Nicholas

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Y allí, sentada al lado de mi papá, se me fue casi toda la penita que tenía acumulada de ese día, pero aun así el Pablo se pasaba por mi cabeza de vez en cuando.
—Andrea, ahí vienen llegando —susurró con una sonrisa en su rostro.
Volteé el mío a la velocidad de la luz y me encontré con una señora cuarentona y pelirroja. A su lado había un cabro alto y entremedio una niña chica, con unas coletas hacia ambos lados.
Mi papá se levantó del asiento y los saludó, por respeto hice lo mismo porque ganas de hacerlo no tenía. Antes de volver a sentarme acomodé el vestido que tenía puesto.
—Andrea, ¿cierto? —me preguntó la señora, sentándose también.
—Sí, ¿y usted se llama...
—Meredith —dijo, sonriendo. Agarró a la niña y la sentó en sus piernas —, él es mi hijo... Nicholas.
Él asintió con un levantamiento de cabeza. Se acercó la mesera y nos pasó los menú, a lo que rápidamente pedimos la cena.
—¿Cuántos años tienes? —me preguntó el mino.
—15, ¿y tú?
—17.
—Pareces de 40 —comenté, riéndome. Levantó la vista de su plato y parecía como si me quisiese matar con ella —es broma, es broma —me reí nerviosa.
Tenía que admitirlo... el hueón estaba lindi. Tenía su fachada misteriosa y el cabello negro, que le hacía parecer como no sé po... el caballero de la noche. Jajajaj.
—¿Y cómo se llama la pequeñita? —pregunté.
Miré a la niña y ella me sonrió.
—Emily... es un poco tímida, por eso no ha dicho nada —confesó la señora.
Mi papá se puso a charlar como si fuese costumbre de cada día y a veces le besaba la mano a su polola. Me sentí súper mal en ese momento, al mirarlos ahí, súper felices y conversando tan relajados, sentí que no encajaba, aunque estuviera mi papá en ese lugar.
—Permiso, voy a ir a tomar aire —murmuré.
Asintieron con la cabeza y siguieron hablando. Yo me puse a pensar en lo que había pasado en mi día, porque no se salía de mi mente y sentirme tan estúpida allí era peor. Todo había salido mal.
—Esto vale callampa —escuché que dijeron a mis espaldas.
Miré en esa dirección y distingí al cabro que era hijo de la señora. El Nicholas. Se apoyó con los brazos en la baranda, tal y como yo estaba. Lo miré de reojo y no pude evitar preguntarme si él sentía algo parecido a mí viendo a su mamá pololeando.
—¿Qué opinas de nuestros viejos? —le pregunté sin pelos en la lengua.
Levantó los hombros indiferente.
—¿La verdad? —asentí —, no sé. Me da lo mismo lo que haga mi mamá.
—Ah.
Metió la mano en su bolsillo y sacó un paquete de cigarros, un encendedor y empezó a ingerir uno de esa mierda asquerosa.
—Hueón, eso te va a matar si lo sigues consumiendo —le dije.
Se rio.
—Todos nos vamos a morir, Andrea —respondió, seco.
Puse los ojos en blanco. Me giré sobre mis talones y me digné a volver a dónde estaba antes, al infierno con mi papá.
—Espera —me llamó.
Lo miré de reojo.
—¿Qué? —pregunté.
—Tienes algo pegado en una de tus botas.
Lo que faltaba por la conchetumadre. Un hueón rico y que me viera pasar vergüenza como siempre.
Amurrada me agarré la servilleta que se me había pegado y sonreí irónicamente antes de entrar al restaurant otra vez. A los minutos lo hizo también.
—Así que... ¿estás pololeando, Andrea? —preguntó Meredith.
Me atraganté con el pollo que me había metido justo en la boca y luego respiré bien. El hueón al frente de mí había levantado la comisura de sus labios tratando de reírse, pero se la aguantó.
—No, ¿el Nico lo está? —seguí yo.
—No me digas Nico, es flaite — dijo pesado el Nicholas.
—Chucha, perdón.
Mi papá me miró enojado.
—Andrea, ¿qué hablamos de las groserías? —susurró mi viejo.
—Y eso no es de tu incumbencia —prosiguió el Nicholas.
Agarré un pedazo de pollo y lo unté en la salsa que había en la mesa. De repente la hueá me empezó a picar, pero demasiado, así que tomé del agua que había pedido y nada, incrementó aún más.
—¡Camarero, camarero! —llamé al señor que estaba atendiendo la mesa del frente.
Me observó confundido y pidió disculpas a los otros clientes, antes de ir a nuestro lugar.
—¿Se le ofrece algo?
Llevaba un platillo en la mano derecha y un par de fuentes con panecitos chicos en la misma.
—Leche, ahora. Necesito leche.
—Señorita, este es un restaurante, no tenemos leche.
Lo agarré de la camisa y lo acerqué a mi rostro.
—Mi boca se quema por culpa de su salsa. De alguna forma consiga leche.
Asintió asustado y entró rápido a la cocina. A los pocos minutos salió con un vaso de leche y me la entregó. Agarré con fuerza el cristal y me tomé ese líquido de una. Más rápida del rayo Mcqueen, ah.
Le devolví el vaso de mala gana y me limpié el mentón, porque la hueá había goteado de mi boca.
—Gracias. Para la próxima, necesito que me de lo que quiero rápido, porque usted para eso está trabajando —vociferé.
El señor asintió un poco asustado y se fue.
—¿Estás bien? —me preguntó mi papá.
La cena terminó súper bien. Mi viejo quedó feliz, ya que me llevé bacán con los pendejos de la Meredith —naah, pa qué tan pesá, con sus hijos —y ella también me cayó bien, aunque escontré que se ponía mucho delineador de labios y que no era del color del labial que se había puesto po. Pero eso no importa mucho.
—Chao, mi bebé —se despidió mi papá —, gracias por todo.
Nos abrazamos antes de que se fuera.
Abrí torpemente la puerta, porque no encontraba la llave, y cuando fui a la cocina vi a mi mamá, sentada en la punta de la mesa.
—¿Mamita? —susurré. Levantó su rostro y pude ver sus ojos hinchados y rojos —¿qué te pasó? —pregunté preocupada. Sus ojos volvieron a lagrimearse.
Me acerqué hasta ella y la contuve en mis brazos con fuerza por al menos cinco minutos.
Yo tenía bastante claro lo que le pasaba. Sabía que todo el sufrimiento que ella sentía y que sufría era por el hueón de mi papá. Mi mamá seguía enamorada de él, y no la culpo... la mayoría estaría igual en estos casos, cuando se le ha sido infiel a la pareja.

Avíspate, por fa/ ChilensisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora