Terrorismo e irresponsabilidad

265 15 12
                                    

Narra Nicholas:

Me levanté con el estómago apretado, y no es porque tuviera cagadera o algo así, no, de hecho, era más bien una sensación de que algo iba a pasar. Me bañé con agua caliente, porque pensé que quizás eran mis músculos, pero no se me pasó tampoco.
Mi hermana me fue a decir que mi madre había hecho el desayuno y que se había levantado más temprano de lo habitual , ya que íbamos a ir a la casa del papá de la Andrea, y me puse feliz de repente, hasta me arreglé un poco más y eso me fastidiaba un poco, digo, nunca me había alegrado por ir a ver a una persona y que justo fuera con la pava de ella, era raro, pero igual ya me venía pasando desde hace muchísimo tiempo.
—Buenos días, corazón —me saludó mi mamá, a penas me senté a desayunar.
—Buenos días, mamá —le respondí, esforzándome por sonreírle.
Aunque prácticamente ya lo hacía. Me hice un café y le puse queso y jamón a un pan.
—¿Te contó tu hermana que vamos a la casa del Felipe? —me preguntó. Asentí con la cabeza, dándole un sorbo a mi taza —, así que compórtate bien.
—Siempre me porto bien. Deberías decirle eso a la Emily, que a veces se manda cagás y no le dices nada.
Ups.
—Cuidadito con decir esas cosas, Nicholas, no me quieres encontrar con la lesera —me amenazó, frunciendo el ceño.
No seguí diciendo nada a partir de ahí, porque quería evitar problemas, mucho más cuando me había despertado con un malestar.
Luego de que todos hayamos desayunado, mi mamá se fue a vestir a mi hermana chica, y a "amononarla", así decía ella, para que un poco pasado de la una de la tarde saliéramos. 
Hacia un frío horrible. Pensé en lo que podría estar haciendo la Andrea en ese momento, quizás estaba tapada con una frazada como si fuese una oruga, o quizás estaba viendo la tele mientras se tomaba algo calentito.
Me reté a mi mismo por estar con la cabeza otra vez en la ratona de la Andrea.
Al llegar a la casa, habían pasado unos cuarenta minutos desde la mía, y por alguna razón mi mala espina aumentó. Aunque no dije nada en ese momento. Tocamos el timbre y a los segundos salió el Felipe, y nos dejó pasar, pero adentro estaba todo en silencio y la voz chillona de la Andrea no sonaba por ninguna parte.
¿Qué weá?
—¿Tienen sed? —preguntó él —, tengo juguito, bebida o si quieren algo calentito, para el frío.
Le pedí un té y mi mamá lo acompañó a la cocina, antes de dejar a la Emily viendo tele. Le ponían esas ordinarieces de hi 5 nuevos cuando perfectamente podrían ponerle los antiguos que eran más buenos (que mal servicio). Revisé mi celular y no tenía ningún mensaje por parte de mi polola, siendo que me había contado que iba a estar ahí, en la casa de su viejo, por dos semanas. Solo tenía weás en el WhatsApp de mi curso y en Instagram, pero por parte de ella nada.
Me fui a la cocina también, y solté un quejido  al encontrar a mi mamá comiéndose con el Felipe, encima de un mueble y casi tragándose. Tosí y ellos se detuvieron de inmediato. Me miraron súper culpables y se bajaron, acomodando su ropa, incómodos.
—¿Qué pasa, hijo? —me consultó mi madre, arreglándose el pelo y bajándose del mueble en el que estaba sentada.
Hice como si no hubiese visto nada. Caminé hasta el lavaplatos y me serví un vaso de agua. Me lo tomé al seco.
—Quiero saber donde está la Andrea —le dije por fin —. Me parece raro que no esté merodeando por aquí.
El Felipe se removió en su lugar. Al parecer seguía un poco incómodo por cómo los pillé, pero yo estaba ni ahí, no iba a ser el hijo que no admitía que a mi mamá igual le gustaba disfrutar. Eso no era cosa mía.
Si ella no se metía en mis cosas yo no lo haría en los de ella.
—Salió en la mañana, ella sabía que ustedes iban a venir, pero de todas formas se fue con un niño de su colegio —me contó él.
No sé por qué se me vino a la mente al tiro ese hueón que andaba detrás de ella. El de pelo castaño. Siempre me hinchaba las pelotas ese. Me estresaba.
—¿Sabe con quién fue? —seguí.
Hizo memoria y realizó los mismos movimientos que hacía la Andrea cuando trataba de recordar algo. Se mordió el labio inferior nervioso y miró hacia el costado, como si estuviese buscando en su cerebro una caja con el recuerdo exacto.
—O sea, no me sé su nombre, pero tengo claro que algo le pasó al chiquillo, porque mi Andreita parecía como si la la hubiesen atacado a ella, como vieja loca —tomó aire, sonriendo melancólico —, la dejé porque hace tiempo me contó que tiene algo con alguien, y supongo que él debe ser su "alguien", porque la cara de preocupación y de afecto que puso cuando supo que algo malo iba con él fue...
¿Ah?
—Yo soy su pololo, Felipe —le confesé, interrumpiéndolo —, no ese hueón del amigo que la sigue para todos lados.
Me tenía que estar hueviando. No podía creer que estaba escuchando esa tontera. Con razón tenía una mala sensación.
Y me dio la lesera, conchetumadre. No le había contado a nuestros papás porque ella me lo pidió, con esa carita tierna que pone sin darse cuenta cuando quiere lograr algo. Tengo claro que el ahueonao del otro mino era su amigo, muy amigo, pero no me quedaba tranquilo cuando sabía que él le ponía los ojos a mi polola, que le encantaba y que si no fuese porque estábamos juntos, él hubiera tratado mucho antes tirársela. Así eran todos los simios asquerosos. Pensaban con el pene antes que con la cabeza, y podría casi asegurar que ese no era la excepción.
Sí, la Andrea no era mi polola en realidad, pero igual me cargaba que pensaran en ella con alguien más y no conmigo como correspondía.
—¿Qué? —exclamaron los dos al mismo tiempo.
—Eso po, la persona con la que su hija tiene algo es conmigo —me dirigí a su papá —. La Andrea es mi polola, y necesito que esté aquí conmigo, ahora.
Los ojos de ambos se veían como desorbitados, o sea, ¿tan raro era que una mina tan bacán como ella estuviese con alguien desagradable como yo?
—O sea que... tú y mi guagua... los dos —tartamudeaba él. Asentí, irritándome. Mi mamá ahogó un grito al recién entender mis palabras —, ¿desde cuándo?
—¿No era obvio? —le pregunté, cruzándome de brazos. Me respondió que no con la cabeza. Ambos se abrazaron nerviosos, sin creer lo que les hablaba —, casi medio año. Ahora, para que sepan, iré a dar una vuelta para tranquilizarme, porque estoy de los nervios y no quiero hacer nada indebido.
Me di media vuelta, dejando la cagá a mis espaldas y me fui enojado de la casa, dando un portazo.
Yo entendía que la Andrea era libre, hueón, lo comprendía porque tanto ella como yo teníamos amistades mucho a parte de nuestra relación, fue algo que empezó sin siquiera una chispa de atracción, fue algo que se me ocurrió en un restaurante, una tontera quizás para ella, pero que para mí, me cambió la vida y lo que era antes de eso, aunque suene más cliché y típico que vender pan de hueo.
Y no quería admitirlo, pero en todo ese extenso tiempo que llevábamos juntos, esa Andrea, llevada a su idea y testaruda a morir, me había dejado enganchado de una manera tan sorprendente que me había hecho cambiar, me había permitido a mí mismo que ella me llamase "Nico", como le gustaba, a pesar de que siempre me negué a que me llamasen así. Se había impregnado en mí al punto de no poder dormir por estar pensando en qué hacía, pero daba por sentado que sus sentimientos hacia mí no eran los mismos. Lo entendía, porque tampoco me la merecía, según yo.
Por esa razón me molestaba tanto, por eso me alteré cuando supe que había preferido a su amigo, cuando a mí no me había visto en más de tres semanas, cuando con suerte hablábamos si yo no le escribía y le había importado un comino si a mí me preocupaba o no si estaba, porque lo más probable es que pensara que en realidad a mí me daba lo mismo.
Y no po, al contrario.
Me daba tanta consternación el pasarme rollos e imaginarme como ese hueón sería capaz de tomarle las manos, sus suaves manos, de como la podría abrazar o besar. Porque aunque ella no gustase de mí, cosa que notaba obvia, nos comíamos igual de vez en cuando, bueno, en realidad exagero, no es como que nos comiéramos, pero no estábamos en el nivel de con cuea tomarnos las manos, a veces le daba besos y me dejaba, así que yo pensaba que ella podría hacer lo mismo con el otro. No lo sé.
La empecé a llamar. Marqué más de cinco veces seguidas, pero no contestó.
¿Y si había tenido un accidente?, ¿y si tuvo un problema?, necesitaba saber si estaba bien, si ese atolondrado era capaz de cuidar a mi polola sin sobrepasarse o pasarla a llevar, porque no se lo perdonaría ni en sueños. No lo conocía y no podría asegurar nada acerca de cómo podía él actuar cerca de ella.
Agarré el auto y me di vueltas por cualquier lado como por dos horas. Hasta que me dio hambre y tuve que volver para almorzar. Me hablé a mi mismo por mucho rato, y me di cuenta que lo que yo sentía no eran celos, sino más bien angustia. O con eso me traté de convencer a mi mismo.
Al devolverme, pillé al trío poniendo la mesa, como una familia súper feliz. Siempre quise tener formar parte de una familia normal, sin problemas ni peleas a cada rato por parte de mis papás, aunque nunca se lo dije a nadie.
Los dos adultos me miraron sorprendidos cuando llegué y mi hermana corrió hasta mí, riéndose, así que la tomé en brazos y le hice cariñitos en el pelo, tratando de que no notara mi constante mal humor, aunque había mejorado mucho dando vueltas por ahí.
—Adivina qué vamos a almorzar —me dijo la Emily, agarrando mis mejillas y jugando con ellas —, arroz con pollo al jugo.
Sonreí. Mi hermana sabía que me gustaba esa comida y siempre que mi mamá hacía, ella iba corriendo a mi pieza o donde estuviera para avisarme. Pero en ese momento, lamentablemente, todo me recordaba a la Andrea y me daba lata, y me tensé cuando pensé en un día hace ya tiempo que me había invitado a comer a su casa y su abuela había hecho arroz con pollo al jugo. Me había sentido tan cálido, con todos en su familia tirando tallas al aire, con mi polola, que me hacía sonreír con cada weá estúpida de dijera. Fue memorable, y lo recordaría para siempre.
—¿Ah, si? —murmuré —, vayamos a comer entonces po, enana.
Mi mamá exhaló y abrazó al Felipe, como si así botara su estrés.
—Ya vengo, voy a lavarme las manos, siéntense a comer no más —le dije a todos, dejando a la Emily en el suelo.
Caminé con paso neutro hasta el baño, el que quedaba entre la pieza de la Andrea y la sala de estudio del papá. Me lavé las manos sin emitir mucho ruido, exceptuando la cagá de agua que salpicaba un poco (no es cagá, ok, para eso hablo del río Mapocho, al contrario, sirve y nos da vida, pero en ese momento estaba criticando casi todo lo que se me cruzara).
Me sequé con la toalla colgada y mientras iba caminando se me ocurrió dejarle mensajes a mi polola, dudé un poco, porque para qué tan dependiente, pero filo, era mi pareja y tenía derecho de mandarle mensajes cuando se me diera la puta gana.

Avíspate, por fa/ ChilensisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora