Viejo verde

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—Por la chucha, Valentina... —me quejé.
Me apoyé en el muro, cargando todo mi peso sobre uno de mis hombros.
—¿Qué te pasó, hueona? —preguntó, bostezando.
Abrió su mochila, que tenía afirmada de un solo lado y sacó una botella con lo que parecía ser jugo de durazno.
—Me quiero morir —le dije.
Frunció el ceño ante eso. Yo estaba agotada y los ojos me pesaban por el sueño y el cansancio.
—¿Alguna noticia nueva? —me preguntó.
La empujé con una de mis manos e hice una mueca de asco.
—Mi papá quiere que vaya a una cena con él y con su nueva polola, pero le da vergüenza porque yo soy una flaite culiá... casi me suplicó que no dijera groserías...
—¿Y qué quería, Andrea? —consultó. Se me acercó y me abrazó —tu papá es empresario, es obvio que no le gustan los flaites.
Asentí. Tenía toda la razón y eso me daba rabia. Miré hacia el cielo, exhausta y boté el aire que tenía en mis pulmones. Cuando éramos chicas mi papá se encargó de meternos a ambas en un colegio bueno, onda, que tenga buenos resultados en la PSU y esas cosas. Era caro, sí, pero él se encargaba de pagarlo todo y por mí mejor.
"Por favor, alumnos, asistir a la asamblea que se hará en este momento", escuchamos la voz de la inspectora en los grandes parlantes de los pasillos, repetidas veces.
Con mi mejora pusimos los ojos en blanco, porque todos los años era lo mismo, y nos fuimos al gimnacio. Nos daba demasiada lata ir a la weá de asamblea, porque no tenía ni un brillo, o sea, lo único que hacían era darnos la bienvenida al nuevo año escolar y nombraban los logros que tenían algunos estudiantes destacados del año pasado, pero el colegio tenía más cámaras que la mall chino y si cachaban que no ibamos, nos iba a llegar el castigo de satán... mejor ni nombrarlo.
Nos acomodamos con los ahueonaos de nuestros compañeros de curso (porque eran todos unos pánfilos pajeros) y luego vimos a la directora pasar al escenario que habían puesto.
—Directora presidenda Bachellet... —murmuraron detrás de mí. Había sido el Pato y me cagué de la risa.
Esa mujer de verdad se parecía a la Bachellet, me daba como miedo hasta hablarle po.
—¡Hueón, cállense un rato, por fa. Se les para todo, excepto la lengua! —exclamaron a lo lejos, cuando ya había casi silencio.
Me paralicé en mi lugar y miré a mi mejora al tiro.
—Me tienen que estar hueviando... —susurré, atrapando mi rostro entre mis manos.
La Vale tenía los ojos saltones de la sorpresa.
—¿Ese es el...
Ambas nos giramos en nuestro lugar rápidamente y tratamos de mirar entremedio de la multitud de pajeros, pero no lograbamos ver nada, ¡nada!
Justo cuando necesitabamos cachar a alguien, tenía que estar entre los alumnos de más atrás.
Me recosté sobre la silla, porque quizás lo habíamos imaginado, qué se yo. Además había tenido una semana asquerosa antes de entrar a clases y estaba agotada de todo.
—Vale, voy a ir al baño, esperame aquí.
Asintió y salí de allí diciendo "permiso" como a mil personas. Entre tanto trataba de pasar, una mano me detuvo de golpe.
—¿Hacia dónde cree que va, señorita? —preguntó el profe de biología, deteniéndome.
¡Me caía como el pico ese profesor! ¿por qué mierda todos los profes de biología tenían que ser terrible pesados o por lo menos la mayoría?, a parte, yo sabía que el hueón me tenía mala.
—Voy al baño, profe —dije.
—Trate de no demorarse mucho y vuelva rápido, que si no lo hace, voy a tener que ir a buscarla yo mismo.
¿Ah?
—¿Qué weá? —solté de una, sin darme cuenta que lo había dicho en voz alta y no solo en mi cabeza.
Soltó un quejido, pasado a llevar.
—Vaya a donde la directora, en este instante, señorita Miracle —dijo, elevando un poco la voz.
—Viejo verde —le reclamé —, créame que no lo digo porque su ramo es de naturaleza.
Caminé rápido, cruzándome de brazos.
—Además, la directora está en el escenario, iría a puro dar la hora a su oficina —finalicé.
Tocó el hombro de una profesora que no conocía y le dijo algo en el oido. Ella asintió con la cabeza y me agarró del brazo inmediatamente.
Caminamos en silencio, mientras ella me llevaba a la oficina de la directora.
—Quédese aquí adentro hasta que llegue la señora García —ordenó.
Abrió la puerta de dirección y me encontré con una sorpresa. Una impresionante sorpresa que se dio vuelta en mi dirección al abrir la puerta y que me miró atónito.
—¿Andrea? —preguntó anonadado.
Lo que me faltaba...
—¡Ah, usted conoce al señor Relish!, perfecto, siéntese a su lado y quédese tranquila un rato.
Ella cerró la puerta de golpe, dejándose con el Pablo a menos de un metro de distancia, sentado en una de las sillas de la oficina. Nos quedamos en silencio por mucho rato, mientras yo lo observaba de reojo.
Tenía puesto el uniforme de mi colegio y tenía marcadas levemente las ojeras debajo de sus ojos.
Entonces su rostro familiar comenzó a tomar forma en mi cabecilla de pescado.
—¿Por qué te castigaron? —preguntó.
Se sacó una de las manos de su bolsillo y la dejó unos centímetros arriba de la mía, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba por hacer y se haya arrepentido de una.
—Me puse a pelear con el viejo de biología, ¿y tú? —pregunté.
Agarré su mano con suavidad y la dejé donde estaba antes, en sus piernas. Su expresión era similar a la que tuvo el otro día en mi casa. Confundido.
—Le grité a mis compañeros que se callaran un rato y les dije hueás hasta por las orejas.
Me rei y me siguió, sabía que él había sido el hueón que había gritado como chancho en la asamblea...
—¿Y desde cuándo estás en este colegio, Pablo?, nunca te había visto...
—Desde que empecé el jardín.
—¡Yo también! —respondí sorprendida.
—Yo si te cachaba... te había mirado un par de veces.
Estaba totalmente anonadada. Tenía sentido la forma en la que fue más confianzudo y por qué su cara se me hacía conocida de algún lado.
—Pensé que ese día cuando nos ayudaste con la alfombra era la primera vez que nos habíamos visto —murmuré.
Negó con la cabeza.
—Era la primera vez que me habías visto.
En ese momento me sentí incómoda y caché que había sido súper pesá cuando lo quise alejar de mí. Quizás había querido hablar conmigo hace tiempo.
—Pablo... —dije en voz baja y con mi mirada en el suelo.
—¿Ah?
—Mira, yo soy media pava y a veces la embarro sin darme cuenta —le conté, nerviosa.
Me cargaba que mi seguridad se fuera por los pisos.
—Te quería pedir disculpas por lo que te dije el otro día en mi casa,  sé que exageré un poco la situación...
El abrió los ojos con asombro y sonrió de oreja a oreja. Me levantó la cara con sus dos manos, dejándome frente a frente a él y me abrazó en el asiento.
—Me alegraste el día completo —dijo, con su rostro apoyado en mi pelo.

Avíspate, por fa/ ChilensisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora