Capítulo 8. Valhalla

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El edificio se alzaba majestuosos ante nosotros, siendo para mí uno de los más bellos de la ciudad. Era del mismo color blanco que la casas del monte Djabal y tenía una gran cúpula en lo alto más alto. El portón que se encontraba tras subir cinco anchos peldaños era gigantesco y estaba decorado con esculturas de oro que tenían que ver con la sanación. Sin duda, se trataba de uno de los lugares más emblemáticos de Nérida.

Cuando entramos al edificio –tras haber sido observados por varios habitantes de la ciudad durante el corto trayecto– Jensen me dejó con suma delicadeza encima de una de las camillas de la estancia.

– Qué tenemos aquí, Lena -nos saludó Andreas, un hombre de unos treinta años cuya familia había sido siempre de sanadores– ¿Qué te ocurre?

– Nada grabe. Me torcí el tobillo– le expliqué.

Andreas me examinó el pie ante la atenta mirada de Jensen. Me lo torció de lado a lado y de todas las formas anatómicas posibles, provocándome muecas de dolor sin poderlo evitar.

– Efectivamente no es nada grave, pero el tobillo está bastante inflamado, por lo que hay una lesión. Por mucho que lo intentes aguantar, he visto tus muecas de dolor –comentó el hombre casi con ternura –Te pondré un antinflamatorio, te beberás un analgésico y te vendaré para que ganes movilidad. Si te hubieras forzado a andar, como estoy seguro que pretendías hacer, lo hubieses complicado –explicó–. Has hecho bien en traerla, joven –dijo dirigiéndose a Jensen.

Andreas fue a buscar las vendas después de colocarme el antiinflamatorio y darme el vaso con la medicina para el dolor, notando los efectos de ambos casi de inmediato.

Durante el rato que nos quedamos solos de nuevo, Jensen y yo nos quedamos en un silencio absoluto en el cual intenté interesarme por la sala en la que me encontraba, mirando hacia todas partes.

Notar la intensa mirada de Jensen sobre mí me inquietaba de sobremanera. Por suerte, Andreas llegó enseguida y me vendó el pie, recomendándome que durante unos días anduviera lo menos posible.

Salí de la sala y del edificio andando y aunque realmente me dolía, sabía que Jensen había exagerado un poco. A pesar de eso, su preocupación no me dejó indiferente, agradándome:

– ¿Volvemos a casa?– preguntó él.

- Sí, será lo mejor.

Volvimos de nuevo a la plaza del templo y allí Jensen cogió a uno de los caballos atados, que enseguida reconocí como el hermoso corcel que nos prestaron el día anterior los Larson para que nuestro carruaje pudiese volver a casa.

– ¿Has venido en caballo? –le pregunté mientras él subía de un ágil salto.

– Sí. Solo sabía llegar a la playa desde aquí y caminando hubiese tardado demasiado. Sube, obviamente te llevo a casa –dijo extendiendo su mano.

Yo se la ofrecí confiada y él tiró suavemente de mí para ayudarme a subir. Una vez acomodada en el lomo del caballo, Jensen se giró con suavidad cogiendo una de mis manos y pasándola rodeando su abdomen.

– Agárrate fuerte a mí. Olaf es muy brusco cabalgando –dijo refiriéndose al animal.

Tras agarrarme con ambos brazos a él, rodeando por completo su cintura y casi apoyando mi cabeza en su espalda, el caballo relinchó ante la señal de Jensen y comenzó a cabalgar no muy rápido pero sí que algo bruscamente.

Una vez nos alejamos del centro de la ciudad y nos encaminamos hacia el monte Djabal, Olaf comenzó a coger velocidad de golpe. Me asusté un poco, así que me agarré aún más fuerte a Jensen, notando como él se tensaba bajo mi contacto por el mismo.

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora