Capítulo 21. Lo siento

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Oscuridad.

Inhalación...

Exhalación...

Cada vez escuchaba aquella respiración más fuerte, más cercana. Sentía miedo. Me encontraba débil, hambrienta y dolorida.

La persona de la que provenía aquella respiración casi hiperventilante, aquellas sensaciones, no era yo pero las sentía como mías. De repente, aquella persona gritó, desgarrando el silencio en el que se encontraba y pude ver de quien se trataba. Era una niña. Estaba muy sucia, con la ropa rota y su cara estaba llena de lágrimas que brotaban de unos ojos castaños oscuros e infinitos.

Me desperté sobresaltada y con sudor frío tanto en el rostro como en la nuca. Me dolía la cabeza a horrores, seguramente por haber estado llorando casi toda la noche. Ni siquiera recordaba cuando me dormí, aunque tampoco importaba mucho.

Aquel día, después de mi mañana junto a los sanadores, lo pasé prácticamente encerrada en mi habitación, pues lo que menos quería era encontrarme con alguien de la casa; tenía todos los números para derrumbarme delante de ellos a la mínima que me preguntases por el día anterior.

Por suerte, Aria pasó el día en casa de Rin y Hans y Adele estuvieron demasiado ocupados organizando el próximo viaje de negocios que Hans debía hacer a Astair. Dada la situación en aquella ciudad, en la que pude saber que casi a diario estaban ocurriendo ataques de los rebeldes, Hans quiso asegurarse de poder ir con las máximas garantías de seguridad. Para ello, vinieron a casa varios marineros que frecuentaban semanalmente la ciudad.

Por suerte, los siguientes días pasaron rápidamente y la formación cada vez iba mejor, actividad que consiguió apartar de mi mente a Jensen durante algunos momentos del día. Incluso recibí una felicitación por reaccionar con rapidez al llegar a casa de una familia el viernes, en la que un niño se había clavado un hierro del tamaño de una espada en la pierna. De haber tardado más o habiendo hecho algo mal, aquel niño posiblemente hubiese perdido la pierna.

El sábado todo fueron felicitaciones por parte de mis compañeros y de los formadores, incluso los padres del niño se acercaron con este a la consulta para saber cómo estaba la pierna de su hijo. Yo misma, con la supervisión de Gustav, examiné la pierna de aquel niño, pues el pobre se ponía a llorar cada vez que cualquier otra persona se acercaba a la extremidad vendada.

–¿Te duele? –le pregunté mirándole a los ojos mientras le quitaba la venda, para distraerle.

–Sí, mucho... pero un poco menos que ayer –contestó el infante.

–¿Sabes? Eso es bueno –le informé.

–¿Cuándo podré volver a salir a jugar con mis amigos? –preguntó él muy preocupado.

–Estoy segura de que muy pronto –le contesté acabando ya de quitar su venda–. Pero para que todo vaya bien y lo más rápido posible, tienes que hacerme caso en lo que te voy a decir y lo que te dirán tu papá y tu mamá los próximos días. ¿Me lo prometes?

El niño sonrió con timidez y asintió. Observé la herida de aquel pequeño y comprobé que los puntos de sutura estaban bien: no parecía haber signos de infección y tenía mejor aspecto que el día anterior.

Me hubiese encantado poder utilizar mis habilidades para curar a ese niño en aquel momento, poder aliviar su dolor, pero delante de tanta gente me era imposible, además que hubiese sido complicado explicar cómo una herida que rasgaba hasta el músculo había sanado en tan pocas horas.

–Tu herida está mejor que ayer –le dije al niño mirando también a sus padres–. Pero debes estar al menos una semana sin saltar, sin correr y caminando muy poquito a poco y sin hacer grandes distancias. También es muy importante que dejes que tus papás te pongan esta pomada por la mañana y por la noche –seguí, enseñándole el tarro de crema que íbamos a darle a sus padres–. Cuando te la pongan, seguramente te picará un poco, pero sé que eres un niño muy valiente y podrás aguantar ¿A que sí?

Aadhya: El resurgir de los Seid © [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora