Erí súper chanta

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Dos amantes en una mesa, mi mami y los otros hueones que comían del queque de mi abueli. Si po, amantes, mi tata y ella eran más buenos para el mete mete y saca saca que puberto recién descubierto po.
El Nico estaba a mi lado y el Pablo al frente. Llevábamos como diez minutos sentados y el castaño no me había pronunciado ni una palabra, ni siquiera me había mirado, parecía como si le hubiese comido la lengua el gato, hueón, o yo. Ah, bromi.
Levanté mi pie por debajo de la mesa y le pegué en la pantorrilla al Pablo. Hizo una mueca de dolor, pero siguió en eso de ignorarme. Diez minutos más... lo mismo.
—¿Cómo te empezó a gustar mi Andreita? —preguntó mi abuela en medio de una conversación que tenían con el Nicholas.
Yo estaba en blanco, como si estuviese presente en cuerpo, pero mi mente no.
—Las cosas se dieron —dijo, ya que, de cierta forma eso era verdad, las cosas se habían dado solitas —. Lo conversamos y nos dimos cuenta que el gusto era mutuo.
—Ah, ¿si? —preguntó el Pablo, sarcástico.
Su mandíbula se apretó. Me miró directamente a los ojos. Sus bellos ojos, que me daban tranquilidad absoluta en medio del caos.
—Sí —dijo el Nicholas, seco.
Agarré un pedazo de queque y me reí nerviosa. Conchetumadre, la escenita...
—Hizo calor hoy... —murmuré para evitar los problemas.
El Pablo hizo una mueca de desagrado, de: Ya está hablando weás este hueón.
—Pero te apuesto que la Andrea sería más feliz si estuviera conmigo —dijo por fin.
Oh mai god.
Mi corazón se aceleró de repente y empecé a sentir la temperatura súper alta.
—Pero no está contigo, Pablo, que lástima —musitó el Nicholas en respuesta.
El castaño se paró de golpe y lo miró cabreado.
¡Oh, no, mamita!
—Tía, estaba rica la once —bisbiseó —, gracias.
Abrió paso por entre el pasillo. Me levanté de mi puesto y lo seguí innatamente. Escuché que el Nicholas me dijo algo, pero lo ignoré. Prefería mil veces perder un pololo falso que un amigo.
—¡Pablo! —lo llamé cuando tenía su mano en la perilla —, por fa, no es necesario que hagas esto...
Se giró exaltado en mi dirección, nunca lo había visto tan enojado al hueón.
—Ni is nicisirii qii hihis isti —me imitó enfadado —, tú no podís decir eso si no entiendes como me siento.
Me sentí mal.
—Puta, pero dime cómo te sientes po, Pablo, ¿crees que soy adivina?, bibiti babiti bu, me sé la weá que te pasa, !mira, magia!
Soltó un gruñido y empezó a mover su pie nervioso contra el suelo.
—Sí po, claro, como si no te lo he dicho, tú eres la pava que se va con un hueón que ni vale la pena cuando me tienes a mí.
Y la tiró, conchetumadre, ¿qué quería que le dijera?, eramos amigos po.
—¿Contigo? —me reí —, Pablo, creo que te estás confundiendo brígidamente. Somos a-mi-gos —deletreé —, confundes amistad con amor.
Auch, hasta al Piñera le dolió.
Gritó enojado. Se dio la vuelta y salió de mi casa, lo seguí, obvio, al tiro. Caminó a paso apresurado por el pasto, al llegar al cemento lo pateó como si hubiese una piedra invisible, igual a como había hecho yo en el mall. Me acerqué y lo agarré de los hombros.
—Pablo, vuelve a la casa, quédate a dormir y conversemos —le pedí.
—Andrea, mira, yo te quiero mucho a ti, a tu familia y hasta tu papá me cae un poco bien, pero puta, no sé, me duele caleta verte con ese hueón ahí.
Nuestra cosa que teníamos juntos era más falsa que completo sin chucrut.
—Espérame en la pieza, el Nicholas ya se va, debe estar súper enojado porque te seguí a ti y lo dejé a él solo a él —insistí.
Botó aire cansado y se devolvió sin esperarme. Pasó a la casa, porque había dejado la puerta media abierta y se fue directo a mi pieza. Me fui al comedor y mi tata estaba hablando:
—A mí me importa un pepino el tonto con quien esté mi guaguita, pero quien la haga feliz me hace feliz a mí.
Dijo el mentiroso.
—Si po, tata, te la creería rodondita si no te conociera, siempre me dice "Andrea, estás advertida, cualquier hueón que esté contigo se las va a ver conmigo y no de forma linda".
Mi mamá me miró amenazante.
—Andrea, los garabatos —me advirtió como por milésima vez.
Le pedí disculpas juntando mis manos y ella respiró profundamente. El Nicholas sonrió cuando me vió y su cara era como si lo estuviese salvando de su peor pesadilla.
Le acaricié el hombro y le hice muecas para que se levantara. Se disculpó y me siguió hasta la puerta. Lo acompañé hasta su auto y sin esperármelo, me arrinconó contra una de las puertas.
—¿Qué te parece si cambiamos las reglas principales y nos empezamos a dar besos cuando queramos? —me preguntó.
Oh, conchetumadre, no podía mentir po, se veía súper sexy ahí 1313. Recordé al Pablo y se me revolvió el estómago por pensar en aceptar la propuesta del Nicholas. Sacudí mi cabeza en negación y traté de quitarme de la cabeza los ojos tristes de el adolescente en mi pieza.
—No —me negué —, sigamos las reglas.
Extendí mis párpados y él estaba intenso sobre mí, o sea, su mirada, mal pensados culiaos.
—Ya —respondió.
Apoyó su frente sobre la mía y luego me dio un beso la mejilla con lentitud. Mi corazón se había acelerado un poco y eso me asustaba. Era como súper cuático, ¿se imaginan unos hueones degenerados que son hermanastros y que se enamoren?, la weá rara y asquerosa.
—Llega bien a tu casa —me despedí.
Me guiñó un ojo y luego se fue. La calle quedó sola y hasta el viento se escuchaba fuerte. Entré de nuevo y me metí a mi pieza de una.
El Pablo se había quedado dormido parece, porque estaba acostado con los ojos cerrados y sus labios levemente abiertos. Me senté a su lado y le moví uno de sus hombros. Se removió entre sueños y me miró adormilado.
—Te demoraste mucho —murmuró.
Se sentó sobre el colchón y sobó sus ojos. Me miró con esa típica linda mirada con la que siempre me recibía, al parecer se le había quitado un poco la rabia.
—Pablo, quiero que conversemos esto al tiro, porque tu sabes que no me gusta andar con leseos en medio —le dije.
Asintió.
—¿Qué quieres que hablemos, Andrea?, no entiendo qué es lo que no tienes claro —confesó.
—La verdad es que solo quería que te quedaras —musité —, no me gusta que te desanimes por una tontera como mi relación.
—No es una tontera, Andrea.
Me paré y lo miré. Le hice señas con mi mano.
—Vámonos —le pedí.
Salí de la pieza y a los segundos él me siguió. Mi mamá me levantó las cejas y le hice señas de que iba a salir. Asintió y me dijo tuviera cuidado con los lanzas.
Nos fuimos a una plaza que había cerca y nos sentamos en unos columpios a la par y nos empezamos a mover despacito. Lo miré y tenía su vista pegada en la tierra.
—Pablo —lo llamé —, escúchame atentamente.
Asintió y me inspeccionó.
—Yo te he agarrado un aprecio único, que no había tenido con nadie... y no quiero perderlo por un pololeo, ¿cachai?, tú te hiciste cargo de entrar en mi vida, yo no te voy a permitir salir de ella, hazte cargo de las consecuencias, valsuo de mierda —lo insulté por patudo —. Que lo nuestro no se pierda por un externo que pololea conmigo, nada dura para siempre, y recuérdalo.
Se detuvo y se quedó sin movimiento por unos instantes. Se levantó y caminó hasta mí, me paré y me envolvió en sus brazos.
—Tienes razón, lo siento, Andrea...
Asentí y también le devolví al abrazo.
Luego de un rato conversando más tranqui lo que nos había pasado en la semana (le conté que la Vale se había comido unos cheetos tomando leche, y que después que le dije un chiste le salió un líquido naranjo por la nariz mientras se reía) y nos devolvimos a mi casa.
Mis tatas ya se habían quedado raja y mi mami estaba en la pieza, igual los entendía po, no me iban a estar esperando si ya iban a ser veinte para las once de la noche, dos dedos de frente.
—Mira, tengo un sillón cama en mi pieza, la Vale se duerme ahí cuando se viene a quedar. Duérmete ahí, ¿ya?
Aceptó. Le pusimos sábanas y una frasada livianita para el calor, pero no tan delgada porque se podía cagar de frío igual, luego nos acostamos. Me acomodé y cerré mis ojos.
Di vueltas por a lo menos una hora, no me podía dormir.
Me senté en el colchón y vi la hora en mi celular, era casi la una de la mañana, lo bueno era que no tenía colegio porque era Domingo. Miré al Pablo con sus ojitos cerrados, me daba lata la situación que estabamos pasando, yo le había agarrado caleta de cariño y él confundía las cosas...
Extendió sus párpados y me pilló mirándolo. Se rió.
—Siento tu mirada intensa como hace cinco minutos —murmuró.
Me reí nerviosa, ¡qué vergüenza!
—Lo siento —dije —, pensé que estabas durmiendo.
Se acomodó sobre la almohada y cruzó los brazos detrás de su nuca.
—No puedo dormir —confesó.
—Yo tampoco...
Volteó su rostro levemente y me inspeccionó con la mirada.
—Tengo calor —me dijo de la nada.
Me paré y caminé por alrededor de mi pieza, hasta llegar a su lado. Me senté en el sillón a un costado de su torso.
—¿Te voy a buscar un juguito? —le pregunté.
—Ya, por fa —respondió —, si no te molesta.
Le fui a buscar un vaso con jugo y yo también me serví uno, estaba cagá de sed. Me volví a la pieza y el Pablo estaba en su teléfono con el ceño fruncido.
—¿Qué pasó? —le pregunté. Negó con la cabeza.
Le pasé el vaso y me agradeció al toque. Me acosté en mi cama y bebí un poco de juguito. Sí, claro, un poco significa un sorbo tan grande que quedai curao de lo fuerte que te pega en la garganta.
Tosí. Agarré mi celu y me metí al Instagram, pa sapear lo que habían subido los cabros en el día, yo había salido y no me había metido, pero lo primero que vi al abrir la aplicación me dejó con la boca más seca (y eso que había tomado la weá de jugo).
A ver... en mi colegio tenemos una página de confesiones y toda esa mierda asquerosa. La seguía de cagüinera no más, pero el cagüín me cagó en esa oportunidad, porque lo que me encontré me dejó un sabor amargo en la boca. Me metí al perfil para percatarme que si era real, y sí, lo era.

Miré al Pablo, normal tomándose su jugo mientras yo quería gritar por su hipocresía

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Miré al Pablo, normal tomándose su jugo mientras yo quería gritar por su hipocresía.
—Oye Pablo —lo llamé.
—¿Dime? —me preguntó.
Se volteó y me observó calmado como el agua.
—Por casualidad, ¿tú fuiste al carrete de la Fran del 3ro E? el Viernes pasado —pregunté.
La mina que había subido eso era la Francisca, y ella había hecho una fiesta la semana pasada. Yo no fui porque me dio paja y menos mal, porque no me hubiera ni imaginado viendo al Pablo comiéndose con la Vianca, me daría repulsión verlo en vivo, mucho peor que en la foto.
Esperé su respuesta.
Di que no, por favor, dame un poquito de esperanza de que no erís un pelao asqueroso y que es otra persona...
—Sí, ¿por qué?
Ahí me entró la furia y la desilución. Agarré una almohada y se la lancé. Él alcanzó a esquivar el vaso, pero le llegó directamente en la cara. Estaba confundido cuando me miró.
—¡Erí súper chanta, Pablo! —levanté un poco la voz.
—Pero, ¿por q...
Le mostré mi celular y se quedó como piedra. Agarró el aparato y leyó otra vez la confesión.
—Andrea, yo...
—Mira, me importa un maní con quién te andís comiendo, pero por lo menos ten un poco de decencia y no vengas detrás de mí diciendo que te gusto, que sufres y que no sé qué mentira más. No seai hipócrita, Pablo —le dije encolerizada.

Avíspate, por fa/ ChilensisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora