Capítulo 6. Axel

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Dentro de casa había más agentes de los que me había esperado tomando notas, hablando con Helga y el resto de los trabajadores, subiendo y bajando escaleras, etc. La verdad es que la situación era cuanto menos abrumadora y estresante. No sabía muy bien dónde colocarme o qué hacer para poder ayudar o al menos no molestar, así que decidí dirigirme al segundo piso para ver si encontraba a Aria.

– ¿Lena? –escuché decir detrás de mí a una voz grabe al comenzar a subir.

Me giré y pude ver a un joven con el uniforme de La Guardia, quien me miraba con una gran sonrisa en su rostro. Me costó unos segundos reconocer de quién se trataba, pero en cuanto me fijé en el gracioso hoyuelo de su mejilla izquierda al sonreír supe enseguida que se trataba de Axel, un buen amigo que estuvo en el centro educativo conmigo y con el cual compartí prácticamente todos los años de educación.

En Nérida, los niños y jóvenes iban a la escuela desde los siete hasta los dieciséis años y luego debían formarse en algún oficio para poder trabajar a partir de los dieciocho, pero creí recordar que Axel se marchó antes de acabar el penúltimo curso. Entonces, cuando ambos teníamos catorce años, Axel era un chico alto, de pelo color ceniza y ojos marrones oscuros, muy delgado y exageradamente desgarbado. Nada que ver con lo que parecía en ese instante, más de tres años después, donde se veía ya como un hombre, con sus rasgos más endurecidos y un cuerpo visiblemente musculoso.

– ¡Axel! –exclamé.

Me acerqué a él con la intención de abrazarle, pero al verle con el uniforme puesto me detuve justo antes de hacerlo.

– Que no te dé apuro. No nos ve nadie –dijo abriendo sus brazos y guiñándome un ojo, gesto muy característico en él.

Me acerqué más a mi amigo, ya sin tanta euforia, y le abracé. Axel verdaderamente había sido un gran amigo, siendo incluso el primer chico que me gustó, aunque jamás hubo nada entre nosotros.

– ¿Cuánto llevas aquí? –le pregunté al separarme de él.

– Casi seis meses –respondió.

– ¡¿Y no me has avisado?! –le recriminé.

En ese momento, otro Guardia pasó por delante de nosotros y se tensó al ver cómo gritaba a su compañero.

– No te preocupes, Gregor. Es una amiga – aclaró Axel provocando que aquel hombre relajara su expresión y se marchara para seguir con sus labores–. Pues no le dije nada a nadie. Volví con la firme intención de convertirme en Guardia de la ciudad y he estado todos estos meses estudiando y preparándome físicamente.

Otro de sus compañeros carraspeó, advirtiendo a Axel de que debía seguir trabajando.

– Oye, ¿por qué no te vienes mañana por la tarde al Valhalla con todos? –le propuse.

El Valhalla era una taberna a la que solíamos ir todos los amigos prácticamente una vez a la semana para no perder el contacto, pues habíamos hecho una buena amistad en la escuela.

– ¿Aún seguís quedando? –se extrañó él.

– ¡Claro! Venga, vente. Se alegrarán de verte.

– ¿Tú crees? Hace tiempo que no saben nada de mí. Quizás ni se acuerdan.

– ¿Bromeas? –espeté– Puede que no te reconozcan al principio, pero por supuesto que se acordarán de ti.

– Está bien. Por la tarde no trabajo esta semana, así que me apunto. Me irá bien –aceptó.

– ¡Genial!

– Voy a seguir con mi trabajo –informó él–. Deberías ir a tu habitación y comprobar que no falte nada. Creo que es lo único que queda por hacer.

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora