Capítulo 14. Las razones de Gala

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Durante la primera semana de formación, tan solo tuve que ir al edificio de los sanadores a impartir las lecciones teóricas y a hacer pequeñas prácticas simuladas. La verdad es que todo me resultaba fácil de aprender y muchas cosas de las que nos decían ya las sabía. No es que me aburriese, pues tenía claro que era un paso necesario para poder llegar a mi objetivo, pero estaba más que ansiosa por comenzar las prácticas en las consultas y a pie de calle para poder ayudar en lo que pudiese a las personas que lo necesitasen.

Junto a mí, cuatro personas más estaban en las lecciones como sanadores en formación: tres chicas que recordaba de la escuela –mayores que yo– y un chico que no conocía. Comencé a llevarme muy bien con una de las chicas, Diana, la que se encontraba más cercana en edad a mí. Ella fue la encargada de explicarme que nuestro compañero, Paul, era hijo de un gran sanador de Astair no logró entrar en la formación de aquella ciudad, pues a pesar de algunos casos excepcionales en los que el propio colectivo de sanadores proponía a un alumno y este entraba de inmediato –como era mi caso– lo normal era hacer pruebas de acceso y, al parecer, Paul no las había pasado en Astair. No obstante, su padre pudo colocarlo en Nérida, pues sobraba una plaza que nadie consiguió en la prueba de ingreso.

El último día de la semana con clases, la mañana del sábado, los académicos nos informaron de que los cinco alumnos comenzaríamos a mediados de la semana siguiente la formación combinada, tanto con teoría como con práctica en las consultas, formación que duraría unos meses y al final de la cual seríamos oficialmente sanadores de Nérida.

Durante toda la semana, Gerd fue el encargado de llevarme e irme a buscar pues, aunque las clases eran por la mañana, Hans consideró que era mejor que alguien me acompañase. La verdad es que no pasó nada raro, pero entendía su preocupación y, además, la compañía de Gerd siempre era agradable.

Aquel sábado, al acabar las lecciones, me quedé un rato hablando con mis compañeros, pues Gerd se estaba retrasando y tenía ganas de compartir la euforia de comenzar las prácticas con mis compañeros.

–Mi tío, que trabaja a veces junto a los sanadores al ser Guardia, me ha dicho que durante todos los años que lleva de carrera ha visto a varios alumnos de prácticas de los sanadores salir llorando y siendo expulsados por equivocarse en alguna intervención –contó Diana preocupada por lo que nos esperaba.

–Pues no valdrían para ser sanadores –le respondió Melisa–. Nosotros hemos pasado unas pruebas muy duras para poder llegar hasta aquí. Bueno, todos menos Lena –acabó con algo de resquemor.

–Si hay que meterse con alguien es conmigo –salió en mi defensa Paul–. Yo soy el enchufado y ni siquiera pasé las pruebas. Los sanadores no conceden una plaza a nadie que no se la merezca y si Lena está aquí seguro que es por algo.

–Igual que tú eres un enchufado ella también puede serlo. Su familia es importante en la ciudad y sus amistades aún más –dijo Melisa refiriéndose seguramente a los Larson.

–Muchos remedios y brebajes que utilizan los sanadores están hechos por ella –siguió Lili, la otra chica, en mi defensa–. Además, colaboró con ellos la noche del ataque a los Larson. No creo que se trate de enchufe, Melisa.

–¿Los Larson? –preguntó Paul sorprendido.

En ese momento, una sombra se interpuso entre la luz cálida del sol y nosotros. Al alzar la vista, pude ver que se trataba de un precioso corcel negro que enseguida reconocí. Para mi sorpresa y agrado, quien iba montado en él era, cómo no, Jensen.

–Hola –saludó dirigiéndose a mí una vez ya había bajado de Olaf dejando a las tres chicas boquiabiertas.

Siempre provocaba reacciones así, pues no hacía falta decir que era un chico muy guapo y además, el hecho de ser un Larson, tenía mucho que ver.

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora