Capítulo 41. Sucumbe

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El hombre de ojos oscuros, el jefe de aquellos adeptos, se encontraba sentado en una especie de trono delante de mí. Varios rebeldes encapuchados estaban dispuestos a ambos lados de él, pareciendo protegerle, y me pareció una imagen algo surrealista.

–¿Patética? Habló el que se cree el rey de algo –comenté en voz baja sin poderlo evitar, presa del enfado.

–¿Qué has dicho? –preguntó levantándose cabreado.

–Que me parece patético que estés sentado en algo que crees que es un trono, rodeado de tus secuaces, creyéndote el rey de un lugar oscuro, triste y apestoso –habló la rabia en mí.

Él se acercó a mí con brusquedad y, tras agarrarme del cabello, tiró de él para levantar mi rostro y provocar que le mirase a la cara.

–Cuida esos modales, preciosa. ¿A caso no eres consciente de que podría acabar contigo en un abrir y cerrar de ojos?

–No entiendo entonces por qué no lo has hecho ya. Ganas no te faltan. Sé que hay alguien por encima de ti que me quiere viva y eso te hace parecer aún más patético y ¿sabes? No te tengo miedo.

El tipo empujó mi cabeza haciendo que esta chocara contra el suelo, mareándome un poco. Lo que oí a continuación fue su estridente carcajada alejarse mí.

–No se puede dudar de que tienes agallas. Veremos cuántas mantienes después de lo que voy a hacerte –me amenazó.

Hizo un gesto con la mano y seguidamente todos los allí presentes se esfumaron de allí, dejándonos solos.

–Empieza la función –dijo él.

Su mirada se clavó en la mía y, tras cerrar los ojos y comenzar a pronunciar palabras inteligibles para mí, una sensación de vacío, oscuridad, frío y dolor se apoderó de mí. No pude hacer más que retorcerme en el suelo y gritar, pues el dolor resultaba insoportable, como si algo intentase desgarrarme por dentro. Además, decenas de horripilantes imágenes se implantaron en mi mente, que solo pude identificar como muerte, dolor, oscuridad y  maldad.

Durante los siguientes minutos o incluso horas, me mantuve en aquel estado y cada vez mi cuerpo parecía resistir menos a aquellas sensaciones. Estaba segura de que intentaba invadir mi ser de magia negra, pero sentía que mi cuerpo y mi mente se resistían.

–Deja de resistirte, maldita sea –oí que decía mi captor sonando visiblemente desesperado.

Logré alzar ligeramente la vista y pude ver que su rostro estaba contraído y sudoroso, lo que me hizo entender que comenzaba a agotarse. De nuevo, volvió a pronunciar un conjunto de extrañas palabras diferentes a las que dijo con anterioridad y, justo después de eso, mi dolor aumentó y no pude reprimir desgarrar mi garganta en un grito de desesperación que me dejó exhausta y a punto de sucumbir a las horribles sensaciones de mi cuerpo.

–Lena... –escuché a mi lado –Lena...

Giré mi rostro con dificultad y tras lograr centrar costosamente mi visión –para entonces ya borrosa­– y a punto de desmayarme, pude distinguir la figura de una mujer a mi lado.

–Resiste, cariño. Puedes hacerlo.

La mujer que identifiqué como mi madre se agachó a mi lado y me acarició la espalda, pudiendo sentir su contacto sobre mi piel devolviéndome parte de la fuerza que había perdido durante los minutos anteriores.

–Resiste...


–¡Maldita sea! –escuché que gritaba el hombre devolviéndome a la realidad.

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora