Capítulo 40. Cautiva

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Aquellos ojos negros no dejaban de examinarme con atención y cierta burla. Los vaivenes del carro sacudían mi cuerpo y propagaban el dolor de mi hombro por cada rincón de mi ser. Tenía la convicción de que aquel trayecto me estaba llevando a la muerte.

Giré mi rostro para intentar mirar por las pequeñas oberturas de aquel habitáculo, intentando reconocer a dónde nos dirigíamos a pesar de no haber más luz que la de la luna, pero las dos personas encapuchadas que tenía a cada lado me lo impidieron cogiéndome de ambos brazos y empujándome hacia atrás. Así, pese a sentir aquella mirada hurgar en mi alma, preferí mirar al suelo antes que enfrentarme a aquellos gélidos e hirientes iris impregnados de oscuridad.

–Pareces muy tranquila a pesar de acabar de ser capturada –dijo con sorna–. La verdad, creí que sería más complicado y me ha decepcionado lo fácil que ha sido todo. Soy un hombre de acción y me gustan los retos. Tú y tus amigos habéis sido uno desalentador.

Le miré con odio adivinando el desprecio que sus palabras mostraban hacia a mí y hacia quienes habían querido ayudarme aquella noche.

–¿No tienes nada que decir? ­–preguntó con una irritante diversión.

–No tengo nada que hablar contigo –respondí con determinación.

–Vaya... la pobre y dulce Lena se ha ofendido –escupió antes de reír a viva voz.

Aunque la rabia fluía por mi sangre hirviendo y arañaba mis venas, no iba a sacar nada bueno de seguirle el juego. Preferí dedicarme a intentar saber hacia dónde nos dirigíamos o, al menos, intuir en qué dirección íbamos y así estuve el resto del trayecto.

Pasamos varias horas viajando e incluso el alba comenzaba a apreciarse cuando el carruaje paró. Mi corazón se aceleró expectante de lo que podía ocurrir a continuación.

En una acción de completa desesperación y mientras los encapuchados me sacaban del vehículo, agarré a uno del brazo absorbiendo su energía dejándole sorprendido, aprovechando para correr intentando huir. Sin embargo, la poca energía que había obtenido de lo que era una mujer –cosa que supe al ver su rostro cuando se le cayó la capucha– me debilitó en gran medida y a penas pude dar diez pasos antes de caer al suelo.

La estridente carcajada de mi captor me golpeó en la espalda.

–Eres realmente patética. ¿Dónde te crees que vas? Estamos a quilómetros de algún lugar y toda la zona está vigilad por adeptos –me informó mientras me agarraba con brusquedad del brazo cuyo hombro seguía doliéndome a rabiar para levantarme–. Si vuelves a intentar algo, te dejo sin brazo –susurró en mi oído haciéndome sentir su frío y asqueroso aliento.

Rápidamente, alguien se acercó por detrás de mí y, tras golpear mis piernas y hacer que volviese a caer, se apresuró a taparme los ojos con una tela oscura y a maniatarme. A pesar del miedo que sentí, antes de aquello logré mirar al cielo y divisé la luna menguante en el horizonte y, por la cercanía al amanecer, pude saber que estábamos al noroeste de Nérida.

Me guiaron con brusquedad a través de aquella especie de descampado hasta que, pocos minutos después, sentí que entrábamos en un edificio en el que reinaba un silencio perturbador y donde hacía un frío cuanto menos extraño e inquietante.

Tras bajar unos escalones e ir percibiendo cada vez con más fuerza que la magia negra estaba por doquier, me pararon de golpe con extrema rudeza.

­–Abre la boca –me ordenó la voz de una mujer.

No quise hacerlo, pero al ver mi negativa me agarraron de la cabeza y con violencia me pusieron las manos en la boca obligándome a abrirla. En cuanto lo consiguieron, aprovecharon para introducir después un trozo de lo que parecía pan en la misma.

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora