vai a pasar desapercibido si un hueón se te tira encima de repente. Me miró cabreado, y luego al cachar quien era, suavizó la mirada.
—Puta, siempre lo mismo contigo, Andrea —se quejó.
Le saqué la lengua. El Pato era el mino que mejor me caía en la cagá de curso que tenía, porque éramos amigos hace caleta de tiempo. Era terrible simpático, y también era pelao, le gustaban desde los cocos a las conchas, era insoportable a veces para algunos, pero a mí me caía la raja.
—Chucha, no sabía que eras tan sensible, hueón —le dije riéndome.
Se desordenó el pelo. Recién ahí me acordé que mi pololo falso estaba a mi lado.
Nos miraba con cara de: ¿qué weá?, ¿se conocen?
Aclaré mi garganta.
—Pato, él es Nicholas, mi pololo. Nicholas, él es el Pato, mi ex —dije bromeando. Me sorprendió que su rostro se descompuso un poco —, es broma, es mi amigo —el Pato y yo nos reímos.
Silbó el pelao en dirección del Nico.
—Con razón el Pablo está tan celoso po, hueona, si tu pololo está terrible rico —soltó descarado, guiñándole un ojo.
Mis orejas se pusieron calientes al tiro. Vi al Nico tragar saliva incómodo. El Pato se rio antes de hablar nuevamente.
—Me acordé que tengo una reunión ahora —confesó —, ya sabes de cuáles —dijo.
Las de comerse hasta abajo. El hueón anguliento, hueón... abrió los ojos y se tiró aire en la cara, como si se acabase de acordar de algo.
—Oye, hoy día hay carrete en mi casa, invita a los que más puedas y anda —pidió.
Se despidió con la mano y se fue, sin dejarme responder. Mi pololo lo miró mientras se iba, era la primera vez que lo veía tan perturbado, como que se había puesto hasta morado, peor que Jack del Titanic.
—Quisiera tener tremendo culo como el de él —confesé moviendo mis manos como si apretara dos pelotas entre mis manos.
Él me miró sorprendido y negó con su cabeza.
—El tuyo ya está lindo como está —admitió.
Creo que se deformó la cara (más de lo que ya estaba ctm).
Tosí  un poco incómoda, ¿me había mirado el poto el valsuo?, lo peor era que ni siquiera lo escondía. Nos  encaminamos al Bravissimo, porque eran terrible de ricas esas cagás de helados, igual que el San Francisco, oh... que rico, me dio hambre y nos sentamos en una mesa cualquiera que estaba vacía.
Mi heladito era de café helado y tres leches, creo que el Nicholas pidió de pistacho, no recuerdo muy bien.
Nos sirvieron un vaso con agua soda por mientras que esperábamos a que nos llevaran lo que comeríamos. Me la tomé al seco, estaba deshidratada, peor que pasa en empaná de pino.
—Uf, teníai sed parece —comentó el mono frente a mí, perdón, el Nico.
Sonreí sarcástica.
—Mira, que si no me lo decías no me daba cuenta —respondí pesá.
Se acercó una mesera con nuestros helados y los dejó encima, no dejó de mirar al Nico, yo cacho que ni cuenta se dio de que yo estaba allí. Se dio la vuelta y le indicó su mano como si fuese un teléfono, digamos que no desapercibidamente. Él ni la pescó, la tachó al toque, porque le dijo:
—Tengo polola.
Ella se giró en mi dirección y se fue frunciendo el ceño y con su mandíbula apretada.
La hueona última, o sea, no podís coquetear en medio del trabajo po. Nada que ver.
Se me habían puesto las mejillas calientes, creo que era la primera vez que decía que éramos pareja frente a alguien más que no sea mi familia.
—Ya van dos hoy, parece que eres popular —solté —no sé qué te encuentran.
Se rio orgulloso. Colocó sus manos detrás de su cabeza y pasó una de sus piernas encima de la otra.
—La cuestión aquí no es que me encuentran ellos, sino qué me encuentras tú, Andrea —confesó tranquilo —, al fin y al cabo tú pololeas conmigo no los demás.
Me metí una cucharada gigante de helado en la boca, me dolieron los dientes como si me quemaran. Sacudí mis manos y me quejé.
—Se me congelaron los dientes —le conté, entrecerrando los ojos por el dolor.
Probó el suyo.
—No evadas mi pregunta, cielo —remarcó el apodo burlón —, ¿qué es lo que te gusta de mí?
Chasqueé la lengua como si no supiera. A parte, ¿cielo?, iugh.
¡Hoyo del queque!
—Nada, a mí me gustan los rubios —bromeé.
—Ah, ¿si? —preguntó curioso —, espero tus quejas mientras nos estemos comiendo, te apuesto que ahí ni un "me gustan los rubios" vas a decir.
Tragué saliva. El hueón creído, ¡no me iba a comer con él ni en sueños!, bueno, quizás en sueños sí... quién sabe... la imaginación da para mucho.
—Sí, claro, con vo me voy a comer —me reí —, ansíalo, porque no va a pasar.
Le tiré un beso al mismo tiempo que le guiñaba un ojo.
Pasamos como tres horas ahí, sentados sin hacer nada más que conversar y reír, y, no sé, me sentía la raja,... pero nunca tanto como cuando estaba con el Pablo, con él era como que podía ser yo misma cuando quisiese, desde que lo conocí, ya había pasado casi medio año y las cosas entre nosotros se habían vuelto tensas, lo peor era que todo era por mi culpa, o eso sentía de vez en cuando.
Filo, éramos amigos y se quedaría así siempre.
—¿Me vas a acompañar al carrete?, igual si no quieres no te puedo obligar —le pregunté al Nicholas.
Estábamos caminando y al mismo tiempo veíamos también las tiendas a nuestro alrededor.
Movió la cabeza de un lado a otro pensando, igual sabía que le incomodó caleta estar con el Pato, no podía culparlo.
—Si fuera por mí no iría —admitió —, pero no te quiero dejar ahí sóla con la sociedad en la que vivimos —decidió.
Levanté mi cabeza y le lamí su mejilla bien chupeteá, es broma, solo le di un besito.
—¿Y eso? —consultó sorprendido.
Me reí y levanté mis hombros.
—Te lo ganaste por decir eso —murmuré —, pero igual sabes que no estás obligado, podemos quedarnos a ver una película en mi casa si quieres.
Negó con la cabeza. Se pasó la mano por entre sus cejas y se sobó cansado. No lo culpaba, llevábamos todo el día juntos y yo sabía que él quizás quería irse a su casa.
—No, Andrea, prefiero dormirme tranquilo a saber que estás ahí con un tipo que se debe andar metiendo con todo el mundo sin importar si quieren o no —el Pato le dio esa impresión —, no podría dormir.
Me reí de la nada, pero juro que no era una risa ahueoná de burla, era más de asombro.
—¿Desde cuando erís tan preocupado, Nicholas?, no te estarai enamorando de mí —comenté.
Se paralizó. Me desordenó el pelo y se rio, pero ahora de verdad, porque fue con ganas, sonó sincero.
—Me gustan las rubias —dijo.
Lo empujé con mi hombro y también me reí. El hueón era lindo cuando quería, había que buscar profundo eso sí po, más hondo que en la mina de los 33.
Oh, la weá cruel.
Y se veía lo dulce que era a veces, indirectamente, como que en vez de decirte "que linda te ves hoy", comenta algo como "parece que te arreglaste un poquito, no te ves tan fea como la última vez", era tierno el hueón, aunque no lo admitiera.
Nos subimos a su auto y me llevó a mi casita. Parece que mi mamá no estaba, porque había cumbia retumbando en las ventanas de mi casa, y eso, amigos míos, era culpa total de mi abuela, la buena pa mover las patas le decían, y no específicamente porque era deportista los Sábados en la mañana.
—Te paso a buscar como a las siete —me dijo el Nicholas despidiéndose.
Asentí y luego él se fue. Esperé a que ya no lo viera más y entré a la casa. Al pisar el piso del comedor me cagué de la risa con lo que vi, conchetumadre.
Mi abuela estaba bailando a puro sostén y calzón en medio de las sillas mientras las limpiaba. Tenía un pinche verde, haciendo una cola chica, con el poco pelo que tenía. Se movía para todos lados y no tiritaba ni para mover la cintura. De atrás llegó mi tata con una tanga negra y con calcetines hasta la rodilla barriendo el piso mientras también bailaba. Al cachar que me empecé a reír, me miraron y se sorprendieron unos segundos, pero luego me agarraron las manos y me hicieron bailar con ellos. No podía hacerlo bien, porque me dolía la guata por reírme.

Avíspate, por fa/ ChilensisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora